Camille
La semana se pasa volando y ni siquiera tengo tiempo de procesar todo lo que he vivido en tan poco tiempo. Corro de un lado a otro tratando de encontrar mi bufanda preferida, hoy quiero llevármela a la universidad y no está por ningún lado, tal vez si le hiciera caso a mi nana de tener mi habitación organizado otra cosa sería, ahora estoy como loca buscando la bendita bufanda que no muestra señales de vida.
Malhumorada, decido cambiar mi conjunto de ropa, ya que la bufando no quiere hacer acto de presencia, me pongo un vestido rosa ajustado con una chaqueta de cuero negra, escojo unos botines cafés y dejo mi pelo suelto al natural, por último, rocío mi perfume de vainilla por todo el cuerpo y salgo de la habitación prácticamente corriendo.
Bajo las escaleras lo más rápido que mis piernas me lo permiten, arribo a la sala principal de la mansión y me encuentro a mi madre sentada en uno de los sofás, luce preocupada, el corazón se me oprime y me obligo a pasar saliva. En parte la entiendo, toda esta semana ha sido de locos, debo confesar que todos hemos estado muy tensos desde que mi padre avisó a la prensa que me estaría casando con Alexander, sorpresivamente está maravillado con la noticia.
Sin embargo, no puedo creerlo, siempre pensé que cuando me hiciera novia de Alexander ños>> tendría que convencerlo para que no le matara.
Por otro lado, mi madre siempre se la pasa triste, hay algo que me dice que las cosas no están bien y, aunque quiera fingir, tampoco me encuentro feliz y con ganas de tirar la casa por la ventana como todas las novias. Si soñaba con casarme con Alexander, pero no quiero casarme así, él no me ama y yo necesito tomar distancia, no atarme más a él.
—Cami... —La voz de mi madre me saca de mi trance, aunque esta vez el sonido me hace sentir cobijada y eso es algo que jamás experimenté—. Ven, acércate, vamos a hablar un poco —me hace señas para que me siente a lado de ella. Decido hacerle caso.
Comienzo a caminar en su dirección, me acerco hasta donde está y tomo asiento en el sofá quedando a lado de ella, posa su mano en mi pierna y me da un leve apretón regalándome una hermosa sonrisa de su rostro. Y eso es un sedante que tranquiliza mi corazón porque hasta ese preciso momento, no me había dado cuenta cuánto necesitaba a mi madre.
Es cierto lo que dicen; mientras veas a tu mamá sonreír las cosas duelen menos.
—¿Qué pasa mamá? —pregunto, poniendo mi mano encima de la suya. Ella sonríe cálidamente por el gesto.
—Hablemos de Alexander —espeta con seriedad y el corazón se me dispara al escuchar su nombre.
—¿Qué hay de él mamá? —trato de sonar desinteresada, pero estoy realmente intrigada.
Su mirada se suaviza y entorna sus ojos en mi dirección, aspirando todo de mí.
—¿Tú en realidad quieres casarte con él? —pregunta, mirándome fijamente, quiere analizar mi respuesta.
Dejo que las palabras se estresen dentro de mi cabeza y luego bajo la cabeza avergonzada, soy incapaz de mentir a mi madre y no quiero que se dé cuenta de mi sufrimiento interno.
—Cami... —súplica para que le dé una respuesta y no puedo.
—Yo no quiero casarme —murmuro bajito que dudo pueda escucharme—. No quiero casarme así, mamá —no puedo más y lloriqueo, sintiendo un gran ardor en mi garganta
Mi mamá me acurruca en sus brazos y dejo caer un par de lágrimas.
—Pero, yo...—tomo una gran bocanada de aire para animarme a hablar—, le quiero mamá —confieso finalmente, llena de emociones.
Ella sólo sonríe triste y me mira fijamente a los ojos.
—Lo sé, cariño —me deja saber y empieza a jugar con mi cabello como solía hacerlo cuando era pequeña.
El pecho me estalla con emoción mientras una oleada de melancolía me golpea, extrañaba este gesto de ella, dejó de hacerlo cuando empezó a ausentarse por culpa de su trabajo y, después de tantos años, olvidé lo bien que se sentía una caricia suya.
