CAPÍTULO 7. Sobre el suelo de una mansión.

3047 Words
En ese momento, poco afectado por mi reacción, bajó la mirada a las galletas que sostenía todavía en una mano. —¿Vas a comer… eso? —las miró con una mueca de asco. Me encogí de hombros con ligereza. No sabía que el niño esteera bastante estirado. —Pues sí —contesté con gesto de obviedad, entonces para fastidiarlo dije lo siguiente—. ¿Quieres una? Arrugó la nariz y sacudió la cabeza con seguridad en el gesto. —Esas galletas han estado tiradas en el suelo, recogiendo bacterias que andan… por ahí —hizo un grácil ademán con la mano. —Ah —jadeé con mueca de indiferencia—. Sobre el suelo voy a quedar yo si no como algo. —Además, ya cepillé mis dientes —agregó, frente a mí, con las manos tomadas por detrás—. Pero gracias por tu romántica invitación a semejante cena. Volví a arrugar mi expresión. Bufé. —Aterriza —murmuré por lo bajo, volteándome de nuevo a abrir la puerta. Estiré la vista hacia la cama y allí seguía ella, durmiendo y en calma. Suspiré, aliviada. Entonces volteé hacia Everest. —¿No se supone que tú ibas a por agua a la cocina? —me hice la confundida—. Pensé que habrías de tener mucha sed —lo miré de arriba abajo cargar su ropa deportiva—. Después de entrenar cualquiera estaría sediento. Si vas a morir deshidratado, por favor, que no sea justo en la puerta de esta habitación y en mi presencia. —Tienes razón —contestó y en menos de lo que pude procesar ya me había quitado el envase con leche—. Estoy sediento. —Pero qué… Él destapó el recipiente con delicada y rápida habilidad, procediendo a beber directo del cartón. —Esa es mi bebida —rezongué por lo bajo, volteando un instante hacia donde Christer para asegurarme de no haberla despertado, entonces lo miré de inmediato nuevamente. Mantuve cuidado de no hacer un desastre, pero con carácter en mi acción, le quité el envase, mirándolo con celos y desaprobación. Pero ya no había remedio, el muy atrevido se había bebido casi la mitad de la leche y ahora me sonreía a labios cerrados, limpiándose el exceso con el dorso de una mano. Se encogió de hombros y enarcó las cejas mínimamente en una expresión de inocencia. —No querías que muriera justo aquí —se excusó. Blanqueé los ojos y me removí sobre el mismo sitio, girándome un poco y recostándome del marco de la puerta, entonces aflojé un poco la fuerza de las piernas y deslicé mi espalda sobre la superficie, terminando sentada sobre el piso. Alejé la vista de nuevo hacia la cama de Christer y la volví a ver dormida, tranquila. Eso me tranquilizaba. Mientras por su lado, en la pared, del lado que daba al pasillo, se dejó caer él suavemente, quedando el lateral derecho de su cuerpo a mi vista. Yo ya no tenía fuerzas para discutir, así que procedí a beber directo del cartón, sin importar que este otro hubiera puesto su ADN en el borde del envase por donde yo iba a tomar. Cerré los ojos, sintiendo mi garganta refrescarse, mi estómago recibir alimento y mi sistema regenerándose. <<Bueno… lo que no mata engorda —pensé— o enferma>>. Miré la media docena de galletas con chispas de chocolate y de manera casual me llegaron recuerdos recientes a la mente, pero no de haberlas dejado rodar por el suelo, ni de Rodrig seguramente haciendo una cuenta regresiva para levantarse de su asiento y hacer quién sabe qué, sino de las palabras de Everest. Entonces, antes de morder la primera galleta decidí preguntarle. —¿Cómo es que sabes que yo te estaba mirando desde el auto mientras bajabas del avión? Él volteó a mirarme. —Te vi —musitó. Seguí masticando, escuchando en mi propia cabeza lo crujiente de la galleta y continué mirándolo. Luego de tragar arrugué un poco en entrecejo. —¿Pero… cómo? —sentí curiosidad y más confusión—. Recuerdo que los vidrios estaban puestos en las ventanas y además, eran oscuros —hubo un pequeño silencio, me miraba pero no respondía—. Me refiero al auto en el que yo estaba. Era imposible que alcanzaras a verme desde donde estabas tú. Ni siquiera si hubieses estado cerca, en realidad. Volví a morder más galleta y él miró mi boca y lo que hacía yo, arrugando la nariz y un poco su entrecejo. —Se nota