Capítulo VI: Juramento

1985 Words
Aretta estaba al lado de su madre, desayunando, Aretta parecía distante de la realidad —Aretta ¿Qué pasa? Sé que la boda te tiene nerviosa, pero últimamente, comes muy mal, tienes muchas náuseas, y dolor de cabeza. —Lo siento, madre, es que estoy estresada. —No hagas caso a Venecia Dorata, puede seguir todo lo despechada que quiera, pero eso no cambiará el hecho de que Igor te ama a ti. —Sí, mamá —dijo con una voz casi dudosa. La puerta se abrió y la empleada llegó trayendo una maleta, Aretta se levantó con ansias, cuando lo vio, sonrió tan feliz y se arrojó a sus brazos, él respondió con fuerza —¡Mi amor! ¡Volviste! —Te extrañé, cariño —dijo acunando su rostro y besando su frente con dulzura—. ¿Cómo has estado? —Bien, pero te he extrañado mucho. —Bienvenido, Igor —dijo Zurkia saludando a su futuro yerno —Gracias, Zurkia. —¿Cómo te fue con el señor Ferguson? —Me agradó mucho, parece que yo también, está dispuesto a dejarte toda su herencia, pero tuve que prometer que en cuanto nos casemos y pase la luna de miel, nos debemos ir a vivir a su lado, él así lo quiere, cariño, eso nos ayudará a que cuando se haya muerto la herencia pase a nuestras manos. —Lo veo muy viable. No se hable más, así será —dijo Zurkia —. Bueno, los dejo para que platiquen, debo ir con Tilda, quiero platicar sobre los gastos de la boda —dijo la mujer y salió Aretta e Igor se sentaron en el salón, él sonrió al verla, acarició su cabello tan rojo como la sangre, luego tomó su rostro, besó sus labios con pasion y exigencia, haciendo que la temperatura de la joven comenzara a elevarse y perdiera su buen juicio. Ella sintió como las manos de Igor subían a sus pechos, acariciándolos con vigor, sus pulgares masajeaban sus pezones, haciendo que una corriente de placer la hiciera temblar, ella tuvo que detener la caricia con avidez, porque el hombre no quiso parar —Espera, cariño, debo contarte algo —Igor no quería hablar, quería seguir con las caricias, quería tener sexo, y no pláticas que le parecían estúpidas—. Escúchame, es algo que quiero que sepas por mí, y no por nadie más. Él dejó sus labios y comenzó a besar su cuello, con mucha intensidad, sin importar que dejara ahí marcas rojizas —Es sobre Venecia Dorata —dijo ella Igor se alejó abrupto al escuchar ese nombre, como si una cubeta helada hubiese caído sobre su cuerpo y le apagara el fuego, se puso rígido, y su mirada se perdió en sus pensamientos —¿Qué pasa? —dijo con voz tosca —Ella… ella va a casarse. Igor se levantó cual resorte, la miró con estupor, con ojos tan grandes y severos, mientras sentía su garganta seca —¿Qué dices? —exclamó con un hilo de voz, Aretta asintió temerosa—. ¡¿Con quién?! —¡No lo sé! —¡¿Cómo que no lo sabes?! —exclamó levantándola con fuerza y sujetándola con violencia, provocando terror en ella, ¡jamás se había portado así, pero eso le dio mucho temor! —No lo sé, lo juro, ¿Qué te pasa, Igor? ¡¿Tanto te importa ella?! Igor la soltó, ella miró como su mueca contenía un ataque de furia, sus manos se volvieron un puño y su gesto era casi criminal, Igor no respondió, tomó su chaqueta y salió de prisa, lejos de ahí, dejándola desconcertada. Igor manejó de prisa, hasta llegar a Dorasen, fue adentro para encontrar a Edvin, quien arreglaba su oficina, pues estaba por irse, al verse, Edvin lo saludó con alegría, pero su mejor amigo tenía un semblante rabioso, lo tomó del cuello sin importarle, y le causó preocupación —¿Qué sabes sobre Venecia? ¿Es cierto que se casa? Edvin