—¿Qué...? —abro los ojos de par en par, desconcertada—. ¿Cómo lo sabes? —pregunto confundida.
Mi confusión le saca una sonrisa.
—Soy tu madre, Camille —contesta con ese aire de grandeza que me hace sonreír como una niña—, crees que no me daría cuenta que mi única hija está enamorada de alguien? —sonríe cálidamente y yo solo hago una mueca de perplejidad.
Honestamente, jamás me hubiera pasado por la cabeza que ella supiera de mi enamoramiento. Nunca estuvo lo suficientemente cerca para darse cuenta.
—¿Por qué nunca dijiste nada? —cuestiono, intrigada.
Ella deja escapar una risa.
—Porque pensé que solo era un pequeño gusto de adolescente, pero por lo que veo no es así —asegura preocupada.
No es un gusto de adolescente, claro que no lo es.
—Él no me quiere mamá —admito, sintiendo una punzada de dolor en mi corazón—, no me ama y no me quiero casar con alguien que no siente lo mismo que yo —sollozo fuertemente entre sus brazos.
Ella solo me observa angustiada, sin saber que hacer o qué decir para aliviar mi dolor. Pero no hay palabras que puedan aliviar lo que siento.
—Entonces no te cases pequeña —espeta y la miro con incredulidad—, si la felicidad de tu padre es a costa de tu sufrimiento, no lo permitiré. Tu eres lo único que nos importa —exclama, haciendo que abra los ojos sorprendida.
—Duele mucho, mamá —digo en un hilo de voz—, pensé que él podría enamorarse de mí, pero no pasó así.
Su hermosa sonrisa se borra con notoriedad, a la vez que su mano sigue acariciando mi pelo y quiero echarme a llorar como si no hubiese un mañana.
—No puedes obligar a nadie a amarte o a corresponder tus sentimientos, cariño —me susurra con lástima—, sé que duele, pero necesitas aceptarlo y saber alejarte —lo dice tan fácil que me cuesta creerlo.
Sé que tiene razón, pero ¿qué hago con todo el amor que siento por él?
—Ya no se que hacer —admito—, estoy cansada.
Ella niega de inmediato, sus gestos se endurecen pero la suavidad permanece en sus ojos, que son tan parecidos a los míos como los de mi padre.
—Si lo sabes —me mira fijamente—, eres una chica muy inteligente y aunque quieres hacerte creer otra cosa, sé muy bien que sabes lo que tienes que hacer pero no quieres hacerlo porque duele mucho alejarte de alguien a quien amas.
La barbilla me tiembla con las lágrimas que no puedo retener, el llanto se desencadena por sí solo y el dolor me sacude el pecho con vehemencia.
—No estoy lista para dejarlo ir —la voz se me quiebra. Mi madre me observa preocupada y me limpia las lágrimas con las yemas de sus dedos.
Eso me hace sollozar aún más.
—Camille, nunca estamos listos para dejar ir a alguien que amamos, pero es necesario hacerlo cuando el amor no es recíproco —espeta con firmeza—, porque el amor de verdad debe ser mutuo y si duele demasiado, entonces no es amor.
Dejo escapar un sollozo y la miro con recelo. Duele demasiado asimilar la realidad.
—Pero yo si lo amo —insisto, queriendo que me entienda.
Vuelve a repararme fijamente y puedo vislumbrar el brillo de aflicción y simpatía en sus ojos.
—Pero él no, cariño —replica y con eso basta para que mi corazón vuelva a romperse en mil pedazos.
Agacho la cabeza y ella me alza del mentón para que vuelva a mirarla, regalándome una sonrisa que me reconforta pero que no cesa mi llanto.
—Quizás sólo necesita más tiempo —me miento a mi misma.
Mi madre hace una mueca, negando.
