Camille
Atravesamos la sala en donde se encuentran todos, incluyendo mis padres, Alexander los ignora y ni siquiera me permite despedirme. Recorremos la mansión entera hasta llegar a la salida donde se encuentra el auto estacionado.
Saca las llaves del auto y se sube rápidamente, no puedo negar que su actitud me da miedo, no me gusta que sea así de agresivo. Tampoco entiendo por qué actúa de esta manera cuando me ha dejado claro hasta el cansancio que no le importo.
—¡Súbete! —ordena enojado.
Hago caso omiso a sus palabras y me quedo en mi lugar, no soy su m*****o títere.
—No me hagas pedirlo por las malas, te aseguro que no te va a gustar. —El tono amenazante en su voz es evidente y tengo miedo que en verdad haga un escándalo así que hago caso a sus órdenes.
Maldito hombre bipolar
Subo al auto y azoto la puerta al cerrarla, me coloco el cinturón de seguridad de mala gana y Alexander comienza a conducir como alma que lleva el diablo, tengo mucha adrenalina corriendo por el cuerpo y siento que en cualquier momento lo voy a matar por actuar como un completo idiota conmigo.
Ignoro las ganas de vomitar que me revuelven el estómago y me agarro al asiento del auto. Mi cuerpo se tensa a medida que avanzamos y quiero decirle que deje de actuar así porque me da miedo, pero no encuentro las fuerzas para obligar a mis cuerdas vocales a formar una palabra coherente. Al cabo de unos minutos llegamos a mi casa y Alexander pisa el freno de golpe, lo que me hace perder el control.
Lo mataré si sigue haciendo esto.
Me regala una mirada asesina y respira agitado.
—Baja del auto —es lo único que dice, lo miro incrédula y eso lo enfurece todavía más—, ¡bájate, maldita sea! —golpea el volante y salgo instantáneamente de mi trance.
Me trago mis insultos, salgo del auto dando un portazo y lo maldigo mentalmente en el momento en que la furia vuelve a invadir mi cuerpo, empiezo a entrar en la casa ignorando la gran punzada de dolor que se instala en mi corazón. Tengo una mezcla de sentimientos encontrados, ahora me doy cuenta de que ser indiferente a él será más difícil de lo que pensaba, quererlo me está consumiendo.
No entiendo su actitud, él es el que no quiere nada conmigo y luego actúa como un psicópata al encontrarme con Aarón, sus cambios de humor me producen jaquecas. Necesito controlar mis emociones, no me puedo dejar llevar por el amor que siento por él, amarlo no me ha llevado a nada bueno…
******
Abro los ojos y parpadeo varias veces antes de acostumbrarme a los brillantes rayos de sol que se filtran a través del cristal de mi ventana, son demasiado molestos y me dan ganas de gritar de frustración, además, mis ganas de querer despertarme por completo son nulas. Si fuera por mí, me tiraría todo el día sin hacer nada. No me apetece enfrentarme a mi situación y añadiendo el hecho de que no me gustan las mañanas, debe ser un pecado levantarse tan temprano.
Maldición.
Suspiro agotada mientras me paso la mano por la cara. Pese a que no quiera hacerlo, tengo que levantarme, hay muchas cosas que necesito hacer hoy. Será un día ocupado; ir a la universidad, de ahí a la boutique, revisar los últimos arreglos de la boda con Amelia, y por último reunirme con Alexander por la noche.
Ya han pasado seis días desde la extraordinaria cena en casa del señor Stefan, nótese el sarcasmo en mis palabras. Por obvias razones no he tenido contacto con Alexander desde ese día. Él no se ha comunicado conmigo y yo no he tenido ganas de hacerlo, no tengo nada que hablar con él y ahora que lo pienso bien, tampoco me apetece hacerlo.
Su indiferencia me tiene hundida en una mezcla de tristeza y rabia, pero sé que no debo ceder a sus desplantes.
Tengo que mantenerme firme en mi objetivo y no dejar verme débil, ahora que las cartas están puestas sobre la mesa no puedo dar mi brazo a torcer, mucho menos cuando vamos a casarnos y estaré atada a él por un año. Un m*****o año.
Me levanto de inmediato de la cama, soltando un bostezo, aún estoy adormilada y sin ganas de salir de mi habitación. Corro al baño, hago mis necesidades, me cepillo los dientes y peino mi cabello en un moño alto, dejando varios mechones sueltos a los costados. Decido no maquillarme y quedarme con un look natural, principalmente porque mis ganas de salir son nulas.
