“Nos vemos en el sitio de siempre, asegúrate que Aitana no te siga, no quiero problemas.’’
Ese fue el texto que Jordi recibió minutos antes de salir a su encuentro casual casi a la media noche, bajo el pretexto de aquella discusión.
Aitana no podía comprender como es que Jordi se comportaba de esa manera luego de que la había tratado como a una reina en la cama, parecía ser uno a veces, pero otras veces era otro.
Mientras sus pensamientos la sumergían más y más en aquella depresión interna que la consumía lentamente, su amiga Rachell se comunicó con ella en ese mismo instante.
“Te lo dije, estoy cansada de decirte que tu esposo le gusta divertirse con otras mujeres y no lo quieres ver, pero tú no me haces caso, y te tomas la libertad de acusarme de mentirosa y chismosa. En este momento estoy por dormir, si no fuera hasta allá para estar contigo, hoy fue un día fuerte, ¿No te dijo tu grandioso esposo? Me trató de lo peor porque olvidé prepararle unos documentos, si no fuera tu esposo ya lo habría asesinado, porque ni yo misma lo soporto.’’
Aitana realmente se sentía muy mal aquella noche, y en medio del desconcierto de ver a su esposo salir sin decir ni una sola palabra, sin ni siquiera avisarle si regresaría aquella noche, decidió ahogarse en su pena, y dejando caer sus lágrimas descontroladas, saltó a la piscina, sintiendo como su cuerpo se helaba al entrar en contacto con el agua insoportablemente fría para olvidar sus penas.
Allí, podría disimular sus llantos y tristezas, la noche oscura no permitía que esa gigantesca y vacía casa viera sus lágrimas caer por su rostro, siendo su esposo la causa de cada una de ellas, pues era más ausente que presente, porque, aunque estaba a su lado era como si no lo estuviera.
Mientras la helada agua de la madrugada arropaba su desnudez del alma y del cuerpo, Aitana pensaba que después de todo, Jordi sí tenía una aventura con alguna mujer, su actitud y su manera de huir sin dar explicaciones eran prueba de aquello.
No lo permitiría, iba a terminar atentando con su vida si seguía así.
Tomando una bocanada de aire, decidió ir a la cama, ya no tenía más nada que derramar, había llorado lo suficiente, drenó todo lo que llevaba por dentro, solo quería olvidar aquel mal rato y dormir, pues ya había pasado casi una hora desde que su esposo huyó del nido de amor que ella se imaginaba, tal vez darle tiempo al tiempo era la solución y no quedarse allí llorando como mujer que perdió a sus hijos.
Esa misma madrugada, a pocas horas de la mañana de sábado, Aitana estaba desconectada del mundo, estaba en un sueño profundo, tan profundo que no se percató que Jordi había llegado tan ebrio, que con cada paso que daba se tambaleaba, la sonrisa en su rostro lo hacía lucir muy contento, y sin escrúpulos ni pensamientos, se dirigió directo a la habitación que compartía con su esposa, aun cuando en aquella casa había cuatro habitaciones sobrantes.
Jordi parecía decidido a actuar como si nada hubiese sucedido antes de abandonar la casa y a su esposa, pues no tenía vergüenza, pero eso era a lo que Aitana lo había acostumbrado con su forma frágil de ser ante él.
Al subir las escaleras y abrir la puerta de su habitación, pudo ver a su esposa Aitana, quien estaba acostada semidesnuda en la cama, solo la manta tendida arropaba parte de su desnudez.
Sin importarle nada, Jordi se quitó la camisa y el pantalón, mientras sonreía con la mirada perdida a su alrededor. Era evidente que se había pasado de tragos o quizá algo más algo más, no tenía el más mínimo remordimiento de consciencia por lo mal que su esposa la había pasado por su culpa, parecía solo pensar en él y para él.
Sin meditarlo, se abalanzó sobre el cuerpo de su esposa por mero instinto carnal, Aitana rápidamente despertó de su sueño profundo y abrió sus ojos con sorpresa al sentir una mano recorrer su espalda.
El aroma reconocible de su esposo, mezclado con el aliento del licor que salía con cada respirar de Jordi, en su entresueño, sintió ira, pero más era la tranquilidad de saber que Jordi estaba de vuelta, y al mirar la ventana, se encontró con el cielo oscuro de la madrugada, entonces se sintió aliviada de saber que dormiría con ella y no con otra mujer.