—No todas las personas cambian, no importa cuánto te esfuerces, no siempre vas a recibir lo que das y, si aún sabiendo eso, quieres seguir intentándolo es tu decisión, cariño. Pero si te casas hazlo por qué estás completamente segura —musita no muy convencida—, no lo hagas por nosotros, Camille. Además, eres muy joven, todavía te falta mucho por vivir, volverás a enamorarte, te prometo que el mundo no sé acabará aunque así lo sientas en este momento —espeta con una sonrisa melancólica, que me hace suspirar con pesadez, ya que me cuesta creerle.
Me sorbo la nariz intentando controlar el llanto que se me atora en la garganta.
—Está bien mamá, prometo pensar las cosas. Pero debo irme —rompo el abrazo y me levanto rápidamente del sillón, quiero escapar de la situación porque me estoy asfixiando—, llegaré tarde —miento.
Me limpio las lágrimas de mi cara y me levanto con el corazón hecho trizas. Planto un beso en su mejilla, ella solo me da un asentimiento de cabeza, no muy convencida de mi reacción. No obstante, me regala una última sonrisa y empiezo a caminar hacia la salida.
—Camille —la voz de mi madre detiene mi andar—. No olvides que te amo —susurra haciendo que mi corazón duela un poco menos.
—Y yo a ti mamá —concuerdo para después empezar a salir de la casa con dirección a la Universidad.
Mi madre tiene razón, ella está en lo correcto. No puedo obligar a alguien a que me ame y no pienso exponerme a que esto que no tiene nombre termine peor. Hoy mismo hablaré con mi padre y después con Alexander, les diré que no me pienso casar, tal vez no se lo tomen bien, pero es la mejor decisión para mi paz mental, me reconforta tener el apoyo de mi madre en esta ocasión.
Sin ella no sabría qué hacer. Hablar con ella me ha ayudado a abrir los ojos y por primera vez en mucho tiempo estoy segura de lo que debo hacer. No me casaré con Alexander. No pienso hundir mi vida, no me voy a arriesgar y tal vez suene cobarde, pero tengo miedo de apostar todo por un corazón que no late por mí y que hasta este punto, nunca lo hará.
Después de unos minutos de caminata, arribo a la Universidad con un humor de los mil demonios, hoy no me apetece tener clases en absoluto, pero tengo que hacerlo, ya llevo un mes y medio desde que empecé mi carrera, el tiempo pasa muy rápido y tengo que aprovechar todo al máximo o de lo contrario, me convertiré en solo una espectadora de mi vida.
Me dirijo al aula y entro con cautela, todo el mundo está pendiente de sus asuntos y ver el asiento vacío donde solía sentarse Aaron me entristece sin que pueda evitarlo, he intentado hablar con él, pero no sé qué decirle. No tengo las palabras adecuadas. No será lo que él espera escuchar.
Es muy doloroso sentir que estoy perdiendo su amistad por algo en lo que no tengo control, todo se ha vuelto tan confuso en mi vida y no puedo evitar preguntarme qué habría pasado si nunca hubiera confesado mis sentimientos a Alexander, tal vez mi historia sería otra muy distinta y mucho más fácil de lidiar.
Resoplo decepcionada y decido dejar el tema por la paz.
La clase da por comenzada, el profesor nos explica acerca de varios tipos de fotografía y la importancia que tiene cada una en la sociedad, incluida la fotografía científica y aérea, la mayoría pone atención a lo que dice ya que es muy interesante, me permito concentrarme al cien por ciento en la clase olvidándome de todo el caos que embarga mi vida.
Después de unas horas, mi día en la Universidad concluye bastante bien, no pienso dos veces antes de salir rumbo a mi hogar, tengo que ir a casa y hablar con mi padre sobre el dichoso compromiso, sé que no le gustará para nada la idea de que no quiera casarme, pero es lo mejor o al menos de eso trato de convencerme a mí misma.
Me obligo a creer que estoy tomando la mejor decisión aunque mi corazón se desgarre ante la idea de alejarme de Alexander para siempre, porque esta vez dejarle ir es menos doloroso que casarme con él y no tener su amor.
