No sabía definir su estupor, no definía si era por las pesadillas o por la agonía de saberse vigilado sin ser atacado definitivamente, pero para Ashton era evidente que estaba bajo mucho estrés como nunca lo había estado durante una expedición.
Por más que intentaron disimular la presión que emanaba por parte del rey humano, ni Artemio ni Omar pudieron evitar la incertidumbre que venía de su máximo líder, por lo que al cuarto día de la expedición, los hombres que acompañaban a Ashton estaban empezando a desmoronarse.
— Nunca había estado en una expedición donde el rey estuviera tan nervioso. ¿Acaso está esperando que nos ataquen y terminemos en las fauces de esos forajidos vampiros? — Murmuraba uno de los guardias de poca experiencia en estos viajes.
— Espero que no sea por eso, amigo mío. Nuestro rey nunca había exhibido tanto nerviosismo durante ninguna expedición, pero siempre hay una primera vez para todo, y todo tiene una explicación. — Trató de calmar su compañero.
Al igual que esos dos, los demás estaban comentando por lo bajo sus impresiones en cuanto al comportamiento de su rey, ya que se notaba sudoración profusa de su parte, además de que se paseaba de un lado al otro como sin rumbo fijo y con la mirada aparentemente perdida.
— Pareces un animal enjaulado dando vueltas de un lado al otro, Ashton. Ya tus hombres están notando un comportamiento extraño por parte de su rey; no han dejado de comentar tus actitudes desde que dejamos la ciudad de Setonia, y sé por qué estás actuando así, pero si alguien más lo nota, seremos presa fácil del enemigo, soberano. — Alertó el herrero oficial del rey.
.— Más que estar nervioso por lo que quieres evitar mencionar, lo que realmente me tiene así es saber que tenemos tantos días de haber dejado la ciudad, y ningún vampiro se nos ha acercado, Artemio. ¿Será qué ella era una espía enviada para vigilarme? Serpia lo peor que pude haberme permitido, Artemio… — Lamentaba el rey con dolorosa resignación.
— Tiene altas probabilidades de haber sido así, mi rey, aunque es algo que no se puede asegurar. Mas su observación de no haber sido atacados aun es válida. Es fácil sentir al menos un espécimen joven merodeando por nuestros predios, y ni siquiera eso hemos tenido, y entiendo que siente incertidumbre, y hasta se sienta traicionado, pero sus congéneres estamos primero, incluso estamos primero que cualquier sentimiento, y si debemos ver aquello como una manera de espionaje, es una estrategia valida si el enemigo le echó mano.
Artemio trató de hablarle a su amigo más que a su rey, aunque eso significara decirle la rampante verdad, pero Ashton tenía que estar consciente que al fin de cuentas aquella mujer de la que pretendía enamorarse, no era más que una especie contraria a la suya, que sólo los atacaba cada vez que los veía, fuera por hambre o por diversión.
— Tendré que olvidar al hombre entonces. — Resolvió Ashton con resignación.
El atardecer que precedía otra noche estaba en su punto crepuscular; la llegada de la hora nocturna era una que estaba empezando a ponerles los nervios de puntas a los humanos, por lo que ellos mismos sintieron el auto sabotaje emerger de sus propios seres, aunque todo aquello cambió cuando algunos llegaron a avistar a su rey.
El rey humano lucía regio ese noche; había resuelto que independientemente de sus sentimientos, aquella mujer no había sido más que un momento pasajero en su vida, además de ser una enemiga natural de él y su progenie, y que las probabilidades de haber sido enviada era más que evidente.
— Que sus nervios no los traicionen, señores. Esto es sólo un elemento distractor. Sepan ustedes que nuestros enemigos son seres astutos y seguramente están jugando a desmoralizarnos para que luego que estemos desprevenidos, cansados de la espera, o abatidos por la angustia, quieran atacarnos inmisericordemente y así mermar nuestras fuerzas, pero que nadie se atreva a dejarse caer. ¡Es una orden! — Recitó Ashton en una carta que envió a los pequeños regimientos que estaban con él.
No se atrevió a dar un discurso de aliento ante sus hombres, ya que no quería hablar en medio del bosque y así alertar a cualquiera que estuviera cerca, sobre todo a los vampiros, quienes podían escuchar en la quietud de la noche.
Por su lado, Jensen estaba empezando a impacientarse, ya que no estaba logrando el objetivo que tenía en principio. La desmoralización del rey de los humanos en Vidralia era prácticamente inquebrantable, algo que lo fastidiaba al grado sumo.
— Voy a tener que recurrir a esas desgraciadas… La última vez que me prestaron sus servicios me salió muy caro. Por eso estoy tras el oro que tienen en Carinty. — Se quejaba Jensen entre dientes.
