Capítulo XXXVI

4093 Words
Alexander Observo los papeles esparcidos que se encuentran enfrente de mí, lo hago con suma atención pero me es imposible enfocarme en el trabajo cuando mi cabeza solo piensa en ella y en sus malditos ojos esmeralda que me tienen bajo un hechizo del cuál no puedo escapar. Todo mi mundo se revuelve en ella y no entiendo como puedo estar tan prendido de una persona cuando creí que me era indiferente. No es sano. Me he mantenido alejada de ella por tres días, tres malditos días que han sido una puta eternidad llena de suplicio, supe que dormir a su lado no era una buena idea, pero aún así lo hice porque el d***o de compartir un momento íntimo con ella fue más fuerte que mi promesa. La promesa de no dejar entrar a alguien más en mi vida, pero que cuando la tuve bajo mis brazos, respirando pausadamente contra mi pecho, su cálido olor llenando la habitación, olvidé todo lo que algún día juré. Sentí algo diferente, algo que pensé que sería incapaz de volver a sentir. Emoción. Los demonios de mi cabeza se callaron por primera vez en muchos años, Camille logró apaciguar esos demonios que me atormentan a diario. Todo mi t******o se desvaneció con solo tenerla a mi lado. Y es que cuando escuché el compás de su respiración y su corazón latir lentamente contra el mío, las voces de mi cabeza se hicieron nulas. La tranquilidad que ella me transmitió esa noche me aterró y salí corriendo temiéndole a ese sentimiento ajeno que no había vuelto a sentir en años. Hace tiempo añoraba volver a sentir algo, luché por volver a experimentar algo que no fuera dolor y rabia, pero después de años sin éxito, me rendí. No seguí adelante. Dejé de buscarle sentido a mi vida y me resigné a la oscuridad llena de esos demonios que me consumían a diario. Y ahora cuando logro sentir una emoción salgo huyendo como un m*****o cobarde. Aunque sé que no estoy enamorado de Camille, ella es lo más parecido a la felicidad que he sentido en años. Para ser exactos, han sido trece años desde que mi madre se fue para siempre >. Tenía quince años cuando mi madre empacó todas sus cosas y se fue con su amante. Mi padre quedó destrozado por su abandono, la amaba y yo también lo hacía, pero él sí pudo salir adelante y encontrar la felicidad con Amelia. Yo no pude. Preferí hundirme en mi dolor, un dolor que me consumía como un veneno en la sangre, le había llorado a mi madre esa noche para que no nos dejara o tan siquiera me llevara con ella, pero no quiso. No nos eligió a nosotros. Se fue sin ningún remordimiento y jamás miró atrás. La esperé por años, mi vida se detuvo por su abandono. Me sentía incapaz de continuar con mi vida sin ella, mi mundo había perdido su color. Todo el dolor amenazaba con acabar con mi existencia y sinceramente no me importaba si lo hacía. Hasta que un día todo se detuvo, la rabia había reemplazado el dolor, y la odiaba con todas mis fuerzas, pero lo que más odiaba era que no hubiese regresado por mí. Para cuando tenía dieciocho años, era un chaval que participaba en peleas de boxeo ilegales, bebía como si no hubiera un mañana, fumaba a toda hora, me drogaba aunque no siempre estaba consiente para recordarlo. El mundo entero valía una m****a para mí y no me importaba hundirme en él si eso significaba dejar de sentir. Los golpes físicos que recibía en las peleas de boxeo sosegaba mi dolor emocional, lo apagaba por unas horas, todo ese mundo de perdición parecía funcionar hasta que un día ya no lo hizo y quise morir. La única solución que tenía para aguantar todo lo que me desgarraba el alma había dejado de funcionar, ¿ahora que me quedaba? Nada. Mientras me encontraba en ese mundo de m****a conocí a Eva, se puede decir que fue mi primer amor. O quién sabe que fue en mi vida. Nuestra historia fue instantánea y pasajera, tan pasajera que se la llevó el viento en meses. Eva era el tipo de persona que te manipulaba a su antojo, no lo logró conmigo y eso la sacó de quicio. Jamás fui el hombre que ella quería, no era manejable aunque ella juraba amarme, me soportó por meses hasta que un día se cansó de mí, como todo mundo lo hace y se fue como lo hizo mi madre. Sin mirar atrás. A pesar de que Eva fue mi primer amor, no bastó para que mi corazón se rompiera más, pensé que su partida dolería, pensé que me destrozaría aún peor de lo que lo había hecho el abandono de mi madre, pero