Capítulo XXXIV

3714 Words
Camille Parpadeo varias veces mientras me obligo a abrir los ojos, intentando acostumbrarme a la tenue luz que se filtra por los orificios de la habitación en donde me encuentro. Me enderezo sobre la cama lentamente. La siesta estuvo extrañamente cómoda, sin duda necesitaba descansar, o tal vez sólo necesitaba un respiro de todas mis preocupaciones. Bostezo y me paso la mano por la cara antes de empezar a inspeccionar la habitación, no obstante, mi mirada se detiene abruptamente en una silla en dónde se encuentra mi esposo, sentado, viéndome con una intensidad que me hace estremecer. Incorporo mi cuerpo por completo, deshaciéndome de la sábana que me cubre y trato de ocultar mi confusión de porque diablos yace en esa silla observando en mi dirección como si de un maniático se tratara. Suelto un ligero suspiro y entrecierro los ojos tratando de leer su expresión ya que su mirada me grita que me puede atravesar hasta el alma. ¿Me habrá visto dormir? No, no lo creo, pero entonces, ¿qué hace ahí? No permanecemos en silencio por mucho tiempo ya que rompe la magia de nuestras miradas cuando entreabre los labios para entablar una conversación. —Buenos días, Camille —la sutileza de su voz es fascinante, un suspiro entrecortado abandona mis labios sin que pueda evitarlo. Me obligo a pasar saliva. Él sonríe por su parte y enarco las cejas, confundida, no sé a qué se debe su buen humor. Todo es tan extraño con él. —Buenos días, Alexander —imito su acción, él se levanta de la silla sin dejar de repararme con la mirada y eso me hace sentir más nerviosa de lo que me gustaría admitir—. ¿Qué hora es? ¿Ya aterrizamos? —pregunto somnolienta. Estoy tratando de mantenerme cuerda, lo que parece prácticamente imposible porque solo basta tenerlo a él en una misma habitación para sentir como mi cuerpo se tensa por completo. —Es tarde pero todavía no hemos llegado a nuestro destino, te la has pasado dormida por más de diez horas —dice mientras toca su mentón con cierta complicidad. Le regalo una mirada gélida, intentando no traicionar ninguna emoción. —Supongo que estaba muy cansada —carraspeo con dificultad, no sé qué debo decir después de lo sucedido ayer, porque estoy completamente segura que no lo ha olvidado. —Entonces me alegro de que hayas descansado, aunque debo confesar que no sabía que roncabas. —dice él con voz áspera, ocultando una leve sonrisa que hace que me ponga roja al instante. Mi boca se abre en forma de O. Lo miro ofendida, sin saber que alegar. Yo sé que no ronco. —¡Me estás mintiendo! Yo no ronco —protesto enseguida, sacudiendo la cabeza, lo que le hace sonreír mostrando su perfecta dentadura. —No me considero una persona que mienta, Camille —Lo dice en un susurro bajo, pero se asegura de que le oiga perfectamente. Me cubro la cara con ambas manos, avergonzada. —¡No puede ser cierto! —maldigo para mí misma. —Lamento ser yo la persona que te lo diga, pero alguien tenía que hacértelo saber —se burla y mis ganas de ahorcarlo incrementan. —¡No me jodas, Alexander! —me quito las manos de la cara y lo miro con dureza. La diversión está incrustada en cada uno de sus gestos. —No te pongas así, preciosa, no es motivo suficiente para divorciarnos —continúa con su burla que no me hace ninguna gracia, su sonría se amplía todavía más. Lo miro sin ningún atisbo de diversión. —¡Que no es cierto! —increpo, exaltada—. ¡Deja de decir mentiras! Alexander se encoge de hombros, casi desinteresado. —Sólo estás tratando de negarlo. Niego rápidamente. No lo creo. Además, ¿cómo pudo notarlo? Entrecierro los ojos mientras mi corazón se acelera en realización. —¡Que no! —chillo, tratando de buscar una explicación o excusa—. Espera, incluso si eso fuera cierto, ¿cómo lo sabes? —lo apunto con el dedo índice, acusándolo. La sonrisa arrogante se le borra del rostro. Ni siquiera sabe cómo responder a lo que pregunté. —¿Eh? —suelta haciéndose el desentendido. Esta vez soy la que reprime las ganas de burlarme. —Oh, por Dios, ¿me estuviste vigilando mientras