El vestido rojo se ajustaba a cada una de sus curvas, marcando su cintura y resaltando sus caderas. La espalda estaba completamente abierta y los detalles en dorado brillaban con cada uno de sus movimientos. Una pequeña cadena dorada se sujetaba a su cuello y caía larga por su espalda desnuda, otorgándole sensualidad pero con buen gusto. Su cabello, n***o y rizado, estaba completamente recogido, mientras que una suave capa de maquillaje resaltaba sus pómulos, labios y ojos. Maggie, su hermana, la miraba con una enorme sonrisa desde su cama.
— Estas hermosa — dijo la menor.
— Gracias Mag — respondió. Ella también estaba sorprendida con la imagen que le devolvía aquel espejo.
Su hermanita tenía trece años y recibía el mismo tipo de educación que Anna, quien ya estaba por cumplir sus veinticinco. Siempre habían sido muy unidas, y como Maggie no poseía muchas de las habilidades que su hermana mayor tenía, a veces Anna debía interceder para que Bill no aplicara alguno de los terribles castigos a los que las sometía cuando las cosas no salían como él quería. Muchas, por no decir casi todas, las veces Anna recibía los castigos en nombre de su hermana, ella podía soportar pero Maggie era mucho más sensible.
— No te comas todo el helado — ordenó a su hermanita antes de salir por la puerta de entrada de la casa y depositar un beso en la frente de la joven.
— No prometo nada — respondió y la enorme sonrisa de Maggie demostraba que había planeado acabar con aquel manjar.
— Maggie, cuida la casa y ya sabes qué hacer en caso de alguna visita indeseada — La voz de Bill, quien aparecía por el pasillo mientras se acomodaba su reloj en la muñeca, las puso en alerta, jamás podían estar demasiado relajadas con él cerca, jamás podían bajar la guardia con alguien como él.
— Bill, sabes que puedo cuidarme perfectamente — respondió Maggie y no mentía. Por más que no tenía tanta habilidad como su hermana podía pelear mejor que el promedio, ya lo había demostrado cuando un sujeto quiso atacarla en la calle y ella lo golpeó para luego quitarle su teléfono. El aparato lo guardaban celosamente con Anna en un pequeño escondite en la habitación de esta última. Bill jamás las dejó tener teléfono y mucho menos escuchar música de moda, por ello aquel aparato había sido un enorme tesoro para las hermanas que pudieron conectarse con el mundo y la música. Así Maggie descubrió que realmente amaba el arte e insistió a Bill para que la dejara estudiar violín, como él se negaba Anna tomó la decisión de ingresar a una tienda de instrumentos y robar uno para su pequeña hermana. Al llegar a casa con el violín su cuidador desató toda su furia contra la mujer, pero accedió a que la pequeña estudiara aquel instrumento en sus momentos libres. Anna, golpeada y castigada en un sucio cuarto en el sótano por haber realizado tan descarado acto sin el consentimiento del hombre, podía escuchar a su hermana practicar. Nada, absolutamente nada, hacía más feliz a Anna que el saber a su hermana contenta, en calma.
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El auto deportivo n***o aguardaba en la puerta de la casa, tan brillante y limpio vamos el día en que Bill lo compró. Anna caminó hacia él mientras que su hermana la despedía desde la puerta, alzando su mano, mostrando esa bonita sonrisa que tanto amaba. La mayor de las hermanas no pudo evitar preguntarse el por qué Bill cargaba con un bolso de deporte y lo colocaba en el baúl del auto, pero, como siempre, no iba a preguntar, ya había aprendido, de muy mala manera, que jamás debía preguntar.
Ambos subieron al vehículo y recorrieron el camino en silencio hasta un enorme lugar con una fachada similar a un castillo antiguo, aunque sabían que en esa ciudad no habían construcciones tan antiguas, no pudieron evitar sorprenderse ante tanto lujo descarado, ante tanta cosa extravagante. El auto frenó y un joven abrió la puerta del lado de Anna, recibiéndola con una enorme sonrisa estudiada para luego dar toda la vuelta al vehículo, montarse en el asiento del piloto y luego desaparecer con el auto de Bill.
— ¿Vamos? — La voz del hombre a su lado la sacó de su estúpido incandilamiento, de ese trance en el que se hundió ante tanta dinero refregado en su pobre carita. Ella observaba todo lo que sucedía alrededor, las personas tan elegantes que accedían al lugar por el mismo camino que estaba recorriendo en ese momento y la suave música que se escuchaba a lo lejos, y se sintió tan ajena a todo eso, tan distinta a esa masa humana.
