Capítulo I-1
Capítulo IUn caballero asomó la cabeza en el salón donde los miembros del
Club White se encontraban sentados en los sillones de cuero bebiendo oporto.
—Los diablos se están enfrentando otra vez— anunció.
Al instante, se escucharon risas y el murmullo de las voces de los ele-gantes caballeros, la mayoría de los cuales se puso de pie.
—¿Qué sucede?— le preguntó un terrateniente de Northumberland a Lord Hornblotton, su anfitrión.
Su señoría, un anciano caballero de ojos vivaces, replicó:
—¿Nunca ha oído hablar del Joven Diablo y el Viejo Diablo? Son la comidilla de Londres en esos momentos: Aunque tal vez esas noticias no hayan llegado al norte.
—En efecto— repuso el terrateniente—. Cuénteme acerca de ellos.
—Es una historia intrigante— repuso Lord Hornblotton, sirviéndose otra copa de oporto. El Viejo Diablo es el Duque de Accrington, un caballero que, debo admitirlo, jamás ha sido de mi agrado.
—¿Es en verdad malvado?
—Para responderle con la verdad y con una sola palabra, la respuesta es, ¡sí! Accrington es un hombre extraño, al que conozco desde hace muchos años. Jamás he tenido noticias de que haya realizado una acción noble y, en cambio, he oído ciertas cosas de él que me parecen indignas de una persona de su linaje.
—¿Qué es lo que ha hecho?— preguntó el terrateniente demostrando su incredulidad.
—La historia que voy a contarle, se refiere al Marqués de Thane, no al joven diablo que está jugando a las cartas en estos momentos con el Duque, sino a su padre, un personaje poseedor de un encanto irresistible, según quienes lo conocieron, y querido por todos.
—Veo que ha definido usted con mucha precisión el bien y el mal— repuso el terrateniente con burlona sonrisa.
—En este caso, sí. El Duque de Accrington, quien heredó su fortuna siendo aún muy joven, se comprometió en matrimonio con una hermosa mujer, merecedora, como ninguna otra, del sobrenombre de la "Incomparable".
—Me hubiera gustado conocerla. Las engreídas jóvenes de ahora me parecen muy poco incitantes.
Lord Hornblotton emitió una risita gutural que sacudió su corpulenta figura.
—Es que ya se está haciendo viejo, mi amigo. Cuando uno es joven, cada mujer esconde un enigma fascinante y, según pasan los años, si nos parecen menos atractivas, las culpamos a ellas en vez de a nosotros.
El terrateniente echó la cabeza hacia atrás y río de buena gana.
—Tal vez tenga razón— dijo—. De todas formas, continúe su relato.
—Un poco antes que se anunciara la fecha de la boda, esta hermosa criatura, que había logrado cautivar el corazón de muchos jóvenes de sociedad, se escapó con el Marqués de Thane.
—Al Duque, debió haberle parecido muy irritante su comportamiento.
—Estaba furioso. Sin embargo, casi nadie la culpó a ella. Aun en su juventud, el Duque tenía fama de disoluto, y no era un secreto que los padres de la "Incomparable" la habían presionado para que aceptara ese matrimonio, ya que, como es natural, deseaban un enlace brillante para su hija.
—Y el Marqués, ¿no era tan buen partido?
—Su título era de un rango inferior, pero era un hombre tan importante como el Duque y tal vez más rico. Como ya le he dicho, el Marqués era una persona encantadora. Me imagino que ninguna mujer, si él la amaba de verdad hubiera podido resistirse a sus galanteos, y él, indudablemente, amaba a Lady Harriet.
—Y vivieron felices desde entonces —dijo el terrateniente con cierto sarcasmo. —Fueron inmensamente felices. Dos años después, el Duque se casó con una belleza irlandesa, la señorita O'Keary. Creo que fue ella quien convenció a los dos hombres de que hicieran las paces. La Duquesa había asistido a un seminario para damas jóvenes con la Marquesa de Thane y le pareció ridículo que, en cada fiesta, el Duque se desviara de su camino para ignorar o insultar al Marqués.
—¿Y qué sucedió después?
—Supongo que ninguno de los que los conocíamos bien, advertimos el odio y el resentimiento que el Duque, guardaba en su corazón, aunque, en apariencia, los dos hombres parecían ser amigos. El Marqués, en aquel tiempo, venía pocas veces a Londres. Se sentía más contento cazando en sus extensas posesiones, y se sintió más feliz aun cuando su esposa le dio un heredero.
—¿Y el Duque ?— preguntó el terrateniente sospechando que ahí se encontraba la clave de la historia.
