Anna observaba a sus contrincantes mientras terminaba de trenzar su rizado cabello, encontró una gran variedad de mujeres, no sólo en tamaños y estilos, sino también de nacionalidades. Ella no era especialmente alta, medía 1,63, y su cuerpo no era demasiado grande, eso no siempre era un problema, en general lo usaba a su favor. No eran muchas mujeres y todas estaban vestidas con pequeñas calzas negras y top deportivos del mismo color, no tenían zapatos y sus cabellos habían dejado de estar recogidos en elegantes peinados para dar pasos a trenzas o rodetes muy bien amarrados, todas conocían la desventaja de dejar sus cabellos sueltos o que el peinado se desarmara a la mitad de la pelea.
Las primeras dos en ingresar fueron una brasileña, con un enorme cuerpo trabajado y una francesa que se notaba bastante irritada. No tardó demasiado en imponerse la brasilera. Luego siguieron una rusa pequeña junto a una vietnamita, esta última era la que más le preocupaba a Anna. El tercer turno fue para ella junto a una española que la insultaba por lo bajo en su idioma natal, suponiendo que Anna no la comprendía.
Al salir al cuadrilátero Anna pudo notar a las personas vestidas de etiqueta que las observaban desde sus asientos, todos con copas de bebidas en sus manos, todos esperando por un sanguinario espectáculo que les avivara sus aburridas vidas. La pelea comenzó en cuanto una pequeña campanita dorada fue golpeada. Rápidamente Anna se puso en acción, abalanzándose sobre su contrincante, tomándola desprevenida por la rapidez de sus movimientos y no tardando demasiado en controlar a la española que no estaba preparada para el nivel de su competidora. Anna no estaba ni un poco cansada, apenas si su respiración se habìa alterado un poco, mientras que la otra mujer intentaba recobrar el ritmo de sus latidos.
Las peleas continuaron con increíble velocidad, dando ese morboso espectáculo a esos seres necesitados de sangre y violencia, todo oculto bajo un manto de peleas organizadas, de cierta legalidad de la cual, evidentemente, todo aquel acto carecía. Las cosas se complicaron un poco para Anna cuando le tocó su turno contra la brasilera. Ésta no sólo contaba con una enorme fuerza sino que era ágil. La morocha pudo ver cómo el pie de su contrincante se levantó directo hacia su ceja pero, de todas maneras, no pudo evitar el golpe. La ceja se vió afectada con un corte que sangraba bastante por lo que un asistente se acercó a ella para colocar vaselina y algo que cierre momentáneamente la herida que no dejaba de sangrar. Luego de cuarenta y cinco minutos finalmente logró cansar a la brasileña y con unos golpes a las piernas terminó sometiéndola. Las dos se encontraban muy agitadas y cansadas, la transpiración cubría todo sus cuerpos, pero la sonrisa que le dedicó su contrincante la dejó un poco descolocada.
— Eres buena — le dijo en su idioma natal aquella mujer que descansaba en el sucio suelo del ring.
— Gracias — respondió ella en el mismo dialecto.
— Otro día volveremos a pelear y te patearé el culo — rebatió la carioca y ambas rieron ante esta declaración mientras terminaban de dejar el cuadrilátero.
La última pelea fue entre Anna y la pequeña vietnamita. Ella se encontraba al límite de su resistencia, pero la otra mujer no estaba en mejor estado. Se saludaron antes de comenzar a luchar. Anna se vió varias veces trabada entre las extremidades de su contrincante, quien le cortaba la respiración provocando mayor cansancio en su cuerpo. A veinte minutos de comenzada la pelea pudo escuchar claramente la voz de Bill que le ordenaba terminar con esa lucha de una vez por todas, que ya era momento de ponerse serios y terminar esa payasada de pelea. Finalmente Anna aprovechó un descuido de su contrincante para arrojar una patada directo a la cara de la mujer, con el talón golpeó directo en la mandíbula, provocando que la vietnamita cayera al suelo un tanto mareada, vièndose impedida de volver a ponerse en pie. Ella se acercó a la mujer que aún estaba en el piso y le escupió un “quédate ahí” recibiendo una mirada de odio desde el suelo.
— La indiscutible ganadora — anunció el presentador levantando la mano de Anna al cielo —, Anna Adessina.
Bill sonreía cada vez más amplio al ver cómo el número al lado de la foto de Anna subía sin parar, el valor era mucho mayor al que él esperaba.
— Felicitaciones pequeña — le dijo a su sobrina mientras entraba a la pequeña habitación con la que disponía para poder limpiarse y cambiar su ropa.
— Gracias Bill, soy demasiado buena asique no fue un gran problema — respondió con una soberbia sonrisa.
— Esa vietnamita no parece caer dentro de tu definición — rebatiò el hombre y el tono de regaño no pasó desapercibido para ella.
— Debo mejorar en kick boxing, qué te digo… — desetimò mientras se encogìa de hombros.
— No te molestaré hoy porque es noche de celebrar, pero no esperes que esto quede así — advirtò. Ella lo sabía, sabía que Bill le diría eso asique ni se molestó en contestar. — Vendrá una mujer para ayudarte con tu peinado y maquillaje — le indicó. — Al salir debemos ir a reunirnos con unas personas.