que no tienes ni mínima idea de la cantidad de gérmenes que te estás llevando a los dientes —musitó. En ese momento lo comparé con un niño que mira por primera vez al perro lamiéndose la cola. —No has contestado lo que te pregunté —le recordé, procediendo a seguir comiendo sin importar lo que él pensara al respecto. —Los cristales eran transparentes —dijo con calma—. No oscuros como dices recordar, eso que te sucede se llama Efecto Mandela, recordar ciertos objetos o situaciones de una manera que nunca fue, sucede a menudo, aunque entiendo que no te hayas dado cuenta —agregó como si nada y ya iba a replicarle que ese tema era algo que yo bien manejaba y que no necesitaba charlas suyas al respecto, pero me interrumpió de nuevo—. Y cierto, no alcancé a verte con claridad, pero luego el chófer que te trajo a este lugar me comentó que estabas con los ojos puestos en mí. <<Chismoso>>. Pensé del chófer con desaprobación. En ese momento, masticando, sentí que un pedacito de galleta se me incrustó fastidiosamente en medio de mis dientes incisivos superiores, supuse que era una fracción muy mínima, porque justamente el espacio innecesario entre algunos dientes de mi boca fue lo que busqué corregir de adolescente, cuando fui por primera vez a donde un ortodontista y ya ahora recientemente me habían extraído los aparatos. Por lo que suponía que todo habría de estar marchando bien por allí adentro. —¿Qué pasa? —me miró curioso, sin moverse desde donde estaba. —Un pedacito de galleta me fastidió los dientes —hablé luego de tragar y torcí un gesto en mi cara de desenfado—. No es nada, ya lo solucionaré al rato —suspiré—. El dentista me va a matar —se me salió decir, con tranquilidad y distracción, sólo por sacar un tema de conversación—. Me salté la cita anterior —agregué. Noté mucho silencio en la estancia, entonces levanté la vista para mirarlo, él tenía los ojos puestos a un lado por lo bajo, quizá recordando algo que había dejado pasar por alto, también lo noté incómodo. Entonces me vio, curvando sus labios sutilmente en una sonrisa que al instante califiqué de falsa. Con la yema de sus dedos se estrujó los párpados y luego con la misma mano se tapó la boca para bostezar antes de hablar con voz perezosa. —Fue bueno hablar contigo, Natalia. —Nathaly —lo corregí con aspereza, pero él ni caso hizo de eso y se puso de pie. —Ya debo irme a la cama. Adiós. Tras musitar aquello lo vi marcharse, sin verme a la cara pero con expresión tranquila y ausente. Eché de inmediato las comisuras de mis labios hacia abajo y enarqué las cejas, moviendo la cara conforme él pasaba en frente de mí. Al fin y al cabo en aquella casa todos actuaban raro en ciertas formas y a sus maneras. Pero inevitablemente percibí algo particularmente sospechoso en su comportamiento y me pregunté si en algún momento dije algo inadecuado. Ese otro día, luego de ducharme e instruirle a Christer cómo debía prepararse, ambas nos fuimos a un espacio especial dentro de la casa, un lugar que le había solicitado yo al señor Élan para reforzar las terapias de su madre. No consistía en nada puramente conversacional, más bien era una fase en la que ella debería poner esfuerzo para aumentar sus niveles de estamina puesto que sus actividades físicas necesarias para el ser humano eran nulas. Definitivamente toda persona con mucho tiempo sin ejercitarse tendía a oxidarse y creí que comenzar con ella una rutina de ejercicios serviría hasta para bajar los niveles de depresión. Bien pude haber elegido el gimnasio de la familia, pero en este habían muchas máquinas (por lógica hechas de acero) y eso era algo que por supuesto no iba a agradarle a Christer, ya iríamos enfrentando ese aspecto después. De modo que me decidí por un salón vacío, con una pared completa de cristal que daba clara vista al exterior y la sensación de ser libre aun estando encerrado, un espacio que parecía ser un descanso en la casa y que poco se utilizaba, esa mañana los empleados lo habían vaciado por orden de Élan y dentro sólo dejaron en uno de los rincones una maceta con una planta de hojas largas bastante reverdecidas. Allí estuvimos dos entretenidas