Dejo escapar un suspiro y sin querer seguir quejándome, salgo del baño apresurada y me coloco un top blanco de manga larga y unos vaqueros de mezclilla negros.
Saco una cazadora de color mostaza del armario, me pongo unas de mis zapatillas favoritas, cojo mis llaves del tocador, el bolso y salgo corriendo de mi habitación, deseando haberme quedado dormida todo el día para así no pensar más en todos los problemas que tengo.
A enfrentar el mundo. O más bien Alexander.
El demonio...
Me adentro al aula con pasos firmes, todos los presentes están en sus respectivos asientos absortos en sus propios mundos. Mi mirada viaja a la única silla vacía donde solía sentarse Aarón. Aprieto los labios con fuerza y termino soltando un suspiro de melancolía, mientras me obligo a no sentirme más triste de lo que ya estoy. Necesito acostumbrarme a su ausencia, aunque todavía me deja un mal sabor de boca y no es un sentimiento que pase desapercibido.
La clase comienza con preguntas sobre diversos temas acerca de las artes plásticas y visuales, que según el profesor son principalmente formas de expresar la naturaleza visual. Me centro en los labios del profesor que se mueven rápidamente haciendo imposible entender lo que dice, sus palabras suenan lejanas, como si estuviera en otra dimensión. Y para ser sincera, mi cabeza está en otro lugar, pero no debería estarlo. No cuando sólo sufro pensando en esa persona que se ha convertido en un martirio.
Después de unos minutos, nos entrega un documento a todos para hacer una investigación durante la clase, trato de concentrarme en la asignatura que tengo enfrente, pero cierto demonio se instala en mi cabeza dificultando las cosas. m*****o Alexander.
Mi mente me tortura, solo pienso en los labios de Alexander sobre mi piel, sus caricias, su cuerpo.
>.
La abstinencia no es lo mío. Pero me niego a admitir que d***o estar con él.
Tres horas más transcurren y mis clases se dan por terminadas. Sin embargo, hay otros pendientes que necesitan mi atención, aunque no quiera ir con Amelia. Sinceramente no me he preocupado en nada que tenga que ver con los preparativos de mi supuesta boda.
La boda se celebrará por el civil, no accedí a casarme por la iglesia y a Alexander tampoco pareció importarle mucho. Él prefiere no involucrarse al igual que yo, al fin de cuentas no nos casamos por amor, al menos él no.
Quiero que sea algo pequeño, no es necesario hacer algo extravagante, no cuando a ni uno de los dos nos interesa involucrarnos, sabemos que esto es solo una farsa que en algún momento llegará a su final. Hoy quedé de verme con Amelia para confirmar todo lo que ella ya ha elegido para la boda. Mi madre prefirió mantenerse alejada de todo y por eso ella ha sido la anfitriona durante estos días, pero aún así necesita que vea lo que ha escogido porque considera importante mi opinión. Confío en ella así que no pienso demorarme mucho.
Además, solo es una simple boda sin sentido que no necesita ser perfecta.
Si, solo una boda sin sentido.
éetelo, Camille>>
*******
Salgo del taxi apresurada, Amelia ya me llamó hace unos minutos para decirme que ya está en la boutique para ver los vestidos de novia, es un fastidio no poder conducir, necesito aprender a manejar con urgencia. No siempre puedo estar dependiendo de alguien para que me lleve a todos lados.
Al entrar al lugar acordado, diviso a Amelia que se encuentra hablando con dos mujeres. El lugar es demasiado elegante para mi gusto, además, los vestidos exhibidos en los maniquíes son demasiado extravagantes para la pequeña ceremonia que tendremos. Prefiero algo más sencillo, algo que se ajuste a la boda planeada.
Tomo un profundo respiro y me mentalizo para lo que tengo que soportar por las siguientes horas, no puedo quejarme, mis manos están sudando y no sé la razón. O tal vez sí pero no quiero pensar en ello así que sólo me adentro a la boutique y Amelia sonríe con satisfacción cuando me ve.
—Hola —me acerco a las tres mujeres que me observaban con emoción.
Si supieran que es una boda por contrato, no estarían así de felices.
Al menos yo no lo estoy.
—Debo confesar que pensé que no vendrías —suelta un suspiro de alivio—, me alegra verte de todas formas, pasa, ya tengo varias opciones para que te las pruebes. Apuesto que todas se verán bien.
Le sonrío con amabilidad, pero a mi parecer, es solo una mueca de resignación.
