Capítulo VII

2758 Words
Camille Me encuentro caminando por las hipodensas calles de Seattle, perdida en la abundancia de mis pensamientos que solo radican en Alexander. Todo es tan confuso en este momento. Me gustaría que todo fuera diferente entre nosotros, que él me amara como yo lo amo, pero no siempre se consigue lo que se quiere y ahora lo puedo entender, pero mi cabeza se rehúsa a aceptar la verdad. A veces la vida y el destino ni siquiera apuntan a tu favor. Suelto un resoplido, abrumada por no poder callar las voces de mi cabeza. Camino desolada durante unos minutos más, pero mi mente vuelve a centrarse en la realidad cuando le oigo hablar desde su coche. —Sube, puedo llevarte a la Universidad, no tengo ningún problema —dice con voz ronca mientras baja la ventanilla del coche, permitiéndole a mis ojos verlo completamente. Lleva un traje azul a juego con el orbe de sus ojos y unas gafas de sol que le dan un aspecto irresistible. —Puedo caminar —protesto a la defensiva, sin bajar la vista—. No tienes por qué hacerlo. Su ceño se frunce ligeramente y contengo la respiración, reteniendo las palabras en mí boca. —Nunca he dicho que no puedas, Camille —sonríe y me mira con tranquilidad—. Sólo he dicho que puedo llevarte sin ningún problema —explica mientras aprieta el volante y eso es una clara muestra de que no le gusta que cuestionen lo que él dice. Juntando mi autocontrol y mi cordura le lanzo una mirada exceptiva, pero ni eso basta para detener las palabras que se me escapan. —¿A qué estás jugando, demonio? —pregunto inconscientemente y una sonrisa malévola se ensancha en sus labios. —¿Demonio? —enarca ambas cejas, confundido—, ya empezamos con los apodos. Me gusta. —Susurra divertido y mis mejillas se encienden de solo pensar en lo que está pasando por su cabeza. Mierda, m****a. ¿Por qué le dije eso? —No era un apodo... —Ya.. —¡Es en serio! —me quejo y solo niega con diversión. —Sube ya, se te hará tarde —reprocha y no queda una opción disponible así que le hago caso. ¿Por qué me hace esto? ¿A qué intenta jugar? ¿Por qué es frío y luego amable conmigo? Estoy convencida que es bipolar, no hay otra explicación a su inestabilidad o actitud. Mi cabeza explotará de tantas preguntas sin respuestas. —Gracias —musito al introducirme en el auto. Su rico y placentero aroma a menta penetra en mis fosas nasales haciendo que mi cuerpo se caliente, y que mis hormonas se vuelvan locas sólo de imaginar lo que sentiría al tener ese olor impregnado en mi cuerpo. íble>> Durante el transcurso del viaje decido no hacer ningún comentario, no tiene sentido hacerle plática cuando él solo le da la vuelta a las cosas y me hace sentir como si todo lo que digo está mal. Además, ya ha dicho demasiado en estos días y él parece muy cómodo en absoluto silencio. Y para ser sinceros yo también lo estoy. —Entras hasta las 8:30 —no es una pregunta pero aún así asiento con la cabeza—. ¿No te apetece tomar un café? —posa su intensa mirada en mí en espera de una respuesta, pero que me mire así solo hace que pase saliva nerviosa—. Las personas necesitan café por las mañanas, nos haría bien tomar uno —prosigue y puedo identificar una nota de timidez en su voz. No puedo negar que su invitación me ha tomado desprevenida, pero me emociona en cierta forma, él me está invitando y eso ya es ganancia. Podemos empezar por pasos pequeños, un café funcionará. —Claro que me apetece un café —respondo sin poder ocultar mi entusiasmo. Él lo nota y de todas formas me regala una sonrisa—. Hay uno al lado de mi Universidad, ¿si quieres a ese podemos ir? —sugiero, esperando una respuesta de su parte. Su mirada se reblandece y por solo un par de segundos creo que dirá algo más, pero no lo hace. Solo