horas practicando yoga y un poco de pilates, mi tutelada comenzó siendo un poco torpe, pero me gustó que no se negara, que expresara su comodidad dentro de aquel espacio de tres paredes blancas y una transparente que dejaba vista hacia el espacio nevado en uno de los recreativos exteriores de la mansión. —Podemos seguir haciendo este tipo de cosas —expresé, flexionando mi columna, sentada sobre una colchoneta en el suelo, ella buscaba hacer lo mismo—. Cuando se vaya el invierno podremos salir de casa con más comodidad a trotar —ella me miró, como buscando en mis ojos algún rastro de mentira, sonreí con afabilidad—. Verás que es divertido. Bajó la mirada, flexionando su columna mientras buscaba tocar con sus manos la punta de ambos pies manteniendo las piernas separadas, estaba pensativa y yo quería saber qué estaba pensando pero tampoco quería hacerla sentir que yo invadía su espacio. —Anoche íbamos a salir —musitó, mirándome de reojo, con cautela—. No recuerdo qué más sucedió. Volví a sonreír con afabilidad. —Lentamente fuiste quedándote dormida —dije la verdad a medias—. Y no quise molestarte. —Me diste somníferos —musitó ella por lo bajo, seria. Claramente se había dado cuenta de ese detalle y obviamente no le agradaba. —Mi promesa sigue en pie —mostré la opción—. Una salida es algo que te debo —ella levantó la barbilla y me miró—. Pero también debes saber de las cosas que te podrías encontrar allá afuera. —No me importa —habló por lo bajo nuevamente. —Sí —le dije con más claridad en mi tono, asintiendo y mirándola, ella volvió a fijar sus ojos en los míos—. Sí es algo que debe importarte de momento. Allá afuera puedes encontrarte con colores de tonalidades que no van a agradarte, con objetos hechos de materiales que te van a despertar miedos, con rostros que probablemente te traerán recuerdos. Todo eso debes tenerlo en cuenta. Si aquí conmigo te tengo es porque mis planes son protegerte y ayudarte a ser más fuerte —respiré con calma, ella me miraba todavía, pero ninguna de las dos estaba alterada. Así que proseguí—. Es momento de que comencemos con las terapias de choque. —¿Qué son terapias de choque? —preguntó por lo bajo. Cambié mi posición, poniéndome de pie y doblando la rodilla para tomarme el pie por detrás con una mano. Ella intentó hacer lo mismo, pero no lograba mantener el equilibrio. —Tranquila. Hazlo lentamente, concéntrate —la instruí con paciencia—. Y pues, la terapia de choque es un método que se utiliza para ayudar a que el paciente aprenda a enfrentar sus miedos, exponiendo a dicho ser a estímulos que le recordarán el pasado y de este modo proporcionándole las herramientas para que logre hacerse mentalmente fuerte ante este peso mental que cargan. Dejó de hacer lo que estaba haciendo, permaneciendo de pie frente a mí. —No quiero hacer eso —habló con tono definitivo. Yo continué en lo mío, pero no aparté mi vista de la de ella. Así que meneé la cabeza. —Es que no siempre se va a tratar de lo que tú quieras, Christer —fui clara, pero mantuve un tono neutral—. La vida no es así y tú más que nadie lo sabe. Pero en nosotros está la decisión de enfrentar ciertos asuntos de una manera inteligente. —No voy a hacer eso —declaró, cruzando los brazos—. No quiero recordar nada. Igual no me detuve de mi actividad, pero continué prestándole atención. —Si no quieres no te voy a obligar —me sinceré, encogiéndome de hombros y procediendo con el otro pie—. Pero entonces debes saber que se ralentizará la posibilidad de que consigas una mejora. Y si nada positivo se ve, sin pensarlo dos veces tu hijo me dejará sin empleo —ladee la cara un par de veces, sopesando otra posibilidad—. Probablemente el señor Élan consiga a otra persona que se encargue de cuidarte y darte terapias, pero sin dudas esa otra persona también optará por lo que te estoy proponiendo yo por las buenas. ¿Y qué pasaría si te negaras? —todavía se quedó mirándome, esperaba una respuesta—. Nada —me encogí de hombros—. Posiblemente nada hará nadie para obligarte, pero allí te vas a quedar, con miedo a dar la cara y desprenderte de tu pasado. Como cobarde. —Prefiero ser cobarde —murmuró. Eché hacia abajo las comisuras de mis labios y asentí lentamente. —Está bien —coloqué el pie de nuevo en el suelo, entonces recogí un poco la manga del suéter que cargaba yo puesto y le mostré—. ¿Ves esto? —miró los hematomas alrededor de mi muñeca—. Eso lo provocaste tú ayer, cuando por estar en medio de una crisis me tomaste de la muñeca de una manera brusca. ¿Y sabes otra cosa? —sus ojos tristones me miraban expectantes—. Duele. —Lo siento —musitó—. Creí que me habías engañado. —Bien —asentí, empleando un tono tranquilo—. Te comprendo. ¿Comprendes tú qué es el dolor emocional? —pareció pensarlo, pero no dijo nada—. Sí, creo que lo comprendes. Es cuando te duele algo que no es la piel, los huesos ni nada que se pueda tocar. Cuando te duele algo en la mente, en las emociones, en los sentimientos —expliqué de ese modo para que pudiera comprender mejor el significado de mis palabras—. Sé que lo sabes porque tú lo demuestras bastante. Pero también hay personas que no lo demuestran. Pasan mucho tiempo sin decir o mostrar señales de que algo los esté lastimando en las emociones y sentimientos. ¿Sabes quién creo que es así? —ella meneó la cabeza ligeramente—. Tu hijo, Christer. Élan es así —volví a poner a la vista la zona lastimada de mi muñeca y miré mi piel—. Estas son cosas que se esperan cuando nos enfrentamos a gente que sufre como tú, pero… ¿tienes idea el dolor que le causa a tu hijo el mirarte ser así? Él sabe que no es tu culpa, pero tú y yo sabemos que es tu responsabilidad, a partir de ahora, el intentar mejorar. Sé que no sabes cómo, pero para eso estoy aquí, contigo. Sólo debes querer hacerlo, de lo contrario, ambas estaremos perdiendo el tiempo y Élan… aunque lo quieras mucho y planifiques regalarle el juguete que no pudiste darle de niño, seguirá sufriendo, se culpará de que no consigas enfrentar tus miedos. ¿Te gustaría mirarlo ser infeliz? Ella meneó la cabeza. —No —pronunció con un delgado y débil hilo de voz. Asentí. —Eso pensé. Porque sé que no eres mala persona. —Tengo miedo —musitó. —¿De qué tienes miedo específicamente? —pregunté, alzando la rodilla y tomándola en mis brazos—. Anda, haz lo mismo que hago yo y cuéntame —la incentivé con voz suave. Ella buscó con lentitud levantar la rodilla también y así parecía tener mejor equilibrio que tomándose un pie por detrás. —Tengo miedo de quedarme para siempre en un recuerdo. No quiero volver a imaginar las cosas que… me pasaron —explicó con voz lastimera. En ese momento volví a colocar un pie sobre el suelo y me acerqué a ella a pasos suaves. Ella también puso el pie en el suelo y me miró con curiosa tranquilidad. Entonces busqué tomarle las manos, sosteniéndolas cuidadosamente en las mías. —Cuando tengas más tiempo del necesario internada en un recuerdo, prometo sacarte de allí —dije mirándola a los ojos con honestidad—. La terapia no tiene que ser hoy si no quieres, pero debes decidir pronto. Mientras tanto piénsalo bien, Christer. Hay más ventajas que desventajas si decidieras dejarnos ayudarte a que mejores tu salud mental. Élan Tarskovsky. Supongo que habían dejado la puerta entreabierta debido a que mi madre se siente incómoda en espacios cerrados, fue por eso que escuché la voz de Rodríguez decirle algo a ella en un tono comprensivo, entonces me detuve de lado afuera cerca del umbral de la puerta sin llamar la atención de alguna manera. Mantuve mis manos dentro de los bolsillos de mi pantalón y la mirada vagamente puesta en el vacío espacio por lo bajo, mientras aguzaba mis oídos. Me conmovió escuchar a la tutora de mi madre explicarle un poco acerca de mi perspectiva de su situación actual, era joven y muy sabia, quizá simplemente empática e inteligente, lo importante es que era la adecuada para tan complicada tarea de vigilar el estado mental de alguien mientras se busca empujarlo un poco a que vea la luz. Suspiré, me sentí más tranquilo de saber que había elegido yo la persona correcta para este propósito, así pude dar media vuelta y marcharme con esa preocupación pesando menos, a continuar con mis asuntos pendientes del día.
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