—Gracias, Amelia —le digo—, y disculpa por el retraso, mis clases tomaron más tiempo de lo habitual.
—No importa, cariño —hace una ademán como la mano—, sígueme.
Asiento con la cabeza y me dejo guiar por Amelia a los probadores donde ya hay cinco vestidos colgados en un pequeño tubo de metal, no puedo mentir aunque quiera, los vestidos son hermosos. La tela en que están fabricados, el diseño, todo es muy bonito, pero no me gustan, son demasiado llamativos y ostentosos.
Yo tenía en mente algo más sencillo, algo que se ajustara a mis sentimientos, no es una boda de ensueño y eso lo tengo muy claro.
No hago ninguna protesta pese a mi desagrado y me introduzco en el probador intentando fingir una felicidad que no siento. Al cabo de unos minutos salgo del probador con el primer vestido que parece de cenicienta. Es muy esponjoso de la parte de abajo.
—¡Preciosa! —chilla Amelia al verme, hago una mueca tratando de corresponder el gesto.
No puedo.
—No creo que sea el indicado —soy amable con respecto a lo que en realidad quiero decir.
Amelia aprieta los labios en una línea recta.
—Te ves muy perfecta, cariño, pero si no te gusta puedes probarte los demás —me limito a escucharla—. Al fin y al cabo, es tu boda y Alexander me ha pedido que me asegure de que elijas el vestido que más te guste. El precio no es un problema.
Sólo asiento con la cabeza, tratando de ocultar mi clara incomodidad.
No dice nada más, así que vuelvo al probador y así sucesivamente, hasta que ya estoy con el último vestido, es genial. Tiene ese toque de sencillez y elegancia. La combinación perfecta para la boda. Una sonrisa de alivio se instala en mis labios al confirmar que es el vestido de mis sueños. Creo que me lo llevaré.
—Vamos, Camille —augura Amelia desde afuera del probador.
Salgo acomodando la parte del escote, ella me observa y esboza una sonrisa angelical.
—Creo es el indicado para ti —aplaude con alevosía—, aunque debo admitir que es demasiado sencillo para un evento tan grande como la boda de Alexander, pero se adhiere muy bien a tu cuerpo —inquiere lo último con cierto sarcasmo que me hace mirarla con confusión.
—Este me gusta —musito, encogiendo mis hombros—, es bonito y creo que va bien con la boda.
—Entonces este será. —Se levanta del pequeño sillón donde se encuentra sentada y empieza a caminar hacía mi.
—Deja te doy mi tarjeta —me adelanto y tomo mi bolso para entregarle la tarjeta de crédito que siempre uso—, puedes cargarlo a mi cuenta.
Le extiendo mi tarjeta y ella niega con la cabeza, a la vez sorprendida.
—Camille, por favor, ya te dije que el dinero es el menor de nuestros problemas —admite con una sonrisa tirante—. No olvides que te casarás con Alexander, un importante magnate de los negocios que está a punto de heredar más dinero del que ya tiene, será suficiente para que viva cuatro vidas más si eso es posible.
Por un momento me entra la incertidumbre de saber más, hubo algo en su tono de voz que me hizo desconfiar de la faceta que hasta hoy me ha mostrado. Como si algo me dijera que no está siendo del todo sincera conmigo.
Decido ignorar la corazonada que se acentúa en mi estómago. No necesito desconfiar de ella en estos momentos.
—Bueno, llega un punto en el que te das cuenta que el dinero no lo es todo, Amelia. Hay cosas más importantes en esta vida —trato de desviar el tema, pero ella se ríe ante mi comentario.
—Camille, algún día entenderás que sí lo es. Cuando una persona nace en cuna de oro le es imposible entender la importancia que tiene el dinero —la melancolía opaca sus ojos azules y parece estar hablando de una experiencia pasada—, claro, tú no puedes simpatizar conmigo, tu nunca sufriste carencias, cariño —suelta lo último con un deje de rencor, haciendo que la incomodidad me invada, así que decido alejarme y dejar que ella pague.
La conversación tomó un rumbo muy extraño, sentí que me reclamaba o tiraba indirectas acerca de algo. Mi cabeza da miles de vueltas intentando entenderla, pero no puedo, tampoco me interesa entrometerme en asuntos que no me involucran. Ya tengo demasiado con que lidiar.
