Camille
Después de media hora en la carretera, al fin llegamos a la mansión de mi futuro suegro, se escucha extraño llamarlo de esa manera, pero es lo que será en unos días y supongo que debo acostumbrarme a dirigirme así de ahora en adelante.
Pasando página a cosas menos agradables en mi vida, siento una jodida impotencia que no me deja en paz, desde que salimos de mi casa no puedo evitar sentirme como un trapo sucio que ha sido desechado porque simplemente ya no tiene utilidad. La opresión sobre mi pecho no me permite respirar y el recordar la frialdad de sus palabras me hace querer extinguirme de la faz de la tierra.
El transcurso de mi casa a la mansión fue un tanto incómodo, ¿para qué miento? Fue demasiado incómodo. Alexander no me dirigió la palabra, ni siquiera se dignó a mirarme. Sólo comenzó a conducir a gran velocidad como si quisiera matarnos a los dos. No dudé de que quisiera hacerlo. Estaba enfadado conmigo y, por primera vez, no sentí la necesidad de arreglar las cosas. No me arrepentía de nada de lo que había dicho y no iba a disculparme por ello.
Sin embargo, intenté pedirle que se detuviera, pero el orgullo le ganó al miedo e hice hasta lo imposible para concentrarme en la furia que siento hacia él. Además, Alexander no es el tipo de hombre que acate órdenes, su maldita prepotencia y soberbia se lo impide. Por eso evité que me hiriera todavía más y me abstuve de hacer algún comentario fuera de lugar.
Pero estar en esa situación me ha recordado que tengo que sacarme el carné de conducir cuanto antes. No puedo depender de Alexander cuando nos casemos, más bien, no quiero depender de él. Necesito hacer las cosas por mi cuenta.
Quisiera decir que estoy acostumbrada a que me humille o incluso a perder mi dignidad de semejante manera, pero la verdad es que no es así, nunca se está acostumbrado a que la persona que amas te hiera, siempre tratas de buscar una excusa que justifique sus acciones y desplantes aunque en realidad no la haya.
Está vez fue demasiado lejos, me hirió en maneras que no sabía que se podía herir a una persona.
Alexander es toda una caja de sorpresas. Nunca sabes cuál será su siguiente movimiento, siempre estás en la cuerda floja a su lado. Y yo me he enamorado de eso. Porque ahora que lo pienso claramente nunca hubo una señal de afecto de su parte hacia mí desde que nos conocimos, siempre fui un cero a la izquierda en su vida, la indiferencia era una de sus cualidades y aquí es donde viene la duda, ómo diablos me enamoré de alguien que nunca luchó por mí?>>.
Me siento como una completa estúpida, le regalé mi corazón sin pedir nada a cambio, sin exigir lo que merezco y lo peor es que aún sabiendo que esto terminará mal, lo haría una y mil veces más porque no sé cómo soltarlo. Hay una lucha interna y la estoy perdiendo por amar a una persona como Alexander.
Unos fuman, otros beben, otros se drogan y otros se enamoran, al final cada quien se mata a su manera.
Y yo me enamoré de él.
Me enamoré de la única persona que no tiene ningún interés en amarme…
Alexander da un giro brusco y yo jadeo a su vez, sus músculos se tensan bajo su caro traje pero permanece en silencio, ajeno a mi existencia. Se limita a conducir en línea recta durante un par de minutos hasta que llegamos a nuestro destino y pasamos el control de seguridad con facilidad, no tienen que inspeccionarnos, es el hijo del dueño.
Pienso que iremos a los estacionamientos de la planta baja pero no hace amago de seguir conduciendo y se aparca en el frente de la mansión para después apagar el motor. La mansión es hermosa por así decirlo, tiene un toque rústico y hogareño a pesar de ser demasiado lujosa. Hay varios pinos y rosas que adornan la entrada, es como entrar a un jardín.
