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Junto a ellos

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Ester Tarskovsky Harris es una poderosa empresaria que se relaciona con magnates de élite, mujer de los tres hermanos que llevan dicho apellido ruso, ocupándose de la crianza de una hija y ayudando también a llevar las riendas de su hogar. Los integrantes del imperio Tarskovsky deben enfrentarse al resultado final de toda una fuente de problemas y pesadillas que envolvían a la familia entera; varias máscaras terminarán cayendo y varias sombras del pasado reaparecerán para luego esfumarse tras varias jugadas inteligentes por parte de los Tarskovsky, pero obteniendo por esto pérdidas considerables en un final que dejará cenizas pero con retoños que prometen un nuevo comienzo.

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Prólogo
Prólogo. Narra Autor. Ester Tarskovsky Harris se giró hacia la cama en la que reposaba su esposo Élan, quien le había pedido soñoliento y con voz tipo ronroneo que volviera a su lado. Era una madrugada de invierno, cuando la noche fuera de casa, al otro lado de la ventana era completa penumbra y ya no se podía distinguir entre la culminación del bosque y el inicio del cielo. Ester estaba preocupada por Rodrig, su otro amor, quien a esas horas probablemente andaría por allí, recorriendo los pasillos de la mansión, sobre todo en esos momentos, en que nada ni nadie, salvo los vigilantes, estaría merodeando. Rodrig siempre había tenido un comportamiento particular, el tipo de persona que preferiría fingir que es mudo, sordo y ciego con tal de no preguntar o responder alguna cosa que alguien fuera de su familia le dijera; era extrañamente silencioso, asocial, increíblemente creativo en el área de ingeniería e informática, aunque también debía lidiar con un carácter de tendencias bipolares y un diagnóstico no dicho abiertamente que lo definía como alguien con cierto grado mínimo (pero evidente) de Síndrome de Asperger. El asunto aquí era que, Rodrig, siempre protector con sus hermanos (Élan y Edrick), se arriesgó a enfrentar a un oso pardo en medio de una cacería para de este modo distraer al animal y así dar tiempo a que estos atacaran por otro lado o decidieran escapar, daba igual para Rodrig, él sólo pretendía que ellos estuvieran bien. Lo que obviamente había previsto e intuido el pelinegro era que una sola flecha de su ballesta no iba a ser suficiente para frenar a un animal del tamaño de un caballo que furioso botaba espuma por la boca hacia ellos y aunque la disparó, de todas formas el animal dio un zarpazo que lo hizo agonizar. Quien frenó a la criatura del bosque fue Edrick, puesto que en medio del miedo disparó el rifle unas cuántas veces hasta dejar al animal sin vida sobre un charco de su propia sangre que se regaba sobre la blanca e inmaculada nieve esa mañana de invierno. Por supuesto, fue atendido de inmediato luego de que Élan lo cargara en brazos hasta ubicarlo en un lugar en el que se le pudieran brindar los primeros auxilios. El rubio Élan, que bastante preparación tenía en áreas de la medicina y la cirugía fue quien le dedicó tiempo y atención hasta que llegara un doctor que pudiera suplirlo. Mientras tanto Ester estaba con un colapso mental nada más de imaginar que a Rodrig fuera a dejar de vivir puesto que inconsciente yacía en una cama, con heridas abiertas en su pecho. Debido a esto y como una reacción molesta, egoísta y vengativa, Ester ordenó extraerle el cuero al cadáver del animal y con este hacerse un abrigo. Ese abrigo que a esa hora de la madrugada la protegía del cruel frío aun cuando estaba en la calidez de su hogar, precisamente en su dormitorio, donde ya iba siendo momento de regresar al regazo de Élan. Minutos atrás le había expuesto a su esposo lo preocupada que estaba de que a Rodrig se le pudiera ocurrir irse de nuevo al bosque, a practicar su deporte favorito, que era la caza; sobre todo si todavía andaba mal herido. Era difícil interponerse entre Rodrig y sus objetivos y tres heridas sobre el pecho no iban a suponer una barrera para él, que sufría de analgesia congénita, una condición que le imposibilitaba sentir algún tipo de dolor físico. Ester caminó hacia Élan y dejó que el abrigo que cargaba puesto cayera a sus pies cuando estuvo al pie de la cama. Su esposo parpadeó lentamente, con la curva en sus labios de una sonrisa floja y sencilla, tenía muchas ganas de dormir, estaba cansado de estar todo el día en su despacho firmando documentos y atendiendo llamadas internacionales que le pasaba su asistente; pero le iba a ser difícil descansar durante alguna media hora más, puesto que su socia y esposa lo miraba con expresión insinuante, completamente desnuda; metiéndose debajo de las sábanas blancas y trepando sobre el cuerpo de este, sentándose precisamente en su pelvis e inclinándose para besarlo suavemente. Élan Tarskovsky estaba bastante agotado, pero para su esposa siempre iba a tener tiempo, incluso si ya esa fuera la tercera ronda por esa noche. Él, de los tres hombres con quien ella había estado sexualmente en su vida, era el más brusco y dominante, aunque Rodrig cuando se lo proponía solía superarlo, sin embargo el más silencioso solía sentir placer al mirar a Ester tomar el control. Por eso ahora Élan la envolvió en sus brazos y giró, cambiando de lugar y situándose ahora entre sus piernas por encima de ella. La piel de él era por naturaleza más fresca que la de Ester, así que quien sudó primero fue ella, en medio de gemidos cortos, mordidas de labio y roces exquisitos. Para Élan no habría sobre el planeta mujer con los labios más insinuantes que los de su esposa, no habría muslos más provocativos que los de ella, aunque fueran imperfectos y tuvieran algún rastro de celulitis, incluso, siendo su abdomen mínimamente más abultado que antes de ser madre. A Élan le parecía una mujer endemoniadamente atractiva, sin importar tampoco que su torso estuviera lleno de cicatrices que alguien con malas intenciones hubo dejado alguna vez en ella. Dominada por él, y disfrutándolo a su manera, le clavaba las uñas en la desnuda piel de la espalda a este, respirando agitadamente y mirándole en medio de la iluminación tenue aquellos ojos azul zafiro que bajo espesas pestañas rubias él tenía, Ester amaba todo de este hombre, su cabello de un natural rubio cenizo, sus labios del color de la frambuesa, las pecas sobre su recta nariz y parte de sus mejillas ligeramente hundidas, sobretodo el carácter que tenía para conseguir lo que quería, en este caso, a ella. Pero en medio de toda aquella deliciosa angustia, Ester no sólo tenía en mente lo habilidoso que era también Rodrig en la cama, o las respiraciones tibias de Élan cerca de su oído, sino que deseó con muchas ganas tener consigo justo en ese momento el cuerpo de Edrick también. Imaginó cada cosa del menor de los Tarskovsky y revivió en su mente intensos momentos pasados, alucinando con la piel desnuda de Edrick y los ojos verde esmeralda que tenía el joven hombre de ascendencia danesa. —¡Edrick! —exclamó ella tras un gemido final, cuando hubo llegado al orgasmo. Se abrazó fuertemente a su esposo y este, comprendiendo los deseos y el sentimiento que esta tenía por su hermano menor, lo que hizo fue terminar, igual que ella y besar su frente en completo silencio antes de volver a sumirse en un entresueño, dejándose arrastrar por el descanso entre sábanas y sobre la almohada, hasta ese día siguiente.

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