Capítulo XXXII

3444 Words
Camille Han pasado dos horas desde que nos casamos, ya todos estamos relajados por el ambiente del lugar, que ha adquirido una atmósfera serena en donde se puede respirar con tranquilidad. Desde hace media hora que perdí de vista a Alexander, creo que está enojado porque lo he estado evitando desde nuestro beso y, por el momento, me parece bien. No creo que sea lo mejor tenerlo cerca cuando no tengo control de mis emociones. Cierro los ojos, me relajo y dejo salir un suspiro de resignación, convenciéndome a mí misma que hice lo correcto. Tal vez sea mejor así, necesito poner una barrera entre nosotros porque cada vez que lo veo solo quiero aventarme a él y besarlo. Siento que el corazón se me va a salir del pecho y ya no quiero sentirme así de vulnerable, lo mejor es mantener una distancia de cien metros de él y recordar las incontables veces que ha roto mis ilusiones sin tener consideración alguna. Necesito permanecer lejos de sus encantos de demonio, la distancia me ayudará a que las cosas se enfríen y pueda dar inicio a mi brillante plan. > Si, ya lo sé, no soy la persona más inteligente del mundo. Me encuentro sentada en una silla de la mesa principal en donde deberíamos estar sentados Alexander y yo como la pareja de recién casados que somos, pero no lo estamos. En mi propia boda todo mundo parece disfrutarla menos yo. Sam también ha desaparecido y siendo sincera tampoco tengo ganas de ir a buscarla entre la m******d. Ella tiene derecho a divertirse. El dj pone diversas canciones y la gente baila cómodamente, disfrutando de la grandiosa boda que organizó Amelia. Los camareros se pasean de un lado a otro, atendiendo a los invitados. Suspiro antes de volver a concentrarme en mis pensamientos. Mi mirada se posa en las luces colgadas en los diversos pinos que iluminan la oscuridad de la noche. Ahora soy una mujer casada, ni yo misma me lo puedo creer, una sensación extraña me cosquillea los dedos y sin poder evitarlo, jugueteo con el grandísimo anillo que está en mi dedo, es muy bonito y elegante. Un hermoso anillo con un diamante..., ¿verde esmeralda? Miro la joya dubitativa, me pregunto por qué será verde, hay muchos colores de los que pudo elegir, si es que él lo eligió. Pero, ¿por qué verde? ¿Por qué precisamente este color? Mi cabeza comienza a indagar más de lo debido y a pensar sobre las cosas que ya no me deben importar. De la nada, la gente despeja la pista de baile y todo el mundo se enfoca en mí. Suelto una risita nerviosa, ajena a lo que está sucediendo. ¿Qué diablos está pasando? Obtengo mi respuesta cuando lo veo a él. Alexander. Mi demonio. This de Ed Sheeran retumba en la pista. Alexander se acerca peligrosamente a donde me encuentro, derrochando esa elegancia que solo él posee cuando se trata de deslumbrar a la gente. Y pese a que esta sea nuestra boda, sigue acaparando miradas cargadas de l******a, hay varias mujeres que lo devoran con los ojos sin ningún ápice de descaro, pero ya no importa, es mi esposo de ahora en adelante. Sentir celos no está en mis planes. Sentir celos haría todo más difícil y me consumiría más rápido de lo que me está consumiendo este amor. No puedo permitirme ser tan débil. Cuando llega a mí, se detiene y me muestra una sonrisa que me derrite el corazón y siento que vuelvo a ser la misma adolescente de diecisiete años que se enamoró perdidamente del socio de su padre. —¿Me concedería esta pieza? —me pregunta usando una voz sensual mientras me tiende la mano, incitándome a tomarla. Respiro con dificultad, incapaz de pensar con claridad. Su embriagante olor a menta me invade profundamente, provocando un cosquilleo desorbitado que se acentúa en la parte baja de mi vientre. Dios, este