Me vuelvo hacia él y lo miro fijamente, un nudo se forma en mi garganta al darme cuenta de que no me hablará, es lo que siempre hace cuando se siente acorralado y aunque me duela su indiferencia, no siento la necesidad de arreglar algo que simplemente no tiene solución. Me dispongo a bajar del auto sin esperarlo y toco el timbre de la puerta, Alexander se postra a mi lado y permanecemos en completo silencio mientras pasan unos segundos que se me hacen eternos.
La puerta se abre dejándome ver a una joven que parece ser de la servidumbre, al verme hace una mueca de asco. Entrecierro los ojos con incredulidad ante su actitud, y aunque siento curiosidad por preguntarle qué le pasa, decido ignorarla por completo, no tengo tiempo ni ganas de lidiar con la gente ahora mismo.
Además no es como que me importe su actitud. Ya tengo bastante con Alexander.
—Pasen —habla con seriedad—, ya los están esperando en el comedor —escanea descaradamente a Alexander, pero este la ignora por completo.
Aprieto la mandíbula, sin saber que significa la oleada de calor que me sube por la garganta. Ella bufa enojada a la vez que observa unos últimos segundos a Alexander y empieza a guiarnos al comedor.
Ahora lo entiendo, Alexander es la manzana de la discordia.
Hay un sin fin de pasillos, pero no son nuestro destino porque ella nos guía por el lado opuesto, caminamos en completo silencio y me dedico a fingir que no me afecta estar bajo esta situación que solo me produce estrés. Siento la mirada de Alexander sobre mí, pero no dice nada, sólo me observa con fijación y, por un instante, desearía tener el valor de decirle que no lo haga, que no me mire de esa forma porque no hace más que romperme el corazón.
Pero como la cobarde que soy, no digo nada, y dejo que nos sumerjamos en la oscuridad del pasillo con nuestras respiraciones como únicas acompañantes. Después de cruzar una espaciosa sala al fin arribamos a un gran comedor, la mesa es rectangular y está adornada con un hermoso florero de tulipanes y cubiertos plateados. Todo luce muy elegante y sinceramente no esperaba menos.
La familia de Alexander ya está sentada en la mesa esperándonos, Amelia se encuentra junto a Stefan sosteniendo su mano discretamente, mi padre está a lado de mi madre, y por último Aarón, quien está enfrente de mi madre. No luce bien y no puedo evitar que un sentido de preocupación me recorra el cuerpo.
Todas las miradas se posan sobre nosotros cuando se percatan de nuestra llegada y contengo la respiración, intentando no hacer algo inapropiado.
—Buenas noches, Camille —saluda Amelia.
Le sonrío con amabilidad y ella me devuelve el gesto.
—Buenas noches, Amelia, y buenas noches a todos —dirijo mi mirada a Aarón por inercia, pero él ignora mi presencia.
Alexander ni siquiera se toma la molestia de saludarlos, sólo hace un gesto con la cabeza, sé que no le gusta estar aquí, su cara lo delata y eso me hace cuestionar por que ha organizado esta cena. No es un secreto que no tiene buena relación con su padre, todo mundo lo sabe pero han podido mantener una comunicación hostil. Aunque es evidente que no soporta estar en este lugar.
—Tomen asiento —menciona Stefan, el padre de Alexander—, pronto servirán la cena —todos hacemos caso a lo que dice y tomamos asiento en la mesa.
Alexander se sienta en una de las dos sillas de los extremos, de cara a su padre, le observo durante una milésima de segundo, contemplando el panorama, su labio inferior está ligeramente levantado, sus pómulos destacan y sus ojos rasgados tienen una mirada neutra, nada nuevo en su bello rostro que es capaz de derretirme, pero aun así no me apetece cenar a su lado.
Con la mirada busco un asiento cerca de Aarón, que está sentado frente a mi madre, hago el amago de caminar en su dirección pero una mano en mi cadera detiene mi andar.
—Siéntate —su voz fría retumba en mis oídos—, junto a mí —añade.
—No me apetece hacerlo —susurro para que sólo él pueda escucharme.
—No era una petición.