—Es mejor que me vaya, tengo más cosas por hacer —le aviso de manera cortante—. Gracias por todo, Amelia. Fue un placer verte —espeto con la educación que se me inculcó, mostrando una mueca cómo sonrisa para después regresar al vestíbulo y cambiarme nuevamente.
Cuando salgo del vestíbulo veo a Amelia platicar con la encargada del lugar, ambas no se han dado cuenta de mi presencia así que me escabullo con rapidez y salgo de aquella boutique, sintiendo como la tensión de mi cuerpo disminuye con cada paso que doy. Ya está empezando a oscurecer, el color azul opaco del cielo me lo hace saber.
Camino un poco más por las calles hasta qué hago señas con mi mano para detener un taxi e ir a la empresa de Alexander. Quisiera decir que no ansío verlo, que solo lo hago estrictamente por obligación, pero la verdad es otra, anhelo volver a verlo.
Después de unos treinta minutos, el taxi llega a su destino, le p**o al conductor y salgo del auto sintiéndome un tanto nerviosa. Me sudan las manos como si fuera una adolescente con las hormonas alborotadas, bueno, ¿quién no tendría las hormonas alborotadas con un hombre como Alexander?
Ignoro mis pensamientos indecentes y me dirijo con pasos temblorosos hacia el edificio. Sigo sin entender cómo alguien como él puede provocar tanto en mí sin haberlo visto siquiera.
Puede que finjamos tener nuestras emociones bajo control al estar lejos de una persona, el verdadero reto está en verla a la cara y no caer en la tentación.
Sin embargo, no caer es imposible cuando se está enamorada de un demonio.
Rosello's Empire, el nombre de la empresa petrolera se hace visible en mi campo de visión, inhalo profundamente y, sin ningún ápice de felicidad, entro al gran edificio. Estoy prácticamente temblando, hay varias personas moviéndose de un lado a otro concentradas en lo que están haciendo, desvío la mirada de la gente hasta que mi vista capta a una mujer rubia en la recepción.
Mi mente comienza a trabajar más rápido de lo normal tratando de recordarla, creo que la conozco de alguna parte, pero no sé de dónde. Me concentro en el rostro de la rubia y cierro los ojos para poder detallarla mejor en mi memoria, varios recuerdos atraviesan mi mente hasta que uno en especial hace clic, y es como una jodida guantada en el estómago.
Claro, es ella.
Es la misma mujer que salió del apartamento de Alexander el día en que le llevé los papeles que me pidió mi padre, maldita sea, una punzada de dolor se instala en mi interior dejándome hundida en la confusión, dolor y rabia. m*****o sinvergüenza. Por más que intento que esto no me afecte, lo hace y mucho. Ella estaba en su apartamento aquel día y ahora me entero que trabaja con él.
Los celos me empiezan a carcomer y no puedo hacer nada más que reprimirlos porque no puedo reclamar. Alexander me ha dejado muy claro hasta el cansancio cuales son sus sentimientos hacia mí, sin embargo, eso no borra la horrible sensación que atenaza mi pecho. Ella no parece ser alguien cualquiera. No entiendo porque no puedo dejar el pensamiento.
La inseguridad comienza a crecer con más intensidad cuando la observo con detenimiento, debo de admitir que es demasiado hermosa, piernas largas, cintura diminuta, ojos avellana, y además trabaja con él, en su empresa.
La vida se empeña en enseñarme lo estúpida que soy.
Decido acercarme para acabar con esto de una buena vez. Además, Alexander ya me está esperando, no tiene ningún caso que me vaya y tampoco voy a salir corriendo cómo una cobarde porque no lo soy.
—Hola —carraspeo la garganta—, me gustaría ver a Alexander, ¿podrías anunciarme con él? —intento hablar lo más amable que los celos me permiten.
Su atención se centra en mí, no puedo evitar sentirme incómoda e inferior cuando me escanea de pies a cabeza y hace una mueca de asco.
Adiós amabilidad.
—¿Y se puede saber quién lo busca? —puedo detectar el matiz de burla detrás de su respuesta—, es muy bien sabido que se necesita agendar una cita con antelación, el señor Rossello no recibe a ninguna persona que no tenga cita —contesta de manera tajante mientras una sonrisa forzada empieza a formarse en sus labios—. Hágame el favor de retirarse si no tiene una cita o me veré obligada a llamar a seguridad —me señala la salida con la mano y me toca respirar profundo antes de volver a hablar.
ólate, Camille.>> Me digo a mí misma.
