Capítulo XLI

3079 Words
Camille Comienzo a caminar hasta la salida de la mansión, pero me alejo del sendero y llego a lo que parece ser un jardín enorme con una piscina demasiado grande. El agua se ve tentadora, pero hace demasiado frío como para tan siquiera considerar dar un chapuzón a estas horas. En estos momentos me arrepiento de no traer un abrigo conmigo. —No nos han presentado —la voz de una mujer retumba en mis oídos. Volteo a para encontrarme con la misma mujer de cabello n***o que estuvo mirando a Alexander todo la velada. ¿Quién será? ¿Me conoce? Me es imposible no detallarla de pies a cabeza y teniéndola así de cerca me deja permite observarla con más atención. Si que es hermosa. —Disculpa, ¿nos conocemos? —pregunto al salir de mi trance y ella esboza una sonrisa falsa. No me da buena espina. Siento que algo va mal. —No, pero déjame presentarme —extiende su mano—. Soy Eva Franco, el primer amor de Alexander —sentencia con esa nota de malicia que me deja atónita. ¿Primer amor? ¿De qué habla? Pensé que Alexander no amaba a nadie. Él mismo lo ha dicho. Por lo visto me equivoqué. Debí saber que había mucho más detrás de aquella máscara inescrutable que intenta aparentar. Mi cabeza empieza a dar vueltas de una manera remota cuando recuerdo donde he escuchado ese nombre. Eva está enfrente de mí. La misma Eva de la que Leonardo estaba hablando. Es ella. Respiro hondo y ignoro la punzada de dolor que se instala en mi interior. —Camille, su esposa —le sonrío sin ganas y también extiendo mi mano, que no llega a unirse con la de ella. Suelta una risa que me genera desconfianza. —Debo confesar que cuando me enteré que Alexander se había casado me sorprendió demasiado —me cuenta—. Él no es ese tipo de hombre que termina casado. Yo lo conozco a la perfección —asegura sin dejar de verme con cierto rencor que no logro comprender. —¿Y me estás diciendo esto por? —pregunto un poco fastidiada por su actitud de superioridad—, más bien, ¿qué haces aquí? —refuto sin perder los modales. Ella sonríe al ver que ha logrado incomodarme. —Alexander me importa mucho, y tuve miedo de que en realidad se hubiera enamorado, pero al verte mi miedo se esfumó —me escanea de pies a cabeza haciendo una mueca de asco—. Eres tan insignificante. Jamás se enamoraría de ti y ahora que te veo mejor, no entiendo porque se casó contigo. La ira mezclada con el dolor por sus palabras recorre mi cuerpo. Me hiere el ego al saber que sus palabras son correctas, él nunca se enamoraría de mí. Nunca se enamoraría de mí y aunque ella no sabe la verdad sobre nuestro matrimonio lo deduce. Pero no importa. No permitiré que me humille. —Insignificante o no, su esposa soy yo así que ahórrate tus discursos baratos —alzo mi mano y le muestro el anillo en mi dedo. Me alegro al ver cómo su rostro se llena de furia que no puede disimular. —No lo serás por mucho —se burla—. De eso me encargaré yo —amenaza y puedo ver el odio crispando en sus ojos. ¿Qué diablos le sucede? Alexander necesita empezar a pedirles antecedentes psiquiátricos a sus "conquistas" Pero sé que no vale la pena rebajarme a su nivel, diga lo que diga la esposa de Alexander soy yo, no ella. —Si solo quieres echar tu veneno de ex novia despechada, te advierto no estoy interesada así que puedes irte por donde viniste —le aclaro sin ser grosera. —No te humilles, no vale la pena —suelto relajada, pero ella no lo toma bien. Su rostro está rojo por el enojo, temo que eche humo por los oídos. Tampoco es como si me importaran todas las ex novias que haya tenido Alexander. > mi mente me lo recuerda y eso logra agrietar mi corazón. Veo que no hace el intento de irse, no quiero quedarme a escuchar sus palabras. Ya tengo mucho en lo que pensar. Eva resultó ser su ex novia, una psicópata que no supera a Alexander. ¿Así acabaré yo? Decidida a no seguir gastando un pensamiento en ella, comienzo a caminar dispuesta a marcharme de ahí y dejarla sola pero no puedo. Todo pasa muy rápido, siento sus manos empujarme a la piscina, trato de mantener el equilibrio y no caer, pero los tacones que llevo puestos son muy altos y