Pongo los ojos en blanco con la oleada de frustración que me invade y le observo enfadada, pero no hago nada al respecto, sólo dejo que me diga lo que tengo que hacer porque no quiero montar una escena delante de su familia, así que tomo asiento a su lado.
Aprieto mis nudillos tratando de controlar las horribles ganas de arrancarle sus encantadores ojos verdes.
—Vete al diablo… —murmuro en su oído al momento de sentarme junto a él.
Sus labios se curvan en una sonrisa desafiante, mi estómago da un vuelco y me toca respirar hondo cuando me aprieta el muslo con su mano. Un escalofrío me sube por la espalda y, para mi mala suerte, no tarda en apoderarse de todo mi cuerpo, pero tengo que ignorarlo por mi bienestar.
Aparto su mano de inmediato haciendo que sonría con descaro. No obstante, no pasa desapercibido el atisbo de tristeza que opaca su mirada.
Resoplo cansada, no me siento con la fuerza suficiente para hacerle frente y no me apetece estar aquí, no con Alexander y Aarón sentados en la misma mesa matándose con la mirada.
Al cabo de unos minutos la servidumbre atraviesa la puerta y sale de la cocina, comienzan a servir la cena que consiste en carne con vegetales y pasta, todo se ve delicioso, pero yo solo pido que sirvan pasta en mi plato, la discusión con Alexander me ha quitado el apetito.
Todos se disponen a comer sus respectivos platillos, Stefan sonríe de vez en cuando con Amelia, que le susurra cosas al oído. Ellos se ven muy felices y enamorados, mientras que mi mamá luce incómoda con la situación, mi padre sólo se concentra en hacer plática con Alexander. Él le contesta de forma cortante, no tiene ganas de entablar una conversación. Por último está Aarón, quien tiene la mirada perdida y ni siquiera ha tocado su comida.
No puedo evitar sentirme mal por él, no sé cómo se ha de estar sintiendo al tener que celebrar el compromiso de alguien a quien dices amar. Hace tiempo escuche una frase que hoy tiene mucho sentido, es la verdad, una persona nunca elige la bala que les matará, pero si eligen al asesino.
Elegí a Alexander y Aarón me eligió a mí.
Yo nunca experimenté los celos a profundidad y me imagino que debe ser difícil ver a la persona que amas con otra, con Alexander era diferente porque tendría que enojarme con un sin fin de mujeres, ya que le gusta enredarse con medio mundo. Nadie es especial o suficiente para su m*****o ego.
Por eso no puedo saber que es lo que está sintiendo Aarón, pero tampoco puedo engañarme a mi misma y sé que tarde o temprano tendré que hablar con él y decirle toda la verdad respecto a la situación.
—Camille.
—Camille..
—¡Camille! —El ruido procedente de la mesa que golpea Alexander me saca bruscamente de mis pensamientos.
Anonada, levanto la mirada y lo observo desconcertada por su acción.
¿Qué le pasa?
Él me observa con un enojo reprimido, sé que enfrente de su familia no dirá nada, pero sus ganas de reprocharme son evidentes, sus puños están cerrados y su respiración está agitada.
—¿Sucede algo? —le pregunto con calma, tratando de disipar mis ganas de abofetearle.
Me dedica una sonrisa fría. Su mandíbula se tensa de nuevo.
—Es de mala educación no prestar atención cuando alguien te habla —su sonrisa vacila—. Amelia te está haciendo una pregunta —dice entre dientes, tratando de ocultar su irritación hacia mí.
Entorno los ojos en dirección de Amelia, que está viéndome en espera de una respuesta a algo que no tengo ni idea.
—Lo siento —me disculpo—, estaba un poco absorta en mis pensamientos, me podrías repetir la pregunta —le pido, ella solo me regala una sonrisa cálida.
Y me es imposible no compararla con la sonrisa de su hijo. Porque ahora que la observo con más detenimiento, veo que Aarón se parece mucho a ella. Ambos tienen los mismos ojos azules y la cabellera rubia, comparten varios rasgos faciales y la sonrisa de Aarón es una réplica de la de su madre.