—Conozco muy bien el procedimiento, pero resulta que la persona que lo busca es su prometida, Camille Brown. No creo que necesite agendar una cita con "antelación" para ver a mi futuro esposo, ¿verdad? —Finjo una sonrisa amable sin saber porqué lo digo de esa forma, su rostro se tiñe de rojo y parece que va a sacar chispas en cualquier momento.
Me limito a verla fijamente, esperando a que entienda mis palabras y me de instrucciones. No hace más preguntas y empieza a marcar los números en el teléfono que tiene al lado izquierdo.
Es más que obvio que Alexander me cede la entrada, rueda los ojos con fastidio y me observa con rencor. Intento no dejarme llevar por mis emociones, nunca me han llevado a nada bueno y no tiene ningún sentido caer en provocaciones.
En el fondo siento pena por ella, siempre buscamos ser algo más en la vida de Alexander. Pero con él siempre nos toca conformarnos.
—Puede pasar, señorita Brown, es el último piso, oficina presidencial. El señor Rossello ya la está esperando —musita cortante para después ignorarme y volver a lo suyo.
—Gracias.. —susurro a pesar de que me ignora.
Al cabo de unos minutos, el ascensor llega al último piso donde se encuentra mi prometido, comienzo a caminar hacia la oficina que me indicó la secretaría. Las piernas comienzan a fallarme, mi corazón se acelera como si fuera la primera vez que lo veo, es imposible reprimir todas las emociones que invaden mi cuerpo.
Doy tres toques suaves a la puerta de cristal que está enfrente de mí, levanta la mirada de lo que sea que está viendo, conecta sus ojos con los míos y mis pies comienzan a caminar hacia él como si tuviera un imán que me atrae.
—¿Puedo pasar? —pregunto, viéndolo fijamente a sus hipnotizantes ojos verdes. No importa cuánto lo intente, siempre me seguiré perdiendo en ellos.
—Ya estás adentro, Camille —responde encogiéndose de hombros.
Me sonrojo ante su afirmación. Él lo nota y un destello de sonrisa se empieza a formar en sus labios, pero la reprime.
Idiota.
—Bueno..., ¿para qué querías verme? —opto por cambiar de tema. No quiero hacer el ridículo nuevamente.
—Mañana nos casaremos —comenta con una nota de indiferencia.
Paso saliva, nerviosa.
—Eso ya lo sé Alexander, no vine hasta aquí para que me lo digas —intento sonar cortante pero mis nervios me están delatando—, no estoy interesada en perder el tiempo.
La tensión aumenta gracias a mi respuesta. Sus ojos me acribillan haciéndome estremecer entera.
—Por primera vez en tu vida, ¿podrías dejarme terminar de hablar antes de sacar cualquier conclusión? —gruñe enojado a la vez que la sangre me sube a las mejillas de nuevo y estas adquieren un tono carmesí.
Intento despegar la mirada de él, estoy muerta de los nervios y verlo no está ayudando, pero mis ojos se rehúsan a colaborar.
Nunca soy dueña de mi propio cuerpo cuando estoy cerca de él.
Paso saliva en repetidas ocasiones para intentar tranquilizarme, después le hago ademanes con la mano para que prosiga y termine con la oración.
—No te interrumpiré más —decreto.
—De acuerdo, lo que decía es que nos casaremos mañana y todavía no tienes un anillo —menciona con obviedad.
Vuelvo a tragar grueso, bajando la mirada a mi dedo anular, es cierto que no había tenido tiempo de pensar en ello. No me ha dado ningún anillo y tampoco me he preocupado por ello. No cabe duda de que cada vez estoy peor, ¿dónde está mi maldita cabeza?
Me acerco a su escritorio, su cuerpo se tensa y adquiere una postura rígida. Se percata de que lo estoy analizando e intenta recuperar la compostura, pero su mandíbula apretada es fácil de notar.
Carraspea la garganta a la vez que aparta la mirada de mí, extiende su mano y abre un cajón del escritorio, comienza a buscar algo hasta que saca una pequeña caja de terciopelo gris, la curiosidad me embarga y aunque quiero decir que esto no me provoca nada, verlo así me provoca todo.
Vuelve a estirar la mano y me entrega la misma cajita, la tomo en mis manos y la observo detalladamente, estoy ansiosa por saber qué contiene. Bueno, es demasiado bvio, pero aún así me emociona.
—Ábrela —dice con media sonrisa, ignoro su intensa mirada y sin más, abro la caja.
Mi corazón deja de latir.