no puedo detener la eminente caída. No tengo el tiempo ni la mente para medir bien la caída y mi cabeza golpea la esquina de la piscina haciéndome perder un poco el conocimiento, el agua enfría mi cuerpo y es casi doloroso que dejo salir un respiro. Todo está borroso y con las pocas fuerzas que tengo, intento flotar, pero mi cuerpo se siente pesado. No......no, esto no puede estar pasando. —A-ayuda —logro articular, pero nadie viene a mi rescate, ni siquiera ella que me aventó. No quiero morir, no así. Los recuerdos de mi vida se me vienen a la cabeza como un trailer que recopila hasta el último detalle, mi madre, mi padre, Sam, Aarón. Y el más importante de todo Alexander, sus caricias, sus besos, su cuerpo. No se cuanto tiempo pasa, pero ya no soy consciente de lo que sucede a mi alrededor, el frío se apodera de mi cuerpo y me congela las extremidades como para tan siquiera considerar salir de la piscina. Mi cabeza duele demasiado, las esperanzas de salir de aquí me abandonan y solo por un momento, dejo de luchar por sobrevivir. No tiene caso hacerlo, no cuando mi cuerpo no me responde. ¿Me iré en paz? Me hubiera gustado que nuestra historia hubiera sido diferente. No la de la patética enamorada de un demonio que no es capaz de amar. Tal vez en otra vida él se enamoraría de mí. Los pensamientos me debilitan. Estoy muriendo. Ya no puedo más, no tengo fuerzas para mantenerme cuerda y mi cuerpo comienza a fallar dejándose vencer por el cansancio, no sin antes pensar en él. Su sonrisa se viene a mi mente de golpe y al fin puedo dejar de luchar. Alexander, te amo. Esas son las últimas palabras que aparecen en mi mente antes de que todo se vuelva oscuridad. ******* Alexander Llevo varios minutos buscando a Camille y no está por ningún lado. Estoy empezando a perder la cabeza. Sé que no se iría sin mí. ¿Dónde diablos se metió? Tal vez se habrá arrepentido. No debí decirle que me gusta, de seguro solo empeoré las cosas entre nosotros, volví a confundirla con mi desastre de sentimientos, tengo jaqueca y por primera vez siento que no tengo el control sobre todo a mi alrededor. Odio sentirme de esta forma. Ella me nubla el juicio y eso no está bien. No puedo pensar con claridad, no cuando ella abarca todo el espacio de mi cabeza. Sé que mi oscuridad la destruirá, saldrá lastimada conmigo, pero ya no quiero alejarla. No tengo la fuerza ni las ganas de hacerlo. Todos mis pensamientos se ven interrumpidos al ver a Leonardo acercándose a mí, le pedí ayuda para buscarla y también avise al anillo de seguridad que resguarda la propiedad. Pero nadie sabe nada de mi esposa y eso me frustra. —¿Alguien la ha visto? —pregunto, mi voz sale más exigente de lo habitual. Intento ocultar mi preocupación, pero no puedo. Él me mira escéptico. —Si, hablé con algunos invitados y me dijeron que la vieron salir al jardín —responde tranquilo. —¿Jardín? —enarco una ceja, confundido. Él solo asiente con seguridad de sus palabras. Ella ni siquiera conoce el lugar, ¿por qué siempre tiene que ser tan impertinente? Ya verá cuando la encuentre. Tendré que dejarle muy claro que no puede estar haciéndome estas pataletas. Suspiro aliviado por la sensación de paz que me invade al saber que sigue en el mismo lugar. Comienzo a caminar hacia al jardín, mi mal humor es evidente. No entiendo porque se va sin avisar. Solo hace cosas que me preocupan. Salgo del salón apresurado y puedo ver desde lejos el gran jardín decorado con luces y no hay absolutamente nadie, una extraña sensación me embarga y no me gusta para nada la situación. Sentirme sin control y en desventaja es algo que no soporto. No me gusta este instinto de querer protegerla a todo momento. Me hace sentir frágil y vulnerable ante las personas. El control se me ha ido de las manos y el no encontrarla me está llenando de impotencia. No sé por qué diablos siento esto en mi pecho. Es como si alguien lo estuviera oprimiendo con fuerza brutal. > Visualizo la piscina a lo largo del jardín, mis nervios se disparan y no se porque demonios siento que algo está mal. Mis pasos se hacen lentos, mi respiración se agita