Camille
Mis piernas se vuelven gelatina y mi respiración se agita con la sola idea de volver a sentirlo, mi pulso adquiere el mismo ritmo que los latidos erráticos de mi corazón y contengo una sonrisa, ya que siento que mi pecho va a estallar de emoción. Sé que estoy haciendo mal, y aunque mi subconsciente me grita que ponga un alto, no puedo hacerlo porque me resulta difícil pensar con claridad cuando lo tengo así de cerca.
Se aparta de mi cuello y se humedece el pulgar con los labios mientras me mira fijamente a los ojos y sin romper el contacto visual, guía su mano hacia mí entrepierna, lentamente, me masajea la cara de los muslos con ese toque desesperado y sonríe con suficiencia cuando me muerdo el labio intentando contener todo lo que me sacude el pecho, sigue con lo suyo y se hace camino por debajo de mis bragas, sus dedos me acarician donde lo necesito y no puedo contener los jadeos que me hacen poner los ojos en blanco, al sentir el roce frío en mis pliegues empapadas.
Todo mi cuerpo responde instantáneamente a Alexander, y por más que le exija que no reaccione ante sus caricias, me hace caso omiso y es que lo entiendo perfectamente porque su toque es exquisito y se siente tan jodidamente bien para mi mala suerte.
—Estás...tan mojada —gruñe excitado, haciendo que se me hiele la piel y hasta los sentidos—, tan lista para mí.
Su respiración se vuelve pesada, es tibia y me golpea la piel al tenerlo a centímetros de mí, cerca de la clavícula, su cuerpo está tenso y sus ojos me observan con l******a. No me puedo contener más y con la mirada lo insto a seguir con lo suyo, se queda quieto, observándome con fijeza y cuando hago el amago de tomar el control, empieza a masturbar mi mojada abertura, sus movimientos son suaves y sincronizados, me estremecen entera y aferro mis manos a sus brazos.
Siento que voy a perder la noción del tiempo en cualquier segundo y probablemente me arrepentiré de dejarlo continuar con esta maldita locura, pero no puedo evitar sentirme avasallada por sus movimientos que me hacen desechar todo ápice de racionalidad. Mueve sus dedos en círculos, con una suavidad que me hace suspirar, pero que no escatiman ese toque de agresividad, uno que me lleva al cielo en cuestión de segundos.
Entrecierro los ojos cuando la sensación se vuelve arrebatadora y tortuosamente opresiva, ya que sus grandes dedos hacen magia en mi interior por la manera en que los utiliza, las piernas me tiemblan en respuesta, mi pulso se acelera y hecho la cabeza hacia atrás cuando el dulce clímax me golpea con vehemencia. Sonrío con las mejillas encendidas y no tardo mucho en sentir ese líquido tibio salir de mi, me aferro a él con fuerza, tratando de controlar mis terribles ganas de gemir y liberarme por completo.
—Alexander... por favor... para —inquiero en súplica, pero sale más como un jadeo que lo hace sonreír.
Sus ojos me observan hambrientos, el corazón me galopa con vehemencia y me toca respirar con fuerza ya que estoy a nada de perder la pizca de cordura que reside en mí.
Y creo que tal vez ya la he perdido.
El d***o que siento por él es incontrolable y nunca cesa, porque siempre tengo ganas de más y más, y hasta este punto siento que no es normal sentir esta sensación asfixiante que me retumba en el pecho. Dios mío, Alexander me ha vuelto una ninfómana.
—No.... tendré ...sexo aquí mientras mis padres están abajo —logro articular, tratando de controlar mi respiración.
Él solo sonríe complacido, saca sus dedos de mi interior y se para firme, sin apartar la vista de mí.
—No hay nadie en la casa —me observa con la mirada lasciva—, todos se han ido a la mansión de mi padre, ahí nos esperaran para anunciar nuestro futuro matrimonio —responde con desdén, haciendo relucir su desinterés.
Trato de mantener mi pulso estable, pero no puedo.
—¿En serio?
Asiente con la cabeza.
