Capítulo VIII: Beso de la venganza.

1959 Words
Los siguientes días, Brita y Tilda estuvieron juntas mientras arreglaban cada detalle de la boda con esmero. Esa noche cenaban juntos, era viernes y al día siguiente era la boda de Igor y Aretta, debían asistir, primero porque los Olsen habían apoyado con los gastos de la boda a Aretta y segundo por la memoria del padre de Igor a quienes ambas familias apreciaban con fervor. Stephen no dejaba de mirar a Venecia que estaba demasiado callada y no era usual, se le veía bastante apagada —Muy bien, entonces está decidido, la boda será el sábado dos de abril, ¡Ay, amo esa fecha! —dijo Brita, miró a los jóvenes, no se veían nada animados—. Por dios, ¿Podrían fingir felicidad para su abuela? Stephen liberó una risa, pero Venecia se mantuvo estática. —El lunes es la prueba del vestido —dijo la abuela emocionada. —Abuela, sé que es tarde, pero, Venecia y yo quisiéramos dar un pequeño paseo, ¿Nos permite? —preguntó Stephen, Venecia arrugó el gesto, dudosa, la abuela no tuvo valor para negarse, no al ver a su nieta tan triste y aceptó. Stephen conducía muy rápido y lejos —¿A dónde vamos? Estoy aburrida, prefiero volver —dijo Venecia —Espera, dame una oportunidad. Pronto pararon —¿A dónde me has traído? —dijo al salir del auto y observar Oslofjord—. ¿Puedes explicar que hacemos aquí? Stephen tomó su mano y la llevó consigo caminando por el prado, era de noche, hacía frío, y la noche estaba tan estrellada, y azul. —Vamos a gritar —dijo Stephen mientras ella le miraba como si se hubiese vuelto loco—. No me mires así, no enloquecí. Cuando algo nos duele, nos estresa, nos hace rabiar, es mejor liberarlo de nuestro sistema, hay muchas formas de hacerlo, pero la más sana que he encontrado es gritar, por eso estamos aquí, mañana es un día difícil para ti, y quiero que hoy te liberes de eso, aquí estamos, vas a gritar, llorar y hacer todo lo que quieras —¿Estás loco? No lo haré —exclamó enojada —Lo harás —dijo muy seguro y ella lo miró rabiosa. De repente, Stephen comenzó a gritar como un alucinado, ella le miró casi divertida con demasiada vergüenza ajena, al borde de la risa, pero él gritaba abriendo los brazos como si sacará de si algo que no le gustaba —¡¿Qué haces?! Te juro que eres un demente. —Vamos, hazlo, tú, libérate, vamos Venecia, no tengas miedo. Ella dio un paso al frente, miró el bello paisaje del fiordo, el mar frente a ella, el color de la naturaleza, respiró y pensó en Igor, sintió la rabia calentándola, y entonces contuvo el aliento, gritó y gritó, no dejó de hacerlo hasta sentir esas lágrimas emergiendo de sus ojos Stephen la admiraba, sonriendo, sintiendo todo su amor y ternura reviviendo su cuerpo. Cuando ella se calló lo miró, sus ojos eran una tormenta de tristeza y eso le dolió —Tomemos piedras, cada una las lanzaremos al mar, estamos lanzado lo negativo, el odio, la rabia, la tristeza nos abandona, así que gritemos —dijo Stephen con emoción, Venecia se apuró a tomar muchas piedrecillas y comenzó a lanzarlas, rápido, lejos, con fuerza, como si cada una de ellas fuera un recuerdo de amor que ahora estaba teñido de decepción y al lanzarla al mar se ahogara, y desvaneciera de su alma. Tiró la última, y respiró, pero lloró. Miró a Stephen que la observaba con mucha compasión, sin pensarlo se abalanzó a sus brazos, ahí la recibió él con mucha ternura, la abrazó con fuerza, besó su pelo, olió su perfume, mientras ella lloraba con vehemencia, con amargura, y él la contenía, era su roble, su muro de contención, la amaba, Stephen lo supo, que la amaba más de lo que suponía, más de lo que admitía a él mismo. Y supo que no deseaba más en el mundo que tenerla por siempre a su lado. Al día siguiente, tras la boda religiosa de Igor y Aretta, Stephen fue a la mansión Dorata, cuando entró en la habitación de Venecia, quien se negó a bajar, la observó en cama cobijada —Vamos, levántate, debes ir. —¡Yo no iré a ningún lado! —exclamó cuando Stephen quiso quitarle las cobijas —Irás porque es lo correcto, y porque toda la gente murmura de ti. —¡A mí que me importa! Preocúpate, tú, señor Perfecto, a mí no me interesan sus chismes. —Vamos, Venecia, está no es la chica que conozco, la fuerte, la que se repone de todo, la que no le importa nada y se vuelve valiente ante los problemas —dijo Stephen, ella se acercó y lo miró con recelo —Solo quieres que vaya, y calle bocas, ¿Cierto? —No. Está bien, no me gusta que hablen mal de ti, no me gusta que piensen que sufres por un miserable que no vale la pena, porque tú lo vales todo. Él tocó su mejilla y ella se alejó casi nerviosa, sintió un remolino de emociones que colapsaban en su cuerpo —Está bien iré, porque me da la gana, y quiero ver lo fea que se ve Aretta —sentenció —Se ve terrible —dijo Stephen divertido, ella sonrió, y él salió para dejarla que se vistiera. Poco después, ella bajó por la escalera, la miró impactado, ¿Quién era ella? ¡Era la mujer más hermosa del planeta! Un hada, una princesa; ella vestía en color azul y celeste. —Vamos, estoy lista —dijo y caminó con gran seguridad. La recepción de la boda era lujosa, Tilda apoyó a Zurkia con los gastos sin decir o reprimir nada, a pesar de que una gran fortuna se gastó en ello, Tilda lo hizo por respeto al padre de Zurkia que