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Tal y como ella lo dijo, el siguiente semestre me encontraba en una habitación de universidad, miraba el techo con interés, ¿Qué carajos hacia yo acá? No tenía sentido, no quería estar acá.
Lastimosamente, mamá era quien tenía poder legal sobre mí y también mi dinero (eso era lo más importante) y uno de sus requisitos para soltar mi dinero había sido ese: durar al menos un año en la universidad, si no me gustaba, me entregaría mi dinero completo, ese que me habían dejado mis padres al morir y, en caso de que me gustara la universidad, me daría parte del dinero para rentar un piso cercano a la universidad y no tener que convivir con nadie en esta maldita fraternidad.
Acepté sus peticiones sabiendo que cualquier noche podía ir a dormir a su casa —quedaba literalmente a media hora de acá— y yo, podía ir a visitar a mi hermano todas las veces que quisiera. Solo tenía que dar un poco de mí y ella también lo haría.
Y eso nos funcionaba a ambos.
El primer mes, fue un jodido asco.
Literalmente.
Odiaba con mi alma a mi compañero de cuarto, más porque no me daba lo único que yo pedía: espacio. Su jodidas ganas de meterse con mis cosas me sacan unas ganas de matarlo tremendas y tuve que hablar para pedir un cambio de habitación.
Yo odiaba que tocaran mis cosas o que incluso me tocaran a mi, tenía cosas que nadie más que yo podía ver y ese imbécil se creía con todo el derecho de abrir mis pertenencias, la primera vez que lo había visto con mi bolso de gimnasio, le advertí que no lo abriera, aunque no podía porque tenía llave. La segunda vez que lo pillé, estaba revisando mis cajones, su excusa fue que yo era alguien demasiado “misterioso” y que iba a descubrir mi secreto.
No había tal cosa, pero él insistía en buscarme los cojones donde quisiera, comenzó a decirle a sus amigos acerca de su misterioso compañero de cuarto y entonces ya no era solo él, sino cuatro estúpidos que buscaban mi secreto.
La última vez que lo vi, fue la gota que derramó el vaso, intentó quitarme mi mochila, mi preciada mochila, según él: si no había nada raro entre mis cosas, es porque las debo llevar en la maleta.
Y entonces ahí, tan calmado como yo siempre era, fui a solicitar un cambio de habitación porque el que tenía era un imbécil metido que quería saber todo de mí. El cambio me lo aprobaron y llegué a la habitación de quién hoy en día es mi único y mejor amigo, Kevin. Haberme cambiado de habitación había provocado que mi ex roomie creara aún más rumores sobre mi, así que ahora para toda la universidad, yo era un maldito adefesio.
Un mini narcotraficante dentro de la universidad.
Un psicópata que llevaba cabezas dentro de mi mochila.
Un espía ruso infiltrado.
Había escuchado tantas estupideces sobre mi, que cada vez me parecían más originales, mi favorita era aquella en la que decían que mi pene era tan grande que debía llevarlo en la maleta… Sin comentarios