se concentra en mirarme con suma delicadeza como si intentara descifrar qué desorden sucede en mi cabeza. El desorden tiene nombre y apellido. —Bueno, confió en ti —es todo lo que dice para después volver a reubicar su mirada en la carretera, tratando de concentrarse en el camino. Me abstengo de hacer más comentarios que puedan arruinar el ambiente entre nosotros, él hace lo mismo y empieza a conducir más rápido hasta que llegamos al dichoso café. Cuando llegamos Alexander se aparca en la carretera, cerca de la acera. Nos bajamos del coche, caminamos unos segundos hasta la entrada, se adelanta y me abre la puerta como lo haría un caballero para darme una sonrisa de boca cerrada. Mi respiración se atasca en mi garganta mientras intento que ese pequeño detalle no me haga saltar el corazón más rápido de lo normal, porque siempre lo hace, no es un gesto especial, cada que salimos a eventos o restaurantes con mis padres se comporta a la altura. No carece de modales. Nos adentramos al lugar con una sonora sonrisa en nuestros rostros y el aroma a café nos invade profundamente, haciendo que suspire. Todas las miradas están sobre nosotros y no me es difícil deducir el porqué, es por Alexander; su físico y su anatomía acaparan la atención de todas las mujeres en especial la mía. ¿Cómo no podría? Después de recibir nuestros cafés salimos del lugar quedándonos al lado de una banqueta. Lo observo, detallando cada facción de su rostro, no hay palabras que alcancen a describir lo perfecto que él es. Simplemente no existen. —Gracias por el café —agradezco para después darle un sorbo, él solo se encoge de hombros desinteresadamente. —No tienes nada que agradecer —su voz es tranquila esta vez. —¿Te gustó? —le pregunto y sus ojos se abren con perplejidad, como si no hubiera entendido mi pregunta. —¿Eh? —cuestiona sin dejar de verme. Alzo mi café y se lo enseño para que entienda que es eso a lo que me refiero. —¿Te ha gustado el café? —aclaro y parece tensarse por unos segundos. No pasa desapercibido el ápice de decepción que cruza sus ojos. —Claro que me gusta el café, entre otras cosas, Camille —admite y mis nervios se disparan por todo el lugar. —¿Puedo preguntar qué cosas? —cuestiono y él se acerca a mi, dejando solo un pequeño espacio entre nosotros. Mi respiración se acelera desencadenando un millón de sensaciones que avasallan mi cuerpo y solo puedo pasar saliva en un intento de no desmayarme. —Claro que puedes preguntarme lo que tú quieras, preciosa —susurra en voz baja y su aliento caliente golpea mi cara, haciéndome sonreír por su respuesta y por la forma en que me ha llamado—, sólo que no prometo contestar —termina y se aleja de repente, tan rápido que dudo que los últimos minutos hayan pasado. Mierda, yo quiero saber. La curiosidad me mata. —¿Y si te convenzo? —ofrezco en tono seductor y él me observa sorprendido, incluso intrigado por mí atrevimiento. —Olvídalo, Camille —sonríe negando con diversión—. Eso no pasará. —Ya.. —suspiro y vuelvo mi mirada a mi café, intentando no insistir más en el tema ya que dudo que él aclare mis dudas, nunca lo hace. Nos quedamos unos minutos en silencio, pero este no es un silencio incómodo, casi puedo jurar que él parece disfrutar mi compañía al igual que yo de la suya. Estoy relajada viéndolo de reojo hasta que por fin rompe el silencio, aunque hubiera preferido que no lo hiciera porque lo que sale de sus labios me deja insatisfecha. —Tengo que irme —interrumpe mis pensamientos—. Hoy hay una reunión muy importante y no puedo llegar tarde —se despide de mí depositando un beso en mi mejilla, sin siquiera darse cuenta que al hacer esto mis mejillas se ruborizan, en especial al sentir el tacto de sus húmedos labios