estaba tan equivocado. La partida de Eva no me dolió tanto como yo esperaba, lo que dolía era saber que no era lo suficiente para que alguien se quedara a mi lado. Todo me atormentaba y me hacía añicos el alma, necesitaba deshacerme de todo el dolor que amenazaba con acabar conmigo y lo logré. Apagando todo lo que me hacía sufrir. Si no sientes, no sales herido. Después pasé a llenar mi cuerpo de tinta, primero fue un tatuaje, de ahí otro, y otro, y otro, hasta que mi cuerpo quedó repleto por esa tinta negra que cubría mis grietas y alimentaba mis demonios. No me arrepiento de nada en mi vida. No me arrepiento de haber apagado aquella emoción inservible, no volveré a sufrir por una mujer. Me niego a experimentar de nuevo el dolor que sentí al ver a mi madre irse mientras le rogaba como un niño que no lo hiciera. No volveré a vislumbrar la tristeza en los ojos de Eva cuando me pidió que cambiara por ella y no lo hice. Ella decidió irse y yo no la detuve, no quedaba nada en mí para ofrecerle y lo mejor era que ella me dejara. Todo el mundo me había abandonado y una persona más no haría la diferencia. Desde que ella y mi madre se fueron de mi vida, mis demonios despertaron, esos demonios me convirtieron en el Alexander que soy ahora, siempre me atormentan y me recuerdan porque no debo dejar entrar a ninguna mujer a mi corazón. Y yo necesito dejarla antes de que ella me deje a mí, el control es lo único que tengo en estos momentos y no estoy dispuesto a dárselo a Camille. Ella tiene la posibilidad de destruirme, pero no lo permitiré. A las debilidades se les elimina antes de que te destruyan. Y Camille es eso, una debilidad. No puedo dejar que siga manejándome a su antojo, porque cuando estoy cerca de ella siento que no soy dueño de mi mismo. Odio perder el control de mí. No me permitiré sentirme vulnerable nuevamente. Ni siquiera con ella. Con todas las mujeres es más fácil, con las otras soy yo el que tiene el control y puedo manejarlas a mi antojo. Pero con ella todo es al revés, no soy dueño de mis pensamientos, no soy dueño de mis actos, no soy dueño de mi cuerpo, ella se apodera de todo y ni siquiera se da cuenta. Su ingenuidad me resulta fascinante y repulsiva al mismo tiempo. Jamás seré capaz de admitirme a mí mismo que ella me importa más de lo que debería. La odio por ser tan ingenua, tan bella, tan inocente, tan rebelde y también me odio a mi mismo por desearla como un m*****o loco que nunca puede tener suficiente de ella. Cada vez que estoy cerca de Camille todo se va a la m****a y lo único que quiero es follarla hasta que las ganas que siento por poseerla de mil maneras cesen de una vez por todas, pero lo peor es que siempre tengo ganas de ella. No me gusta la situación, todo tendría que ser fácil. Y no lo es, maldita sea. Necesito enfocarme en lo que en verdad importa y eso es la herencia que voy a cobrar en dos días. Yo seguiré siendo el m*****o egoísta que vive atormentado por demonios y ella seguirá siendo la misma ingenua que se enamoró de alguien que jamás le corresponderá. A eso estamos condenados Camille y yo, siempre fracasaremos en nuestro intento fallido de ser algo más, no importa que seamos esposos porque al final de cuenta no somos nada y ella lo sabe solo que le cuesta aceptarlo. Seremos esas líneas paralelas que están condenadas a estar juntas, pero nunca se tocan. Los demonios y la inocencia se repelan. Yo la condenaré a eso, nunca le daré mi amor, sólo seremos dos cuerpos que se rinden al d***o que emiten cuando están juntos. Pronto lo aceptará, ya puedo ver el brillo de la decepción en sus ojos, se está cansando de mi actitud y eso es lo que necesito. Quiero que se decepcione de mí y que vea con sus ojos que yo no valgo la pena. Nunca he sido lo suficiente ni lo seré. Ni siquiera mi madre se quiso quedar conmigo mucho menos ella que no es nadie lo hará. Los sentimientos son una puta m****a que te hacen añicos el corazón y te dejan con una herida que parece no querer sanar. Eventualmente también me abandonará, sé que lo hará y cuando llegue el momento prefiero no sentir nada por ella. Si no te importa la persona, no dolerá su partida. Haré hasta lo imposible para evitar que Camille me siga hechizando con esos ojos esmeralda. Su encanto no logrará derribarme, ella no podrá conmigo. Porque soy un hijo de puta que prefiere destruirla antes de que