—No te preocupes, cariño —musita y sonrío aliviada—, sólo preguntaba qué harás después de casarte con Alexander —repite con un deje de curiosidad palpable en su voz—. ¿Tienes algunos planes en mente o solo te quedarás en casa a servirle a tu esposo?
Sonrió incómoda ante su comentario fuera de lugar y decido no tomarlo en serio porque estoy segura que su intención no es ofenderme. Sé que algunas personas tienen ideologías diferentes a las mías y no estoy aquí para intentar cambiarlas.
—Aunque no tengo ningún problema con las mujeres que deciden hacerlo por voluntad propia, no soy el tipo de mujer cuyo único trabajo o propósito es servirle a su esposo. Estoy estudiando una carrera en artes visuales, ya estoy en el segundo año —informo sin ser grosera—, en mis planes está graduarme primero y después pensaré en montar mi propio estudio de fotografía —Amelia me mira un tanto asombrada.
Alexander sigue observándome fijamente y puedo notar una chispa de emoción adueñarse de sus ojos, más no dice nada al respecto. Aarón reprime una sonrisa pero la percibo y no puedo evitar que mi corazón se acelere, porque sé que tal vez él es el único que me entiende.
—Que bueno que tengas planes a futuro, hija —comenta Stefan con orgullo—. Está bien que desees valerte por ti misma, pero ¿si piensan darme nietos, verdad? —la pregunta me desconcierta, abro los ojos sorprendida y Alexander no dice nada, ni siquiera se inmuta ante la bomba que acaba de lanzar su padre.
Carraspeo la garganta y me aclaro la voz antes de volver a hablar.
—Aún estoy muy joven para pensar en ello, prefiero enfocarme en otras cosas —me sincero, tratando de evadir el tema.
Los nervios no me ayudan en absoluto, este no es un tema que desee discutir frente a mis padres mucho menos enfrente de Aarón. Tomo un largo respiro y acto seguido, bebo un poco de vino, rezando para que eso me sirva.
—No hay ninguna necesidad de tener hijos —aclara Alexander con voz rasposa, haciendo que todas las miradas se enfoquen en él—. Nuestro matrimonio sólo será un contrato de un año, después nos divorciaremos y los hijos saldrían sobrando. No te hagas ilusiones, Stefan —sentencia con un tinte de ironía a la vez que toma un sorbo de su copa, absteniéndose de mostrar cualquier ápice de interés.
Stefan mantiene una sonrisa amable pero observa a Alexander con decepción. Mi padre se atraganta con la bebida, aunque la verdad no sé por qué, él sabía del contrato y para nadie de esta mesa era un secreto, o eso creía porque Aarón me mira esperando a que diga algo, pero me he quedado muda.
Pensé que Alexander nunca lo admitiría tan abiertamente para evitar problemas en el futuro, pero tampoco me molesta que se enteren que no me estoy casando por mero gusto.
—Lo tengo muy claro, hijo —Stefan retoma la conversación—, pero tal vez, en un futuro, acabes enamorándote de Camille y quieras tener hijos con ella. —sugiere con la ilusión crispando en sus orbes verdes, tan parecidas a las de su hijo.
Trago saliva y mi cuerpo se pone rígido.
—Lo dudo. —Contesta Alexander sin atreverse a mirarme.
La decepción se apodera de mí, pero me trago mi descontento y trato con todas mis fuerzas de que sus palabras no tengan ningún efecto sobre mi.
—Yo no tengo ninguna duda de ello —presiona.
—Sabes que no está en mis planes tener hijos —su voz adquiere una nota de advertencia, la tensión ya es palpable en el aire—, no me interesa formar una familia como tú lo has hecho —contraataca haciendo hincapié en la palabra “tú” y Stefan lo observa dolido.
—La familia es lo más importante, hijo.
Un destello de dolor se instala en los ojos de mi futuro esposo, pero desaparece al instante dejándome con un gran signo de interrogación en mi cara.