—Si, pero consumaremos nuestro matrimonio hoy —comenta con ese destello de diversión crispando sus orbes verdes.
Ladeo una sonrisa, inconsciente, hasta que mi mente procesa sus palabras y la sangre me sube a las mejillas, él solo me observa poseído por el d***o.
No está bromeando maldita sea.
údame a controlarme>>, estoy sola con él, en una casa. Estoy jodida, no tengo autocontrol ni dignidad si de él se trata.
Me siento como una jodida presa bajo las garras de su depredador, estoy en charola de plata a su merced y tengo el presentimiento de que él lo planeó. Mis nervios están a flor de piel, él está al tanto del efecto que surte en mí y me lo hace saber con una sonrisa malévola que se dibuja en sus labios.
Sé lo que significa.
He despertado al demonio y a su insaciable d***o.
—Te haré mía —advierte con la voz ronca y sé que no está jugando.
Intento replicar algo pero sin previo aviso sus labios se estampan con los míos, el mundo se reduce a su boca porque vuelve a arrebatarme el aliento de golpe y me quita cualquier soporte que creí haber tenido, el beso no es romántico, no es tierno, ni mucho menos cálido. El beso es exigente, áspero y cargado de d***o, este m*****o d***o que me quema por dentro cada vez que lo tengo a milímetros de mí y ya no quiero reprimirlo más.
Las fuerzas se me han acabado, quiero dejarme llevar por lo que siento y ceder a la tentación que me incita este demonio.
Mis labios corresponden automáticamente a su ritmo, me besa con aspereza y se deleita con el sabor de mi boca al tener nuestras lenguas luchando entre sí. Me pierdo en el momento, jadeo en respuesta y las pulsaciones se me disparan. Con ambas manos me alza, mis pies ya no sienten el piso, y me sostiene en sus brazos mientras me sonríe con ese deje de perversión que me quita el racionamiento.
Nos acercamos a la cama, él no deja de besarme como lo haría una persona hambrienta que no puede satisfacerse, me recuesta sobre el colchón y aún así, se aferra a mis labios mientras comienza a desvestirse desesperadamente, como si la ropa le quemara la piel y quisiera deshacerse de esta lo más pronto posible.
Mis pulmones gritan desesperadamente por oxígeno, necesito respirar así que rompo el beso, no obstante, eso no nos detiene y seguimos perdidos en el momento porque sentimos que si dejamos pasar el tiempo o si tan siquiera nos detenemos, la magia se irá y el momento acabará cuando la realidad se acentúe y me haga saber que estoy cometiendo el mismo error de siempre.
Sus ojos endemoniados me reparan con ese brillo malicioso que crispa el iris verdoso. La ropa cae en algún lugar de la habitación, se acerca a mí y sin darme tiempo de reaccionar, rompe mis bragas dejándome expuesta ante su mirada hambrienta.
Hago el amago de cubrir mi desnudez pero me toma de las manos y niega con una sonrisa que irónicamente me reitera que estoy haciendo lo correcto.
—No tienes porque avergonzarte de mí, eres preciosa y tu desnudez es una obra maestra que estoy muriendo por venerar —mi corazón late desenfrenadamente cuando me da un beso corto en los labios y esboza media sonrisa.
Me estremezco entera y la sangre me sube a las mejillas, mi corazón galopa con fuerza y por un momento sospecho que se va a salir de la caja torácica. Alexander empieza a trazar un camino de besos húmedos en mi abdomen que descienden tortuosamente a mi sexo, el cual se encuentra palpitando con la necesidad de sentirlo. Agitada, contengo la respiración, él se relame los labios y hunde la cara en mi entrepierna, sacándome un grito.
Levanta la mirada, las hebras negras alborotadas le cubren el rostro, pero aún así nuestros ojos se encuentran y mi estómago da un vuelco arreciando los latidos de mi corazón, tengo la respiración inestable y eso lo hace sonreír airoso, cómo si estuviera satisfecho consigo mismo. Me recorre por cada rincón, haciéndome suspirar, abrumada, por la sensación avasalladora. Me besa dando pequeños mordiscos y lambiscones que me hacen contraer el cuerpo en placer, estimula mi clítoris con su pulgar y hecho mi cabeza hacia atrás cuando su lengua explora cada rincón y me penetra, y la sensación se vuelve dulcemente dolorosa.
