Capítulo 3: La Transformación de Maximiliano en un Tirano
La vida de Max después del accidente fue un torbellino de emociones negativas. La amargura, la ira y la desesperanza se convirtieron en sus compañeros constantes. En la oficina, su comportamiento empezó a cambiar drásticamente, afectando a todos los que lo rodeaban, el hombre refinado y sensible de sonrisa encantadora se había convertido en un demonio paralítico de mal carácter, iracundo y desalmado. La oscuridad que lo envolvía parecía impenetrable, y todos los que lo rodeaban se preguntaban si alguna vez volvería a ser el mismo de antes.
Siete meses habían pasado desde el accidente, y ahora los que quedaban trabajando en la empresa eran los empleados que tenían muchos años en ella, y no querían perder los maravillosos bonos, o los que ingresaban recién y se irían muy pronto luego de conocer al demonio que tiene como CEO, el resto de los empleados había decidido renunciar, muchos no soportaron la nueva personalidad de su jefe y otros como ya sabemos fallecieron en el fatídico accidente.
-- Buenos días, señor Rossell – lo saludó tímidamente Carla, una de las secretarias antiguas que le quedaba todavía, pero que pronto se iría por descanso médico, pues estaba a punto de cumplir su periodo prenatal, Carla tiene siete meses de embarazo y en unas semanas le toca su descanso,
Max la ignoró como siempre, dirigiéndose directamente a su oficina. Cerró la puerta de un golpe y miró alrededor con una expresión severa. El mundo entero parecía haberse vuelto en su contra, y él estaba decidido a devolver el golpe.
Minutos después, Carla, no dándose por vencida entró con una pila de documentos, quería dejar todo arreglado antes de salir de permiso, la pobre no podía renunciar, pues sabía que en su estado nadie la contrataría, así que era cuestión de aguantar un poco más.
-- Aquí están los informes que pidió, señor – le dijo, colocando los papeles sobre su escritorio. Max los miró con desdén antes de lanzar una carpeta al suelo, muy lejos de ella por supuesto, estaba lleno de odio y resentimiento, pero no era loco, conocía el estado de la mujer.
-- Esto es inaceptable, señorita Carla. ¿Qué clase de incompetentes trabajan aquí? – gruñó, su voz sonaba cargada de ira.
-- Lo siento, señor. Revisaré todo de nuevo – le respondió Carla, caminando hacia donde él había lanzado la carpeta para recogerla con manos temblorosas, sin embargo, él estiró su brazo impidiéndole que lo haga, deteniéndola para impedir que ella realice aquel esfuerzo.
-- Déjalo ahí, que venga alguien más para recogerlo. Además, no es suficiente con revisar. Quiero resultados perfectos. ¿Entiendes? – le exigió su jefe. Carla asintió, agradeciendo que pronto saldría de permiso y no tendría que volver a ver su rostro por un tiempo. Luego salió de la oficina, sintiendo un nudo en el estómago.
Los días siguientes no fueron mejores. Max despidió a varios empleados novatos por errores menores, y la atmósfera en la empresa se volvió insoportable.
En una reunión con los directores, la tensión era palpable. Maximiliano observaba a cada uno de ellos con una mirada helada, era como si estuviera esperando ver un error para terminar liquidando a cualquiera de ellos en su lugar.
-- Los resultados del último trimestre son desastrosos. Exijo una explicación – les dijo él, golpeando la mesa con el puño. Luis, el director financiero, se aclaró la garganta antes de hablar.
-- Señor Rossell, hemos enfrentado varios desafíos imprevistos. El mercado ha sido volátil y... –
-- ¡Excusas! – los interrumpió Max,
-- No p**o a esta gente para que me den excusas. Quiero soluciones, y las quiero ahora – vuelve a golpear la mesa, sin embrago, nadie podía mencionar el accidente aéreo y mucho menos el acuerdo que no se llegó a firmar con la impresa internacional, pero el resultado de esa pérdida de la que hablaba Max era por no haber cumplido con ese acuerdo, y aunque ya habían pasado nueve meses desde el accidente de los cuales él estuvo internado tres, la empresa le envío varias invitaciones para que él los vuelva a visitar, pero nadie sabe por qué él no quiere volver a viajar.
-- Estamos trabajando en nuevas estrategias para mejorar los resultados señor. Necesitamos tiempo para implementarlas – fue lo único que explicó Luis.