había sido hermano de su marido, pero se había casado con una americana y se había marchado del país, sin volver a verlos. Los novios bailaban en la pista de baile, Aretta era tan feliz, se sentía como en un cuento de hadas, donde al fin sus anhelos se hacían realidad, para ella Igor era su príncipe azul, y quería solo ser feliz. Cuando Igor alzó la vista observó a lo lejos de él, frente a la pista, estaba Venecia, lucía como una reina, era tan hermosa que su belleza iluminaba el lugar, su cabello rubio brillaba como oro, y lucía como un ángel, no pudo apartar su mirada de ella, devorándola, mientras su ahora esposa estaba entre sus brazos. De pronto, observó esa mano grande que la sostenía, era Stephen y sintió que su estómago ardía de coraje. Ellos caminaron a la pista de baile y se unieron a muchas parejas que comenzaron a bailar. Igor intentó seguir como si nada pasara, reprimió sus emociones, en eso era un gran experto. Venecia se sintió temblorosa, no podía parar de intentar mirar a los novios, hasta que el rostro de Stephen la miró severo —No hagas eso, nos están mirando, esperando a que fallemos, no les demos el gusto. Ella asintió despacio, Stephen era un hombre alto, demasiado hermoso, enfundado en su traje n***o. —Entiendo —dijo ella —Mira mis ojos, escucha mis palabras, no dejes de mirarme, aquí no hay nadie más —ella obedeció y siguieron el ritmo de la música sin prestar atención a las miradas y murmuraciones a su alrededor. Las luces se volvieron muy tenues, mientras la música se volvía más suave, romántica, ellos seguían bailando, sus cuerpos se sintieron ligeros, Venecia quiso volver a mirar, pero observó esos ojos de Stephen frente a ella, brillaban como dos estrellas en el firmamento, del color azul que más le gustaba, sonrió, porque le gustaba la forma de su rostro, y ese gesto, entre dulce, seductor y perfecto, su olor era como una copa de vino dulce, que siempre quería beber, y sus labios parecían tan suaves, como dulces de miel, eso vino a su mente, antes de reaccionar, y sentirse tan pegada a su cuerpo, ni siquiera pudo evitarlo, sintió el calor de su aliento. Stephen quiso detenerse, no era correcto, ¡Ay, pero la deseaba tanto! Desde hace muchos años, que por primera vez quedó a merced de sus instintos, y sus labios se rozaron con suavidad, aquello fue una caricia de terciopelo, tocar el cielo, se alejaron rápido, porque las luces volvieron a su iluminación habitual. Era tarde, todos lo habían visto, y estaban impactados, y unos ojos verdes, como esmeraldas brillantes, los miraban con odio, con furia, con un fuego devastador. Igor no era feliz, y ahí en ese momento, cuando observó que otro hombre besaba los labios que creía suyos, supo que amaba a Venecia con la misma pasión que amaba el dinero de Aretta. Venecia y Stephen estuvieron juntos toda la velada, llegado el momento tuvieron que acercarse a los novios, Igor y Aretta los observaron —Pues, muchas felicidades, les deseamos lo mejor y que tengan un gran viaje de luna de miel —dijo Venecia con sutilidad —Prima, te deseo mucha felicidad, igual para ti, Igor. —Gracias —dijo Aretta con algarabía—. Me encanta verlos juntos ¿Cuándo será la boda? —Será el dos de abril, es decir, en tres semanas, supongo que estarán aun de viaje de bodas —Aretta asintió, Igor parecía congelado—. Bueno, ya después verán las fotografías. —Mi amor, vamos a saludar a Liv —dijo Venecia sujetando la mano de Stephen, mientras Igor la miraba casi con terror, jamás lo había llamado mi amor a él y eso le dolió —Claro, vamos, mi amor —dijo Stephen. —¡Vaya! Lucen hermosos juntos, mi primo se ve radiante, la ama de veras. —¡Mejor cállate! —exclamó Igor y Aretta le miró con pesadumbre —¿Por qué me hablas así? ¿Acaso estás celoso? Igor se acercó a ella, tomó sus mejillas con fuerza y la miró con coraje —¡He dicho que te calles! Ya conseguiste la boda, ahora cierra tu maldita boca y no llores —dijo al mirar sus ojos desbordantes—. Sonríe porque esta es tu maldita boda. Igor la soltó, tomó una copa y bebió. Mientras Aretta sentía terror Venecia y Stephen caminaron a los fastuosos jardines del salón, el clima era frío y Stephen se quitó su chaqueta para dársela a ella —Stephen, no vuelvas a besarme, estás pasando tú limite. Stephen se quedó perplejo, bajó la vista, se sintió decepcionado —Entonces, ¿Me estás usando para darle celos a Igor? Ella abrió los ojos abruptos, intentó negarlo —No… —Me llamas mi amor, te comportas como una novia, en la pista de baile me has besado y ahora ante mí te atreves a acusarme, y rechazarme, eso no es muy justo. —¿Qué yo te he besado? —Sí, me he dado cuenta, así que no finjas que he sido yo quien dio el primero paso, es más, tenías deseos de besarme, incluso ahora también —dijo acortando la distancia, cuando ella menos lo esperó él la tenía atrapada entre sus brazos, ella intentó escapar, pero no pudo —Es una mentira, suéltame. —No lo haré, entonces, mírame, niégame a la cara que no deseas besarme. Ella miró su cara, negó con la cabeza, pero su respiración se aceleró, mientras observaba la mirada penetrante, de Stephen que la incitaba, se sintió trémula, y él la besó sin poder resistirlo, un beso suave, cálido, que la revivió en un segundo.
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