El corazón me late a mil por hora y la visión se me nubla por el placer que me da con cada empellón.
El ambiente se vuelve pesado, nuestros cuerpos están sumergidos en el placer que nos emana, las gotas de sudor le adornan la frente y eso me prende aún más. No puedo seguir negando lo obvio, quiero esto tanto como él, tengo muy claro que mi mente no piensa con objetividad, pero tampoco quiero que pare. Al contrario, quiero todo de él, se ha vuelto como una necesidad que ya no sé cómo arrancarme del pecho.
Intento contener los gemidos mordiéndome el labio con fuerza, pero es imposible cuando siento que mi corazón va a fallar porque él provoca voltajes de electricidad dentro de mi cuerpo, mis piernas tiemblan tanto que temo que dejen de funcionar, y él se da cuenta, mientras me sonríe con el d***o crispado en sus pupilas.
—No te contengas, Camille, me encanta escucharte gemir..... —habla con la voz entrecortada y me estremece—. Gime para mí, preciosa, hazlo —ordena con un gruñido, que me calienta aún más.
Como si mi cuerpo estuviese en acuerdo con sus deseos, empiezo a gemir muy alto, lo cual lo hace sonreír con satisfacción y me toca tomar una bocanada de aire para que el corazón no me golpee con fuerza.
Se aleja de mí y por unos segundos que se me hacen eternos, me observa con intensidad, venera mi desnudez y a juzgar por el brillo de sus ojos, puedo asegurar que está cautivado y eso me hace sentir la mujer más especial del mundo, es cómo si en este momento solo fuéramos él y yo. Y juraría que no hay mejor sensación que está.
—Eres tan hermosa que duele verte —lo dice despacio, como si estuviese recordando a sí mismo lo que está haciendo.
Ignoro las voces de mi cabeza y me concentro en la manera rápida que se deshace de su bóxer.
Mis ojos viajan a la parte baja de su abdomen, donde se comienza a formar la V que define sus músculos. Su gran m*****o se encuentra con una terrible erección, me corta la respiración y me pone a temblar con las imágenes obscenas que explaya mi mente.
Paso saliva, en un intento de matar los nervios que me cosquillean las manos.
Nunca imaginé que una persona me pudiera hacer sentir de esta manera, todo mi cuerpo está electrificado por oleadas de placer, la sangre me bombea desenfrenadamente por todo el cuerpo, estoy en llamas. Y no es solo una expresión, tenerlo así me prende aunque quiera negarlo.
Se acerca peligrosamente a mí y une nuestros labios con posesión, se apodera de mi boca con aspereza, muerde mis labios como si le pertenecieran a él, y ni hace falta negarlo, porque en este preciso momento le pertenecen. Su beso es exigente y tiene esa mezcla de desesperación, parece que quiere devorarme, nuestras respiraciones se aceleran y siento que me voy a desmayar en cualquier momento.
No deja de besarme, lo acaricio sin importarme que me detenga, se deshace de mi s****n con una agilidad que no me sorprende y nuestros cuerpos desnudos se tocan, causando una explosión dentro de mí que me eriza entera.
Y ahí están de nuevo las malditas mariposas en mi estómago y esa maldita corriente de electricidad que embarga todo el cuerpo. Una sensación que me obliga a someterme a su oscuridad.
Se posiciona en medio de mis piernas acercando su m*****o a mi centro, sus ojos verdes me observan deseosos y se le escapa una sonrisa malévola, una que conozco a la perfección y que siempre consigue arrebatarme el aliento. Con la mano guía su erección, hace pequeños círculos en mi punto sensible provocando ansiedad en mí, quiero sentirlo dentro, estoy demasiado excitada y no quiero esperar. No puedo esperar más.
—Alexander...hazlo —jadeo.
Su mirada llena de d***o se posa en mi y me quita el aliento.