dormía? —me llevo las manos a mi boca un tanto sorprendida y él comienza a negar, nervioso. Oh, claro que lo hiciste, cariño. —No te creas tan importante —trata de recomponer su postura. Ruedo los ojos en su dirección. —Créeme que no lo hago —le respondo en un susurro, casi sintiéndome decepcionada. —No velo el sueño de nadie —sus ojos verdes brillantes puestos sobres los míos—. Nunca lo he hecho, tú no serás la excepción. —Sentencia en tono sospechoso, me muerdo el labio para reprimir mis ganas de decir lo que en realidad pienso al respecto. Me observa fijamente y me encojo de hombros. —Si tú lo dices —vacilo mientras juego con mis dedos. Él se da cuenta. —No te estaba vigilando, Camille —espeta con una voz de enfadado y a la vez resignado—, te estaba viendo, sólo eso. Mis mejillas se encienden sin remedio, no me aguanto las ganas de burlarme en su cara y termino soltando una risa sarcástica. —Es lo mismo —esclarezco, él sigue negando—, vigilar y verme dormir —menciono con media sonrisa. Él aprieta la mandíbula. Mis ojos viajan a su torso d*****o y al instante mi corazón se acelera sin siquiera pedirme permiso. Las ideas que comienzan a vagar por mi cabeza me hacen pasar saliva y me veo a mi misma pasando mi mano por su musculoso cuerpo, acariciando cada espacio, rozando su piel desnuda. —Deberías cambiarte, hay ropa femenina en el armario de la izquierda —cambia de tema y salgo de mi trance cuando vuelve a hablar—, aterrizaremos en media hora —me avisa mientras camina al mismo armario y saca un traje azul marino—. No tardes demasiado —pide volviendo al tono distante de siempre. Ya no digo nada sobre el tema, sé que me ha estado viendo mientras dormía, ¿pero por qué? ¿Qué es lo que pasa por su cabeza? Además, cabe aclarar que yo no ronco... Sin mostrar ningún ápice de vergüenza en sus movimientos, comienza a quitarse su pantalón enfrente de mí, quedando como dios lo trajo al mundo, y mostrando ese cuerpo que gratamente es digno de admiración. Se encuentra de espaldas lo que me permite ver su t*****o perfectamente redondo y alzado, mi pulso se acelera y mis mejillas arden al verlo desudo ante mí. No es la primera vez que lo veo así, pero es que joder..., esta buenísimo. Se mueve para empezar a colocarse el traje. Está muy bien dotado, señor Rossello. —¿Ve algo que le guste, señora Rosselló? —pregunta sin voltear de su posición, el calor se concentra en mis mejillas y me veo a mi misma tratando de mantenerme cuerda. Podría asegurar que tiene una sonrisa triunfante en su rostro en estos momentos. Sin embargo, no le daré el gusto de que vuelva a intimidarme. —No es nada que no haya visto antes —digo con seguridad—. Y debo admitir que no es de mi agrado —miento, encogiendo los hombros y fingiendo un desinterés que no siento. Se vuelve hacia mí uniendo nuestras miradas y una sonrisa se empieza a formar en la comisura de sus labios. El brillo malicioso de sus ojos me hace temblar, pero no lo muestro. —Las mentirosas no van al cielo, preciosa —su voz me cobija y no encuentro la manera de detener el cosquilleo que se acentúa en mi estómago. —Los demonios tampoco —contraataco y suelta una carcajada. En ese preciso instante caigo en cuenta de que tiene la risa más hermosa del mundo, podría jurarlo. —Siendo así nos veremos en el infierno —el verde desafiante de sus ojos me obliga a verlo con mayor intensidad—, siempre supe que estábamos destinados a arder juntos —sentencia acomodando su corbata de manera sutil. Niego rotundamente. —Que pena por ti, tendrás que arder solo —oculto mi sonrisa para que no se de cuenta que estoy mintiendo. Porque en efecto, sería un j****o placer arder junto a él. —Díselo a tu cuerpo, que siempre arde en un fuego insaciable cuando hace contacto con él mío —me provoca—, y ya no importa cuanto lo quieras ocultar, me deseas con la misma intensidad en la que yo te d***o a ti, pero el problema es que no sabes jugar sin perder —sonríe airoso mientras hace una leve pausa para inspeccionarme. —¿Y según tú por qué no se jugar? —Indago. Se le escapa