Camille
Al llegar a la mesa logro obtener una imagen más clara de Sam, luce triste y algo apagada, como si llevara horas llorando. Sus ojos color miel ya no tienen el mismo brillo que la caracteriza y eso me hace sentir aún más culpable porque me pregunto si lo que le molesta es mi culpa, si es por mí.
No suele ser el tipo de chica que se deprime por nada y, sin embargo, está aquí, con su peor aspecto.
—Hola, Sam —digo tímidamente, escondiendo las manos bajo la mesa. Estoy nerviosa y no puedo ocultarlo—. ¿Cómo has estado todos estos días? —Mi tono dramático no pasa desapercibido e incluso puedo captar un atisbo de diversión en sus ojos, pero es verdad, se siente mucho tiempo desde la última vez que la vi.
Sus ojos color miel me miran suplicantes. Se siente mal y yo también. Es innegable, las dos sufrimos por lo que ella ha pasado y eso me sorprende porque cada vez que nos peleamos, siempre nos reconciliamos en cuestión de minutos o de horas.
—Hola, Cami —habla por fin y suelto un suspiro, aliviada de no detectar ninguna nota de disgusto en su voz—. Yo he estado bien, ¿y tú? —murmura en un susurro que hace que me duela un poco el corazón, ella no tiene la culpa de que me hayan arruinado la fiesta, tengo que disculparme cuanto antes.
Le dedico una sonrisa relativa.
—Está bien —digo—, pero antes tengo que pedirte .... —mi intento de disculparme con ella fracasa cuando el camarero nos interrumpe, haciéndome callar al instante.
—¿Qué puedo ofrecerles hoy? —pregunta amablemente, sacando una libreta y un bolígrafo de su delantal.
Miro fijamente a Sam antes de volver a centrar mi atención en el camarero y pedir mi pedido.
—Una malteada de fresa y una tarta de chocolate estaría bien —le doy una sonrisa y giro mi vista hacia Sam, esperando a que ella pida lo suyo.
—Para mí será una malteada de vainilla con una rebanada de pay de queso —pide, observando detalladamente al camarero que por igual no deja de repararla, pese a que se pone nervioso al sentir la intensa mirada de mi amiga.
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Después de que el camarero desaparece de nuestro campo de visión para irse por nuestros pedidos, intento volver a retomar la conversación con Sam, pero las palabras no parecen querer salir de mi boca, me siento incapaz de disculparme y esto se debe a que siento gran culpabilidad por haberle reclamado así, sin siquiera darle oportunidad de explicarse o defenderse.
Somos amigas desde hace años y debí confiar en ella, debí asegurarle que le creía, ella no hubiese hecho algo así para dañarme.
—Cami.... —habla y hace una pausa tomando un gran respiro para impulsarse—. Lo siento en verdad, sé que lo que hice estuvo muy mal y no quiero que sigamos peleadas —sonrío como una niña de diez años al escuchar sus palabras, en serio la extraño y no puedo estar más tiempo enojada con ella.
Mis labios se curvan en una sonrisa haciendo que suelte un resoplido, un tanto aliviada.
—Tampoco quiero seguir peleada contigo, te he echado mucho de menos, tonta —me levanto de mi asiento para rodear la mesa que nos separa y abrazarla. Suelta una risa nerviosa, pero al final corresponde a mi abrazo con la misma emoción.
—Gracias, Cami yo también te he extrañado demasiado —esboza una sonrisa ladeada, escondiendo las lágrimas traicioneras que amenazan con salir.
Empezamos a platicar de cosas sin sentido hasta que por fin llegan nuestras órdenes, el camarero entrega el pedido a Sam y después a mi. Sam se devora rápidamente el pedazo de tarta y yo me dedico a observarla, sonriendo por sus acciones. Esa es la Sam que yo conozco, la que es capaz de devorarse un pastel entero si se lo propone.
Le tomo un sorbo a mi malteada y empiezo a comer un pedazo de la deliciosa tarta.
Sam atrae mi atención con sus manos, reubico la mirada de nuevo, intrigada. Sus ojos están puestos sobre mí.
—¿Qué pasó con Alexander, sí pudieron hablar después de todo? —pregunta curiosa y la sonrisa de mi rostro desaparece al escuchar su nombre.
—Es algo complicado... —escondo la mirada, sintiendo como la sensación de vergüenza y humillación invade mi cuerpo.
Sabía que era cuestión de tiempo para que preguntara sobre el tema, solo esperaba que no lo hiciera hoy. Sé que si la miro a los ojos, me será imposible no llorar y en este momento lo que menos d***o es llorar como lo hice hace apenas una noche.
