Camille
Resoplo con pesadez antes de arribar a mi habitación, cansada por la caminata, me siento en la alcoba observando las espesas gotas de lluvia que caen a través de mi ventana, aglomerando un frío intenso que me eriza la piel. Tuve que caminar de regreso a casa durante la llovizna, las gotas prevalecieron sobre mi durante el recorrido y estoy empapada, pero tengo mucha pereza como para tan siquiera contemplar la idea de levantarme de mi lugar, buscar ropa y cambiarme.
Sé que probablemente pille un resfriado, pero ahorita solo me interesa ver el hermoso paisaje nublado que se asoma en mi ventana y me deja una sensación de plenitud, que perdura por más tiempo de lo inesperado.
La lluvia me pone sentimental por así decirlo, me hace meditar acerca de mis últimas decisiones y lamentablemente, no me enorgullezco de ellas. Al contrario, me hacen sentir mal sobre mí misma porque no me siento con el amor propio suficiente para denegar tratos que no merezco. Acepto y me pongo en situaciones que solo me afectan y por ende termino lastimada, creyendo que seguir lo que dice mi corazón siempre es el camino correcto.
No estoy diciendo que seguir nuestro instinto sea una mala jugada porque no siempre lo es, sino que a veces es mejor opción hacerle caso a nuestro cerebro, entender la lógica que nos negamos a asimilar y taparnos los oídos para no escuchar eso irracional a lo que se aferra un corazón enamorado.
Y eso es lo que tengo que hacer si quiero evitar sentir el verdadero dolor de un corazón roto, porque hasta ahorita solo he experimentado el amargo sabor de la decepción y el rechazo al ver todas mis ilusiones hechas trizas por el impacto de cinco palabras "No estoy enamorado de ti", que rasgan la herida que aun no sana. Estuve pensando en cómo sobrellevar la situación con Alexander, le di muchas vueltas al asunto, más de las que a mi persona le gustaría admitir, y llegué a la dolorosa conclusión de que necesito distanciarme de él.
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Aunque sé que parece imposible y que tal vez tropiece varias veces en el intento, tengo que hacerlo por mi paz mental, porque no puedo seguir como estoy hasta ahora, trataré de evitarlo todo el tiempo aunque para eso él ya se me ha adelantado, lleva una semana ignorándome y para mi mala suerte tampoco sé cuándo regresa de su repentino viaje de negocios.
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Intenté hablar con mi padre sobre Alexander pero evadió el tema a toda costa, no me permitio ni siquiera nombrar su apellido, puedo deducir que tuvieron un problema muy fuerte y al verlo así de tenso decidí ya no preguntar más acerca del tema, tampoco quería que sospechara sobre mis verdaderas intenciones en saber más de él, pese a que estar en el limbo me tiene atormentada, porque por mas tonto que suene me preocupa no saber si se encuentra bien.
Está última semana ha sido bastante útil para analizar mi terrible vida amorosa, aunque la lista de decepciones es demasiada corta, pero solo cierta persona logró causar un gran impacto y creo que necesito terapia psicológica. Todo está yendo mal y para rematar mi increíble suerte en la vida, Aarón se cambió de carrera sin avisar, lo hizo y se fue sin más.
Él muy insensible se cambió de carrera y aunque no me debe ninguna clase de explicación, necesito una, me tuve que enterar por mi profesor sobre su repentina decisión. No sé cómo sentirme al respecto.
Me lo he topado varias veces en la Universidad, pero lo he estado evitando, aún no quiero hablar con él.
Tal vez debería ser una persona madura, dejar los rencores que no me sirven de nada, y aclarar las cosas, preguntarle el por qué de su repentino cambio de actitud, pero por alguna razón me encuentro muy enojada con él y ni hablar de Alexander, a él lo quiero matar por ser un hijo de puta conmigo.
Y aunque puedo elegir un enorme tarro de nieve y ver películas tristes mientras me lamento acerca de lo que no tengo, no pienso hacerlo, no voy quedarme encerrada, afligida por lo que no puede tener, saldré a divertirme y sé a quien necesito llamar para que la noche sea perfecta.
Sam.
*¿Estás libre esta noche?*
*Para ti siempre estoy libre...*
Contesta de inmediato. Esbozo una sonrisa animada. Mi humor cambia notoriamente.
*¿Quedamos?*
*Siiii, ¿club?*
Pongo los ojos en blanco.