—Dime, ¿qué quieres, Camille? —jadea cerca de mis labios, provocando mi desesperación.
—Quiero...sentirte —susurro un poco apenada, mordiendo mi labio inferior.
Él sonríe y niega a la vez.
—No te escucho —empieza a restregar su erección en mi hendidura, incrementando la velocidad de sus roces y puedo sentir como mi autocontrol se va a la m****a.
—Dime que lo quieres dentro de ti, dime que me quieres dentro de ti —ordena reprimiendo un ronroneo—, quiero oírte decirlo.
Pongo los ojos en blanco tratando de llenar mis pulmones de aire, y formar una oración coherente. Él me mira exasperado. Desea escuchar mi respuesta.
—Dilo —exige, gruñendo.
Mi cuerpo no me responde y solo se deja llevar por el indescriptible d***o que siento por él. Él se adueña de mí de una manera que jamás entenderé.
—¡Te quiero dentro de mí, maldita sea! —suelto con la respiración entrecortada, haciendo que una sonrisa coqueta se zanje en sus labios.
Sin pensarlo dos veces, se desliza dentro de mí sin ningún atisbo de dulzura, mi cuerpo se contrae por lo intrusión y un fuerte gemido sale de mi garganta, la respiración se me acelera mientras mi cuerpo lucha por adaptarse al tamaño de su m*****o y después de unos segundos lo logra.
No me da tiempo de regular mi respiración ya que empieza a embestirme con brusquedad y aspereza, provocando ráfagas de placer por todo mi cuerpo que se sacude con la emoción de tenerlo dentro de mí, siento que cada empellón desgarra mi interior y mi alma al mismo tiempo, pero la sensación no es sólo dolorosa. Mi corazón galopa con fuerza cada vez que me embiste sin romper el contacto visual, se siente absolutamente delicioso que la incomodidad que sentí al principio, desaparece de un solo chasquido.
Aferro mis manos a las sábanas, las aprieto con fuerza y enrosco los dedos de los pies mientras alzo las caderas y comienzo a frotarme contra él, buscando ese deleite que me hace gemir extasiada, él me sonríe al percatarse de lo que hago, me sujeta de la cintura y coordina su ritmo para que su m*****o roce mis pliegues al momento de deslizarse. Lo observo con l******a y me dejo llevar por toda la emoción que se concentra en la colisión de nuestros cuerpos.
Los gruñidos y jadeos de Alexander me dejan sin aliento porque no hay sonido que me guste más que los que hace en este momento, sus besos cargados de pasión me llevan al borde de la locura y no creo que me importe perder la cabeza. Tiene el poder de llevarme al cielo, su físico, su anatomía, su carácter, dios sus tatuajes me mojan, todo encaja con él a la perfección.
Me he vuelto adicta al placer que provoca el sentir sus embestidas salvajes y llenas de d***o, su modo brusco al momento de hacerlo me vuelve loca, no quiero a alguien romántico, le quiero a él con todo lo que eso implique.
El ritmo de sus embestidas me hace perder la cabeza, la excitación se apodera de mi cuerpo, me embiste con fuerza y cierra su mano en mi cuello, la aprieta lo justo para mantenerme quieta y cuida de no hacerme daño, le miro con ansías, él me sonríe en respuesta y luego se introduce más adentro para así sentir su m*****o completo.
Gimo y jadeo enterrando las uñas en su espalda, y solo es un intento de descargar la excitación que mi cuerpo emite en estos momentos.
Él me dedica una mirada lasciva,—¿Te gusta que te folle así, eh...? —pregunta jadeando y sin contención alguna.
No respondo y no es porque no quiera hacerlo, simplemente no puedo porque estoy tan perdida en el d***o que me consume.
—¿Dime, te gusta sentirme así? —insiste nuevamente, acelerando la velocidad de sus movimientos.
Pese a que intento hablar, no puedo hacer nada más que poner los ojos en blanco por placer. El sonido de nuestros cuerpos chocar es como una melodía para mis oídos, encajamos tan bien.
Tomo una bocanada de aire y obligo a mi cuerpo a reaccionar.
