Camille
Decido ignorar el gran desorden de mi cabeza y comienzo a caminar detrás de él, dejando que me guíe por la enorme mansión. Caminamos por unos minutos más hasta que llegamos a una gran puerta, esta mansión tiene un toque hogareño, como si hubiera habido felicidad en este lugar en algún momento.
A pesar de estar nerviosa, dejo de lado todas mis dudas y entro detrás de Alexander. No me sorprende que la habitación sea de color azul marino, la cama es demasiado grande para una sola persona, hay una enorme pantalla que parece no haber sido utilizada en meses o años, un gran sofá que abarca un gran espacio y una mesa de madera en el centro.
La habitación también cuenta con otras dos puertas que imagino son el baño y el armario.
Mi vista se enfoca en el gran ventanal que está cubierto por cortinas gigantescas. Hasta ahorita es la habitación que más me ha gustado. Por más tonto que suene, siento que aquí está el verdadero Alexander, no el herido, ni el roto, mucho menos el atormentado sino el Alexander que alguna vez fue feliz.
—Aquí dormiremos mientras estemos en esta casa —dice mientras camina hacia el armario. Su cuerpo sigue tenso y ansioso. Como si estuviera esperando algo.
—¿Te refieres a nosotros dos juntos? —Carraspeo la garganta, mis ojos abriéndose de par en par al darme cuenta. Estamos casados.
La vacilación en mi voz capta su atención y sus anchos hombros parecen relajarse, se vuelve hacia mi dirección, la tensión se disipa en el aire y un atisbo de l*****a ocupa el lugar.
—Camille, somos marido y mujer ante todo el mundo, ¿qué esperabas? —me pregunta ladeando una sonrisa perversa que me pone a temblar.
Es un buen punto, lo admito. Además, tampoco escuché que le dijera a su mejor amigo que esto era una farsa. Pero me niego a dormir en la misma habitación con él.
O en la misma cama.
Se muy bien los límites de mi abstinencia hasta estos momentos y si él se queda aquí mi plan fracasará. No me puedo permitir volver a caer tan fácil, él tiene que caer primero o esto no habrá servido para nada. Todo mi plan se habrá ido por la borda sin siquiera haber empezado.
—No dormiremos juntos, Alexander —protesto enseguida, mostrándome nerviosa y a la defensiva.
Él me regala una sonrisa maliciosa a cambio.
—Que bueno que sea así —espeta entretenido, atisbando un brillo perverso en sus ojos que me llena de confusión—. Lo último que quiero hacer contigo es dormir, preciosa —finaliza mientras camina hacia mi, haciendo que mi cuerpo entre en alerta.
—Alexander... —advierto y él ladea la cabeza, una expresión divertida adueñándose de su rostro.
—Dormir es aburrido, preciosa, puedo mostrarte otras maneras de divertirnos —sonríe con l******a.
Mis pulsaciones se disparan de golpe así que me obligo a pasar saliva, intentando bajar el calor de mis mejillas.
—Y yo puedo mostrarte la salida de la habitación si no dejas de hacer insinuaciones —replico de manera sarcástica cuando consigo formar una oración, viéndolo fijamente.
—Está bien —alza las manos haciendo un gesto de rendición, lo miro de mala gana—. Sólo dormiremos por esta noche —acepta con un tono sospechoso.
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No puedo arriesgarme.
—Te quedarás en el sofá —digo firme mientras me aviento a la enorme cama, permitiéndole a mi cuerpo descansar y liberarse de la tensión en que me pone el demonio.
Él sonríe y niega con la cabeza, luciendo una expresión llena de satisfacción.
—Esta es mi habitación, preciosa. Te compartiré mi cama, pero si no quieres dormir aquí, te toca el sofá.
—Alexander... —chillo, exasperada.
—No cambiaré de opinión.
Lo observo sintiéndome frustrada.
—¡Puedes ser amable! —increpo.
—Nunca he sido un caballero, preciosa, y eso no va a cambiar pronto —su voz se vuelve más grave, incluso peligrosa—. Menos cuando eres tú con quien compartiré mi cama.
Sus ojos me observan en busca de una respuesta, mi mirada viaja al sillón que parece incómodo, vuelvo la vista a la cama, sin querer ceder. Pero la decisión es obvia. Resoplo con rabia y él esboza una sonrisa de satisfacción en los labios.