tragó saliva al recordar la promesa que le había hecho a Aretta —Pues sí, me he enterado que se casa —dijo Edvin. Igor lo soltó sin ocultar un gesto de gran decepción, caminó afuera por el pasillo—. Pero, ¿A dónde vas? —A averiguar la verdad —dijo Igor. Edvin negó, pero no quiso entrometerse más, tomó sus cosas para irse de luna de miel con su esposa. Igor abrió la puerta de la oficina de Stephen, aunque Nora, la secretaria de Stephen intentó impedirlo —¿Qué pasa? —preguntó Stephen arrugando el gesto furioso al ver al hombre entrar sin avisar —Señor, yo le pedí que esperara —dijo Nora —Déjanos a solas —dijo Stephen poniéndose de pie y agudizando su mirada al hombre. Nora salió y entonces estuvieron frente a frente—. Y, ¿Qué quieres? —espetó con desprecio —Vine a preguntar algo, como eres el señor Perfecto, supongo que lo sabes todo. —Mejor cállate, Igor, habla. —¿Es cierto que Venecia se va a casar? Stephen intentó disimular con premura su desconcierto, bajó la mirada y pudo regresar a su expresión natural de póker —¿De dónde sacaste esa información? —¡Todo Oslo lo dice! ¡Según dicen, escucharon a la misma Venecia decirlo! Y seguro de que tú lo sabes todo, así que no me hagas perder mi tiempo y responde ¿Va a casarse? Stephen se giró para ocultar una mueca de burla, disfrutaba el ver a Igor tan descontrolado, tan desesperado, lo gozaba, porque ese hombre siempre había sido cruel con él, siempre mofándose, o haciendo que Venecia lo odiara por cualquier cosa, separándolos con maldad, ahora ante él, veía a un hombre inseguro, errado y atormentado —¿Y a ti que más te importa? ¿Acaso no te casas este fin de semana? —sentenció Stephen Igor ni lo recordaba, se mostró endeble, pero volvió a su postura de reclamo —¿Vas a contestar a mi pregunta? —Ni siquiera tengo que hacerlo, abusas de que te permití seguir trabajando, porque aún tu desempeño es reprochable, si no fuera por la memoria de tu padre, no estarías aquí. —¡Habla de una maldita vez! —exclamó con coraje —Solo te lo diré porque me gusta verte sufrir, sí, Venecia se casará. Igor abrió sus ojos verdes esmeralda tan grandes que podía salir de sus órbitas, un destello de dolor brilló en ellos —¿Con quién se casa? ¿Quién es él? —Eso deberás averiguarlo tú, yo solo diré que es un buen hombre, él único digno de ella. Igor contuvo su odio, dio la vuelta y se fue para evitar que Stephen siguiera burlándose de él. Lo odiaba desde niño, siempre envidió su riqueza, su familia, y su inteligencia. Pronto deseó todo lo que él tenía, y que Igor jamás tuvo, y cuando se dio cuenta de que Stephen adoraba a Venecia, decidió hacer todo lo que estuvo en sus manos para que ella le odiara y por lo menos tener lo único que Stephen no tenía. Pero, eso fue un juego de niños, ahora que era un adulto, Igor quería ver su futuro, volverse muy rico, y tuvo que sacrificar su amor por Venecia, porque sabía que la abuela Dorata no lo quería y que la fortuna de Venecia siempre estaría cuidada por Stephen, y él jamás accedería a ese dinero. Stephen estaba pensativo, cuando Harald entró preguntó que hacía ahí Igor —Ahora no tengo tiempo para hablar de ese tipo, debo irme, por favor, nos vemos más tarde —Harald lo observó con extrañeza, pues el joven parecía desesperado —Por favor, Nora, cancela mis citas y reagenda todo para mañana —dijo Stephen Nora lo miró consternada, se dispuso a hacerlo, pero por el resto del día estuvo muy preocupada por su jefe, por verlo tan angustiado, solo podía pensar en él, llevaba dos años enamorada