*Aún no se nos permite entrar o beber y lo sabes*
*Nuestro carnet falso dice lo contrario*
Rio por lo alto y niego, divertida.
*Está bien, solo porque en serio necesito esta noche. Venus, te espero en mi casa, ¡no tardes!*
*Llego en quince minutos*
Ya no respondo a su mensaje, me quedo con una sonrisa plasmada en mis labios y solo me dedico a levantarme y obligar a mis benditos pies a caminar hacia la ducha. Comienzo a desvestirme, la pereza atisba mis movimientos mientras trato de mantener la cabeza fría ante las decisiones que acabo de tomar en un lapso de tres horas. La temperatura me desagrada, frunzo el ceño y coloco el agua tibia, entrando en la ducha. Dejo que mi cuerpo se relaje con el fervor del agua y libero todo el estrés acumulado en estas semanas.
El tiempo pasa volando y veinte minutos se convierten en cinco, salgo de la regadera, ajustando una toalla alrededor de mi cuerpo d*****o, observo mi reflejo en el espejo empañado, que apenas me permite observarme, y no tengo tantas ojeras como pensé. Incluso me veo más rejuvenecida, un poco apagada, pero viva.
¿Será que el sexo en verdad mejora tu apariencia?
Si es así, creo que necesito un r*******o.
—¡¡¡Camille!!! Ya llegué —grita Sam entrando a la habitación sin siquiera llamar.
Ruedo los ojos divertida, ella siempre hace lo mismo y va siendo hora de que me acostumbre.
—Ya me di cuenta, tonta —me carcajeo—, pero creo que en este momento todo Seattle sabe que estás en mi humilde morada.
Entornada la mirada en mi dirección, luciendo indignada.
—¿Así recibes a tu alma gemela? —pregunta, fingiendo sentirse ofendida, mientras se lleva la mano al pecho, conmocionada.
—Sabes que te amo —le tiro un beso en el aire y ella hace ademanes como si en realidad lo atrapara.
Sin duda la amo.
—Claro que lo sé, no puedes vivir sin mi. Tenemos una relación muy codependiente si me lo preguntas —rio por lo alto—. ¿Y ese milagro que tu quieres salir a un club? Siempre soy yo la que te arrastro a este tipo de eventos. —pregunta Sam sin poner atención a lo que hago.
Se acerca a mi cama, deja una mochila sobre el colchón, la abre rápidamente y comienza a sacar varios vestidos de esta.
—Necesito conocer a más personas.... —musito nerviosa—, creo que eso es lo mejor en mi caso.
—¿Qué hay de Alexander? —menciona distraída. De vez en cuando frunce el ceño al ver los vestidos—. ¿Ya no le quieres? Pasaste dos años enteros parloteando acerca de lo hermoso que era, sobre su musculosa anatomía, sus excitantes pectorales, los ojos verdes y lo caliente que… —revela y mis mejillas se encienden con el recordatorio detallado que me da.
—Sam, lo capto.... —suspiro cansada y estresada a la vez—, le quiero, le amo, pero necesito conocer a más personas si quiero olvidarlo —digo sincera, decidida.
Sam me inspecciona unos momentos para asegurarse de que lo que acabo de decir es cierto.
Lo es.
Después de lo que parecen unos largos minutos se le forma una enorme sonrisa en su rostro como a Alicia en el país de las maravillas y la chispa de maldad se hace presente en sus ojos.
—¡Aghhh, yo me encargo de arreglarte! —chilla emocionada.
—Gracias —finjo un poco de entusiasmo.
—Quedarás de infarto y Alexander se arrepentirá por haberte dejado ir —no le digo que no puedo culparlo por no sentir lo mismo—. Te mereces mucho más y va siendo hora que te lo reconozcas a ti misma —habla sin ser consciente de que sus palabras me lastiman porque son verdad.
Ignoro la punzada de dolor que se clava en mi pecho, la decepción de mi misma es demasiada y solo me dedico a mirar los vestidos que trajo. Son un tanto peculiares por así decirlo.
¿Para qué miento? Los vestidos parecen blusas, son increíblemente diminutos, sería mejor que saliéramos desnudas, no habría mucha diferencia. No hay nada de malo en usar vestidos cortos, pero simplemente no son mi estilo y no me siento cómoda.
—Sam, no creo que sean adecuados. —musito con una nota de preocupación crispando mi voz.