Eso era un consuelo para esa desdichada alma, después de todas esas horas de llanto y tristeza sintió que tal vez, después de todo aquello que pensó acerca de su esposo, no era real, y solo estaba bebiendo algunos tragos con sus amigos, ella misma se daba el p**o y el vuelto, pues no era suficiente el llanto y las tristezas que su propio esposo le ocasionaba, más ella misma se calmaba la tempestad que él había generado en su paz interior.
― ¿Qué haces? Déjame tranquila y vete a dormir a otra habitación, no puedes venir a hacer como nada hubiese ocurrido, después de que heriste mis sentimientos y no lo pensaste dos veces antes de ir a beber quien sabe con quién. ―espetó Aitana, mientras se hacía a un lado y tapaba su cuerpo con el tendido de la cama, en su rostro se reflejaba su desconcierto, y aunque seguía adormilada, tenía seguro en su mente que estaba ebrio.
“Acaso cree que puede buscarme cuando se le antoja y humillarme cuando desea, esta vez no será así.” pensaba Aitana, pero lamentablemente para ella, era débil ante su esposo.
― Amor, no lo compliques. Salí con algunos amigos a distraerme, no quería quedarme acá a discutir, si no me iba pronto terminaría discutiendo contigo y habría sido peor, solo evité y me fui. Acepto que fue mi error, pero solo bebí algo para distraer la mente. ―Respondió Jordi, el cual parecía segurísimo de lo que decía, a pesar de su ebriedad, no era tonto sabía quién era Aitana y sabía como hablarle cuando él era quien había fallado, se le notaba lo manipulador. La única que no veía aquello era Aitana. ―Ven, cariño, dame amor, quiero dormir contigo, no estaba haciendo nada malo, solo me distraía un poco, de estar haciendo algo malo ni siquiera habría llegado hoy a casa, ¿no crees? Solo tomé un poco de alcohol. ―Agregó Jordi, y se abalanzó nuevamente sobre Aitana.
Esta vez no opuso resistencia, parecía tener una clara debilidad por aquel hombre, aun cuando ella misma se juró que no le perdonaría nada esas, últimas palabras de él, desarticularon cualquier defensa que ella misma hubiera levantado contra él, demostró que era débil ante la carne, y dejó ver su claro apego y aferro a ese hombre que la trataba como si fuera un animal, y más como si fuese ella quien necesitara de él y no al revés.
Pues era por esas acciones que Rachell se molestaba con ella y prefería a veces callar y tragarse su odio.
Solo su mano intentó poner entre ella y Jordi, pero fue insuficiente, su alma sentía felicidad y tranquilidad de ver a su hombre allí, en ese momento, aquellas palabras que él dijo, fueron suficientes para calmar aquella tempestad, era como si estuviese bajo un hechizo de los encantos de Jordi, porque no había explicación para que una mujer actuara así, tan débil ante un hombre que no le daba su puesto.
Después de todo, su enojo no parecía tan real.
Dejando enredarse en sus besos y la mano derecha de su esposo que recorría todo su cuerpo, se dejó llevar por la lujuria y el deseo desenfrenado nuevamente y terminó envolviendo a su esposo con sus piernas.
Más allá de aquel deseo insaciable, pudo percatarse y percibir un peculiar aroma que desprendía del cuello de su esposo, parecía el aroma que poseían aquellas rosas que más temprano por la noche él mismo le había llevado, más allá de eso, no hizo caso y terminó abriendo sus puertas nuevamente, dejando entrar a su esposo en su morada, pues al parecer, el sexo y la lujuria calmaba su alma triste, era lo único de aquel arrogante hombre que tal vez la hacía sentir viva y feliz, aunque fuera por cortos períodos de tiempo.
Los gemidos de pasión y deseo salían por debajo de aquel tendido blanco que arropaba la humanidad de ambos, el desenfreno y el éxtasis llegaba a ambos.
Uno gritaba de placer y el otro celebraba como si hubiera conseguido una gran victoria, era el deseo y el placer que generaba una reconciliación con un poco de buen sexo y pasión.
Nada nuevo.
Eran el reflejo de esas parejas toxicas que un día discutían y al otro se “amaban’’ desenfrenadamente.
Aitana no lo notaba, pero ella no tenía respeto por sí misma, pues permitía todo lo que ese hombre hacía y deshacía, después de todo, ella era la culpable de todo lo que vivía junto a su amado hombre.
Ella sola volvía a caer.