—Cami, ¿qué pasa, nena? —insiste, haciendo que una lágrima resbale sobre mi mejilla. Mi pecho se siente sofocado y no puedo hacer más que pestañear para evitar no llorar, aunque el revoloteo solo empeore la situación.
¡Dios! No quiero llorar, pero ya lo estoy haciendo...
Me maldigo mentalmente, no quiero llorar, estoy cansada de hacerlo. ¿Por qué diablos tengo que ser tan débil?
Suelto un bufido, sintiéndome enojada y presa de la sensación de intranquilidad que me invade cada vez que pienso en el tema. Estoy tratando de contenerme, pero no tiene caso que lo haga cuando Sam es la única que persona que puede entenderme así que le digo lo que me está pasando.
—Alexander no siente nada por mí, Sam, él no me ama —susurro para después cubrirme la cara con ambas manos, sintiendo un dolor punzante atravesar mi corazón, y no disminuye—. Él me lo dijo, él me rechazó.
Duele admitir la derrota.
—Ohh, Camille —su voz decepcionada no pasa desapercibida, se levanta de su silla para luego acortar nuestra distancia y abrazarme como tantas veces lo hizo en el pasado, sé que está tratando de hacerme sentir bien pero dudo que haya algo en el mundo que se deshaga de la vergüenza y humillación que siento por mí misma.
Alejo esos pensamientos y me permito sacar todas las lágrimas, me convenzo de que estar cerca de ella es lo que necesito, ella me hace sentir mejor y me da ánimos en cualquier situación. En este momento lo único que necesito es una amiga.
Sam es una persona esencial para mí. Siempre he admirado su manera de actuar ante las situaciones que le pone la vida. Ella siempre me decía que Alexander no era el hombre para mi, principalmente por nuestra diferencia de edad, sumándole el hecho que era el socio de mi padre. Sam estaba segura que el tiempo borraría mi amorío por Alexander, pero eso no pasó. Él sigue en mi mente y en mi corazón como desde el día en que lo conocí.
A pesar de no estar de acuerdo conmigo ni mucho menos con mis decisiones, ella siempre me apoyó y me escuchó cada vez que hablaba de él, nunca se opuso a lo que yo sentía y le agradecía que no lo hiciera.
—Cami, cuéntame que pasó —pide angustiada, pero sólo me limito a verla a los ojos, el nudo en mi garganta es muy grande y no me permite decir algo.
Ahogo un sollozo y tomo un respiro hondo antes de encontrar su mirada.
—Sam él....simplemente no me quiere, él me lo dijo a la cara —por fin consigo formar una oración tratando de contener mi llanto, Sam solo se limita a escucharme con atención, pero ya no quiero hablar de este tema. Me duele hasta recordarlo.
—¿Él te lo dijo así? —pregunta perpleja y hace un gesto confuso—. ¿Qué pasó?
Sé que está preocupada y quiero insistir en el tema pero no puedo, al menos no hoy.
—Sam podemos hablar después, no quiero revivirlo, por favor .... —suplico, haciéndole entender que me lastima hablar de él en este momento.
Su mirada luce preocupada, pero aún así, asiente dudosamente y ya no hace más preguntas acerca del tema.
—¿Quieres ir al parqué que solíamos ir cuando éramos pequeñas ? —pregunta de la nada haciendo que haga un mohín y un sollozo brote de mis labios—. Sería bueno tomar un poco de aire —susurra y comprendo lo que trata de hacer.
Me limito a asentir con la cabeza. Sé que lo está haciendo para distraerme y se lo agradezco. Tal vez esto me ayude a levantar mis ánimos que ahorita se encuentran por el suelo.
Sam se levanta de la silla y se dirige a pagar la cuenta, pero puedo observar cómo coquetea con el camarero de antes —lo sabía, le gustó— no puedo evitar sonreír en medio de las lágrimas, al menos ella tendrá una historia de amor.
Después de salir del lugar emprendemos nuestro camino hacia al parque, Sam no habla y se lo agradezco internamente, no tengo muchas ganas de entablar conversaciones, pero aprecio su compañía en estos momentos.
Ella me hace sentir bien y las cargas parecen menos pesadas a su lado.
Al llegar al parque nos percatamos de que está completamente vacío, lo que lo hace perfecto en este momento, Sam me toma de la mano y me guía hacia los mismos columpios en los que nos conocimos hace años. Me inclino y subo mi cuerpo al columpio. Me aseguro de que está bien sujeto y apoyo mis manos en las cadenas a las que está colgado, Sam sonríe como respuesta mientras empieza a mecerme, dándome pequeños empujones en la espalda.