— Sigo sin entender por qué andas detrás de ese oro, hermano. Se supone que ese material nos es letal. — Acotó Jelenia, la hermana de Jensen.
— No es detrás del oro que ando precisamente, hermanita. Aunque no estaría mal apoderarme de eso, aun fuera para sobornar a uno que otro humano… No había visto tanta peste en el corazón de una especie que pareciera ser digna de admiración.
— ¡Oh, Jensen…! Admirando la comida. ¡Qué mala educación la tuya, hermanito!
— No seas ilusa, niña… Es que a veces hay algunos de ellos que me apena que hayan nacido del lado contrario de la cadena alimenticia. ¡Ah! Por cierto… Recuerda que debemos atacar mañana por la noche. Eres mi mejor guerrera, y te he estado esperando para que descuartices al rey de los humanos…
— ¡Sí, sí! El tal Ashton Conrad Kiedrik, sí. Me tienes harta con ese tipo. Si no fuera porque te conozco, diría que hasta estás enamorado de él.
— ¡No hablas taradeces, niña! Estoy obsesionado con su muerte. ¡Eso sí! Y como nadie ha dado con él, quiero que alguien del cual no espera un ataque lo haga, y luego que lo tenga en mis manos, en vez de herirlo para que desfallezca en el acto, quiero que sufre lentamente.
— A veces me pregunto por qué me catalogan la cruel de la familia.
Después de aquella amena conversación, los hermanos se despidieron. Jensen se quedó pensando en que sus centinelas le estaban informando de cada paso dado por su enemigo más difícil, pero algo lo tenía inquieto.
>> Conrad tiene algo diferente y me fastidia no descifrar que carajos es… <<
La sexta noche había llegado a su punto más estrellado cuando los hombres del campamento del rey humano decidieron acampar como siempre, rodeados de ciertas lumbreras y con sus antorchas preparadas con aceite de ajo y aceite de ciprés, un árbol que solía dañar gravemente a los vampiros, pero hubo algo que no se había hecho antes.
— ¿Será buena idea, señor? — Preguntó Omar incrédulo.
— Si no te parece, Omar, bien puedes ser tú el señuelo. — Propuso el rey. — ¿Sabes? Muchas veces me he preguntado quien te envió conmigo para que me contradigas cada orden que doy. Eres buen guerrero, pero muy mal soldado, muchacho.
Omar sintió vergüenza de saber cómo en realidad o veía su rey, por lo que prefirió callarse y acatar órdenes en silencio, y durante esa mañana se dedicó a hacer lo que se le había encomendado.
— Hay una fogata encendida allí… Ahí deben estar todos apostados.
— ¡No lo creo! Ellos estuvieron moviéndose de un lado al otro, aunque nunca pude ver en qué lugar se quedaron quietos finalmente.
Los centinelas que había enviado Jensen estaban aturdidos, puesto que durante la mañana, el rey Conrad Kiedrik, junto con sus estrategas, Artemio y Filder, estuvieron de un lado al otro, siendo que Omar, el pirotécnico del grupo, estuvo preparando ciertos artefactos con aceites, terminaron una labor que habían empezado desde temprano del día anterior.
Ashton se había hecho acompañar de hombres de su suma confianza, que a pesar que Omar lo vivía cuestionando, sabía que obedecería todo lo que su rey le encomendara, ya que ese soldado era uno de sus más fieles súbditos. Mas eso no significaba que el dignatario confiara en ellos ciegamente, puesto que sabía que el más mínimo descuido podría costarle su cabeza.
— Jelenia… No te confíes del todo. Esos humanos no son tan ilusos como algunos quisieran pensar. Desde que ese maldito es el rey, hemos tenido que aprender a comer frutas aun los carnívoros. Ni siquiera sus ganados están descuidados. — Advirtió Jensen.
— Estoy empezando a dudar de tus dotes de líder, hermano. ¿Desde cuándo te dejas intimidar por alguien al que no es más que carne con un poco de inteligencia?
Jelenia estaba confiada ciegamente en su habilidad como cazadora, y por tanto había dado por sentado que esa sería la noche en la que haría alarde de su talento, sólo quedaba esperar el momento preciso.
— La hora de atacar de los nuestros ha llegado.
— La hora de nuestra intervención también.
— No estábamos en la lista de reclutamiento.
— Igual nos tocaría participar.
El campamento humano estaba quieto esperando la llegada de sus visitantes nocturnos, aunque el silencio era casi de ultratumba cuando los dos centinelas encargados de vigilar se adentraron al mismo, los cuales andaban cautelosos entre sus enemigos, pero algo no les parecía del todo normal.
— ¡Aléjense de esta zona! ¡Rápido! ¡Aléjense de…! ¡Ahhhrggg! — Vociferaba uno de los dos centinelas cuando un grito de dolor continuó su elocución.