—El Duque y su esposa irlandesa tuvieron siete hijas, una tras otra, y ya habían perdido la esperanza de tener un heredero varón, cuando llegó el ansiado hijo.
—Si ambos tuvieron descendencia, ¿qué fue lo que salió mal?
—El Marqués sufrió varias caídas al ir de cacería y una de ellas fue fa-tal. Era evidente, para aquellos que lo amaban, que no le quedaba mucho de vida y le aseguro que, como yo, todos sus amigos nos afligimos mucho al comprender que la vida de aquel gran hombre llegaba a su fin.
Después de una pausa, Lord Hornblotton añadió lentamente:
—Fue entonces cuando el Duque descargó el golpe.
—¿Qué fue lo que hizo?
—El odio que ocultaba, calladamente, en el fondo del corazón, le hi¬zo ir, cuando supo que su antiguo enemigo se encontraba a las puertas de la muerte, al Castillo de Thane para pedirle un favor.
Después de una pausa, continuó diciendo:
—Debí decirle antes que sus posesiones colindaban. Aparentemente, el Duque, estaba ansioso de construir una escuela para una aldea aislada situada junto a la línea divisoria y el pedazo de tierra más conveniente para ello pertenecía al Marqués.
Lord Hornblotton hizo un gesto con las manos.
—Parecía un asunto trivial. El Marqués accedió de buen grado a la petición y el Duque le presentó un documento e hizo llamar a su abogado, quien estaba esperando en el vestíbulo.
—Tengo la sospecha de que esta historia tiene un final desagradable— comentó el terrateniente.
—Así es, en efecto. El Duque puso el documento enfrente del Marqués y le pidió que lo firmara, pero como aquél tenía mala vista, titubeó antes de hacerlo.
"Déjeme leerle lo que está escrito, mi querido amigo"— le dijo el Duque—, "pues comprendo que se muestre reticente a firmar ningún documento sin enterarse de su contenido".
"Siento importunado"— le contestó el Marqués—, "pero me falla mucho la vista últimamente. Haré venir a mi esposa; ella es quien me lee todos los días".
"No quisiera molestar a milady. Permítame que se lo lea yo".
—El Duque— dijo Lord Hornblotton continuando su narración—, leyó el documento en voz alta y volvió a ponerlo delante del Marqués.
"Lee usted bien, mi amigo"— comentó el Marqués—. "Quisiera tener su vista y su fortaleza".
—El Duque no contestó— prosiguió Lord Hornblotton—, pero mantuvo la mirada fija en el documento hasta que el Marqués lo firmó. Entonces dijo:
"¿Me haría el favor de firmar un duplicado para enviarlo a los Comisionados en Londres? Es conveniente guardar una copia, pues ya sabe lo descuidadas que son a veces las autoridades".
"Lo sé muy bien"— contestó el Marqués sonriendo, y estampó su firma de nuevo.
El terrateniente, en aquel momento, respiró con fuerza pues sospechaba el final de la historia.
—Por supuesto, nadie se dio cuenta de lo que había sucedido— prosiguió Lord Hornblotton—, hasta que el Marqués murió tres meses después. Entonces se descubrió que el segundo documento consistía en un testamento que cancelaba los anteriores, especificando que el Marqués legaba sus vastos dominios, a excepción del Castillo de Thane, al Duque de Accrington.
—¡Dios mío, que estratagema tan diabólica!— comentó el terrateniente.
—Fue una venganza concebida y planeada desde que el Marqués le robó la novia. El nuevo Marqués— prosiguió diciendo Lord Hornblotton—, un joven encantador, se encontró de pronto arruinado. Desde luego, aún le quedaba el Castillo y unas cuantas hectáreas que lo rodeaban, pero ya había perdido la porción más importante del caudal de su padre, que se nutría de las rentas de sus propiedades en Londres y dé las ricas tierras agrícolas.
Lord Hornblotton hizo una pausa antes de continuar diciendo:
—Buscó consejo legal, pero como el Duque había tomado la pre-caución de que el documento se firmara en presencia de su abogado, le informaron que no obtendría nada llevando el pleito a las Cortes.
—¡Desdichado joven! ¡Se encontraba en una posición intolerable!— exclamó el terrateniente.
—Así era en verdad; al extremo de que, de la noche a la mañana, convirtió a un joven decente y de buenas costumbres en el Joven Diablo.
—¿Por qué? ¿Qué fue lo que hizo?
—El odio es un sentimiento muy extraño: el Duque lo guardó en su pecho durante treinta años y ello le hizo planear su venganza.