-- Tiempo es algo que no tenemos. Si no veo resultados inmediatos, todos ustedes estarán buscando empleo pronto – los amenazó Maximiliano, su voz estaba llena de desprecio.
En su casa, la situación no era mejor. Desde que Melisa lo abandono su amargura y su nuevo comportamiento era peor. Una noche, Max estaba sentado en su estudio, mirando una foto de ellos dos juntos antes del accidente, y sin decir más la arrojó al suelo, rompiendo el marco en tres.
-- ¡Qué ilusiones! – grito sarcástico. El sonido de la puerta abriéndose lo sacó de sus pensamientos. Era su madre, Ana, quien había ido a visitarlo.
-- Max, hijo, ¿cómo estás? – le preguntó Ana con suavidad mientras caminó hacia él,
-- ¿Cómo puedo estar madre? – le respondió con amargura,
-- Sabes que no necesito tu compasión, mamá. Estoy perfectamente bien solo –
-- No estoy aquí para compadecerte cariño. Estoy preocupada por ti. Has cambiado tanto – le dijo ella, su voz llena de tristeza y cariño, mientras miraba como esa luz en los ojos de su hijo ya no existía más,
-- ¿Cambiar? – se había reído sin humor,
-- Claro que he cambiado. ¿Qué esperabas? Perdí todo en ese accidente – le recuerdo su hijo,
-- No perdiste todo. Todavía tienes tu vida, tu familia, tu empresa, me tienes a mí, deberías estar agradecido por ese milagro Max – intentó consolarlo su madre, pero fue inútil.
-- Una vida de miseria mamá. Una familia que me mira con lástima. Una empresa que se cae a pedazos, y a ti, que tienes que venir como una esclava para ver si sigo con vida. No, mamá, no perdí todo. Me quitaron todo, eso no fue un milagro, fue una desgracia para mi – le respondió su hijo con dureza, consiguiendo que su madre se sintiera tan apenada que nunca más volvió a tocar el tema, despidiéndose de su hijo y saliendo de su casa, dejándolo solo con su amargura y su dolor.
Daniela Franco conocida por todos como Dala, a sus 22 años es una joven alegre, vibrante y llena de vida. Desde pequeña, ha sido la luz de cada habitación en la que ha entrado, siempre con una sonrisa radiante y una actitud positiva que contagia a todos a su alrededor.
Dala ingresaría a la empresa para reemplazar a Carla en su periodo de maternidad, sin embargo ella no es precisamente una simple secretaria, sino que Dala ha estudiado la carrera de psicología, ella está a la espera de ingresar a trabajar en un centro psiquiátrico de renombre en el país extranjero y mientras eso pasaba se quedó a visitar a su mejor amiga Verónica quien había sufrido un accidente, en el momento que le llega la notificación para que se presente en la empresa Rossell Enterprise para reemplazar a la secretaria general, así que Verónica le pide a Daniela que le haga el inmenso favor de ocupar su lugar.
-- No seas así Dala, solo por eso vez. Mira como estoy yo – le dice Verónica a su amiga, mientras estira su pierna toda enyesada, Daniela suspira angustiada, en realidad no tiene nada que hacer en ese momento y no le vendría nada mal trabajar mientras espera las noticias que realmente le importan,
-- Te puedes quedar con todo el salario, fíjate que es mayor que el promedio – insiste Verónica, y Dala ya lo había notado, y la verdad le vendría muy bien ese ingreso, al menos Vero había recibido una buena cantidad de dinero producto del accidente que tuvo.
Daniela mira a su amiga y suspira resignada antes de aceptar ayudarla.
-- Está bien Vero, acepto ayudarte esta vez. Pero si me llaman del psiquiátrico me voy – la amenaza y Verónica sonríe feliz, no aceptar ese trabajo bajaría su récord de empleada y eso no le convenía, sobre todo porque no había comunicado en su agencia sobre el accidente que tuvo.
El primer día de Daniela en la empresa fue como un rayo de sol en medio de una tormenta, todos la observaron con curiosidad y algo de envidia, preguntándose cómo alguien podía ser tan optimista y alegre, luego sonreían imaginando que la pobre jovencita tendría que trabajar directamente con el diablo y comenzaron a sentir lastima por ella. Sin embargo, Daniela no dejó que las miradas y los murmullos mientras ingresaba la afectaran. Ella sabía que estaba allí para hacer un buen trabajo y, quizás, cambiar algunas vidas en el proceso.