hombre huele riquísimo, ¿cómo podré controlarme? Hay cierta intriga en mí por su repentino cambio de actitud, sin embargo, no tengo ganas de llevarle la contraria. Sólo necesito concentrarme en mi plan y todo saldrá bien. Al menos eso es lo que espero. Necesito esa reconfortante respuesta de que no estoy cayendo en el mismo ciclo porque me niego a seguir sufriendo por un amor no correspondido. Que comience el juego…, o más bien, mi condena. —No lo sé… —saco mi lado juguetón—, mi esposo podría enfadarse, no tiene el mejor carácter del mundo por decirlo de alguna manera. —Respondo divertida, acercándome a su oído mientras se inclina en mi dirección para escuchar atentamente lo que tengo que decir. Hago ademanes estúpidos, Alexander intenta reprimir una sonrisa al darse cuenta de lo que estoy haciendo. No lo consigue, termina sonriendo ampliamente. —Sólo será una pieza, su esposo no tiene porque enterarse —insiste, siguiéndome el juego y siento que el corazón me late con fuerza—. Lo prometo, solo una pieza, preciosa —asegura con cierta chispa en sus ojos que me es imposible de descifrar. Sé que no desistirá de su propuesta y tampoco quiero que lo haga. —Esta bien —acepto con una sonrisa de por medio—, sólo porque me encanta esta canción —disimulo mi alegría mientras tomo su mano; cálida y reconfortante cómo tenerlo a lado mío. Nos acercamos a la pista, todas las miradas se enfocan en nosotros pero las ignoro, en este momento solo somos Alexander y yo. Acerca su cuerpo al mío a la vez que coloca una mano en la parte baja de mi cintura, apretándome más contra él y haciéndome sentir como si estuviera en un sueño. Con la otra mano entrelaza nuestros dedos, mi corazón se acelera tanto que me olvido de cómo funcionar. El momento se eclipsa alrededor de nosotros y siento que dejo de respirar cuando intenta acortar la distancia para que nuestros cuerpos se rocen todavía más con cada movimiento. Empezamos a movernos lentamente, dejándonos llevar por el compás de la hermosa melodía que se queda grabada en mi memoria. Mi cuerpo se estremece bajo el calor que transmite el suyo y solo por ese pequeño instante todo es mágico, todo es perfecto, todo es inolvidable, sus ojos no dejan los míos ni por un instante y nos perdemos en el verde de nuestra mirada. El corazón se me va a salir del pecho en cualquier momento y sinceramente no me importa, solo me importa el hombre que está enfrente de mí. Este hombre que me trae atontada desde el día en que le conocí. Sonrío, repitiéndome a mí misma que no debo bajar la guardia porque solo saldré herida. Él no puede apoderarse de mí de esta manera. Las notas musicales de la canción me golpean con una fuerza tan abrumadora que siento que no puedo respirar mientras capto el movimiento de los labios de Alexander, tarareando la canción. Sin siquiera darse cuenta de que lo está haciendo. This is the start of something beautiful This is the start of something new You are the one who'd make me lose it all You are the start of something new, ooh And I'll throw it all away And watch you fall into my arms again —No sabía que bailabas tan bien —hablo por fin, esbozando una cálida sonrisa al ver lo bien que su cuerpo se mueve, acoplándose al compás de la melodía. Niega con la cabeza, su mirada llena de melancolía. —Todavía hay muchas cosas que no sabes de mí, Camille —musita sin expresión alguna—, pero hablaremos después, hoy me apetece bailar con mi flamante esposa —susurra cerca de la comisura de mi boca y mis piernas comienzan a fallar. Solo asiento con una sonrisa, incapaz de formar una oración coherente. Los nervios regresan en el momento en que refuerza el ajuste de mi mi cintura con sus enormes brazos, acercándome más a él, aunque no sé