— Todos van a pensar que soy una de esas jóvenes que se ligan a un hombre grande con dinero — rió ante su propia idea logrando despegarse de aquellos pensamientos que poco aportaban.
— Eres mi sobrina y así te presentaré — confirmó el hombre y aquel dato le llamó la atención. No esperaba que Bill conociera a demasiada gente dentro y mucho menos que la presentara como su sobrina.
Al acceder al enorme salón, lleno de candelabros que colgaban del techo y con paredes cubiertas de piedra, notaron la enorme convocatoria del evento. No solo había personas conocidas, como políticos y empresarios, sino también algunos famosos bastante reconocidos. Bill caminó con Anna presentándola a varios grupos que conversaban animadamente con copas de champagna en las manos. Ella llevaba una también pero no la bebía, Bill le había advertido que no se excediera y realmente el champagna no era un buen aliado.
— Anna, ellos son los señores Ivanovich, Daract y Willson — señaló cortésmente a cada hombre mientras ella extendía la mano para estrechar las de los caballeros con suavidad. La sonrisa perfectamente estudiada estaba clavada en sus labios y debía intentar no mostrar el fastidio que le daba la mirada lujuriosa de los tres sujetos —. Ella es mi sobrina — continuó explicando el hombre en inglés que ambos manejaban a la perfección —. Estará participando de las actividades de esta noche — Y esa última frase despertó una señal de alarma en la mujer pero debió contener sus emociones, no sería bien visto que preguntara delante de aquellos hombres qué rayos era ese evento que su "tío" nombraba.
— Estoy ansioso por ver su actuación — respondió el ruso mientras le dedicaba su sonrisa más pervertida.
— Espero cumplir sus expectativas — dijo ella sin saber a qué se referían.
Una vez que se alejaron del grupo, luego de una breve charla a la que Anna poca atención prestó, pudo preguntarle a Bill sobre aquel evento al que se referían.
— Anna, no solo podremos demostrarle a todos estos estirados que eres una excelente dama, sino que podrás patear el culo de sus caprichosas hijas — La ceja elevada de Anna era la única expresión que demostraba lo poco que entendía de aquel asunto —. Sabes cómo son los ricos y en estos eventos ellos… Digamos que organizan peleas clandestinas, apuestan y esas cosas. Los competidores son las hijas de varias familias importantes que se creen entrenadas para la lucha. ¡Si supieran! — dijo y rió un poco más alto de lo permitido. — Nosotros estamos aquí para ganar en este evento. Si lo logramos al fin podré pagar, no solo ese viaje a la playa que tanto han pedido con Maggie, sino el instituto para que ella pueda seguir con esa estupidez de la música — Bill era hábil y sabía que la mujer accedería a cualquier pedido si eso beneficiaba a su pequeña hermana.
— ¿De cuánto hablamos?
— Cinco millones de euros.
— Bien — dijo y realizó un corto gesto afirmativo con la cabeza. No iba a demostrarlo, pero estaba más que sorprendida por todo ese dinero. No sólo podrían viajar y pagar lo que Maggie quisiera, sino que sobraría dinero para poder vivir un poco mejor, aunque sospechaba que el hombre no tenía problemas económicos.
— A prepararse princesa — le dijo indicando un pasillo por el que varias mujeres ingresaban.
Una vez que Anna se fue el hombre caminó hacia una barra donde se le entregaría una tablet, allí podía leer el perfil de cada competidora y los distintos valores que se reflejaban al lado de la foto de las mujeres. Sonrió al ver la foto de Anna entre todas aquellas, hacía mucho soñaba con este momento y ese día se estaba convirtiendo en una realidad. Tomó una copa de vino y se dirigió a su lugar designado, cerca del cuadrilátero.
Desde lo alto, en una mesa muy elegante con un gran banquete sobre ella, cuatro hombres miraban todo el lugar. Unas mujeres con poca ropa los acompañaban, sirviendo ante cada pedido de los dos ingleses, el ruso y el francés. Cada uno de ellos también contaban con las tablets que exponían las habilidades de las mujeres, no solo en combate, sino sus conocimientos en general.
— Quiero a la que gane — susurró Didier Daract al hombre de pelo castaño a su lado. Éste asintió y salió de la habitación, nadie debía ganarle de mano ante el pedido explícito de su jefe.