de él en silencio. Stephen manejó hasta la mansión Dorata, los nervios lo consumían, solo pensaba en Venecia, sin saber si de verdad ella había dicho semejante rumor. Llegó a la casa, la abuela estaba ahí, la saludó —Abuela, ¿Me permite hablar con Venecia, por favor? —¿Paso algo, hijo? —No, abuela, solo quiero comentarle algo. La abuela aceptó y le indicó que debía encontrarla en la piscina. Caminó hasta ahí, para encontrarla tomando el sol, mientras dibujaba sobre papel —Venecia. Ella se levantó a mirarlo tan desconcertada, fue inevitable que Stephen dejará de mirar su esbelto cuerpo con deseo —¿Qué quieres? —espetó ella con coraje —Necesito hablarte. —Pues yo no —dijo con coraje —¿Por qué dijiste que te ibas a casar? Venecia le miró consternada —¿Quién te lo dijo? —preguntó temerosa —Todo Oslo lo sabe. —No sé de dónde lo han sacado. —Claro que lo sabes, esa teoría solo la sabíamos tú y yo, tu abuela, mi madre y Harald, nadie más, así que dime ¿A quién se lo dijiste? Ella tragó saliva. Iba a hablar, cuando una empleada se acercó a ellos mostrándoles el periódico. Venecia leyó la nota casi conmocionada, hablaba sobre su futuro matrimonio con Stephen Olsen, y era la abuela Dorata quien les daba la exclusiva. Venecia parecía consternada, enloquecida, corrió hacia donde estaba su abuela —¡Qué es esto! ¿Como has podido dar una entrevista anunciando un compromiso? falso ¡No me casaré! ¡Es que eres una egoísta! —exclamó enojada, recibiendo tal bofetada —¡Tu madre estaría avergonzada de tu mal actuar! —¡Mi madre jamás me obligaría a casarme! Ella me amaba, ojalá estuviera viva y tu muerta —gritó sin pensar. Hubo un silencio demoledor, la abuela tenía ojos tan grandes y tristes, Stephen se quedó perplejo de esas palabras, sabía que Venecia siempre era impulsiva, que ella no sentía lo que decía cuando estaba furiosa —Pues estoy viva para tu desgracia, y te casarás con Stephen, es mi última palabra. —¡Nunca, Nunca! —exclamó —¡Ay! —gritó la abuela tocando su pecho y cayó al suelo, todos enloquecieron de preocupación, Venecia lloraba, y Stephen la llevó a su habitación, mientras llamaban al médico—. ¡Me muero! Voy a morir, que dolor, pronto me iré y con este pesar de saber que tú, mi Venecia, te quedarás sola y sin ser feliz. Venecia lloraba sosteniendo su mano, besándola con fervor —¡No, abuelita, no me dejes! Nunca quise decir que te murieras, yo no sabría que hacer sin ti, yo te amo mucho, por favor. —Mi niña, lo sé, pero estoy tan triste de saber que estarás sola, si siquiera estuvieras con Stephen mi alma estaría tranquila, sé que te cuidaría como un tesoro preciado, pero ahora… Stephen habló con el medico que ya iba en camino, observó a la anciana, pese a que según ella estaba muriendo, podía hablar con mucho entusiasmo, entonces descubrió que todo era un drama inventado por la abuela Dorata, negó al ver a Venecia tan mortificada, evitó reír. —Abuelita, no me dejes, ya me voy a portar bien, lo juro, seré una buena nieta, ya verás, cuando tenga mi empresa de modas, estarás orgullosa. —Quiero que te cases, mi niña, debes formar tu familia, tu hogar, cumple mi voluntad, solo Dios sabrá que será de mí —Brita se tocó el pecho como si le doliera mucho —¡Lo juro, abuela! Me casaré con Stephen, ya no te preocuparás por nada. Stephen abrió los ojos irresolutos, al escuchar las palabras, sintió que le faltaba el aliento, la abuela sonrió y cerró los ojos, mientras Venecia lloraba y el doctor al fin llegaba.
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