—¿Y? Nosotras no estamos para complacer a la gente —rueda los ojos, restándole importancia a mis palabras—, hoy te olvidarás de todo y seremos unas perras empoderadas —exclama emocionada—. ¿Me entendiste? —pregunta y yo solo asiento un poco dudosa.
Me coloco un vestido plateado con cuello de tortuga, se adhiere a mi cuerpo como si fuera una segunda capa de piel, tiene destellos plateados y dorados que hacen sobresalir mi figura, en realidad es muy bonito, pero es muy corto para mi gusto.
Sam empieza a maquillarme, me pone sombras llamativas, polvo, rímel y pintalabios rojo.
Se dedica a hacerme una coleta alta con varios mechones sueltos para que luzca el vestido.
—¡Estás de infarto! Cómo lo prometí —chilla con emoción inspeccionándome de pies a cabeza—. Toda una diosa —finge limpiarse una lágrima y yo solo río.
Sam luce hermosa, aunque ella no sea una mujer voluptuosa, tiene lo suyo, unas piernas largas, envidiables, tiene pechos pequeños pero su cintura y cadera están para morirse. El vestido que trae parece que fuera hecho especialmente para ella.
Y ni hablar del bello rostro de mi amiga y su hermosa melena rubia que la hace irresistible ante los ojos de cualquiera.
—¿Estás lista? —pregunto.
—No, aún te falta lo más importante para que estés perfecta —exclama acercándose a mí, yo solo le dedico una mirada confusa.
—No estoy interesada en saber —me adelanto, temiendo lo peor.
—¡Tacones! —grita entusiasmada mientras saca unos tacones de aguja de su mochila.
Desmayaré si tengo que usar esas cosas.
—No. —protesto de inmediato.
—Si —sonríe.
—No hay poder humano que me haga ponerme eso, Sam…
Sonríe con malicia y ya sé mi destino.
*******
—¡Maldita seas, Sam! —maldigo—, si me mato con estos tacones será tu culpa —replico indignada mientras a duras penas logro bajar las escaleras de mi casa.
No es porque no pueda caminar, sino por la incomodidad de los tacones.
—Camina, nos perderemos de la mejor parte de la noche —me regaña—, yo sé que puedes caminar perfectamente en tacones, tú madre te ha enseñado desde pequeña —dice mientras termina de bajar el último escalón.
Suelto un bufido.
—Una cosa es que pueda y otra cosa es que me gusten —reniego fastidiada.
No me gusta usar tacones altos, se me hacen incómodos e innecesarios.
—Deja de quejarte y salgamos ya, tengo el coche aparcado afuera —me da un leve empujón en la espalda para que siga su ritmo y lo hago, tragándome mis reproches.
Empezamos a caminar por el césped del jardín atravesando el patio que abunda con rosas de diferentes colores, ahora es Sam, la que sostiene mi mano fuertemente para no caerse, ya que sus tacones están enterrándose en la tierra del césped .
Salimos de mi casa y nos acercamos a su auto, la sonrisa animada se borra de su rostro en el momento en que se detiene en seco, cómo si hubiera visto a un fantasma, la miro fijamente y la confusión me invade cuando empieza a hacerme señas con la mano, yo solo la observo atónita sin saber qué está pasando.
—Voltea —susurra apenas audible.
Con el corazón desbordado, vuelvo mi mirada y lo veo a él, esa persona que logra dejarme sin aire, tan guapo y tan elegante como siempre. Este hombre provoca infartos a donde sea que vaya, viste unos vaqueros negros y una camisa verde olivo que se ciñe a sus grandes bíceps. La tinta que baña su piel. Es tan hermoso, sus labios gruesos, su escultural mandíbula perfectamente definida.
Sin poder resistirme a la tentación, me quedo embobada reparando su aspecto como si fuera la primera vez que lo hago, Alexander posa sus ojos en mí y un escalofrío me recorre de pies a cabeza cuando siento su ardiente mirada escaneando cada rincón de mi cuerpo. Respiro con fuerza, abrumada.
Mis piernas se transforman en gelatina y flaquean ante su imponente e intimidante mirada que me atraviesa el alma. Solo basta que me mire así para que todo mi autocontrol se vaya a la m****a.
Ese es el efecto que tiene este hombre en mi.
Me limito a verlo sin mencionar palabra alguna, su varonil aroma penetra mis fosas nasales y siento que voy a desmayar en cualquier momento. Ya no puedo seguir aquí, necesito dejar de verlo, necesito dejar de sentir todo esto.
