Roulle y Clarissa Listing, una pareja de alemanes que casi rondaban por los cincuenta años de edad, permanecían en el patio trasero de su casona aquella mañana, el ambiente era frío, pero ellos tenían sobre sus cabezas un amplio techo y altas paredes de cristal transparente los rodeaban, dándole al lugar un aspecto de habitación con diseños modernos. A esa hora de la mañana Roulle, con todo su peso corporal, estaba sumergido en la piscina cuya agua era vaporosa, un relajante para el cuerpo y una terapia para su desmejorada circulación sanguínea. Mientras tanto ella, permanecía con casual ropa de estar en casa, sentada en un mueble de reposo construido a base de blanco plástico y maya, proseguía la lectura de la segunda novela de una saga policiaca que le parecía muy buena.
—Ya empieza a impacientarme el no tener noticias de ellos —murmuró Roulle, peinándose con las manos el cabello hacia atrás, todavía con el agua hasta el cuello—. Necesitamos deshacernos de ese hombre lo más pronto posible; de otro modo podría hacer una jugada más pronta a lo que esperamos y eso no nos conviene —Clarissa pasó una página, totalmente relajada, era algo que ella ya sabía, pero él continuó hablando—. Si tan sólo supiéramos algún fallo legal que haya tenido Rodrig Tarskovsky —continuó hablando para sí mismo, con la mirada puesta sobre la nada en la superficie del agua vaporosa—. Pero el desgraciado no tiene algún muerto que le sepamos, es… peligroso —asintió en modo de aceptación—, pero hasta ahora no podemos confirmar que es un asesino. Sin embargo, el saber que nos está buscando, nos podría dar pie a imaginar que es jodidamente determinado el muy desgraciado. ¿Cuánto le diría Lillit mientras estuvo con él? —blasfemó por lo bajo empleando un gesto molesto—. Maldita sea, ¿por qué aquella vez no la matamos en vez de encerrarla en un manicomio? Probablemente le proporcionó información a Rodrig Tarskovsky, quizá por eso es que… su puta madre, lo tenemos respirándonos en la nuca.
Sus orejas goteaban agua tibia, su barbilla, papada y la punta de su nariz prominente.
Clarissa por su lado, pasó de nuevo una hoja de su libro, bastante concentrada en la temática de la lectura, pero también prestando atención a lo que decía su esposo, aunque no levantó la mirada hacia él.
—Estamos en una casa ubicada en medio de una montaña prácticamente virgen, en uno de los Estados con menos importancia de Alemania, precisamente alejados del pueblo más insignificante del mismo —suspiró—. Analizando el comportamiento y el modus operandi de Rodrig Tarskovsky, de buscarnos probablemente comenzaría haciéndolo en una gran ciudad. Seguramente ya habrá sospechado que, como vampiros, nos escondemos en un sótano. Es lo que se esperaría de criminales como nosotros, que vivamos metidos en las alcantarillas, ocultándonos de la ley y las autoridades.
—No creo que sea tan idiota —difirió este sin subir el tono de voz—. Bien sabrá que, a muy poco de que las autoridades puedan tener nuestros rostros figurando en algún lado, no íbamos a arriesgarnos a sencillamente permanecer como ratas en algún subterráneo de la ciudad. Así que imaginará algo, dará con nosotros si primero no damos con él, tenemos que encontrarlo antes de que con pruebas en mano alerte a las autoridades.
—No lo va a hacer. Y ya sabes por qué —respondió ella, llevándose un palillo de madera a los dientes en un acto inconsciente.
—Claro —asintió el hombre, volviendo a bajar la mirada hacia la nada—. Es un depredador.
—Exacto —puso ella un dedo índice a la vista, sin dejar de mirar las páginas del libro que había dejado de leer por los momentos—. No va a dejar a otros el placer de darnos cacería él mismo.
—Yo sólo espero que llegue a imaginar que estamos en alguna isla desierta, gastándonos una fortuna en lujos que se disfrutan en privado. Y no precisamente consiga acertar este lugar.
