DESDE SIEMPRE

3. DESDE HOY

Marco sabía cuán inteligente era Isabella, era una mujer que aguantaba espinas y no le gustaban las rosas, con ella era era todo o nada, estaba dispuesto a dejar sus malos hábitos con las mujeres, que a través de los años se habían vuelto más intensos.

—¿Podemos ver una peli?

—Si, debemos esperar que lleguen las hamburguesas.

—¿Pediste tus aritos de cebolla?

—Lo recuerdas —susurró el chico que estaba quitándose las botas.

—Si, sabes que los odio, pero se que te gustaban cuando éramos niños y escapabamos de la seguridad de nuestros padres.

El recuerdo les llegó como si hubiese sido ayer. Cada cierto tiempo, cuando las cosas se tornaban aburridas para ellos, escapaban de las grandes casas en las que vivían, tomaban un bus al centro de la ciudad y comían hamburguesas, Marco con aros de cebolla, Isa con papas a la francesa sin sal.

—Voy a terminar de vestirme —dijo la chica, haciendo un moño alto con su sedosa cabellera.

—¡No! —Marco se sonrojo— Me refiero a que así estas perfecta.

—Está haciendo frío y abajo hace aún más.

—Lo sé, pero te vez hermosa.

—Solo tengo puesta una camiseta y eso no cubre ni el cincuenta por ciento de mi cuerpo.

—Por eso, me gustas así.

Isabella se sonrojo demasiado, no sentía vergüenza de su cuerpo, pero nunca antes, nadie le había dicho nada así. Todo estaba cambiando, ella debía fluir con esas cosas nuevas que traía la vida o debía hacerse a un lado y por su cabeza solo pasaba la idea de ser feliz.

—¿Puedes hacer palomitas de maíz? —preguntó intentando cambiar de tema.

—¿Aún te gustan dulces?

—Si, siguen siendo mis favoritas —sonrío mientras mordía sus labio inferior, de manera dulce.

Ambos se sentían soñando, Marco se dirigió a la cocina, no sin antes quitarse el pantalón.

—¿Que haces? —se sonrojo la chica.

—Si tu estas sin pantalón, pues yo igual.

Las risas llenaron el lugar y marco se acercó a darle un beso, que casi termina en la cama.

—Las palomitas —recordó la castaña.

—¿Qué película quieres ver?

—Jhon Wick está bien.

—¡Dios! ¿Por qué te gusta tanto ver balas por todas partes? —marco no podía creer, que los gustos de una mujer con un rostro tan delicado y femenino, fuesen los de una salvaje, entre más sangre tuviese la película, más feliz era ella.

Al llegar abajo a la cocina, los ojos del joven recorren el pequeño lugar, se fija en la decoración y en las fotos, el que alguna vez fue el apartamento de soltera de la mamá de Isa, Katerina, ahora era un lugar delicado y femenino. Si algo las diferenciaba era eso. Ella se lo heredó en una muestra de no se que, a pesar de las miles de trabas que colocó Cristóbal que se opuso rotundamente cuando se enteró del deseo de vivir sola de su hija. Por supuesto que la molestia también había llegado a los ojos de Marco, pero sabía que su opinión no valía nada en ese momento, pero en ese momento y parado en ese lugar, observo el orden y pulcritud del lugar, tenía que aceptar que el efecto de vivir solos, había sido mucho más positivo en ella que en él, pues era obvio que era poseedora de una madurez que a él le faltaba.

Preparando las palomitas, recordó cuánto odiaba las dulces y como ellos eran de diferentes, mientras él era le niño juiciosa, Isabella estaba metida en problemas todo el tiempo. Y recordó el lugar de Randy, aquel al que iban a comer cuando huían de casa, todas ideas de ella.

Al verla bajar las escaleras, sus ojos brillaron y su boca se seco, quería acariciarla, quería tocarla de nuevo, pero no sabía si era el momento correcto, el camisón no lograba tapar sus muslos ni en una cuarta parte, la joven decidió acompañar su vestimenta con unas medias rojas y largas que llegaban hasta las rodillas, lo que la hacía jodidamente sensual, era una visión entre una colegiala y una chica rebelde.

—Te prometo que si sigues vistiendo así, no me iré de tu casa nunca —ella sonrió tímidamente y acomodo un mechón de cabello detrás su oreja.

—¿Desde cuando?

—Desde hoy, me voy a quedar y no me voy a ir, nunca más.

El beso que estampo sobre los labios de Isabella, pudo parecer todo, menos algo tierno. La quería para él y la iba a tomar allí, sin ningun preambulo, esperaba que las hamburguesas tardaran un poco más en llegar, porque en definitiva el no la quería soltar.

—Marco.

—Isa, no quiero hablar.

Nuevamente arremetió contra la chica, que ahora estaba sentada en la barra de la pequeña cocina, luego de que él la elevara por el aire, levantandola por su trasero, en el cual enterró sus dedos al darse cuenta de que no llevaba ropa interior.

—¿Qué haces?

—¿A qué te refieres? —insinuó picara.

—No llevas ropa interior.

—Es mi casa, son mis reglas, no uso ropa interior.

—Entiendo.

En un sencillo movimiento el joven también se quitó la ropa interior, ante los ojos de una muy excitada Isabella, que lo acercó a ella tomándolo con fiereza de la camiseta y unió nuevamente sus labios.

—Te deseo —esas palabras fueron suficiente para que Marco se fundiera en ella, nuevamente.

El beso era una combinación, entre el amor y la lasciva, estaban encantados de poder poseerse con libertad y eso se iban a demostrar, con cada uno de los movimientos que estaban por dar. Las hormonas eran lo que dictaba en su vida, eran jóvenes y estaban en una edad en la que los dominaban el placer.

La playera de Isabella salió a volar en dirección a nadie sabe donde, y los labios de Marco se posaron sobre los senos de la chica, mientras sus manos viajaban al trasero de ella, que en un gemido arqueo su espalda, dándole a entender que tenía toda la libertad de acceder a ella. Sus dedos se deslizaron entre la humedad y el calor de la intimidad de Isabella y eso pareció enloquecerlo, intento ser delicado, pero lo que aquella chica le provocaba, no lo había logrado nunca antes, ninguna otra mujer.

Los gemidos de Isabella, llenaron los odios de lo que ahora consideraba su vergudo, estaba sintiendo cosas que nunca antes había sentido, porque si, Isabella solo había estado con un hombre en toda su vida, el mismo que tenía ahora entre sus piernas, el mismo que un día le rompió el corazón y el mismo que hoy le estaba prometiendo amor.