Un Enemigo Duro de Lidiar
— ¡Estoy harto de ese maldito de Conrad! ¿No hay forma de deshacerse de ese humano desgraciado? — Se quejaba Jensen, un vampiro de Vidralia, país en el que éste vivía y era el máximo líder de aquella especie.
— ¡No, señor! Todos los que se han enfrentado a ese humano sale mal herido o termina muerto. — Le explicó uno de los que estaba vigilando en el puesto de centinela del palacio vampírico.
Ashton Conrad era el rey humano de Vidralia y el terror de todos los vampiros del país; nadie podía contenerlo a él ni a su ejército, que a pesar de ser seres mortales, habían logrado contrarrestar a los sobrenaturales, incluso lo habían hecho en los tiempos del padre del líder humano, quien también era parte de las filas de defensas humanas mientras vivía.
Ashton era un hombre alto, mestizo; hijo producto del amor de la hija del rey humano anterior, Amalia Kidreik, hija del rey de Vidralia, Jerome Kidreik, quien había enviudado y, por ende, había tenido que lidiar con su princesa, que cuando ella le trajo la noticia de su maternidad, le sorprendió saber que ella se había estado involucrando con uno de sus mejores soldados, Alfred Conrad, quien había perdido la vida el mismo día que su rey lo descalificó para ser su yerno.
Ashton siempre estaba fraguando alguna estrategia en contra de sus amigos naturales; descubrir sus escondites y exponerlos al sol, ya fuera por medio de la refracción del mismo o por vía de la persecución. Siempre se vestía con traje forjado en oro puro de la cabeza a los pies con altorrelieves de cruces, cubierto con un manto, de forma que nadie notara su presencia a la hora de recibir sobre sí el sol, salvo que fuera para un ataque preciso.
— Artemio, ¿Terminaste nuestra última revisión de los trajes nuevos que queremos incorporar para mi ejército especial? — Le preguntó Ashton a su herrero estrella.
— Estoy implementando el nuevo diseño tal y cómo lo querías, pero va a haber un retraso, ya que el oro que necesitamos está tardándose en venir por vía marítima. — Explicó Artemio.
— ¿Motivo específico?
— Los vampiros están apostados allí, y la guardia humana en ese perímetro es muy escasa, sobre todo porque es una aldea pobre la que habita allí, cuya defensa es vivir en madrigueras como los conejos. Por eso no ha sido descuartizada totalmente.
— Debemos reforzar esa zona entonces. No podemos darnos el lujo de perder una entrada marítima por la falta de cuidado de nuestro reino. ¿Sabes quién es el gobernador de esa ciudad? Tendré que visitarlo, ya que algo así no debería estar pasando. ¿Sigue siendo Deon?
— Deon sigue siéndolo, pero nunca sabe lo que está pasando a su alrededor.
— Me está saliendo demasiado caro tener a Deon en un cargo de relevancia. Nunca me sale barato mantener a ese hombre en una gubernatura.
— Sigo sin entender por qué sigues confiando en él.
— Tengo un compromiso con su familia.
— ¿Vas a seguir honrando el compromiso entre tu abuelo y el de Deon cuando vez cuál es su comportamiento en detrimento de nuestros intereses, Ashton? No necesitas que nadie te cuente lo que sucede en los lugares a lo que lo asignas. Tienes que ser más fuerte y tener mano de hierro y no dejar que los sentimentalismos primen si no quieres que el legado de los Kiedrik se vaya por la cloaca.
Deon era el nieto de Donald Lietnal, el general que dirigía las tropas en las que estaba incorporado Alfred directamente, y también la armada de todo el reino de Jerome, el abuelo de Ashton. El mismo era el padre del prometido de Amelia, pero dadas las circunstancias, por supuesto tal compromiso se vio afectado, pero fue subsanada la ofensa por la promesa del rey a su más alto militar de mantener a alguien de su familia en las filas.