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Empiezo a emprender mi camino con dirección a casa, mis pasos son lentos pero precisos, y es que sinceramente ir a mi casa en este momento es lo último que me apetece. Quiero huir de todo lo que me asfixia porque ya no quiero pensar en lo que debo hacer, necesito tomar un descanso y dejar que mi mente se aclare. Aún no me siento lista para enfrentar a Alexander, ni mucho menos a mi padre. Pero debo hacerlo, será lo mejor para mi aunque mi corazón grite otra cosa.
Suspirando, hago a un lado esos pensamientos que no hacen más que frustrarme, y dejo que mi mirada se pierda en las angostas calles de Seattle, en cuanto mis ojos reparan el alrededor una sensación de tranquilidad me sacude, erizando mi piel. La ciudad es hermosa como para no disfrutarla, hay varias tiendas de ropa, florerías, pastelerías y restaurantes en los cuales puedo pasar un buen rato.
Al ver la cantidad de panecillos, tartas y galletas que hay en la vitrina, el apetito no tarda en apoderarse de mí y, sin pensarlo dos veces, me dirijo hacia la pastelería con el tremendo d***o de devorarlo todo.
Amo los postres y más si son de chocolate.
Entro a la pastelería y el exquisito olor a pan recién horneado invade mis fosas nasales, es simplemente perfecto, ojeo a la chica que está en la caja tomando las órdenes de los clientes, me acerco rápidamente a ella dispuesta a ordenar algo.
—Hola, bienvenida a Rosse 's Bakery —comenta la chica, regalándome una gran sonrisa de comercial.
Le devuelvo el gesto y hago brevemente mi pedido, que consiste en una gran porción de tarta de chocolate y un café con esencia de avellana. La chica anota mi pedido, me dice el total y le doy mi tarjeta de crédito para pagar. La coge amablemente y la pasa por la máquina, me la devuelve con una sonrisa amena y me dice que espere en una de las mesas.
Asiento en respuesta y me alejo de la fila, mis ojos viajan a todas las mesas disponibles dentro del lugar, que es muy bonito y espacioso, tiene una decoración moderna que se basa en cuadros de pastelería. Aún así ninguna mesa me convence, ojeo afuera del lugar y encuentro una un poco apartada, me llama la atención así que camino directo a esa mesa y tomo asiento esperando mi pedido.
Mi mente no tiene planes en hacerme olvidar el desastre en el que vivo y me hace empezar a divagar en los últimos sucesos de mi vida, que son demasiado revoltosos, aún no le he contado a Sam lo de Aarón ni mucho menos del accidente en el club, tengo muy claro que a una mejor amiga se le tiene que decir absolutamente todo, pero cuando le dije que me casaría con Alexander puso el grito en el cielo y podría asegurar que se volvería loca si le dijera todo lo que oculto.
Al principio no tomó la noticia de mi matrimonio nada bien, ya que según ella no debería casarme por un contrato porque voy a salir lastimada, >, pero después de conversar el tema por horas llegó a la conclusión de que era la oportunidad perfecta para estar cerca de Alexander y enamorarlo, yo me negué rotundamente, le aseguré que ese hombre es incapaz de sentir amor, cada vez me convenzo más de eso.
Ella siguió insistiendo que las cosas siempre pasan por alguna razón y que era el destino el que nos estaba uniendo, según ella todo irá bien y eso que aún no le he contado lo que ha pasado entre Alexander y yo. Por alguna razón no he podido decirle, las palabras siempre se quedan atascadas en mi garganta cuando intento sincerarme.
Si no le puedes contar algo a tu mejor amiga es porque está mal.
Aún no se porque no me atrevo a contarle a Sam lo qué pasó entre Alexander y yo, o tal vez si sé la razón, pero es que ni siquiera puedo sacar el tema sin sentir una ola de culpabilidad, estoy segura que Sam jamás me juzgaría, pero en lo profundo de mi ser yo misma lo hago.
—Aquí está su pedido —interrumpe la chica de antes, sacándome de mis pensamientos, en sus manos hay un gran pedazo de tarta y una taza de café.
Le agradezco con una sonrisa, sin perder de vista el pedazo de cielo que tengo enfrente.
