Capítulo IV: Si ella lo desea.

1894 Words
Venecia caminó al salón principal, saludó a Tilda, pero solo dirigió una mirada escueta a Stephen que le caló profundo. Las mujeres hablaban, mientras ellos solo estaban sentados, sin decir nada. De vez en cuando, Stephen miraba con ansias a Venecia, siempre era así, pero ahora cuando sus miradas se cruzaban, notó que había un gran resentimiento en ella, no era que antes fuera tan diferente, pero esta vez, parecía ser más latente, fuerte —La recepción de la boda será en el jardín de los corazones sagrados —dijo Tilda, y Brita estuvo contenta —Hay que preparar la iglesia, que será en la iglesia de Asker —dijo Tilda, y Brita asintió Las mujeres hablaban y hablaban sin reparo, como si los jóvenes frente a ellas fueran simples espectadores, dos fantasmas sin opinión. Venecia sentía que su corazón palpitaba y quería gritar, contuvo lo más que podía —Abuela, yo… quisiera pedir un permiso, ¿Podría salir con Stephen? Creo que ambos queremos platicar. Las mujeres se miraron sorprendidas, no más que Stephen que no esperaba esa propuesta —No creo que sea adecuado, puede haber habladurías. —Mejor —dijo Tilda—. Si después de todo ya hay habladurías, que los vean juntos será mejor, así no será demasiado sorprendente cuando anunciemos el matrimonio, no dirán que fue una situación desesperada. Brita la pensó bien y al final estuvo de acuerdo. —Bien, pero, por favor, cuiden su comportamiento —sentenció Stephen asintió y ambos salieron de la mansión. —¿A dónde quieres ir? —preguntó Stephen. Ella caminó adelantando el paso, pero después se detuvo, sus miradas se cruzaron, y pudo ver que estaba enfadada —Al parque Vigeland. Subieron al auto y condujo Stephen. Descendieron en el parque y caminaron con lentitud, había mucha gente deambulando por ahí, hace cinco años que ese lugar era pieza central de la ciudad, y Venecia lo había recorrido muchas veces, pero nunca en ese estado de ánimo, observó la estatua de dos personas peleando y sintió que era una representación gráfica de su sentir, se anduvo despacio, luego miró a Stephen que estaba atento a ella —Ya lo sé todo, Stephen Olsen —dijo con la voz amarga. Él arrugó el gesto, confuso, meneando la cabeza en señal de más duda —¿De qué hablas? —Sé que tú te encargaste de presentar a Aretta e Igor —los ojos de Venecia se volvieron furiosos, puso sus manos en la cintura en posición reclamante—. ¡No te atrevas a negarlo! Así que eres el causante de mi desgracia, ahora lo sé. ¿Crees que eso sirva para que yo pueda aceptarte como mi marido? ¡Jamás! —exclamó y caminó unos pasos, estaba tan descolocada, tan furiosa, que se sentía temblar. Ella se detuvo y Stephen se acercó, la observaba atónito —Es verdad, yo los he presentado, pero ¿Eso que tiene de malo? —espetó indignado —¡Lo has hecho a propósito! Con tal de verme arruinada, puedes hacer cualquier cosa —sentenció Venecia. Él se quedó de piedra, con ojos asombrados, negó con decepción y desdén, era triste para él escuchar que Venecia creyera semejante tontería —Pero, ¿Te estás escuchando? ¿Cómo puedes pensar eso? ¡Jamás haría algo para dañarte! ¿Qué motivos tendría? No haría eso, por favor, Venecia, ¿Acaso no me conoces? —Pues no, no te conozco, además tú odias a Igor, me odias a mí, odiabas nuestra relación, hiciste todo para perjudicarnos, estoy segura de que ahora estás muy feliz. Él tocó su entrecejo con desespero, era verdad que no gustaba de Igor, le parecía una persona hipócrita, un pretensioso que solo usaba el amor de Venecia para su beneficio, pero nunca la lastimaría a ella, él la adoraba con su vida, el sufrimiento de Venecia estaba tan ligado a él que lo padecía como propio. Negó. —Yo no te odio, no podría, jamás te odiaría, Venecia —ella alzó las cejas en un gesto de ironía e incredulidad—. ¿No me conoces, de verdad? ¿Has olvidado que nos conocimos desde niños? ¿Has olvidado quién soy? Las tardes de juegos, ¿Olvidaste que vivimos en Tromsø durante la guerra? ¿Olvidaste las lecturas frente a la fogata, la lluvia de estrellas y que cazamos la aurora boreal? —cuando notó que el rostro de Venecia se volvió endeble, se acercó a ella sin titubear, ella bajó la mirada y él levantó su barbilla para que lo mirara, sus ojos se encontraron, entre distintos tonos de azul —¿Qué quieres? —susurró ella con lentitud. Stephen la miró con intensidad, recorriendo con atención cada rasgo de su rostro, quiso gritar que la quería a ella, pero calló —De verdad, ¿No me conoces? Ella le miró perpleja, casi con temor, observó esas enormes pupilas que de pronto le parecieron muy brillantes, por un segundo recordó aquel beso, y miró sus labios, sintió una corriente eléctrica que la estrujó y se estremeció, se alejó abrupta —¡Nunca voy a ser tu esposa! Él tragó saliva, ocultó su dolor —Nunca permitiré que hagas algo que no deseas, así que, si esa es tu decisión, se cumplirá —dijo con una voz firme, pero triste, ella le miró perpleja —¿De verdad? —arrugó el gesto, confusa—. ¿Aceptarás mi decisión? Él asintió —No te preocupes por la abuela Dorata, yo la haré entender —dijo él Ella permaneció incrédula, impresionada de esas palabras —Está bien —dijo tensa —Ya lo dije, yo nunca te obligaría a nada, Venecia, solo me casaría contigo si tú desearas ser mi esposa. —Eso nunca sucederá —sentenció con firmeza y él asintió con pinta de derrotado —Entonces, así será. Regresaron en completo silencio a la mansión, entraron al salón principal y ahí encontraron a la abuela Brita y a Tilda —¿Cómo les fue? —Nos fue bien, y hemos tomado una decisión que debemos decirles —dijo Stephen, Venecia se sintió ansiosa, tomaron asiento —¿Qué sucede, hijo? —No habrá boda —dijo con firmeza, la abuela Dorata se puso muy pálida y Tilda abrió grandes ojos —Pero, ¡Qué dices! —exclamó Tilda —¿Qué has dicho, muchacho loco? ¡Eso no puede ser! —Eso será, abuela, y es mi última palabra —espetó con frialdad y se puso de pie —Pero, ¡Qué modales! —se quejó la anciana—. Tú padre estaría avergonzado de tu poca caballerosidad. Stephen sintió rabia de ser juzgado —Abuela, jamás faltaría al respeto a usted, yo jamás lastimaría a Venecia, y ella no quiere este matrimonio, nunca la obligaré a nada —aseveró Brita se levantó y miró de reojo a Venecia, cada vez clavó más su mirada en ella, con ojos pequeños, deduciendo que aquel paseo fue premeditado para hacer desistir a Stephen —¿Así que esto es tu idea, Venecia? —¡Abuela, yo no voy a casarme! —exclamó levantándose —¡Te casarás, jovencita! Ha sido suficiente para mí. Si no lo haces con Stephen, entonces te buscaré a cualquier otro, el primero que encuentre con buena reputación. Los ojos de Stephen se volvieron impactados —¡Nunca! —gritó sin contener sus impulsos, haciendo callar a todas, luego se sintió como un tonto—. Abuela, no haga eso, no puede hacer algo así. —¿Y qué quieres? ¿Qué permita que está jovencita siga metiéndose en líos? ¿Qué vaya buscando a ese malnacido de Igor y arruiné su reputación, de por si maltrecha? Stephen sintió temor, y unos celos que ardieron dentro de él —¿Y qué hay de lo que yo quiero? —exclamó furiosa —Tú no quieres nada, niña, alguien que es capaz de insultar a una mujer, en lugar de al hombre que la engañó no es digna de elegir nada —sentenció la abuela viéndola enrojecer de frustración, Venecia salió corriendo y llorando, sin despedirse, mientras Tilda la miró con compasión—. Hijo, sé que está niña es atolondrada, caprichosa y revoltosa, aun así, puedo decir que entre sus virtudes está su gran corazón, es generosa hasta la ingenuidad, y es muy hermosa, así que, dime, ¿Quisieras hacerla tu esposa? Stephen se quedó perplejo, se puso nervioso, sus ojos se volvieron dubitativos, su respiración se alteró, Brita que era una vieja lista se dio cuenta de que algo había ahí, algo tan grande que ni el inteligente y sensato Stephen podía controlar —Yo… —se quedó sin palabras —Ni siquiera tienes que hablar, hijo —Brita tocó su mejilla con el dorso de su mano en una dulce caricia—. Dicen que lo que se ve, no se puede ocultar. No se preocupen, Tilda, de que esa niña acepte me encargaré yo. —¡Abuela! —exclamó Stephen y ella siseó —No digas nada, hijo, y calla, algún día me lo agradecerás. —No lo aceptaré… —¿Al menos que ella lo quiera también? Stephen arrugó el gesto, confuso, asintió con rapidez —No te preocupes, ella lo querrá. Tilda y Stephen se quedaron preocupados, pero Tilda entregó la sortija, era una preciosa, que pertenecía a la abuela materna de Stephen. Luego se marcharon de la mansión Dorata. Cuando la abuela subió a la habitación de Venecia, era el anochecer, la joven no había cenado nada, estaba sobre su cama, llorando como una mártir, Brita la miró con lentitud y negó con reprobación —Venecia, te ahogas en un vaso con agua, linda, mañana verás que el sol sigue saliendo por el mismo lado, y el cielo seguirá siendo azul, las estaciones vendrán sin que nada cambie por un mal amor. Ella se enderezó y la miró con suficiente rabia —¡Déjame sola, ten piedad! —Lo haré, puedes llorar lo que quieras, nunca he visto que un corazón se seque por llorar, solo he visto ojos arrugados, por cierto, aquí está la sortija, Tilda la ha querido dejar por si querías verla —dijo y la dejó en el tocador —¡No la quiero! —Está bien, por favor, no demores mucho tiempo con tu depresión, tu abuela se encuentra cansada, ten piedad también de ella —Brita salió y cerró la puerta, escuchó un sollozo provenir de la habitación y luego se fue Venecia se levantó, se acercó al tocador y miró su rostro, enrojecido, demacrado de tanto llorar, se limpió con un pañuelo, respiró porque el dolor la ahogaba profundo, sobre todo cuando pensaba en Igor, no entendía lo sucedido, ella lo había adorado tanto, siempre habían estado juntos, por los menos durante seis años, y a sus dieciocho años se habían vuelto novios. Observó la caja que contenía la argolla, la tomó severa, quiso lanzarla al suelo, pero no pudo, su curiosidad fue más fuerte, la abrió, sus ojos se abrieron enormes, era una joya hermosa, un zafiro ovalado en color azul claro, en oro blanco, se quedó perpleja, cerró la caja y la puso en su cartera, se alejó y recordó a Igor, sus sueños de casarse y vivir en América, todo estaba roto en su interior.
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