—¡No estoy jugando!
—Sólo dormiremos, Camille —dice mientras comienza a deshacerse de su traje—. Deja de ver cosas donde no las hay. Ya te di mi palabra, hoy no pasará nada.
Trago grueso, estoy de todo menos relajada y es su maldita culpa. Él provoca este desorden en mí.
—Claro, sólo dormiremos —susurro para mí misma, no muy convencida.
Me ignora y yo no hago más que contemplar escenarios en mi cabeza de todo lo que puede salir mal hoy. Simplemente no le creo.
—¿Qué posición te gusta más? —me pregunta con los labios curvados en una sonrisa, y sigue mirándome como un depredador mira a su presa cuando está a punto de devorarla.
Paso saliva.
—¿Ah?
No entiendo su pregunta, ¿qué posición me gusta más? ¿De qué habla?
—No me expliqué bien, me refería a que lado de la cama te gusta más —se burla y siento la sangre subirme a las mejillas—. Entonces, ¿qué será? ¿Izquierda o derecha? —se acerca peligrosamente a mí, intento retener el poco oxígeno que me queda en el cuerpo pero su cercanía no ayuda.
—Derecho... —trago grueso y él me observa con un atisbo de l******a.
Mi corazón comienza a latir desbocado y siento que se me va a salir del pecho en cualquier momento. Necesito recuperar mi compostura cuanto antes así que me alejo de él casi huyendo y él sólo suelta una risa que retumba en toda la habitación haciéndome sentir diminuta.
Hago caso omiso a sus insinuaciones persistentes. Quiere que caiga nuevamente, pero aunque me cueste demasiado no lo haré.
Él se acuesta en el lado izquierdo de la cama sin mostrarse afectado por mi presencia, llevando sólo un par de bóxers, lo que me permite ver todo su torso d*****o. Sacudo la cabeza, tratando de alejar cualquier pensamiento que lo involucre.
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Tomo el valor suficiente y comienzo a deshacerme del vestido, soy consciente de la intensa mirada de Alexander sobre mi cuerpo, que comienza a quemarme como si fuera un láser, pero la ignoro.
Nada pasará. Necesito enfocarme en eso.
Me quedo en lencería y decido tomar una de las pijamas qué hay en mi equipaje. Cuando termino de cambiarme y me aseguro de que no esté temblando, me acerco hacía la cama.
El aire se vuelve pesado en la habitación. Los ojos verdes y salvajes de mi esposo detallan cada uno de mis movimientos, que me es imposible no flaquear al momento de acostarme.
Dejo escapar un suspiro sintiéndome abrumada, él se acerca a mi cuerpo y sin saber que más hacer, aferro mis brazos a la almohada como si esto funcionara de alguna manera. Los nervios crean un estúpido vacío en mi estómago y no me deja tranquilizarme.
—Camille —susurra, su voz ronca y demasiado baja que siento como si me lo estuviera imaginando todo—, ¿sabes qué deberían hacer los recién casados en su luna de miel? —sus dedos recorren mi espalda con suavidad, enviando una corriente eléctrica por todo mi cuerpo.
Me paralizo.
—¿Cómo lo sabría? —apenas puedo hablar, respirar—. Sólo somos amigos. Tú mismo lo dijiste antes de casarnos —le recuerdo sus palabras y lo noto tensarse junto a mí cuerpo, pero aún así puedo sentir su sonrisa plasmada en mi nuca.
La tensión empeora cuando besa la piel de mi cuello y ahogo un jadeo dentro de mi garganta.
—Los amigos también pueden hacer las mismas cosas que hacen los esposos —me tienta, su voz sonando más áspera de lo habitual.
Mi cuerpo reacciona a su cercanía.
—Olvida lo que sea que tengas en mente y duérmete —mi voz sale firme y él bufa como niño encaprichado.
Pasan unos minutos y la tensión desaparece por completo, él ya no insiste en hacer nada, lo que me mantiene tranquila. No quiero caer en la tentación, pero, ¿cómo voy a hacerlo si duerme a mi lado?
Tenerlo junto a mi y no poder tocarlo me está matando poco a poco, y la torturada parece que soy yo, no él.
Mierda.
No pasa mucho cuando lo siento removerse sobre la cama.
—Olvidaba decirte, me gusta dormir abrazado a algo —espeta con simpleza—. Ya que estás aquí tú serás la afortunada —dice para después envolver mi pequeño cuerpo con sus enormes brazos.