si sea posible acercarnos más, nuestros cuerpos ya están chocando entre sí. Me levanta del suelo sin ninguna dificultad, dándome un giro sobre su mismo eje, suelto un grito de sorpresa que le hace sonreír genuinamente. El sonido de su sonrisa se queda grabado en mi memoria y siento que mi corazón va a dejar de latir en cualquier momento porque aunque esta boda sea falsa, no hay otro lugar donde quiera estar que no sea en sus brazos. Luchar contra lo que siento por él es una batalla perdida. Cuando mis pies tocan el suelo, aprovecho la ocasión para recostar mi cabeza sobre su pecho y me pierdo en el sonido desequilibrado de su respiración. Sin embargo, él parece estar tranquilo y relajado con la posición en la que estamos, una lágrima resbala por mi mejilla pero la limpio inmediatamente para que no la vea, no puedo dejar que me vea vulnerable de nuevo. Este baile quedará grabado para siempre en mi memoria, ahí se va a quedar por el resto de mi vida, aunque no sé cuánto tiempo quiero seguir negando lo evidente. Es que no creo ser capaz de amar a alguien como lo amo a él, me he entregado en cuerpo y alma. Me aterra amarlo de esta forma porque estoy segura que haría lo fuera por él. Pero él no. ¿Cómo se repone uno después de amar de esta manera? No lo sé, pero tampoco quiero dejar de amarlo, y sé que esta noche vivirá para siempre en mi. Somos adictos a lo que nos hace sentir bien, aunque sea por momentos efímeros. Hago una recopilación de los momentos vividos a su lado, hay más malos que buenos. Pero prefiero aferrarme a lo único bueno que vivimos, no tiene sentido estancarse con lo malo. Y es que sólo él me da la sensación de volar y tocar el cielo con sólo el roce de nuestros cuerpos. Alexander quedará tatuado en mi cuerpo y en mi alma para siempre. La canción termina al igual que nuestra burbuja de magia que habíamos creado con nuestras miradas, sin siquiera decir algo, comenzamos a caminar hacia nuestra mesa. Alexander me acerca la silla para que tome asiento, luego él hace lo mismo y se sienta a mi lado. Intento con todas mis fuerzas no verle, pero es imposible, es como si mis ojos estuvieran pegados a su cara. Alexander me observa durante un par de segundos, dudando si debe decir algo, su ceño se frunce y sus pómulos se marcan ligeramente. Sé que lo que viene no es bueno, y su mirada penetrante me lo confirma. —Camille... —habla pasando saliva, su mirada se torna tan fría que me hiela hasta los huesos—, ya necesitamos irnos o de lo contrario no llegaremos a tiempo —sentencia con firmeza. Le lanzo una mirada de confusión. —¿Llegar a tiempo? ¿A dónde? —Inquiero, nerviosa. Tomo una inhalación antes de proseguir. —Nuestra luna de miel —trago grueso y palidezco al instante. Habíamos acordado no tener una luna de miel, me niego a pasar tiempo a solas con él. Tengo miedo. Estoy aterrada, j***r. —No —ni me lo pienso un segundo—, no pienso ir a ningún lado —impongo mi voluntad, haciendo que los gestos de su rostro endurezcan. —No te estaba preguntando —me interrumpe con esa nota de seriedad y enfado. Me cruzo de brazos, cabreada con él y con el universo, por hacer tan difíciles las cosas. —Entonces vete tú solo y disfruta de tu luna de miel, no cuentes conmigo —respondo tajantemente, lo cual lo hace arrugar las cejas con enfado, su cuerpo se tensa durante unos segundos y me mira como si quisiera matarme. Estoy tentando al diablo...al demonio. —No lo repetiré dos veces, Camille —advierte—, firmaste un contrato que establece claramente tus obligaciones como esposa y las vas a cumplir, así de fácil. —Increpa enojado y no puedo evitar sentirme herida porque de nuevo vuelvo a recordar que lo único que nos une es un m*****o contrato. Sus ojos me acribillan con