—Espero que lo disfrutes —sonríe antes de irse de nuevo.
Me dedico a comer el pedazo de tarta, que por cierto está delicioso, es como probar un pedacito del cielo y sentir como se deshace en tu paladar.
Mi mente se pone en blanco y me permito disfrutar del pequeño instante en que los problemas se desvanecen, y las cargas sobre mis hombros se hacen menos pesadas. Después de unos minutos la tarta desaparece del plato y se encuentra en mi estómago que ha quedado satisfecho.
Sonrío por la sensación de plenitud que me embarga, tomo un sorbo de café y me pierdo mirando a mis alrededores, siempre es bueno tomarse el tiempo y disfrutar de nuestra propia compañía, ya tenía mucho que no salía yo sola, demasiado que había olvidado lo bien que se siente estar en soledad y apreciar los pequeños detalles del mundo. Una paz que jamás había sentido me abraza en estos momentos y se siente bien.
Todo es sorprendentemente tranquilo alrededor del lugar, se puede apreciar un hermoso atardecer que ya se empieza a asomar en el cielo grisáceo con manchas azuladas, ya no hay tráfico y es porque ha anochecido, es poco la gente que camina en las calles, hay varias parejas sosteniéndose de las manos mientras sonríen o se besan, al verlas mi corazón se encoge y me es casi imposible no pensar en Alexander.
Los ojos se me cristalizan con la idea de tener que aceptar que jamás tendré eso con él, jamás me sostendrá de la mano, nunca caminaremos por la calle como cualquier pareja.
Y es porque no lo somos.
No hay ningún nosotros.
La tristeza me saca de mi trance, el atardecer ha sido reemplazado por un cielo oscuro, en el que se puede apreciar unas cuantas estrellas. Dios, ¿cuánto tiempo estuve en la pastelería?
No se como no he muerto aún, ya son varias ocasiones en las que llego super tarde a casa, mamá ya lo ha notado y sospecho que pronto tendrá una conversación conmigo al respecto. Observo mi móvil y mis ojos se abren de par en par al ver que ya son las siete de la noche. á me matará>> ahogo un chillido y aprieto los ojos con fuerza cuando veo el sinfín de llamadas perdidas de mamá, papá y Alexander.
¿Para qué me habrá llamado Alexander?
Me guardo el móvil en el bolsillo, no voy a llamarlos ya que nomás estoy a unos cuantos minutos de la casa, no es necesario que lo haga, o al menos eso me quiero hacer creer porque tengo miedo de no saber el porqué de sus insistencias. Tiro mi basura al contenedor y emprendo mi caminata hacia mi dulce hogar en donde debe estar esperándome mi familia con una sonrisa de oreja a oreja. Nótese el sarcasmo.
No tardo mucho en llegar, entro sigilosamente a casa, tratando de que nadie se de cuenta de que apenas he llegado, reubico mi objetivo, qué son las escaleras que llevan a mi habitación, inhalo antes de empezar a caminar rápidamente.
Sin embargo, como si la mala suerte se hubiese enamorado de mí, no llego muy lejos porque me detengo en seco al ver a las personas que se encuentran en mi sala de estar.
Esto no se podría poner peor, la familia de Alexander está sentada observando fijamente hacia dónde me encuentro. Me quedo inmóvil sin saber qué hacer o decir.
¿Qué diablos hacen aquí?
—Hasta que te dignas a aparecer —escupe Alexander con cierto sarcasmo y nadie dice nada, solo nos observan, ajenos a la conversación—, ¿me puedes explicar qué diablos estabas haciendo a estas horas de la noche? —pregunta, apretando la mandíbula.
Una ola de rabia empieza a subirme por la garganta y se acentúa en mi paladar, dejándome con un mal sabor de boca.
La piel se me eriza y mis piernas tiemblan, todas las miradas se han postrado en mí, esperando una respuesta que no tengo que dar, mamá solo niega con la cabeza, soltando un suspiro nada alentador y voltea a ver a mi padre en busca de ayuda que estoy muy segura, no me piensa brindar.