—Si....—ruedo los ojos—, me...gusta —por fin respondo, con la voz entrecortada.
Sonríe maliciosamente y en respuesta vuelve sus estocadas más salvajes. Jamás me cansaré de sentirlo
Arremete cada vez con más fuerza, aumenta la velocidad de sus empellones, mi visión se nubla por unos segundos, maniobro para apartar su ajuste y con mis manos tiro de su cuello para acercarlo a mí, d***o sentir cada centímetro de él. Un cosquilleo me sube por la espina dorsal cuando me mira fijamente a los ojos, se concentra en mí y la boca se me seca con todo lo que se me atora en la garganta. Él parece darse cuenta ya que aparta la mirada y entierra el rostro en la curva de mi cuello, aspirando el olor que esté desprende y el cual parece volverlo loco.
No pasa mucho cuando siento su sonrisa en mi mejilla y sin detenerme a pensar en absolutamente nada, gimo cerca de su oído, le acaricio el lóbulo, y recorro su piel con la yemas de mis dedos, porque quiero que escuche y sienta lo mucho que me gusta que me folle así. Alexander ronronea y me besa los labios, la mandíbula, la barbilla, todo el cuello, trazando besos que me dejan marca y no solo en la piel. Sus movimientos son ásperos e impacientes pero no me importa porque hago lo mismo y le beso con desesperación que me sonríe perversamente, creando una revolución que tiene su nombre escrito.
—Córrete para mí, preciosa... —exige y mi cuerpo responde a sus exigencias.
Tomo un sinfín de bocanadas de aire para empatar su ritmo, ya que sus penetraciones se vuelven más bruscas, lo cual acelera mi pulso y lleva mi cuerpo al límite del placer, y de repente, un nudo del que jamás supe de su existencia en mi estómago, se deshace cuando arremete tres veces contra mí buscando su propia liberación.
Jadeamos al unísono liberando la explosión de sensaciones. Un líquido espeso y tibio comienza a salir de mí, no me es difícil deducir que he llegado al añorado orgasmo.
Alexander sale de mi interior y se deja caer encima de mi cuerpo, siendo cuidadoso de no aplastarme, ambos intentamos controlar nuestras respiraciones que están tan desequilibradas, pero es prácticamente imposible porque el corazón me retumba hasta en los oídos, mis mejillas arden por sentir su desnudez cerca de mí y no entiendo la razón por la cual mi cuerpo se estremece con los espasmos que resurgen nuevamente.
Una sonrisa se dibuja en mis labios, la emoción asalta mi pecho y no puedo evitar que las palabras salgan de mi boca, porque se me resbalan de los labios.
—Te amo —lo digo en un suspiro, sin siquiera pensarlo.
Se produce un silencio que me hace estremecer. Él solo se levanta de la cama de inmediato y no hace ningún ruido. Ni siquiera voltea a verme, actúa como si yo no estuviera en la habitación y por ese instante lo odio, porque me duele el corazón y no sé cómo regresar el tiempo para evitar decir esas dos palabras.
Lo escucho balbucear algo pero no entiendo que dice, me ignora por completo y comienza a buscar su ropa por los alrededores, mis ojos comienzan a picar, avivando esa sensación que me dice que soy la más grande de las estúpidas, y es que las palabras solamente se escaparon de mi boca y no pude evitar decirlas.
Ojalá no lo hubiera dicho.
—Alexander.... —el nudo en la garganta me dificulta el habla—, espera, no te vayas —pido, tragándome el sollozo que me sube por la garganta.
Él hace caso omiso a mis palabras y comienza a vestirse apresurado, su mirada es inexpresiva y no muestra ningún atisbo de emoción, todo mi cuerpo se pone en alerta y sé que lo que viene romperá mi corazón como siempre lo ha hecho.
¿Debería estar acostumbrada?
Si, pero no lo estoy.
—Alístate —espeta serio—, te doy diez minutos, no tardes —empieza a caminar hacia la puerta, dándole cero importancia a lo que dije antes.