ella me destruya a mí. Tal vez ella parezca indefensa ante los ojos de todo el mundo pero no lo es. Por eso mismo la odio con la misma intensidad en que la d***o, la inocencia que irradia obliga a mis instintos a p*******r cada rincón de su alma. Ella es peligrosa y lo tengo muy claro. Ella es la peor combinación para cualquier hombre que no busca enamorarse. A las debilidades se les tiene que eliminar al instante, no puedo permitirme sentir algo más por ella. No quiero hacerlo. Puede que me someta a la l*****a que emana su adictivo cuerpo, estaré preso de la tentación porque eso es lo único que no me permite liberar las cadenas que me atan a ella. Pero solo es eso, d***o, tentación y l*****a. Los demonios no se enamoran, estamos condenados a estar solos y tal vez por eso todas las mujeres a las que he querido se han ido de mi vida. No soportan la oscuridad de los demonios y ella tampoco lo hará, estoy convencido de eso. Por eso tengo que apartarla de mí antes de que salga herida por una persona que no vale la pena... El sonido de la puerta abriéndose me saca abruptamente de mis pensamientos, levanto la mirada para encontrarme con ella. El puto delirio que no me deja nunca. Lleva puesto un vestido floreado que deja sus piernas al d*********o, lo cual aviva una llama de d***o que me recorre de pies a cabeza, mi cuerpo se tensa por su presencia y por más que intento no quedarme observándola como un psicópata, lo hago. ¿Por qué diablos me pone así? Su rostro expresa en una mezcla de timidez y seguridad, necesito enseñarle modales. —¿No te enseñaron a tocar la puerta antes de entrar? —pregunto mientras me levanto de mi asiento. Ella mantiene su posición, no muestra ningún ápice de nerviosismo y eso me prende de una forma que me asusta. Porque sé que sí se lo propone, puede jugar tan bien cómo yo. Entreabre los labios y termina esbozando media sonrisa, —Perdón —se disculpa torpemente, aunque no le importa. Pone los ojos en blanco sin darse cuenta lo que provoca en mí. Aprieto la mandíbula con los pensamientos que me atraviesan. > Maldita conciencia. —Por lo visto no tienes modales —la reprimo sin querer hacerlo y arruga la nariz, fastidiada. —Ya te dije que lo siento, pero necesito hablar contigo —muerde su labio como si quisiera decirme algo y no se atreviera. La incertidumbre me invade de repente. —Dime —pido con seriedad. —Voy a salir de la mansión, ya no quiero estar encerrada aquí —suelta de repente. Después deja escapar una exhalación, casi aliviada. Oculto una sonrisa y ella me observa impaciente, esperando mi respuesta. No sé cómo diablos me voy a controlar cuando lo único que quiero es ponerla sobre mi escritorio y embestirla hasta cansarme. Hasta que mi maldita sensatez regrese y me recuerde porque no puedo dejarla entrar en mi corazón. —No puedes salir de aquí —hablo firme, sin mostrarle como me pone. Ella hace un gesto de incredulidad. —No te estaba pidiendo permiso, te estaba avisando. Me desafía sin ninguna pizca de miedo en sus ojos, mi mirada recae sobre su cuerpo y la veo pasar saliva. No es inmune a mí y eso me encanta. Me calienta más de lo que debería y lo acepto. —No saldrás y punto —impongo mi voluntad sobre ella. Me niego a que salga sin mi, ni siquiera conoce Italia y, además, para que quiere salir. ¿No le basta quedarse aquí? Esto no son vacaciones. —Solo te estaba avisando, deja tus dramas de esposo protector que no se te dan —protesta con enfado. Su comentario es como un balde de agua fría sobre mi cuerpo y logra enfadarme. Porque la idea de que ella piense que no me importa comienza a molestarme. ¿Quién se cree para hablarme así? Tiene la boca suelta y confieso que muero por castigarla. —Camille, no juegues con mi paciencia —le advierto, mi postura rígida. Ella sonríe con rebeldía y mi pulso se acelera, cortándome la respiración y haciéndome sentir que voy a colapsar en cualquier segundo. Como el experto que soy, no le dejo ver el efecto que tiene en mí. La faceta de frialdad se ha adherido a mi piel desde hace años, eso es lo único qué hay. Le regalo una mirada fría e inexpresiva, ella se tensa y comienza a respirar con agitación, alterándome los nervios. —No eres mi padre para que decidas si puedo salir o no —increpa enojada, pese a que su voz es un susurro—, ya estoy lo suficiente grande para hacer lo que se me venga en gana —dice para después