Sentir la brisa del aire contra mi cara me ayuda a calmarme, en cierta forma reduce la cantidad de pensamientos que no me abandonan. Perdiéndome en la sensación de paz que me avasalla al estar meciéndome, suelto un suspiro cargado de resignación y dejo que mi cuerpo se destense.
Tal vez esto sea la distracción perfecta para olvidarme de cierto demonio de ojos verdes que me atormenta desde que me rechazó en mi habitación.
—¡Más fuerte! —grito a todo pulmón y ella incrementa la fuerza de sus empujones en mi espalda, haciendo que el columpio vaya más rápido.
Curvo mis labios en una tímida sonrisa, sintiéndome libre y en paz.
Al terminar de mecer a Sam en el columpio, me dejo caer en el césped viendo cómo ya se ha metido el sol, y ahora es la oscuridad la que nos hace compañía, ya empiezan a salir algunas estrellas en el cielo, sin duda es hermoso.
Me relajo haciendo que mi respiración vaya más lenta, Sam se recuesta a mi lado y junta nuestras manos, sonrío con tristeza al sentir su tacto, ella es una de las pocas personas que calman mi dolor.
Sin saber que más hacer para matar el tiempo, saco el móvil de mi bolsillo t*****o para ver la hora, pero la pantalla en n***o me hace recordar que lo apagué porque no quería recibir ninguna notificación. Maldigo al instante, necesito saber que hora es o de lo contrario me meteré en problemas.
Lo enciendo y me desespero al ver que está tomando mas tiempo de lo debido. Me vuelvo hacia Sam y ella me observa esperando a que diga algo, me imagino que soy muy fácil de leer o es los años compartidos que le dan la certeza de saber que pasa por mi mente.
—¿Sam, qué hora es? —vuelvo a meter el móvil en mi bolsillo—. Ya está oscureciendo, deberíamos marcharnos —Sam saca su móvil y sus ojos se abren de par en par al ver el número de la pantalla.
Oh, m****a, no puedo ser bueno.
—¡Cami, por Dios! —maldice en un leve susurro que logro captar—. Toma tus cosas, es tardísimo. ¡Me van a matar, j***r! —la voz alarmada de Sam hace que tome mis cosas de inmediato y sin siquiera detenernos a tomar una bocanada de aire, empezamos a correr por las calles de Seattle, como unas completas locas sin importarnos las miradas que recibimos de las personas que caminan en las banquetas.
Dos chicas corriendo por las calles de Seattle como si su vida dependiera de ello.
Mis padres no están en casa, pero Alexander sí, parte de mí se quería quedar en aquel parque para huir de él y evitarlo. No puedo estar cerca de él sin que recuerde sus palabras. En serio me lastima demasiado, pero aún así lo amo...
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Estoy frente a mi casa pero me niego a entrar, no quiero verlo, no ahora. No quiero estar cerca. Mis entrañas son un completo torbellino, las sensaciones que me embargan al tenerlo cerca son adictivas y por alguna razón pierdo las funciones cerebrales y termino arruinando todo.
El gruñido de Sam me devuelve a la realidad, está a mi lado. Ambos nos encontramos fuera de mi casa, ella me mira fijamente dándome esa mirada de advertencia y yo solo me maldigo por ser un cobarde.
—Camille muévete, tengo que irme. Ya pasan de las diez de la noche y sabes que estaremos en problemas —frunce el ceño, haciendo un gesto de frustración y niego en respuesta—. Entra ya en esa casa, quiero asegurarme de que no te pasa nada —termina ya molesta por mi actitud y tiene razón, he actuado de forma muy inmadura.
Dejando escapar un bufido que se disuelve en el aire me giro y le doy un casto beso en la mejilla a modo de despedida y ella entiende mi gesto.
No tarda mucho en marcharse, y sólo me dedico a verla perderse en el camino, su casa no está a más de unas manzanas de la mía así que no me preocupa demasiado. Estará bien, pero aun así saco el móvil y le mando un mensaje para que me mande su ubicación por si acaso.
Recibo su mensaje con su ubicación en cuestión de segundos y suelto un suspiro aliviada, mi cabeza es un lío con la situación actual, meto la mano en el bolsillo y saco las llaves de mi casa. Es ahora o nunca.
Me tiemblan las manos y sólo sé que algo me espera, no puedo evitar que mi corazón se acelere, estoy tentando a la suerte, lo sé. Además, no debería haber llegado tan tarde, pero a quién le importa, Alexander no es mi padre y no tengo que darle explicaciones. Ya soy mayor y puedo tomar mis propias decisiones sin tener que rendir cuentas a nadie.