Amelia me mira con lástima, como si las palabras que ha dicho Alexander me hubiesen herido de alguna forma, pero no lo han hecho. Lo que me duele es no comprender lo qué pasa por su mente, en serio quiero ayudarlo, pero no puedes ayudar a una persona que no quiere ser ayudada.
Tener hijos no es mi sueño como el de muchas mujeres, no odio a los niños y tampoco los descarto de mi vida, pero hay otras prioridades.
—¿Y a ti te gustaría tener hijos? —me pregunta Stefan después de unos segundos.
Oh, no. Dios, no entiendo porque no puedo dejar ir el tema por la paz. Está muy claro cuál es la opinión de Alexander respecto al tema.
Sin embargo, para no ser grosera, le regalo una pequeña sonrisa de boca cerrada.
—Ser madre no es una prioridad en mi vida y tampoco los descarto en un futuro, señor Stefan, pero en este matrimonio no será, es solo un contrato como lo dijo Alexander anteriormente —hay un silencio sepulcral que me hace pasar saliva, nerviosa—. Pero si algún día llega la oportunidad de tener hijos, me gustaría hacerlo con una persona a la que ame y que me ame a su vez.
Puede parecer una indirecta y para ser honestos no sé qué quiero lograr con mis palabras pero no me importa. Alexander se abstiene de hacer alguna réplica y solo ajusta el agarre de su copa, mis comentarios no le están haciendo gracia.
—Que bueno que pienses de esa manera, cariño, los hijos son una gran responsabilidad que no se deben tomar a la ligera. —Interviene Amelia soltando una risa nerviosa.
Nadie habla, todos están evidentemente incómodos con la tensión que se ha creado en la atmósfera, Alexander tiene el ceño fruncido y evita mi mirada a toda costa. Me he dado cuenta que hasta con su familia se comporta frío y no les muestra ningún afecto, en especial a Aarón. Se la ha pasado toda la noche tirándole miradas asesinas, Aarón lo ignora al igual que a mí.
—Necesito retirarme unos minutos, tengo que usar el tocador —me levanto de la silla dispuesta a salir del comedor hasta que me doy cuenta de que no sé dónde está.
Me giro de inmediato, el color subiendo a mis mejillas. Trato de no mirar a mi futuro esposo, no quiero ver su irritación hacia mí.
—¿Dónde está el tocador? —pregunto apenada, Amelia me mira entretenida, está a punto de decir algo pero Aarón la interrumpe.
—Yo te llevo —Aarón se levanta de su asiento por igual y se acerca a mí sin darle tiempo a Alexander de protestar.
Alexander no dice nada pero en el fondo sé que no quiere que esté a solas con él, sin embargo, no va a perder la calma delante de todo el mundo así que se limita a mirarnos fijamente y se me revuelven las entrañas, le ignoro y empiezo a caminar junto a Aaron.
Empezamos a subir las escaleras yendo a la segunda planta con un silencio demasiado incómodo, puedo escuchar nuestras respiraciones pausadas y ese sonido me relaja y me llena de paz, que se acaba cuando llegamos a un pasillo que está inundado por la oscuridad. En mi campo de visión aparece una puerta blanca y Aarón me hace seña con la mirada para que entre, lo dudo unos segundos pero termino haciéndolo, al entrar al lugar me doy cuenta que no es un baño, es una habitación.
Su habitación.
La gente y su afán de ponerme en situaciones incómodas.
Suelto un largo suspiro, sintiéndome abrumada con la situación.
—Aarón... —susurro incómoda—. ¿Por qué me trajiste a tu habitación? ¿Qué hacemos aquí? —pregunto tratando de poner distancia entre nosotros.
Él me mira expectante.
—Tenemos una conversación pendiente —sus ojos viajan a la ventana, tarda mucho en sacar las palabras de su boca como si le costara decirlas—. ¿Has tenido tiempo de pensar en lo que te confesé? —pregunta con los ojos clavados en mí.
Niego con la cabeza, un nudo empieza a formarse en mi garganta y mi pecho se oprime.
—Ahora es diferente, no tienes porque casarte con él, Camille —acota con esperanza.