de una manera inexplicable. Sin saber que me obliga a seguir adelante, lo hago y mi corazón desfallece al verla ahí en la piscina, su cuerpo flota en un charco de sangre y las palabras se quedan atascadas en mi garganta con la guantada en el estómago que me da presenciar una imagen tan horrible. No lo pienso dos veces y me aviento a la piscina con el único objetivo de salvarla, nado rápidamente hasta donde se encuentra, está inconsciente y no puedo pensar en nada más que no sea en su bienestar. Logro sacarla del agua, su cuerpo está inconsciente y hay un golpe en su frente, ¿como diablos pasó esto? Mis manos comienzan a temblar y por primera vez en la vida no se que hacer para remediar las cosas, hay algo dentro de mí que no me deja ni respirar, tengo miedo, no por mí, tengo miedo de perderla. Por primera vez tengo miedo de que ella me deje. No puedo permitirlo, ella no me dejará. Tú no lo harás, preciosa. Leonardo aparece en mi campo de visión y el color abandona su rostro cuando ve la imagen de mi esposa inconsciente. —¡Leonardo trae el auto! —grito mortificado sin dejar de temblar por el miedo y la rabia. No puedo perder el tiempo, comienzo a hacer presión en su pecho, hago varias compresiones, pero su cuerpo no se mueve. Sigue igual, sin respirar. No, no…esto no puede estar pasando. —Vamos, Camille —le pido en una súplica—. Por favor no me dejes, preciosa Continúo haciendo compresiones y mis ojos comienzan a picar de una manera inexplicable con el sabor salado que se instala en mi garganta. No entiendo esto que siento en mi pecho, ni tampoco sé cómo manejar todas las emociones que abordan mi cuerpo. Y ella sigue sin responder. —¡Maldita sea! —no me detengo—. Tú no puedes dejarme.....no lo permitiré, ¿me oyes, Camille? No puedes abandonarme —exijo desesperado al ver que ella no responde. > Mis hombros se tensan, su piel está más pálida de lo normal. Tiene el pulso débil, pero aún está con vida. Eso es lo que importa y a eso me aferraré. Hago compresiones más fuertes y firmes, lo hago por varios segundos hasta que empieza a toser agua por la boca. El alma me regresa el cuerpo. Y siento un gran alivio que se extiende por cada espacio de mí. No lo pienso dos veces, respiro y estrecho su cuerpo contra el mío, la abrazo sin querer soltarla nunca, llenándome de esa sensación que me mantiene prendido de ella. Me niego a separarme de ella nuevamente. Solo me preocupa que esté bien y que nada le pase. —A-Alexander —tose varias veces tratando de llenar de aire sus pulmones. Siento que respiro cuando escucho su voz. —No quiero perderte —no pienso las palabras que salen de mi boca sin pedir permiso—, no quiero perderte, preciosa. Acaricio su espalda y las lágrimas comienzan a salir de sus ojos, solloza fuerte contra mi pecho. Pero yo solo puedo sentir como un gran peso que residía en mis hombros se ha ido. La tomo en mis brazos y la cargo para sacarla de este lugar. Ella aferra su cuerpo al mío como si buscara mi protección y la tiene. En este momento nada me importa, solo ella. Comienzo a caminar hacia el auto y la introduzco en la parte trasera, no sin antes revisar que todo esté bien. Está temblando por el frío, me quito mi saco y la arropo para que puede obtener un poco de calor. —Llama al doctor familiar, dile que lo espero en la mansión. ¡Es para hoy Leonardo! —exijo, desesperado. No espero a que lo llame, solo la subo al auto, y conduzco a alta velocidad, de vez en cuando volteo a verla, verificando que su respiración siga intacta. Me observa con esos ojos esmeraldas entreabiertos y siento que todo estará bien, si ella está conmigo. Y lo está... Al cabo de veinte minutos llegamos a la mansión, la bajo rápidamente y la subo a la habitación, trato de deshacerme de su vestido que se encuentra empapado, y abrigarla para que ya no siga teniendo frío. Doy varias vueltas en la habitación y ni siquiera me importa si hago un hoyo en el suelo, me detengo al ver que entra el doctor seguido de Leonardo. Ambos lucen angustiados y no ayudan a controlar mis nervios. —Ya estoy aquí señor Alexander —habla el doctor mostrando su maletín. Asiento