— Entendido — Esa era la palabra clave para Bill, cada vez que le respondía eso sabía que la morocha haría lo que le ordenara sin preguntar demasiado.
Una vez lista, y de nuevo dentro de su vestido, un hombre de pelo castaño y traje la guió por los pasillos hasta una sala donde se encontraba su tío junto al francés que le había presentado anteriormente, un hombre que parecía ser doctor y otro sujeto con el mismo traje que su guía.
— Anna — dijo Bill apenas la vió —. ¿Recuerdas al Señor Daract? — Ella sonrió, un poco desconcertada, a modo de silenciosa respuesta.
— Por supuesto — respondió y observó que el hombre la miraba con sus ojos negros, completamente fríos.
— Buena actuación — le dijo el hombre con un marcado acento al hablar en inglés.
— Si lo desea puede hablar en francés — le indicó Bill. — Anna lo habla a la perfección — aclarò y sonrió satisfecho.
— Mejor — respondió el rubio francés —. No hay nada peor que hablar en inglés — agregò con un tono de voz duro y monótono.
— Señorita Adessina — Esa era la voz del doctor que trataba de hablar un muy mal francés. Bueno, el pobre hombre hacìa lo que podìa, teniendo en cuenta los evidentes nervios que mostraba, bastante se estaba esforzando para hablar un idioma que apenas manejaba —, suba a esa pequeña tarima por favor — Ella miró a Bill, a modo de silenciosa pregunta, quien asintió y eso la llevò a subir a esa especie de escenario minùsculo.
— Les puedo asegurar que no tiene ningún problema médico — dijo Bill. Anna no lo comprendìa, no parecìa razonable que Bill le diera aquella al rubio, ¿por què lo hacìa?¿Qué cosa ella no estaba viendo? —. Es una mujer sana y virgen — Esa última confesión la podría haber avergonzado, la podrìa haber hecho morir allì del terrible pudor, que ella, una mujer de veinticuatro años no hubiera tenido relaciones parecìa casi una estupidez, pero el control de Bill sobre su persona era demasiado y jamàs, nunca, se pudo acercar a ningùn hombre. Sì, podrìa haber sentido vergüenza, pero sabía muy bien manejar sus emociones, en realidad su no muestra de emociones.
— ¿Puede quitarse el vestido? — preguntó el doctor una vez que terminó con la revisión de rigor y ella miró a Bill. Al ver al hombre asentir solo bajó el cierre que se encontraba a un costado de su atuendo y dejó caer la tela por sus piernas. Al ser el vestido de espalda descubierta no contaba con corpiño, por lo que sus senos también quedaron completamente expuestos. Anna clavó sus grises ojos en Bill, deseando ahorcarlo en ese preciso momento. Fugazmente miró al francés que tenía sus negros ojos clavados en el rostro de ella y al girar un poco por pedido del doctor notó que de los otros dos hombres, uno miraba hacia el costado mientras que su guía se había girado completamente. Agradeció en su mente por aquello.
— ¿Cerramos el trato? — La voz de Bill la devolvió a la realidad. ¿De qué trato hablaba?
— ¿Doctor? — preguntó el francés con una calma desquiciante.
— Todo perfecto, señor Daract — respondió el hombre mientras se acercaba al rubio.
— Bien, entonces, Bill, es un trato — Y estrechó la mano del hombre que no podía sonreír más amplio. Bueno, Bill ahora serìa un tipo bastante adinerado.
— Anna — dijo el mayor de todos los hombres ampliando su asquerosa sonrisa malvada mientras se acercaba a ella como si le hubiese explicado cada detalle de lo que sucedería —, me temo que mi corazón se encuentra dividido ya que, si bien debes retirarte a otro país y vivir lejos de mí, lo que me pone muy triste — eso era una enorme mentira y ambos lo sabían —, sé que serás muy feliz con tu nueva vida.
De tantos entrenamientos espartanos que Bill le había dado nunca iba a agradecer tanto el de ocultar sus sentimientos. En ese preciso momento sus ojos no reflejaban nada, ni el odio que sentía, ni el desconcierto, ni la tristeza y mucho menos la desesperación por no saber qué sería de ella, pero sobre todo de Maggie. Se limitó a saludar a su tío una vez que su vestido estuvo de nuevo en su lugar y luego volvió a desconectarse de esa situación, en su cabeza solo estaba contando cuántas líneas habían en aquella sala, un método que usaba para obligar a su cabeza a pensar en algo más automático y no en los sentimientos que la atravesaban, que la destrozaban por dentro.
— Bueno, ahora debo acompañar al señor Daract a terminar los detalles del acuerdo. Esta es nuestra despedida, querida sobrina — Y esa declaración caló profundo en los pensamientos del rubio y uno de sus guardias. No iban a demostrarlo pero no podían entender que aquel sujeto despreciable estuviese entregando a su propia sobrina de esa forma.
— Señorita Anna — Ahora el rubio le hablaba a ella directamente —, Calvin — dijo y señaló al sujeto que la había guiado anteriormente — la guiará al auto que espera por nosotros — Dicho esto se giró para salir de allí sin dedicarle ni media sonrisa, ni una pequeña pista de nada.