voltearse y abrir la puerta del despacho dispuesta a irse. Soy más rápido que ella y le obstruyo el paso poniendo mi mano en la puerta, ella se tensa y suspira nerviosa. Mi cercanía siempre la pone así y joder..., me encanta. —Alexander, basta —vuelve a suspirar, agotada. Hundo mi nariz en su cuello y aspiro ese aroma a vainilla que logra envolverme, despertando todos mis sentidos y esos instintos que me gritan que nunca la deje ir porque no podré sobrevivir sin ella. Mi cuerpo reacciona a la belleza que tengo bajo mío. Comienzo a dejar besos en la piel de su cuello haciendo que suelte una variedad de gemidos casi inaudibles, pero que mis oídos logran captar, y solo eso basta para que mi m*****o se ponga duro. Ella está inquieta por mi cercanía. La d***o. La d***o tanto que duele. —N-no, basta —jadea, entrecortada. Sigo trazando un camino de besos por su cuello, ella cierra los ojos tratando de contener todo lo que provoco en ella. Mis manos viajan a su cintura y la presiono contra mí porque nunca estoy lo suficiente cerca de ella. Busco apoderarme de sus labios y ella ladea la cabeza, negándome el placer de besarla. Dejo escapar un gruñido de insatisfacción e impotencia. Y cuando estoy a punto de protestar, me empuja con todas sus fuerzas, la observo con perplejidad por su acción. Su cara roja y sus labios temblando es lo único que vislumbro. No entiendo nada, sus ojos me observan por unos segundos y después las lágrimas comienzan a rodar por sus mejillas. ¿Le hice daño? ¿Por qué diablos llora? —Basta, Alexander, no puedes seguir jugando de esta manera con mis sentimientos. Tú sabes lo que siento por ti y aún así, siempre te aprovechas de mi debilidad por ti —suspira con pesadez y trata de retener el llanto pero le es imposible—. Ya estoy cansada de tú bipolaridad, un día me besas, otro día me ignoras, luego me celas, luego te enojas. No puedo seguir así. Así que te pido que me digas, ¿qué diablos quieres? —pregunta viéndome directamente a los ojos, tratando de descifrarme y encontrar la respuesta. ¿Qué es lo quiero? No respondo, frunzo el ceño y la observo atónito, incrédulo de sus palabras. Mis ojos se desorbitan unos segundos, sabiendo que estoy a punto de j***r todo. Porque quisiera decirle que solo quiero su cuerpo, que la d***o como nunca he deseado a nadie en mi puta vida, pero seguiría haciéndole daño como siempre lo hago. Aunque trato de ser honesto con ella, pero siempre confunde las cosas. Maldita sea. —Camille… —intento evitar una discusión. La nota de seriedad que cripta mi voz la pone peor y me mira con decepción. —¡Vamos, dime! ¡¿Qué demonios quieres de mí?! —pregunta en un sollozo cargado de dolor que me paraliza—. Dijiste que sólo querías ser mi "amigo", ¡pero haces todo para confundirme! ¿Por qué? —rompe en llanto y no me atrevo a reaccionar. > Mi subconsciente me riñe y mis demonios comienzan a tomar el control de la situación. La furia reemplaza a los pocos sentimientos que quieren salir a flote y sé que voy a lastimarla de nuevo. —¿Y qué hay de ti, eh? No eres una blanca paloma —la encaro, furioso—, ¿necesitas que te recuerde lo que pasó en el avión? Ahí se te olvidó que éramos amigos, ¿no? —prosigo, desquitándome con ella. La rabia comienza a calentar mi cuerpo, soy incapaz de detenerme y sé que explotaré en cualquier momento. —Eso te lo merecías —sonríe sin ganas. Claro que lo merecía pero jamás se lo aceptaré, ella también juega con fuego y no le gusta quemarse. —Entonces deja de hacerte la víctima cuando también haces lo mismo —me frustro todavía más—, yo fui claro cuando te dije que solo buscaba sexo y tú lo aceptaste —siseo en una rabieta y esta vez, me deja un sabor amargo en el paladar. —¿Y no te acuerdas cuando querías ser solo mi amigo? —se defiende y no sé que decir—. Eres un m*****o mentiroso que solo busca herirme. Se convirtió en un juego para ti, pero sabes qué, ¡no me estoy divirtiendo! Sus ojos se inundan en lágrimas, pero mi enojo es más grande que no me deja consolarla. Y esta vez me duele no hacerlo porque su dolor no me es indiferente. —La que evidentemente tiene un problema conmigo eres tú —increpo, perdiendo los escrúpulos—, háblame claro, Camille. No voy a jugar a este m*****o juego de quien tiene la culpa contigo —espeto con frialdad, aborreciendo el dolor que veo en sus ojos—. Dime, ¿qué m****a quieres para dejar de actuar