Una sensación agridulce se instala en mi paladar y no puedo evitar sentir como si he arruinado el momento.
—Alexander, por favor. No te vayas —pido—. Sólo hablemos.
Él se vuelve de inmediato y une nuestras miradas, pero desde aquí puedo sentir cómo me repara con enojo, cómo si le hubiera hecho algo imperdonable y no entiende que es lo que le molesta tanto.
—¿Y de qué diablos quieres hablar, Camille?
—pregunta con ironía, no digo nada—. ¡Dime! —grita exaltado, pisoteando cualquier atisbo de ilusión.
Las lágrimas amenazan con salir, pero las contengo con todas mis fuerzas, no permitiré que me vea llorar de nuevo. No puedo volver a hacerlo.
—Hablemos de lo que acaba de pasar, no te vayas —trato de controlar el llanto que me quema la garganta—, te acabo de decir que te amo y tú solo huyes como un m*****o cobarde —respiro hondo en un intento de no derrumbarme frente a él.
Suelta una risa sarcástica y me mira con dureza, tiene la mandíbula apretada y en sus ojos explaya ese brillo de desinterés, lo cual hace crecer mi inseguridad.
—¿Y qué esperas de mí? —hace una leve pausa, respirando con agitación—, ¿esperas a que corra a tus brazos y te diga que yo también te amo? —ironiza y el corazón se me parte en dos—. No va a pasar, Camille, no voy a decirte lo que quieres escuchar porque no lo siento —escupe con los rasgos endurecidos y salvajes.
Niego con los ojos acuosos por el llanto que se avecina.
—No esperaba eso —murmuro con desilusión.
Él me mira con desprecio e irritación.
—¡Entonces déjate de estupideces! —su paciencia se ha ido al caño al igual que mis esperanzas—, acepta las cosas como son, maldita sea. Solo follamos por placer, eso es todo, Camille.
Mi corazón late con fuerza y mi pecho se aprieta por la falta de oxígeno, ya que sus palabras me quitan el aire, y para mí mala suerte, no es de una manera placentera.
—¿Placer? —pregunto asqueada—, ¿eso es para ti?
No lo duda ni una fracción de segundos, asiente en respuesta.
—Es sexo momentáneo —dice irritado—, solo tenía ganas de ti y ya me sacié —se arregla la corbata y no me mira.
El llanto me estruja el pecho y hace que la garganta me arda, no puedo evitar sentirme sucia, pisoteada y usada, ¿por qué tiene que ser así?
Sus palabras son cuchillas afiladas que se entierran en mi corazón, sin ninguna misericordia.
—No soy tu puto juguete con el que puedes quitarte las ganas de follar —exclamo con la voz rota—. Ya no quiero esto, no quiero seguir siendo tu fuente de placer —señalo nuestros cuerpos, dándole a entender que ya me cansé de lo que sea que somos.
Él mantiene la mirada inescrutable y quiero gritar de impotencia porque el pecho me arde por su jodida indiferencia.
—Lo hubieras dicho antes y dejar el m*****o drama —suelta exasperado.
No tiene compasión y se que quiere herirme, lo peor es que lo logra. Con cada palabra me mata.
—¡Eres un m*****o insensible! —replico dolida.
No se inmuta, solo me observa y resopla, restándole importancia.
—Lo soy y tú lo sabías así que no entiendo tu m*****o teatro. No me interesan los reclamos de ofreci...— no termina la palabra ya que mi mano se estrella con su mejilla, haciéndolo retroceder.
Lo he abofeteado.
Mi cuerpo tiembla por la rabia, incapaz de controlarse, la furia corre por mis venas, mis ojos lo ven como lo que realmente es: un hijo de puta.
¿Cómo pude ser tan ilusa? ¿Cómo me enamoré de alguien así? ¿Cómo me permití perder la dignidad de esta manera?
En este momento el odio le gana al amor, me siento como un animal herido, usado, y todo pasó porque no supe reconocer mi valor y alejarme de él cuando aún estaba a tiempo.