intensidad, haciendo que mis piernas flaqueen, mi pecho se contrae con la furia que me recorre y me muerdo la lengua para no decirle alguna barbaridad. ¿Quién se cree? No soy su maldita marioneta, pero sí firmé el m*****o contrato. Mi padre me dijo que ya lo había leído y que no había nada que pudiera afectarme o comprometerme en una situación incómoda. —No quiero ir —intento sonar tranquila. Sus labios se curvan en una línea recta que expresa su disgusto. —Yo tampoco quiero ir, pero tenemos que hacerlo. A partir de ahora, es importante mantener las apariencias. —Explica—. Además, también tenemos que reunirnos con el abogado, quiere conocerte. Lo miro, confundida. —¿Por qué quiere conocerme? Él suspira. —Porque eres mi esposa, Camille —responde de manera cortante—. Quiere asegurarse de que todo es real entre tú y yo. Casi suelto una risa sarcástica. Es irónico. Está tratando de engañar a un abogado de que nuestro matrimonio es real y que ambos tenemos sentimientos el uno por el otro cuando él sabe que yo sí los tengo. Que le quiero. Muy a mí pesar. —Supongo que tendrás que hacer un gran esfuerzo para fingir que me quieres —me burlo—, o que me soportas —añado. Me lanza una mirada de advertencia. —No quiero discutir —es lo único que dice y quiero matarlo en ese preciso instante. Pero no lo hago, me guardo todos mis insultos y mi rencor. —Por fin algo en lo que ambos podemos estar de acuerdo —respondo. Sigue mirándome con impaciencia, lo estoy poniendo furioso pero no podría importarme menos. —Has firmado un contrato, Camille —me recuerda lo que ya sé. No doy respuesta. —Entonces, ¿por qué consultármelo si ya tienes todo planeado y no te importa mi opinión? —cuestiono después de unos minutos sumergidos en silencio, fastidiada por su actitud de m****a. No baja la guardia, al contrario, sigue mirándome intensamente con esos ojos salvajes que han perdido el verde y los ha remplazado un n***o tinta. —Te estaba avisando solamente, pero tú siempre insistes en llevar la contraria —se hace el indignado—. Pensé que habíamos acordado ser amigos, no enemigos —sus ojos me desafían, es como si supiera el daño que me provoca escuchar eso de él y eso me pudre por dentro aún más. De nuevo presionando la herida como si no doliera lo suficiente. —Pues déjame decirte que los amigos no se van de luna de miel, Alexander —lo encaro, llena de frustración—, no es muy difícil de deducir. Me mira desconcertado e intenta recobrar su compostura. —Los esposos sí y eso es lo que seremos de ahora en adelante —se contradice a sí mismo—. Será mejor que te vayas haciendo la idea a compartir la mayoría del tiempo conmigo porque no pienso alejarme de ti y no permitiré que te vayas de mi lado —habla sin rodeos, acelerando los latidos erráticos de mi corazón y no me queda más que regalarle una de mis mejores sonrisas falsas, cargadas del enojo reprimido que siento. ¿No quería que fuéramos amigos? ¿Quién entiende a este hombre...? —No se te olvide que es un contrato —ahora yo le recuerdo—, además, no entiendo tú insistencia en ir de luna de miel, nadie tiene porque saber lo que sucede a puertas cerradas. ¡Puedes excusarte diciendo que tienes mucho trabajo o yo que sé! Lo vuelvo a encarar y esboza una sonrisa airoso que carece de emoción, parece estar seguro de sus movimientos —Eso es algo que no te incumbe pero te lo vuelvo a repetir por si no te quedó claro —arremete, hay una nota de desdén en su voz que me hace mirarlo con hostilidad—. Esta noche viajaremos a Venecia para confirmar con el abogado que estoy felizmente casado y así podré cobrar mi herencia. Su mirada me penetra intensamente y, sin siquiera preverlo, desciende a mi pronunciado escote. Mis mejillas arden por la oleada de calor que