Mi cuerpo se pone rígido y un escalofrío me sube por la espina dorsal al predecir cómo acabará esta conversación.
—No es diferente —me limito a decir.
Su cuerpo se tensa y me observa con la mirada llena de confusión.
—¡No aceptes el m*****o contrato! —su mirada se ensombrece y solo me alejo más de él.
—Hay mucho en fuego —me aclaro la voz—, no solo es el contrato, es mucho más.
Sé que no me entiende y probablemente jamás lo hará, pero igual necesito sincerarme.
—No te pueden obligar, Camille —asevera y siento una punzada de dolor—, no permitiré que eso suceda.
—Nadie me está obligando —admito.
—Mientes.
Niego al instante.
—Aarón, quiero casarme con él —repito sin verle a los ojos, si lo hago sé que lloraré.
Él no se merece esto, pero necesito sincerarme y aunque me duela en el alma, sé que ha llegado la hora.
—No me mientas —la ira en su rostro es evidente—, por favor no lo hagas, no me mientas.
Ahogo un sollozo, sintiendo los ojos acuosos por el llanto que se avecina.
—No te estoy mintiendo, me quiero casar con Alexander —vuelvo a repetir, intentando que lo comprenda.
—¡¿Por qué diablos te casarías con él?! —grita haciendo que mi cuerpo entre en alerta.
Esto no va a terminar bien. Debí saberlo.
—Aarón, baja la voz, te escucharán —suplico, entrando en pánico.
—Necesito saber por qué.
—Déjame explicarte.
Él me mira fijamente, luce confundido y dolido a la vez.
—Es que...No entiendo por qué quieres casarte con él —Increpa con la voz entrecortada, mis ojos comienzan a escocer y mi pecho se estruja con la sensación de culpabilidad que me corroe.
Dios, no quiero romperle el corazón.
—Yo tampoco —susurro para mí misma.
Aarón se acerca a mí con pasos decisivos y acuna mi rostro con ambas manos, su toque me deja inestable. Me observa por un par de segundos, varias lágrimas comienzan a salir de sus ojos haciendo que un gran nudo se instale en mi garganta, no me gusta verlo de esta manera.
—No lo hagas —súplica.
—Detente, por favor.
Se me quiebra la voz y me mira profundamente, con nuestras emociones a flor de piel. Intento alejarme de su tacto pero lo olvido todo cuando sus labios hacen contacto con los míos y jadeo sorprendida pero no me aparto, solo me aferro a sus labios deseando que él se convierta en eso que necesito.
Me alejo de él y todo lo que siento es vacío. La realización de lo que acabo de hacer me golpea y retrocedo de inmediato, agachando la mirada porque soy incapaz de verlo a los ojos después de lo que he hecho.
—Mírame a los ojos, Camille —pide—, por favor, mírame —súplica y levanto la mirada a la altura de la suya, nuestros ojos se encuentran haciendo imposible detener las lágrimas al ver su aspecto.
Tiene los ojos rojos e hinchados.
—Aarón, no lo hagas más difícil —ahogo un sollozo, tratando de encontrar la manera de decirle que estoy enamorada de Alexander—. No quiero lastimarte.
—No te cases... —Susurra en un hilo de voz y mi corazón se encoge.
—¡Basta! Me voy a casar… —hago una pausa para reunir las fuerzas suficientes—. Estoy enamorada de Alexander… Siempre ha sido él —admito lo que tanto me pudre el corazón, la razón por la cual no he podido darle una respuesta a su confesión.
Aaron me mira con profundo dolor, sus ojos llenos de rabia y su mirada es la misma que yo tenía el día de mi fiesta.
Una mirada rota al igual que nuestros corazones.
—No… No… Puedes amarlo —mueve la cabeza en negación mientras se pasa la mano por el cabello, su voz se entrecorta y las lágrimas comienzan a brotar de sus ojos—. Estás mintiendo, solo intentas engañarme, no tienes por qué casarte.
Niego con los ojos vidriosos.
—Aarón escúchame, lo amo —repito, sintiéndome una m****a por dentro.