sobre mi piel. Agradezco por el café nuevamente y veo como entra al auto y desaparece entre los demás vehículos. Suelto un resoplido de decepción ya que me hubiese gustado compartir más tiempo con él pero la pequeña fracción que tuvimos ha ido sorpresivamente bien, así que ha eso me aferraré. Mi destino no queda muy lejos, solo doy unos cuantos pasos hasta llegar a la Universidad y me introduzco en esta. Camino por los pasillos admirando lo grande y bonita que es, las paredes de cemento con una decoración de mosaicos. Elegante y prestigiosa. No podía esperar menos de mi padre, quien se ha empeñado en que reciba la mejor educación aunque a él le hubiese gustado que estudiara una carrera en finanzas para así poder trabajar con él. Pero lo mío es la fotografía, no puedo esperar para empezar mi segundo año de carrera, estoy estudiando Literatura y artes visuales.Ya solo me faltan dos años para graduarme. Desde que era pequeña me gustaba tomar fotografías y a veces solía escribir o leer, me servían mucho para matar el tiempo ya que mis padres siempre estaban de viaje por sus trabajos, su agenda no les daba para pasar más de dos días conmigo, siempre tenían que irse. Ahora quiero ser fotógrafa y no tengo duda que lo lograré. Al entrar al salón observo cómo las personas se encuentran en su respectivo mundo, un par de chicas están observando sus móviles con una mueca en sus rostros, algunos chicos solo se ríen de sus pésimas bromas y por último está el chico atractivo de cabello rubio, sentado con los brazos cruzados como si no estuviese feliz, y no sé porqué pero por alguna extraña razón se me hace conocido, es como si ya nos hubiéramos visto antes, aunque realmente no sé de dónde. Creo que exagero con el contacto visual, demasiado diría yo, me he quedado viéndolo por mucho tiempo ya que el chico me guiña el ojo y sonríe coquetamente "hombres", ignoro lo que hace y me adentro al salón. Me siento en la fila del fondo, poniéndome cómoda mientras la clase da por empezada. Una hora después el maestro da por terminada la clase, me dirijo a la salida cuando de repente siento como tiran de mi brazo y me introducen nuevamente al salón. Volteo a ver y me doy cuenta de que efectivamente es el chico rubio del cual desconozco el nombre. La rabia me embarga rápidamente. —¿Puedes explicarme por qué diablos estás tirando de mi brazo? —emito un quejido de dolor, pero sostengo una mirada firme ante él. ¿Quién diablos se cree? —Pensé que éramos amigos, muñeca —aclara el chico con tono seductor, muy cerca de mi rostro para mi gusto. Intento controlar mi respiración, que cada vez es más agitada por su cercanía, no me gusta que hagan estas cosas. Es de pésima educación tocar a una persona sin su consentimiento. —¿Amigos? —me desconcierta—. Idiota, si no nos conocemos —exclamo, dándole un empujón en un intento de poner distancia entre nuestros cuerpos. Su cercanía no me está gustando, mucho menos su arrogancia. Y el hecho de que se sienta con el derecho de tocarme sin siquiera conocerme me pone peor. —Muñeca, entonces me dirás que tú pasatiempo favorito es invitar a desconocidos a tu fiesta —el foco dentro de mi cabeza se enciende y los recuerdos llegan a mi mente de la nada, la fiesta, los motociclistas, las lágrimas, las voces—. No creo que seas ese tipo de persona, ¿o si? Él fue uno de los chicos que irrumpieron en mi casa. Si que es idiota. Demasiado diría yo. Atreverse a confesarme lo que ha hecho, sin sopesar que ahora que se su identidad lo pueda mandar directo a la cárcel. —¡Imbécil! Tú y tus amigos invadieron mi fiesta y la arruinaron —le reprimo con un tono fastidioso a lo que él sonríe despreocupado. Ahogo un chillido de coraje, lo que digo no le afecta en lo