Capítulo IIIEl Marqués conducía su faetón de alto asiento, tirado por dos magníficos caballos color castaño a través de la Puerta de Stanholope, para penetrar en Hyde Park. No había duda de que se veía extraordinariamente elegante con su sombrero de copa ladeado y la vistosa corbata, atada en un nudo tan intrincado que hubiera hecho palidecer de envidia a más de un petimetre. Pero, en aquel momento, los ojos de los transeúntes no se fijaban en él, ni en sus soberbios caballos, sino en su acompañante. Alistair Merrill había estado en lo cierto al decir que las costureras de madame Yvette trabajarían toda la noche. El vestido de Lydia llegó unos minutos antes de la hora en que debía salir de su habitación para dar un paseo con el Marqués. Aunque había tenido poco tiempo para contemplars