Aitana estaba realmente devastada, todo le parecía tan irreal, al parecer todo aquello que tanto le decían, sí era cierto, lo único que deseaba en ese momento era terminar esa botella de vino y olvidar sus penas por un instante, pues no tenía la más mínima idea de qué hacer al respecto. Aun sabiendo la verdad, parecía no querer actuar y callar aquello, aunque no tuviera sentido, pues una mujer tan poderosa como ella dependía emocionalmente de aquel mentiroso que controlaba su vida, se sentía atrapada en un laberinto sin salida, y es que, no contaba con nadie, más que consigo misma. Aitana empezaba a descubrir los problemas de encerrarse en torno a alguien por siempre y para siempre. ― Disculpe, ¿Le puedo ayudar en algo más? ―Preguntó Roberto, el joven mesero,