Un hermoso anillo de compromiso aparece antes mis ojos, tiene un gran diamante de color verde esmeralda en el centro, en forma de gota, hay pequeñas diamantes incrustadas alrededor de este, es simplemente perfecto. Precioso.
—¿Es de tú agrado? Si no, no importa, podemos cambiarlo por otro más bonito o más grande —Dice rápidamente y si no lo conociera mejor, diría que está nervioso.
Sigo detallando el anillo pero aún así puedo sentir su mirada puesta sobre mí, a la espera de alguna respuesta.
Me encanta, demonio.
—Es muy bonito, me gusta —soy sincera.
Una pequeña sonrisa se forma en mis labios sin que pueda evitarlo, siento que mi cuerpo deja de funcionar al sentir tantas emociones. Alexander posa sus ojos en mí queriendo unir nuestras miradas y lo permito. Me permito perderme en su profunda mirada que tantas noches me ha provocado desvelos.
—¿Lo has elegido tú? —cuestiono intrigada, más bien ilusionada.
Él niega al instante.
—Se lo encargué a mi secretaria hace dos días, pero lo pagó con mi dinero, ¿eso cuenta? —solo bastan unos segundos para que las palabras que salen de sus hermosos labios destruyan mis ilusiones, haciéndome sentir peor.
Dios, que tonta soy, por un momento pensé que él lo había elegido especialmente para mí. Me siento tan mediocre, cuando pienso que me estoy acercando a él, más lejos estoy. Nunca hará nada por mi y necesito aceptarlo.
—¿Eso es todo lo que querías hablar conmigo, Alexander? —cierro la caja al instante y finjo que su comentario no me afectó en absoluto.
Me muerdo el interior de las mejillas, tratando de recomponerme para que no note la tristeza que abunda mis ojos.
—Si —asiente—, eso era todo lo que quería.
Ya no digo nada más, le doy un asentimiento de cabeza y comienzo a caminar hacia la puerta dispuesta a marcharme sin siquiera despedirme. No puedo quedarme un segundo a lado de él sin sentir como mi corazón se rompe pedazo por pedazo.
Hago el amago de abrir la puerta para poder salir y echarme a correr, pero Alexander pone su mano por encima de mi cabeza, impidiendo que esta se abra siquiera. Me acorrala entre sus musculosos brazos, tomando dominio de mi cuerpo.
Me giro para enfrentarlo pero por un momento todas las fuerzas que reuní antes de entrar a su oficina me abandonan, ya que se inclina para estar a mi altura y me es prácticamente imposible recuperar mi compostura al sentir su aliento tan cerca de mis labios.
Demasiado cerca como para robarle un beso.
>.
—Alexander.....—suspiro cerca de su rostro, tratando de huir de su agarre.
Necesito escapar o de lo contrario caeré en la tentación.
—Huir no te servirá nada —gruñe en voz baja y con una mano me rodea la cintura, acercándome más a él—, todo tu cuerpo te delata, preciosa, me deseas con la misma intensidad que yo te d***o a ti —presiona nuestros cuerpos entre sí, confirmando sus palabras.
Pongo mis manos contra su pecho para evitar que se acerque más, no aguanto tenerlo cerca y no poder besarlo, pero su agarre es muy fuerte como para dejarme ir. No podré resistirme más.
—¡Alexander, suéltame de una maldita vez! —protesto enojada—, necesito irme, ya es noche y no encontraré transporte. No me apetece ir a pie —una sonrisa maliciosa se forma en la comisura de sus labios y me roba el aliento.
—Tranquila, no te haré nada —vacila con un tono coqueto—, que tú no quieras, claro —deja un beso fugaz en mis labios y se separa de mí como si nada hubiese pasado.
¿Dónde ha quedado mi autocontrol?
Me quedo atónita e intento recopilar lo que acaba de suceder. Él me arrebata la pequeña caja de las manos y saca el anillo de ésta. Sin previo aviso, toma mi mano izquierda con cierta delicadeza que me pone a temblar, y desliza el anillo lentamente en mi dedo sin perder la oportunidad de rozar mi piel de manera indebida. Los escalofríos estremecen mi cuerpo y trato con todas mis fuerzas de recuperar el aire que amenaza con dejarme.
Sonríe con prepotencia al ver el anillo en mi dedo.
—Ahora sí, preciosa, eres oficialmente mi prometida —increpa con un ápice de orgullo y posesión—, la futura señora de Rosselló —vislumbro el brillo de melancolía en su mirada y, por un momento, d***o que todo sea real…