Mis ojos se percatan de Aarón quien voltea a verme con gran decepción en sus ojos. Paso saliva apenada y trato de contenerme.
Este día no se podía poner peor.
—¿Dónde estabas? —insiste con el mismo tono.
Mi padre me acribilla con la mirada.
—Hija, responde —dice pero puedo percibir el deje de advertencia en su voz.
—Yo... —dudo un poco en responder—, yo estaba en una pastelería, perdí la noción del tiempo —contesto con sinceridad, consiguiendo que Alexander me mire incrédulo.
No se cree ninguna palabra de lo que he dicho, pero no me importa.
—¿Es eso cierto? —mi madre interviene, mirándome fijamente.
Stefan y Amelia se observan entre ellos pero se abstienen de hacer algún comentario, y no puedo evitar sentirme como una niña pequeña que tiene un toque de queda, pese a tener ya diecinueve años.
—Si, mamá. No me fijé en la hora.
Alexander suelta una risa histérica y lo miro mal.
—¿Qué…
—Disculpen por hacerlos esperar —le interrumpo antes que pueda decir algo, dirijo mi mirada a todos evitando la de Alexander y Aarón que no están nada contentos conmigo—. No sabía que vendrían esta noche, por eso he llegado a esta hora —admito con pena dando explicaciones que nadie se merece, a excepción de mi madre.
—Lo sabrías si hubieras contestado tu m*****o teléfono —reprocha Alexander enojado y yo solo ruedo los ojos, enfadada por sus malditos reproches.
>
Sus malditos comentarios no hacen más que echarle leña al fuego. Y con fuego me refiero a mi queridísimo padre, que está con una cara de pocos amigos. Intento ignorar la sensación de incomodidad, tomo una bocanada de aire y me convenzo de que eso es suficiente para tranquilizar mis nervios.
Mis ojos vuelven a viajar al hombre que me roba suspiros, lo observo con recelo, él esta sentado en el sillón con los nudillos apretados, sus ojos me reparan con furia, pero su rostro está como siempre, inescrutable y sin expresión alguna que me permita entender que pasa por su maldita cabeza, luce elegante como siempre, viste un traje n***o que lo hace lucir irresistible ante los ojos de cualquiera.
La situación se pone cada vez más incómoda y se que en cualquier momento Alexander explotará porque así es él, y no me quedaré para que descargue su furia en mi. Necesito salir de aquí lo antes posible.
—Subiré a cambiarme de ropa, los veo en unos minutos —rompo el incómodo silencio, no espero que nadie me responda y sólo subo corriendo a las escaleras.
Entro a mi habitación y se me escapa un largo suspiro de mi boca.
¿Dios cómo haré para manejar la situación de abajo?
Alexander, Aarón todos están ahí abajo y yo quiero desaparecer. Literalmente, no puedo quedarme aquí.
Lo sé, soy una cobarde.
Camino hacia el armario y saco un vestido verde olivo, es muy bonito y se ciñe al cuerpo como si fuera otra capa de piel, lo dejo en la orilla de la cama y comienzo a desvestirme quedando solo en s****n y bragas. Empiezo a buscar unos tacones, pero el ruido de la puerta hace que me vuelva de inmediato, Alexander entra furioso y cierra la puerta detrás de él, poniéndole seguro. Mi respiración se acelera y casi desfallezco de verlo ahí.
Esto no es nada bueno.
El aire comienza a faltarme y mi cuerpo amenaza con desmayarse en cualquier momento. Mi autocontrol siempre me deja tirada cuando se trata de él.
Alexander se da cuenta de que me encuentro casi desnuda y me observa fijamente de pies a cabeza, sin ningún disimulo, sus ojos adquieren un ápice de oscuridad, que me hace sentir diminuta ante su imponente figura.
—¿Podrías salir? —inquiero firme, señalando la puerta—, espérame abajo con los demás, no tardaré —trato de evitar que la sangre siga subiendo en mis mejillas, pero Alexander no ayuda, su mirada es penetrante.
Casi como si pudiera desnudarme con solo observarme.