una sonrisa vacía. El sonido carece de cualquier emoción. —Porque el que se enamora pierde y, déjame decirte preciosa, tú ya has perdido desde hace mucho tiempo. Intento ignorar el nudo que se comienza a formar en mi garganta. —Siempre sin filtros, ¿no? —pregunto, arqueando una ceja. Se encoge de hombros desinteresadamente. —En la vida siempre hay que ser directos, Camille, no harás daño a nadie si la gente sabe a lo que se atiene —expresa sin dejar de verme. > pienso al momento en que las palabras abandonan sus labios. —No importa cuán claras dejes las cosas, la gente siempre sale herida. Suelta una risa sarcástica y me mira con cierta intensidad, que me resulta imposible no sentirme expuesta ante él. —Porque el ser humano tiende a crear grandes expectativas en personas de las que no debería esperar nada a cambio —admite y, por primera vez, veo un atisbo de sinceridad brillar en sus ojos. ¿Está hablando de él mismo? Sus ojos se enfocan en mí como si quisiera saber lo que pienso, pero en este momento ni yo sé que pensar. Me siento confundida. —Algunas personas cambian —no sé para quien lo digo—, sólo necesitan que alguien crea en ellos. Ni siquiera sé si estoy intentando convencerme de eso. —En eso te equivocas, la gente no cambia, sólo aprende a mentir mejor ocultando sus verdaderas intenciones. —Rompe la conexión visual y trata de recomponer su postura. —Yo sí creo que las personas cambian —insisto, con la mirada centrada en él. Él vuelve a mirarme con la misma intensidad de antes, se detiene y tensa la mandíbula como si quisiera contenerse de decir algo indebido. —Entonces acostúmbrate a la derrota y a salir herida —suelta sin más—, porque las personas que te han mostrado su verdadera cara no cambian y si sigues esperando su rendición, sólo te agotarás a ti misma. Su mirada se vuelve inexpresiva y sinceramente ya no me sorprenden sus repentinos cambios de humor, es algo tan normal en él. "Su personalidad". Desvío la mirada y me levanto de la cama dispuesta a cambiarme, una parte de mi tiene nervios de que intenté algo para provocarme, pero no lo hace. Alexander termina de ponerse el traje y se acerca a un armario para sacar un reloj, muy bonito por cierto, lo coloca en su muñeca para después caminar al espejo sin voltear a verme, ni siquiera un vistazo fugaz. Abro el armario que me indicó hace un momento y me encuentro con varios cambios de ropa, blusas, jeans, chaquetas, vestidos, lencería, joyas, zapatos y accesorios para el cabello. Quedo sorprendida al ver todo eso, no me imaginé que a esto se refería cuando dijo que tenía todo preparado. Levanto la mirada y lo atrapo observándome por el espejo de enfrente. Aún sigo con la misma lencería de anoche, trato con todas mis fuerzas para no sonrojarme ante su intensa mirada y lo logro. No sé de dónde saco las agallas, pero comienzo a deshacerme lentamente de la delicada tela que cubre mi cuerpo, mi desnudez queda expuesta ante él, por alguna razón no siento pena de mostrarme así. No es nada que él no haya visto antes. Volteo a verlo y nuestros ojos se unen desafiandose unos a otros, una burbuja hipnotizante se crea entre nosotros, su mirada recorre mi cuerpo de pies a cabeza, me regala una sonrisa coqueta y mi cuerpo comienza a sentir esas oleadas de calor que él provoca en mi. Sin más aparto la mirada y me vuelvo nuevamente, cojo un vestido azul cielo, ajustado con tirantes, es sencillo pero bonito. Alexander termina de alistarse y sale por la puerta sin decir nada. Y aunque intente no darle vueltas al asunto o buscarlo un significado a sus palabras, me quedo pensando en todo lo que ha dicho, hay demasiadas dudas dentro de mí. Yo sí creo que las personas cambian, pero lo hacen cuando ellos en realidad quieren cambiar. Sin embargo, Alexander me ha demostrado que él no quiere cambiar y ya no importa como quiera seguir disfrazando sus palabras. No me quiere y tengo que enfocarme en eso para resistir lo que se viene. ******* Tras una hora de viaje en el auto, inmersos en un silencio interminable y soportando