en respuesta. —Revísala ahora, necesita estar bien. ¿Me entiende? —no soy cortes y en este momento solo me importa su bienestar. Lo miro amenazante y comienza a hacer lo suyo, se acerca a ella mientras ella solo tiembla por el frío y eso me hace querer morir. —Salga de aquí, necesito revisarla —me pide tranquilo y yo niego, incrédulo. Su petición me desorbita, no me iré. No la volveré a dejar sola. —Es mejor que empiece, soy su esposo y no pienso moverme de aquí. —advierto en un tono poco agradable. Leonardo sale de la habitación y yo solo me quedo en medio del lugar, observando como el doctor hace su trabajo. Me impacienta que sea tan lento. Solo quiero que ella esté bien. Después de un tiempo que se sintió como una eternidad, la revisión termina, me acerco y arropo con las colchas a Camille, le hago señas al doctor para que salga y me espere afuera. Espero a que lo haga completamente y salgo después de él quedando en el pasillo. Necesito saber que estará bien. O al menos que no es nada grave. —Ella estará bien, solo sufrió una leve contusión por el golpe en su frente —me deja saber—, no tiene nada de qué preocuparse. Expulso el aire retenido. —¿Se repondrá? ¿Ella estará bien? —me tenso y mis nudillos se aprietan al no recibir respuesta—. ¡Diga algo, maldita sea! —pierdo los estribos. Se sobresalta y me maldigo a mi mismo por no poder controlar mis emociones. Leonardo me recrimina con la mirada pero no interviene ya que puede leer mi preocupación. —Lo hará, tuvo suerte esta vez, unos minutos más y ella ya no estaría viva —admite con nerviosismo y el solo hecho de pensar que ella pudo haber muerto me deja helado—, el tener contacto con el agua fría por un largo tiempo hubiera causado una hipotermia. Usted la ha salvado. Eso no me importa, solo quiero saber que estará bien. —¿Qué recomienda para ayudarla? no puede dejarla así —me frustro—. Ella sigue temblando, tiene que hacer algo —advierto angustiado. —Tranquilo, le recetaré unos analgésicos y en un par de días mejorará. Si eso es todo, mi trabajo ya está hecho. Nos vemos, señor Rosselló. Trato de mantenerme bajo control. —Gracias por todo, Leonardo lo acompañará a la puerta —le digo y él solo asiente. Leonardo mira preocupado y yo lo despido con una mirada. No tiene caso hablar por el momento. —Aprovecho para despedirme también —sé que ha comprendido—. Espero que se recupere pronto, nos vemos luego, Alexander —se despide para después irse junto con el doctor. Siento que un enorme peso ha sido liberado de mi cuerpo. Ella va a estar bien. Cuando esté mejor, tendrá que decirme como diablos se cayó en una piscina. Ni siquiera estaba borracha. ¿Por qué será tan tonta? Me introduzco en la habitación nuevamente, ella yace en la cama durmiendo pacíficamente, o eso es lo que me intento decir para no enloquecer. Me cambio de ropa lo más rápido posible y solo me quedo en un chándal de pijama. La observo por unos segundos más y me aseguro que no tenga problemas para respirar. Alzo las cobijas y me arropo a su lado, atraigo su cuerpo al mío y maldigo al percatarme de que está helada. Incluso, trato de no preocuparme, porque sé que está bien, pero no puedo obviar ese sentimiento que se estanca en mi pecho. Solo espero que el calor de mi cuerpo la ayude a dormir mejor. Me es imposible despegarme de su lado, su respiración lenta y pausada me tranquiliza y ayuda a alejar a los demonios que me atormentan. —Nunca te vayas de mí —beso su frente, dejando mis labios en ella más tiempo del que debería, y la recuesto sobre mi pecho queriendo mantenerla a salvo junto a mí. No se porqué diablos me siento tan vulnerable, pero al verla inconsciente, con sus ojos cerrados. La idea de perderla me aterró. Nunca sentí eso antes. Dejo escapar un suspiro de alivio por sentirla cerca de mí, dejo que mis impulsos hablen por sí solos y me aferro a ella como si fuera lo más preciado que tengo en la vida. Ella cree que la he salvado, pero yo no puedo evitar sentir que es ella la que me ha salvado a mí. Y lo peor es que no sé exactamente de qué.

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