—Sam, abre el auto —suplico angustiada.
Presiona el control de su llavero y se escucha el clic que nos indica que el auto se ha abierto. Sin ponerme a pensar en lo que no debo, abro la puerta lo más rápido posible, estoy a punto de introducirme en el auto, pero su mano me lo impide, y tengo que contener el aire cuando tira de mí, estrechándome contra su cálido cuerpo.
Mierda. ¿Por qué no corrí más rápido?
—Necesitamos hablar —rompe el silencio, su cortada respiración acariciando mi mejilla. Lo miro y hay un destello de emoción en sus ojos—, es urgente, necesito que me escuches —menciona con un toque de seriedad mientras posa ambas manos en mi cintura para alejarme del auto y acercarme más a él.
Lo miro dubitativa, no sé qué diablos hacer. ¿En serio será importante? No importa, estoy muy enojada como para escucharlo.
—No quiero hablar contigo —contesto cabreada—, y además, ahorita voy de salida.
Piensa que correré a sus brazos después de que me ignorara toda una puta semana.
—No te estaba preguntando —me jala más hacia él, por unos segundos parece respirar mi aroma y el gesto de curva sus labios envía una corriente eléctrica por todo mi cuerpo—, vas a venir conmigo y después decidiremos si vale la pena salir.
Me rio sarcásticamente.
—No voy a ir contigo a ningún lado —impongo mi voluntad.
Idiota. Necesito hacer algo rápido o de lo contrario caeré como siempre lo hago.
—No empieces con tus inmadureces, no tengo ganas ni tiempo de escucharlas —lo miro dolida y me trago el quejido que sube por mi garganta—, ahora vamos a un lugar privado qué necesitamos hablar y esta conversación te compete —no me muevo, su aroma me mantiene inmóvil.
Está muy claro que no iré con él a ningún lado, y eso no está en discusión.
—No me puedes obligar —asevero.
La expresión en su mirada gélida me grita lo contrario.
—Camille —advierte enojado.
—Suéltame, ahora —espeto con los dientes apretados.
—No te irás hasta que terminemos.
—Ya le dije que no tengo nada que hablar con usted, señor Rosselló —la confusión se proyecta en su rostro por haberlo llamado así, incrédulo, se aleja de mí, liberando el agarre de sus manos en mi cintura.
Me siento vacía.
—Camille…—musita irritado y se pasa la mano por la cara—, no lo repetiré dos veces. Vas a venir conmigo en este momento —advierte nuevamente.
Ignoro sus palabras por completo y aprovecho el momento en que aparta la mirada para correr al auto en donde se encuentra Sam, me introduzco ágilmente, evitando que Alexander pueda reaccionar a tiempo y detener mi huida.
—¡Sam arranca! —grito sintiendo la adrenalina subir por todo mi cuerpo.
Necesito escapar. ¡Si! Eso necesito.
Sam enciende el motor y comienza a manejar, subiendo la velocidad, siento que el corazón se me va a salir de mi caja torácica, pero sé muy dentro de mí que si hubiera cedido a hablar con él, hubiera caído nuevamente y seguramente terminaría en su cama, aunque me cueste admitirlo.
Soy tan jodidamente vulnerable a su cercanía y él lo sabe muy bien.
—¡Camille! —el grito de Sam me saca de mis pensamientos—. Viene detrás de nosotras, nos está siguiendo —increpa en un tono alarmante.
Niego, llena de pánico.
—¿Qué? —logro articular—, ¿quién viene detrás de nosotras? —pregunto, sintiendo una avalancha de escalofríos recorrerme entera.
Que no sea él, que no sea él, que no sea él...
—Alexander nos está siguiendo —suelta preocupada.
!Diablos! ¿Qué haré ahora?
Una sensación de miedo mezclada con emoción invade mi cuerpo, ya no quiero perder la única dignidad que me queda y sé que si estoy cerca de él mi plan de abstinencia se irá al caño.
¿Por qué tiene que ser tan terco?
Soy tan jodidamente débil ante este hombre. Y él conoce mi punto débil, yo misma se lo dije, sé lo confesé, y ahora me arrepiento. Desearía poder regresar el tiempo y quedarme callada porque de ser así esto nunca estaría pasando.
Alexander me tiene en sus manos y yo misma fui la que me aventé al vacío, sabiendo perfectamente que él no estaría para detener mi caída.
Estoy jodida.