Ashton sabía que debía actuar ante lo que estaba sucediendo con Deon si quería obtener mejores resultados, pero no tenía un motivo lo suficientemente contundente para echar por tierra lo que ya su abuelo había decretado, por lo que debía actuar con cautela, algo que por más que deseara destituir aquel hombre, no podía darse el lujo de reaccionar impulsivamente, además aquel tipo tenía sus adeptos, unos bastante fuertes e influyentes en el reino humano de Vidralia.
— Definitivamente yo soy la peor de las de mi especie al permitirme venir contigo fuera de nuestros confines, Eishla. ¿Qué pasaría si algún cazador humano nos encuentra en estos predios? ¡O peor! ¿Tú te imaginas si diéramos con el rey de los humanos? Dicen que ese hombre es un sanguinario, que es capaz de comerse la carne de un vampiro con sus dientes, y hasta es lo suficientemente fuerte como para destrozarlos con sus propias manos.
— ¡Ja, ja, ja! Niurka… Eres demasiado exagerada, mujer. No he oído tales atributos de ese tal rey, y aunque así fuera, yo sólo vine a este sembradío de manzanas a buscar unas cuantas. ¡Míralas! Se están pudriendo y todo porque nadie les presta atención.
El día que Eishla y Niurka no discutían, era porque no estaban juntas, pero desde que se reunían para ir de cacería o de aventura, siempre estaban llevándose la contraria. No obstante, la una protegía a la otra como si de hermanas se trataran.
Estas chicas se conocían desde que eran dos chiquillas. Eran compañeras de desventura, ya que ambas quedaron huérfanas de pequeñuelas, siendo que sus progenitores cayeron en una noche de cacería a manos de los humanos, por lo que ambas odiaban a muerte a cualquiera de los de esa especie.
— Una pregunta, tarada, ¿No se supone que tú y yo somos vampiras? Con una mordida podríamos convertir al humano que queramos en uno de nosotros, y si no nos agrada, lo podríamos drenar hasta la muerte, ¿O no, Niurka? — Cuestionó Eishla con una ceja levantada, lo mismo que su mano izquierda apoyada desde el codo sobre la derecha.
— S-sss-sí… Eishla… Pero si te soy sincera, me congelaría si veo a uno sobre todo si está vestido para la cacería.
En lo que ellas estaban de lo más entregadas discutiendo, apareció ante los ojos de aquellas mujeres un hombre frondoso, de espalda y brazos anchos, piel morena oscura, y cuyos ojos eran hipnóticos, ya que eran azules, lo contrastaba con su tez, lo que atrajo a las damas, sobre todo a Eishla.
— No huele a nada, Eishla… No se puede descifrar si es humano o vampiro, y podría decir que nunca en mi vida lo he visto. ¡Vámonos antes de que note nuestra presencia! ¿Qué tal si es un humano y nos da cacería, tarada? Nuestro fin se puede dar ahora mismo.
La histeria de Niurka era vista por los ojos de una Eishla que no se inmutó en lo más mínimo, más bien la miraba como si estuviera viendo una obra de teatro interpretada por una muy mala actriz.
— ¿Ya terminaste, actriz de pacotilla? Primero, mira a ese infeliz; si es humano, no anda pendiente a que nadie vaya a atacarlo, y si es vampiro, vino a buscar fruta, lo cual es raro en hombres de nuestra especie, pero bueno… Aunque ese tipo de espécimen nunca lo había visto en mi vida, y mira que he visto de toda clase de criaturas.
Ante eso último, ambas chicas se estremecieron al recordar una experiencia cuando vieron a un hombre que para su tamaño corporal, lo que portaba entre las piernas no combinaba con el resto.
— Ahora que lo pienso, tarada… Quiero ver si ese tipo tiene lo mismo que se ve por fuera así como por dentro. Permíteme un momento…
Sin esperar respuesta o la impresión de Niurka, la impulsiva Eishla se apresuró al encuentro del hombre que estaba adentrándose al bosque donde ellas se encontraban.