—No —responde frío—. ¿Me quieres explicar dónde m****a estuviste toda la tarde? —se acerca peligrosamente a mí las piernas me tiemblan por su cercanía.
Intento no respirar, porque sé que en el momento en que mis fosas nasales aspiren su olor todo se perderá y volveré a caer en ese abismo que tiene su nombre y apellido.
—Ya te lo dije allá abajo, estaba en una pastelería —contesto lo más tranquila posible, tratando de sonar desinteresada—. Ahora hazme el favor de salir y cierra la puerta cuando te vayas —inquiero nuevamente, tratando de mantenerme firme.
No mueve ni un músculo.
—No voy a ir a ningún lado —se impone—, no hasta que me digas la verdad.
Resoplo cansada y lo miro con recelo por ser tan terco, y no entender razones.
—¡Ya te dije la verdad!
—¡¿Y esperas a que te crea eso?! —el grito de Alexander hace que de un respingo por el susto—, desapareces todo la maldita tarde y vienes a cambiarte de ropa —suelta una carcajada con cinismo, que me retumba en los oídos y hace que mi cuerpo se estremezca.
—¿Eso qué tiene que ver? —pregunto atónita por lo que acaba de decir.
Es que no entiendo su enojo, es injustificado.
—No soy ningún idiota, Camille —increpa endureciendo los rasgos—, ¿con quién estuviste? —vuelve a preguntar cabreado, su rostro refleja la rabia de lo que parecen ser... ¿celos?
Niego, poniendo los ojos en blanco.
—¿Qué diablos te importa? —respondo a la defensiva, perdiendo la poca cordura que me queda.
Me observa por unos minutos que se me hacen infinitos, sus ojos están llenos de excitación, y por instinto mi vista se enfoca más abajo de su abdomen y ahogo un jadeo. > hay un enorme bulto en su entrepierna y tengo que tragar grueso por el m*****o cosquilleo que se acentúa en mi estómago.
¿Cómo podré contenerme?
—¡Me importa! —replica furioso—, me importa saber porque desapareces toda la tarde y no contestas ninguna de mis llamadas.
Paso saliva y hago un intento de controlar mi respiración. Mi corazón galopa con fuerza dentro de mi pecho.
—¡No es de tu incumbencia! —refuto.
Mi respuesta lo enfurece, me lanza una mirada salvaje, sus ojos brillantes puestos sobre los míos, arrebatándome el j****o oxígeno y dejándome al borde del colapso.
—¡Claro que lo es! —contraataca—. ¡Tú eres de mi maldita incumbencia! —gruñe, posesivamente.
Mi cuerpo se acalora con la ráfaga de fuego que me sube por la columna vertebral, lo observo con d***o y él no duda en acercarse a mí como un animal hambriento acechando su presa, atrapa mi cuerpo y rodea mi cintura con un brazo, manteniéndome bajo su dominio que me grita las ganas que tiene de poseerme. Empieza a dejar húmedos besos en la curva de mi cuello, pequeños sonidos que distingo como gemidos se escapan de mi boca.
Hunde su cara en mi cuello y parece deleitarse con mi aroma, siento su sonrisa sobre mi piel y el corazón me late desbocado. Las sensaciones que provoca en mi cuerpo son inexplicables.
Jamás entenderé como Alexander puede tener un efecto tan grande en mí.
—Alexander... para —jadeo, tratando de controlar mis impulsos por besarlo hasta desgastar nuestros labios.
Él no me hace caso, y yo no me muevo. Me veo incapaz de alejarme de él por voluntad propia.
—Shhhhhh —me calla poniendo su dedo sobre mis labios.
Su nariz hace pequeños círculos en mi cuello con delicadeza, puedo sentir su sonrisa plasmada en mi piel. Su delicioso aroma a menta me penetra las fosas nasales y ahogo un jadeo con la descarga eléctrica que me golpea, su cuerpo se tensa sobre el traje y sin preverlo, sus labios se apoderan de mi cuello, me besa con frustración y d***o, siento que quiere dejar marca en mí, tatuando sus besos en mi piel.
Este hombre será mi perdición, pero sería un j****o placer ser destruída por él.