así? —arremeto sin tenerle piedad a sus sentimientos. Me mira dolida y algo dentro de mí se rompe. —¿En serio quieres escuchar lo que quiero, Alexander? —pregunta, inyectándole veneno a sus palabras. Paso saliva con dificultad a la vez que sus ojos me fulminan. Su cuerpo tensándose por la rabia que siente hacía mí. —Acabamos con esto de una buena vez. Ya estoy harto de esta situación —suelto irritado y su mirada se endurece. —¿Y tú crees que yo no estoy harta de todo este m*****o lío? —cuestiona sin poder creerse lo cruel que puedo llegar a ser—, ¿crees que eres el único que está cansado de tanta confusión? Aprieto la mandíbula, enfadado. Decepcionado. —Entonces di lo que quieres. Sé clara porque no tendrás otra oportunidad de hacerlo. Me mira indecisa y lo duda unos segundos, pero termina hablando para dejarme sin aire. —Quiero ser capaz de mirarte a los ojos y no sentir nada por ti —solloza y su nariz se pone roja al instante—, quiero ser capaz de mirarte fijamente y no sentir un millón de mariposas revoloteando en mi estómago, quiero ser capaz de mirarte sin que se me salga el amor por los ojos, quiero ser capaz de mirarte sin que mis piernas flaqueen, quiero ser capaz de mirarte y que no me suden las manos, quiero ser capaz de mirarte y que no se me salga el corazón por la boca —se detiene y me observa dolida, he llegado a su límite y ha explotado por mi maldita culpa. Entreabro los labios para objetar algo, pero me corta al instante, con unas palabras que tienen el potencial de destruir cada una de mis barreras. —Quiero ser capaz de ya no amarte, Alexander. Le dedico una mirada inescrutable para ignorar el hecho de que su última oración me caló en lo más profundo de mi ser. Verla llora ya no me es indiferente y me maldigo mentalmente por dejar que esto me afecte. No puede importarme. Lucho con todas mis fuerzas para no abrazarla, para no decirle que soy un completo idiota. Sólo permanezco en silencio, dejando que todo se desmorone a nuestro alrededor. Sus ojos me observan suplicando que diga algo. Pero no lo haré. No voy a salvarnos. Pasan unos segundos y su rostro se llena de decepción. Sé que esperaba otra reacción de mí pero no pasará. No puedo mostrarle lo vulnerable que me han puesto sus palabras. —¿No dirás nada? —pregunta y le tiembla el labio inferior. Hace el mismo gesto cada vez que se va a romper. Me quedo en mi misma posición y no digo nada, sus ojos se inundan de lágrimas cargadas de rabia. Me observa como si no pudiera creer lo frío que puedo llegar a ser. Pero no cambiaré lo que soy por ella. Es mejor que se acostumbre, no hubo, no hay, y tampoco habrá otro Alexander. —¡Eres un m*****o cobarde! —solloza sin poder mirarme a los ojos—. ¡Dime algo, habla maldita sea! —golpea mi pecho sin causar daño alguno. El daño provocado está en otra parte. Sigo sin decir nada, tampoco le muestro como su dolor y rabia me está afectando. Ya no quiero seguir lastimándola pero todo es tan nuevo para mí. Todas estas emociones me atropellan al mismo tiempo. La situación se me está saliendo de las manos. No perderé el control por sus tontos sentimientos, es todo lo que tengo y ella no me lo quitará. Sin más, me empuja lejos de ella y sale del despacho, dejándome parado como un idiota. No fui capaz de decirle algo. Tiene razón, soy un m*****o cobarde. Pero es mejor que se resigne a que nunca la voy a amar, tiene que aceptarlo y decepcionarse de mí. Empiezo a tirar todo lo que hay a mi paso, papeles, vasos, lápices, libros, todo sale volando. Destruyo todo lo que me rodea para matar las ganas que tengo de salir a buscarla y decirle que me perdone por haber sido un estúpido con ella. La odio tanto, la odio por hacerme sentir de esta forma, como si yo fuera tan frágil. Ella me hace vulnerable y lo repudio. Porque ahora sus palabras me queman en lo más profundo, y el miedo comienza a crecer en mi interior. Ella también me abandonará. Si lo hará y será culpa mía. Porqué ella nunca romperá mi corazón, seré yo él que la lastime, él que rompa su corazón. ¿Qué más da? Hago pedazos la mesa de cristal creando miles de vidrios que se esparcen por todo el despacho y me recuerdan lo bien que se me da destrozar todo lo que toco. Mis demonios despiertan a consecuencia y comienzan a atormentarme como siempre lo hacen, sacando lo peor de mí.
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