la tensión que nos embargaba, llegamos por fin a la casa o más bien mansión que vio nacer a mi esposo. A lo largo se observan enormes viñedos que rodean el lugar, todo es de ensueño y parece salido de una revista de paisajes. Ya nos esperan dos hombres vestidos de n***o afuera de la residencia y en cuanto nos bajamos del auto, nos atienden con bastante amabilidad. Alexander adquiere una mirada inescrutable que se puede descifrar como su manera de mantener su distancia, sin embargo, no se comporta de una manera déspota. Él saluda a todos los empleados en su idioma natal >. Por su manera firme de hablar y hacer gestos, puedo deducir que les está dando instrucciones de lo que deben hacer con el equipaje. Lo hace de una manera tan autoritaria y sensual. Entramos a la gran mansión, una señora risueña nos saluda con emoción y nos ofrece algo de beber a lo cual ambos nos negamos. Estamos cansados por el viaje, pero debí suponer que Alexander no estaría quieto por más tiempo. Ya sacó la excusa de que tiene un millón de pendientes por terminar. Él se dirige a su despacho sin decirme nada, reparo mi alrededor sin saber que hacer y decido tomar el camino opuesto. Emprendo mi huida pero esta se ve estancada cuando la voz de Alexander hablando con alguien más me detiene. ¿Hay alguien más en el despacho? Me acerco siendo muy sigilosa de mis pasos, no soy ninguna chismosa, pero si soy curiosa. Nerviosa, recargo las manos en la pared y acerco mi oreja a la puerta del despacho. No tardo en escuchar las voces prominentes. —¿Qué diablos haces aquí, Leonardo? La voz acogedora de mi esposo recibe al hombre llamado Leonardo. —¿Así es como recibes a tu mejor amigo? Me puedo imaginar a Alexander rodando los ojos por el comentario del tal Leonardo. —Me enteré de que te has casado y no por ti. Y muero de ganas de saber quien logró conquistar al gran Alexander Rosselló —comenta Leonardo con tono burlón pero a la vez a acusatorio. Si supiera. —Déjate de estupideces, Leonardo, ¿cómo supiste que estaría aquí? —El abogado de tu difunta abuela me dijo que vendrías a Italia y aproveché la ocasión para saludarte, claro también quiero conocer a la afortunada que ha robado tu corazón. —Te conozco demasiado bien Leonardo, esta no es la única razón por la cuál estás aquí. Sé que no te invite a la boda, pero fue por asuntos que no te incumben. Alexander suena un poco fastidiado con la situación, pero se que también está alegre de estar aquí en su casa. Lo supe cuando vi la manera en que sus ojos se iluminaron por una milésima de segundos al ver la mansión y sus alrededores. Como si le regresaran los recuerdos que tanto ha tratado de alejar. —Ella está aquí en Italia. Alexander se queda callado por un par de minutos ante la mención de dicha persona y mi incertidumbre crece a niveles increíbles. ¿De quién hablan? —Explícate, Leonardo —Eva está aquí, al parecer se enteró que te habías casado y que vendrías aquí de luna de miel. La miré hace dos días y está irreconocible. —Leonardo usa un tono alarmante que me pone los pelos de punta. —¿Y a mi que me importa que ella esté aquí? No quiero que le menciones a nadie de ella. En especial a mi esposa. Camille no se puede enterar de Eva, ¿me entiendes? Que bonito se escuchó oírle decir "Esposa". Mi corazón comienza a dar brincos de felicidad como si quisiera salirse de mi pecho. Malditos sentimientos. ¡Basta! No te distraigas, necesito saber de quién hablan. —Conociéndote, puedo asegurar que aún no se lo has dicho. Pero en serio deberías decirle a tu esposa sobre Eva, ella fue importante para ti. Además, vino a Italia para verte a ti. Le insiste, su voz persistente. —Eva forma parte de un pasado que no tengo el mínimo interés en recordar. Queda un silencio incómodo hasta que Leonardo habla nuevamente. —Está bien, no diré nada, pero tú deberías hablar de Eva con tu esposa. Hazlo antes de que ella le cuente su versión. Ahora si hablemos de las cosas importantes, las empresas. Me alejo de la puerta, no me interesa escuchar como hablan de negocios. Pero