absoluto y eso me frustra. —Yo le llamo reanimarla, muñeca —frunce las cejas en señal de exasperación, la situación se está volviendo incómoda para ambos pero aún así no me suelta. Me mantiene arrinconado junto a él y trato de no mirar sus ojos aunque debo admitir que me intrigan mucho. Un azul cielo que logra envolverte en cuestión de segundos, es agradable poder mirarlo, y aunque no quiera hacerlo, me veo comparándolos con los ojos de Alexander. El verde que posee es cautivador, te hechizan en un abismo sin salida y aguardan un destello de oscuridad que te hunde fácilmente. Salgo de mis pensamientos y le contesto: —Yo le llamo invasión a propiedad privada —gruño segura de mi misma y un poco cabreada, pues no entiendo quien se cree este tipo, ahora también quiere arruinar mi día. Lo está logrando. —Estás equivocada guapa, tú querida amiga nos invito, pero seamos realistas, tú fiesta parecía un funeral —afirma sin dejar de mirarme casi retándome porque está tan seguro de lo que dice que me corta la respiración. Mi cara se desarma sin que pueda enmascarar la expresión, ósea tampoco era la mejor fiesta, pero era importante y él no tenía ningún derecho a entrometerse. Era mi fiesta no suya, mucho menos de sus amigos. —¿Perdón? ¿Quién te crees para decir eso después de que arruinaras mi fiesta? —bufo con indignación por sus palabras—. Las personas con educación no aparecen a fiestas de personas que ni siquiera conocen. Su sonrisa se amplía y me quedo atónita al no saber que le causa gracia. —¿Ese es el problema, guapa? ¿Qué tú y yo no nos conocemos? —inquiere con un deje de diversión en su voz y niego rápidamente, sospechando de sus acciones—. Asunto arreglado, podemos conocernos —sugiere con un tono de burla. Trato de enojarme, pero al final tiene razón, la fiesta fue un desastre y no todo fue su culpa. Alexander también jugó un papel importante al momento de arruinar mi noche. —Sabes, es inútil seguir escuchándote cuando no me dirás algo diferente —reniego enojada, más conmigo misma aunque no lo admita en voz alta, no con él frente a mí—, pero dejaré las cosas en claro, es evidente que compartiremos el aula en lo que resta del año así que tú y yo no nos conocemos, nuestra relación será estrictamente de compañeros ¿quedó claro? —no le doy oportunidad de responder y salgo corriendo del lugar, tratando de descifrar porque me siento de esta forma. Este chico me ha sorprendido y no puedo negar que es muy apuesto, pero yo solo tengo ojos para Alexander. La única que persona que no tiene ojos para mí. Horas después, las tres clases que tenía en mi agenda han finalizado y apenas es medio día así que saco mi teléfono y le envío un texto a Sam para quedar y hacer las paces. Siento una gran necesidad de arreglar las cosas con ella, al fin de cuentas, ella ha sido la única amiga que he tenido desde que tengo uso de memoria y no quiero perderla por algo así. No justifico lo que hizo, pero a veces las personas cometen errores y eso no los convierte en malas personas. Al cabo de una hora me encuentro caminando por las calles de Seattle en busca de una pastelería en donde quedé de verme con Sam. En serio extraño a mi mejor amiga. Han pasado tantas cosas con Alexander, la necesito mucho en estos momentos, es como si con ella pudiera refugiarme de todo lo que me aflige. Siento que no podré con tanto desorden yo sola. Ella siempre ha estado conmigo en las buenas y en las malas. Después de unos minutos, en los que medito sobre lo que tengo que decir, encuentro la dichosa pastelería y por la ventanilla del local observo a Sam sentada en una de las sillas, en cuanto me ve me hace señas de que entre y así lo hago.
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