me golpea. No, no. Me niego a seguir perdiendo mi escasa dignidad. Trago seco y desvío la mirada para que no se de cuenta en el estado en que me pone. Tendré que rezar con la poca fe que me queda para no caer en la tentación que derrocha este hombre. No lo mires a los ojos, no lo mires a los ojos. Creo que se da cuenta que no lo quiero mirar a los ojos. Lo escucho reír con diversión, sus labios curvados, tentándome y sólo quiero borrarle la sonrisa de su rostro. —¿Por qué no te atreves a mirarme a los ojos, preciosa? —pregunta con ese tono confidente y sensual en su voz. Quiere provocarme, lo sé. Pero esta vez no caeré. —Porque no me gustan —replico sin titubear—. Es más, los encuentro detestables, ¿no te lo había dicho? Su sonrisa se ensancha de lado a lado, victorioso por la reacción que obtuvo de mi parte, ya me di cuenta que el ego no es lo único grande que tiene. > Me reprimo a mí misma, deseando que se abra la tierra y me trague para no hacer el ridículo. —¿Así que no te gustan mis ojos y los encuentras detestables? Es una verdadera lástima porque no dices eso cuando te estoy follando —farfulla con egocentrismo, recordándome lo que hemos hecho hasta ahora—, juraría que te encantan —afirma y casi me atraganto con mi propia saliva haciendo que sonría con gran satisfacción. Respiro profundamente durante lo que parecen un par de segundos y consigo calmar mi m*****o corazón que me tiene hecho un lío. —Es sólo sexo, Alexander —increpo con indiferencia, su sonrisa de satisfacción se borra—, es sexo momentáneo así que no hagas drama —cito sus palabras, logrando que se tense por unos segundos que me dan la victoria. Ahora es él quien desvía la mirada y yo sonrío triunfante. Por primera vez he conseguido hacerle callar. Aunque admito que el sonido de su voz es música para mis oídos, su voz es tan ronca y varonil. —¿Estás bien? —lo provoco—, ¿necesitas algo? Él se vuelve hacia mí rápidamente al percatarse de la burla en mi voz. —Necesito que dejes de comportarte como una jodida cría —sentencia, hastiado. Pongo los ojos en blanco y sonrío al darme cuenta que lo estoy sacando de quicio. —Lamento informarte que te acabas de casar con una jodida cría —lo miro fijamente—, pero no te preocupes, empiezo a considerarte un buen amigo y creo que podemos hablar de lo que sea que te moleste de mí. Eso le hace verme con dureza y me pongo rígida en mi asiento. —Amigos y una m****a —gruñe, enojado. Ha perdido la paciencia y no sé si es para bien o para mal—. Eres mi jodida esposa, empieza a comportarte como tal —no puedo evitar reírme de él y eso solo desencadena su furia. No me mira, su respiración se agita y sus ojos adquieren un brillo peligroso. —Prefiero el término "amigos" —comento con un deje de diversión crispando mi voz. Suelta un gruñido que me hace pasar saliva con el escalofrío que recorre mi espalda. —Somos todo menos amigos. —Dice lentamente, la amenaza escondida en su voz ronca hace que mi piel se erice. —Pensé que eso es lo que querías que fuéramos. Alexander me observa durante unos minutos más y su mandíbula se tensa. Tiene esa mirada salvaje que me grita peligro porque estoy asolando sus límites, pero no me inmuto ante él. El silencio reina alrededor de nuestra atmósfera, sin embargo, no es un silencio incómodo, es un silencio que dice más que mil palabras y que nadie está dispuesto a romper. Lo ignoro por completo, me mantengo firme en lo que dije y, cuando pienso que responderá algo, se levanta de su asiento bruscamente, dispuesto a dar por terminada la dichosa boda para así poder marcharnos a nuestra luna de miel. Solo espero tener la suficiente fuerza de voluntad para no acabar cayendo de nuevo.
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