aún así la duda me carcome. ¿Eva? ¿Quién diablos es Eva? ¿Y por qué Alexander no quiere que me entere? ¿Será su madre? No, no puede ser su madre, una vez escuché a mi padre decir que la ex esposa de Stefan se llamaba Lucia. Pero si no es su madre, ¿quién será Eva? Ya tengo con qué entretenerme estos días... Nueva misión, investigar quién es Eva y la razón por la que Alexander le ha p*******o a Leonardo que la mencione.Necesito conocer a ese tal Leonardo. Empiezo a dirigirme hacia la dirección opuesta en busca de la cocina o cualquier cosa para distraerme, lo que parece imposible porque esta mansión es realmente enorme comparada con mi casa. Sin olvidar que también necesito buscar la servidumbre para que me muestra la habitación principal. Quiero descansar un poco, además ya está anocheciendo y no creo que salgamos a otro lugar. Obligo a mis pies cansados a que se muevan, sin embargo, no llego muy lejos cuando su penetrante voz me detiene. —Camille… —me giro rápidamente para encontrarme con mi flamante esposo al lado de un hombre rubio con ojos marrón. Es demasiado alto, pero un poco más bajo que Alexander, musculoso y muy apuesto. Me sonrojo al ver a su amigo, pero es sólo el shock de verlo. Alexander se da cuenta y me regaña con sus ojos furiosos. Un repentino calor me crispa aún más las mejillas y me limito a dedicarle una suave sonrisa para intentar calmarlo. —Leonardo ella es Camille, mi esposa —el tono posesivo que usa Alexander me intimida, pero en cierta forma me hace sentir segura—. Camille, te presento a Leonardo, mi amigo. Esta vez se dirige a mí, su voz penetrante y áspera reduciendo el espacio. —Mucho gusto, Leonardo —le digo con una sonrisa. —Un placer, Camille, tengo el presentimiento de que seremos grandes amigos —extiende su mano y la tomo gustosa. Alexander aprieta la mandíbula a la vez que tensa los músculos. —Los mejores —le sonrío cálidamente. Los mejores amigos hasta que me digas quién diablos es Eva. —Eres muy hermosa, ahora veo porque le fascinaste al gruñón de Alexander —me halaga—. Hasta yo te hubiera pedido matrimonio —bromea y Alexander suelta una maldición mientras pone los ojos en blanco. Sus ganas de querer asesinar a Leonardo son evidentes. —Leonardo… —advierte mi esposo, con esa nota de fastidio vibrando en su voz. Sonrío nerviosa y Alexander se pone en medio de los dos a la vez que agarra mi cintura, atrayéndome a él como si le perteneciera. Leonardo se da cuenta de la posesividad de Alexander y ríe con ese ápice de nostalgia, sin embargo, a mí esposo no le da nada de gracia la situación. —Tranquilo hermano, parece que estás a punto de orinar sobre ella para marcar tu territorio —suelta el amigo de mi esposo y parpadeo al instante, sorprendida por su comentario. No obstante, a nadie le hace gracia, mucho menos a mí esposo, que mantiene una postura rígida y la mandíbula apretada. —Será mejor que te largues, mi esposa y yo queremos pasar nuestra primera noche juntos y a solas, ¿verdad Camille? —Alexander pide en tono serio mientras sus ojos me intimidan. Quiere que le siga el juego. —Me ha encantado conocerte, Leonardo. Eres una persona muy agradable y espero que no sea la última vez que nos veamos. Pero Alexander tiene razón, estamos muy cansados y no somos buena compañía en este momento —le miento y puede sentir el agarre de Alexander en mi cintura reforzándose. Leonardo entiende nuestra cortesía de prácticamente echarlo de la casa. Me sonríe sin mostrarse afectado y comienza a caminar a la salida sin mirar atrás. Alexander mantiene su mano en mi cintura y mi corazón se acelera por unos segundos. ¿Por qué hace estas cosas? ¿Intenta confundirme? Porque en serio lo está logrando. Me deshago de su agarre y él me observa con una sonrisa ladeada. —Vamos a nuestra habitación, Bellezza dagli occhi smeraldo —su voz en italiano me calienta la sangre. Sonrío como una tonta, pese a que no tengo la mínima idea de lo que ha dicho. ¿Y si me ha insultado? No, no creo. Él no lo haría.
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