Cuanto más frota su erección contra mis nalgas, más se entrecorta mi respiración, ya que empieza a hacer suaves movimientos con sus grandes manos, trazando una caricia sobre mis muslos desnudos.
No, ya no puedo.
—Si que eres mentiroso —recrimino, mi respiración agitada—. Suéltame, a mi no me gusta dormir así —me remuevo para poner una distancia entre nosotros, pero solo empeoro la situación ya que puedo sentir su m*****o cobrando vida.
—Ya es muy tarde para que sigas discutiendo, preciosa —susurra acomodando su cuerpo al mío, estos se acoplan a la perfección—, hoy solo dormiremos. No tengo ninguna prisa cuando tengo un año entero para follarte como quiero —es lo último que dice en mi oído, pero aún puedo sentir el enorme bulto contra mi t*****o.
Intento alejarme de él pero no me suelta y tampoco afloja su agarre.
—Alexander, por favor —suplico para que me suelte, no quiero dormir así.
Sólo me ilusiona para después destruir mis esperanzas una y otra vez. Un ciclo de nunca acabar.
—No te voy a soltar, Camille —advierte, decidido.
—¿Sabes una cosa? Haz lo que quieras. No me importa —increpo enojada y a la vez rendida ante el calor que me transmiten sus brazos—. Buenas noches, demonio —ríe un poco y puedo sentir mi piel erizarse unos segundos.
Joder, su risa provoca espasmos en mi interior, tengo unas ganas horribles de besarlo.
—Buenas noches, bellezza dagli occhi smeraldo —replica en italiano por segunda vez mientras deposita un casto beso en mi espalda para después volver a acurrucarme en sus brazos.
> El pensamiento me asusta pero no puedo reprimirlo.
Dejo salir un largo suspiro cayendo en cuenta de que esta noche ganará él, una sonrisa se dibuja en mis labios y mi corazón galopa con tanta fuerza que temo que Alexander pueda escucharlo.
Él está abrazándome y aunque quiera decir que me molesta, no lo hace, estoy bastante cómoda debajo de sus enormes brazos, que me envuelven como si quisieran conservarme para toda la vida.
Esta será una larga noche...
Han pasado tres días desde que dormí acurrucada en los brazos de Alexander, desde ese día no hace nada más que dar excusas y decirme que tiene mucho trabajo. Él no ha vuelto a dormir en la misma cama que yo. Tampoco ha intentado algo conmigo. Al contrario volvió a ser el mismo demonio inexpresivo que no es capaz de mostrar afecto alguno.
¿Está será su venganza?
Ilusionarme para después dejarme tirada.
Prefiere quedarse en su despacho hasta altas horas de la madrugada que venir a la habitación conmigo, cuando ya está amaneciendo lo escucho entrar a la habitación, no permanece por mucho tiempo en el mismo lugar que yo, sólo se dispone a sacar su ropa y se vuelve a ir.
Se ha convertido en su rutina.
Mentiría si dijera que su indiferencia no me duele, pero es que ya lo veía venir. Él es así y no sé porque diablos sigo aferrándome a la mínima esperanza de que él cambiará, porque es muy obvio que no lo hará. Ni por mí ni por nadie.
Ya no soporto la situación y eso que solo han sido tres días en los que he estado encerrada en estas cuatro paredes, mi luna de miel no es tan dulce como dicen. Por primera vez en mi vida quiero ser feliz y saber que se siente que amen con la misma intensidad con la que tú amas. Cada vez me cuesta más aceptar que esto no pasará si me quedo al lado de Alexander.
A este paso, el año se ve como un m*****o siglo que me condena a estar con él demonio.
Le doy un último vistazo a mi reflejo y me siento satisfecha con lo que veo, ondas cayendo en cascadas sobre mi espalda, vestido suelto floreado, labial rosa pálido y sombras neutrales.
Todo va muy bien hasta ahora, hoy no dejaré que él arruine mi día ni que interfiera con mi estado de ánimo. Si él quiere quedarse en su despacho y seguirse lamentando por haberse casado conmigo que lo haga, yo no pienso seguir quedándome encerrada en estas cuatro paredes que me están asfixiando.
{Belleza de ojos esmeralda ~ Bellezza dagli occhi smeraldo}