—Te odio, Alexander, te odio demasiado por hacerme esto —escupo con rabia, derramando una lágrima que fácilmente ignora—. Eres lo peor que me pudo pasar en la vida —admito con dolor, sintiendo como se me desgarra el corazón al ver que él no muestra arrepentimiento.
—¿Seguirás con lo mismo? —pregunta, haciendo una mueca de aburrimiento—. Te advertí que solo sufrirías conmigo, pero no, tú intentaste jugar al papel de psicóloga y perdiste, Camille —espeta con un destello de odio y rencor en sus ojos.
Los labios me tiemblan y no soy capaz de sostenerle la mirada.
—Pues me equivoqué, tenías razón —me observa fijamente—, amarte es una causa perdida porque amar a gente como tú es una puta pérdida de tiempo y energía —lo admito y por primera vez, su semblante se quebranta y parpadea sin saber qué hacer.
Rápidamente enmascara que mi comentario le ha dolido y me mira con desconfianza.
—Tú peor error fue creer que eras la persona que me haría cambiar, la que me haría creer en el amor —sonríe con sarcasmo—, pero has olvidado que no tengo ningún interés en cambiar por nadie, ni siquiera por ti.
La llama de sus ojos se apaga, la oscuridad que posee la consume y de repente sé que no está mintiendo. Nunca lo hizo.
—Ya me di cuenta —susurro, cabizbaja—, por fin lo he entendido.
—Siempre fui claro contigo y te dije lo que quería de ti, no jugué con tus sentimientos ni te hice creer otra cosa —replica sin emoción—. Te dije que sólo podía ofrecerte sexo y lo aceptaste. Te rebajaste a aceptar las migajas que te ofrecí. Ahora quieres convertirme en el villano de tu historia y sinceramente no me importa, porque lo soy.
Cada una de sus palabras arden en mi pecho y me pegan en el orgullo de mujer porque no hay mentira en lo que dice, él tiene razón, fui yo la que ilusamente pensó que él cambiaría por mi, que estupida soy.
¿A qué estaba jugando? ¿A quién quería engañar?
Necesito recuperar un poco de mi dignidad y encontrar mi valor que se ha perdido entre las sábanas de mi cama, le haré pagar cada una de sus humillaciones, y sé que no casarme sería lo correcto después de lo que acaba de pasar. Pero la parte no sensata de mí, la que carece de racionalidad me dice que necesito vengarme, quiero que sienta el mismo dolor que me cala el corazón. Ahora no hay nada ni nadie que detenga esta boda, voy a ser su peor pesadilla.
Pagarás Alexander, mataré este amor y lo arrancaré de lo más profundo de mis entrañas.
Porque lo que no te hace ningún bien y te pudre el corazón, tiene que eliminarse por completo.
—Ya no habrá nada de esto, te lo juro —lo encaro y su semblante endurece—. Jamás me volveré a humillar ante ti, tenías razón cuando dijiste que no valías la pena —mis palabras están cargadas de veneno.
Ya no pienso seguir perdiendo mi dignidad, si es que todavía tengo alguna. Amarlo es un juego perdido. Él me lo ha demostrado.
—Como quieras, no pienso rogar por algo que no me interesa y que puedo conseguir en cualquier lugar —suelta desinteresado y ahogo un sollozo, no hay ninguna nota de arrepentimiento en su voz—. Ahora que ya terminaste tu m*****o drama, vístete porque solo te quedan cinco minutos —increpa y sale de la habitación dando un portazo.
Dejo escapar el sollozo de dolor, mi corazón se rompe en mil pedazos, las lágrimas salen de mis ojos y las limpio rápidamente porque él no se las merece, él no se merece que llore por su rechazo. Camino hacia la cama y recojo el vestido que pensaba ponerme antes de que llegara Alexander, respiro por unos minutos, me cambio rápidamente y pretendo que todo está bien aunque sienta el alma desgarrada.
Te lo juro, Alexander, serás tú el que ruegue por tenerme nuevamente. De ahora en adelante no volverás a verme vulnerable ante ti, no volverás a escuchar un "te amo" de mi boca porque ahora me toca jugar a mi.