Permanece en silencio un momento y luego respira profundamente. Sus ojos brillan con lágrimas.
—¿Él también siente lo mismo por ti? —inquiere y juzgando por el tono que usa, puedo deducir que sospecha la respuesta.
Niego lentamente, — Él no siente lo mismo por mí —un sabor amargo se instala en mi paladar, la cabeza me va a explotar con tanta tensión y dudo que pueda seguir adelante con esta conversación.
—Entonces no lo hagas, no te cases.
Sus ojos me observan en forma de súplica, me inspecciona esperando a que le dé una respuesta positiva. No puedo hacerlo. Estoy enamorada de Alexander hasta la médula.
—Ya he tomado mi decisión, no cambiaré de parecer.
Las lágrimas aparecen de nuevo en su rostro, intenta relajarse pero no lo consigue, me da la espalda y empieza a tirar todo lo que hay sobre el escritorio, libros, lápices, una lámpara, todo sale volando y se rompe en pedazos. Le miro con perplejidad, me duele ser yo quien le cause este dolor. No soporto verlo así.
Me acerco a él y sin dudarlo le abrazo por la espalda, intenta apartarme, pero lo estrecho con más fuerza. Me aferro a él y se tensa bajo mi tacto, acepta mi abrazo y me gira para que estemos frente a frente, sus ojos azules están rojos de tanto llorar, lo miro y le doy una sonrisa triste que sale como una mueca.
Aarón se aferra a mi cuerpo como si estuviera a punto de desaparecer y de repente comienza a sollozar, no lo alejo, permanezco en sus brazos, porque por absurdo que suene, yo también necesito ese abrazo.
—Aarón, perdóname —susurro en su oído sin romper el abrazo—. Lo último que quería hacer era herirte. Significas mucho para mí, pero…
—No soy él —responde por mí.
Le hago un gesto con la cabeza.
Eso lo hace sollozar más fuerte, mi cuerpo se estremece por la culpa y el dolor que me asalta al no poder arreglar las cosas.
—Lo siento tanto…
—No hables, por favor —pide en voz baja—, solo déjame abrazarte, déjame estar así un poco más —ajusta su agarre como si quisiera quedarse así toda la vida, me duele verlo sufrir, lo quiero más de lo que yo pensaba.
Me permito aspirar su fresco aroma, acaricio su espalda con las yemas de mis dedos haciendo que su espalda se tense, sonrío en medio de la oscuridad y por un momento todo es tranquilidad. Todo es paz. Y me olvido de todo a mi alrededor, hasta de que estoy en una cena anunciando mi compromiso, cierro los ojos y me dejo llevar por la inmensa paz que me producen los brazos de Aarón.
—¡Camille, nos vamos! —el grito de Alexander hace que nos separemos, abruptamente.
Me asusto por completo, los nervios se apoderan de mí, necesito irme antes de que Alexander enloquezca.
Me levanto del suelo dejando a Aarón ahí con las lágrimas inundándole el pecho, salgo de la habitación un poco agitada por el llanto, pero no llego muy lejos porque me encuentro con una pared de musculos que me mira con furia, sus ojos están negros y el miedo comienza a apoderarse de mi cuerpo.
—Alexander… —hago el intento de hablar, pero tira de mi brazo bruscamente sin dejarme protestar.
En sus ojos se agita el brillo de la ira y siento que no respiro.
—¡No volverás a verlo! ¿Está claro? —Impone con un tono de voz que no da cabida a las objeciones y afloja un poco su agarre—, serás mi esposa de ahora en adelante y no voy a estar cuidándote todo el tiempo así que empieza a comportarte como tal —escupe con rabia y la piel se me eriza a cambio.
—No soy de tu propiedad. No puedes tratarme así. —contraataco.
—Vas a ser mi esposa y eso es razón suficiente. —Su voz se asemeja a una amenaza.
No me da tiempo a protestar. Entrelaza nuestras manos y comienza a guiarme escaleras abajo, no le importa si me caigo, solo camina endemoniado, me es imposible ir a su ritmo.