—Y yo espero que la persona a la que tenemos para que se encargue de este otro deje la inútil jugadera que tiene y realice el encargo lo antes posible. Sino, voy a tener que ser yo misma quien se encargue del asunto. Tantas vueltas, tanto juego, tanta incertidumbre ya me causa náuseas. Un tajo al cuello y ya está.
Roulle, sumergiéndose en el agua caliente y emergiendo luego, se peinó la cabellera de nuevo hacia atrás y lo pensó detenidamente.
—Tengo en mente a alguien más —recordó—. Que incluso podría hacer el trabajo más rápido que quien tenemos a cargo del asunto.
En ese momento ella, que sostenía el libro con una mano y con el palillo se tocaba un colmillo por puro pasatiempo, levantó las pestañas y rodó los ojos para verlo. En ese momento él prosiguió su explicación.
—Es alguien que últimamente ha estado frecuentando esa familia —agregó Roulle—. Creo que si le ofrecemos la cantidad de dinero necesario para que obre, conseguiríamos apartar a Rodrig Tarskovsky de nuestro camino en un tiempo más corto.
—Claro —asintió ella lentamente—. Mezclar sentimientos y emociones con una misión similar hará que todo se atrase, sólo espero que la persona que tengas en mente sepa ser un poco más racional y no haga tantas preguntas.
—Ser racional es lo que menos importa en este momento —bufó él, siempre más impulsivo y descuidado—. Que lo mate con una bala o lo acuchille lentamente ya pasaría a ser su asunto. Si vemos que la cosa podría salirse de control y que ya la persona encargada del trabajo no nos es más útil, podríamos hasta desaparecer su cuerpo.
—Lo principal es deshacernos de Rodrig —le recordó ella—. Y borrar huellas. Pero rápidamente, sé que te gusta jugar y perder el tiempo mirando a la gente agonizar, eso no es conveniente por ahora.
—Empero, hay algo más con lo que podría divertirme. Y dudo que deje evidencias de nuestra intervención. Hay que atacarlo con todo y al mismo tiempo, no darle oportunidad de escurrirse en las sombras como suele hacer.
Clarissa, todavía sentada en su mueble de descanso, parpadeó y suspiró.
—¿Qué tienes en mente? —quiso saber, con voz un tanto cansada, quizá perezosa.
En ese momento en el rostro de este una sonrisa siniestra se ensanchó.
—Su madre —murmuró, mirando a su esposa con gusto y triunfo, siempre se esforzaba por aparentar que también era listo, aunque todo el tiempo ella demostrara que en planes y estrategias era mejor—. Rodrig tiene a su madre en Alemania, en algún centro psiquiátrico del que todavía no tengo la ubicación. Pero que puedo averiguar.
Clarissa resopló y meneó la cabeza, haciendo que con esto su rubio cabello rizado en punta se meneara un poco.
—¿Pero qué podría hacer su madre al respecto? —dijo encogiéndose de hombros, mirando a un lado por lo alto durante un instante y luego volviendo a verle la cara—. Lo que podríamos esperar con eso es que ella lo defienda o algo así. No nos convendría en caso tal.
Él meneó la cabeza, todavía con el resto de cuerpo sumergido dentro de la cuadrada piscina de fondo verde manzana.
—Ella es peligrosa y por lo que sé, tienen en la mansión Tarskovsky a una mujer que supone ser el detonante de esta otra. Así que, estando nuestro objetivo en medio de una distracción atajando a su madre, entonces la otra persona que tengo en mente podría obrar en beneficio nuestro, arrimándolo a un lugar alejado, solitario, apartado y desprevenido. Incluso, podrían ser las dos personas que tengo pensadas quienes lo ataquen como perros salvajes, dejando de este nada más que un cadáver que terminará pudriéndose en el bosque. Sólo hay que colocar a la madre del mismo en un punto estratégico en donde sea encontrada por él, sé que, aparte de sus hermanos, mujer e hija; su madre es otro punto débil que tiene.
Su mujer mantuvo los ojos rodados a un lado, mirándolo con serenidad. Enarcó entonces una ceja sin dejar de verlo, sin decir nada en ese momento. Considerando que hasta el momento no parecía un plan muy fuera de lógica.