—¿Y ninguno de sus amigos sospechó nada durante todo ese tiempo? Me parecé algo extraordinario.
—Como ya le he dicho, a ninguno de nosotros nos agradaba Accrington. Tal vez, si lo hubiéramos tratado más íntimamente, si hubiera confiado en alguno de nosotros, hubiéramos sospechado sus intenciones. Pero supo guardárselas muy bien.
—Qué historia…
—Si, no hay duda. Y con el joven Marqués, sucedió todo lo contrario. Desde el principio pregonó que dedicaría su vida a vengar la traición infligida a su padre y que recuperaría las tierras que le pertenecían por derecho.
—¿Y cómo pensaba lograrlo?
—Se me olvidó mencionar que el viejo Duque es un jugador empedernido, muy astuto, con mucha experiencia y una suerte extraordinaria.
—En ese caso, no creo que el joven Marqués tuviera mucha oportunidad de recuperar sus propiedades.
—Eso es lo que pensamos cuando supimos lo que el joven Thane planeaba. Pero, después de los funerales de su padre, desapareció durante casi un año. Según pude averiguar, supe que andaba en compañía de jugadores, asesinos, charlatanes y estafadores de todas clases: la escoria que se nutre de la vida nocturna más depravada de Londres.
Lord Hornblotton suspiró al añadir:
—Al principio, supuse que Thane quería ahogar sus penas en una vida disipada, pero, al seguir investigando, llegué a la conclusión de que sólo una razón muy poderosa podía impulsarlo a asociarse con esa gentuza.
—Estaba aprendiendo el oficio, supongo— dijo el terrateniente con expresión astuta.
—Exactamente. Thane no se rebajaría a hacer trampas y, con excepción del Duque, no existe en todo el reino otro hombre que juegue mejor a las cartas. El Marqués vivía con los naipes en la mano: soñaba con ellos y no cesaba de jugar, hasta que pasaron a formar parte de su propia naturaleza. Y, cuando regresó a vivir entre los de su propia clase, parecía otro hombre.
—¿En qué sentido?
—Se veía cínico, reservado, y de más edad que la que realmente tenía. Nada ni nadie parecía interesarle, excepto una persona.
—¡El Duque !
—Exactamente— replicó Lord Hornblotton inclinándose para llenar el vaso de su amigo—. Y omití decirle otra cosa: cuando el viejo Marqués murió, su hijo, que estaba comprometido, se disponía a realizar un ventajoso casamiento. Se trataba de la mujer más hermosa de la sociedad de aquellos días, una joven que contaba con cientos de galanes. Él por su parte, era el soltero más codiciado y bien parecido de Londres, muy apreciado por cuantos lo conocían.
—Puedo imaginarme lo que ocurrió— comentó el terrateniente.
—No es sorprendente, tomando en cuenta la naturaleza humana. El esperaba que ella estuviera dispuesta a desafiar la adversidad junto a él; pero para su sorpresa, apenas supo que no tenía nada qué ofrecerle más que su persona y el Castillo, rompió el compromiso.
—Las mujeres son culpables de nuestra desgracia —repuso el terrateniente con un suspiro.
—En este caso, ha dicho usted la verdad. Es evidente que el rechazo de su novia amargó al joven Thane y, desde entonces, adoptó el aire displicente que lo caracteriza. Algunas veces, cuando hablo con él, me pregunto si se tratará del mismo niño alegre a quien solía mecer en mis rodillas, del mismo muchacho entusiasta a quien yo acompañaba a cazar en las tierras de Thane, o del joven a quien sus superiores en el ejército consideraban un líder natural, el tipo de oficial que todos estiman en cualquier regimiento.
—Me gustaría conocer a esas dos personas. ¿Y el Marqués, todavía está arruinado?
—Ahora tiene los bolsillos llenos. Las lecciones que obtuvo sobre las cartas le fueron de gran utilidad. Ha ganado grandes sumas a costa de muchos inexpertos jugadores, que llegaron con la ilusión de conquistar la ciudad y regresaron a sus propiedades rurales con más experiencia, pero mucho más pobres. Si Thane lo deseara, podría retirarse a su Castillo y vivir confortablemente, pero parece como si el diablo que lleva dentro lo impulsara a no descansar hasta vengarse del Duque. No tiene otro interés en la vida.
—¿Y las mujeres?
Lord Hornblotton se encogió de hombros.
—¡Mujeres!— exclamó—. ¿Conoce usted a un libertino que no esté rodeado de hermosas criaturas, con la esperanza que el amor de una buena mujer lo redima de sus culpas?