Capítulo 5

1837 Words
Al bajar del avión ya era de tarde y no tardaría mucho en comenzar a anochecer. El aire frío le recordó a la mujer que estaba muy lejos de casa, por lo que se abrazó a sí misma tratando de darse un poco de calor, un tanto de ánimo, de valor. Subió al auto que le indicaron, a su lado se sentó Daract y delante Calvin con un hombre que jamás había visto. Observó de reojo al rubio quien estaba demasiado concentrado en su teléfono, no le había dedicado más de treinta palabras desde que se conocieron y tampoco le había explicado para qué la había llevado hasta allí. Finalmente, y con el auto ya recorriendo la carretera, comenzó a hablar. — Debes saber que en casa esperan dos niños pequeños. Ellos desconocen completamente de dónde has venido y espero que se mantenga de esa forma — dijo el rubio sin quitar los ojos del celular que tenía en sus manos donde tecleaba rápidamente un mensaje —. Sepa que no voy a tolerar que les hables de una forma que no sea cariñosa y paciente, no quiero que se muestre indiferente a ellos y mucho menos que los ignore — aclaró con firmeza y supuso que buscaba una buena niñera para esos pequeños, aunque podía buscarla de una forma más convencional. Algo ocultaba aquella historia —. No los dejará sin cuidado y se encargará de ellos como si fuesen sus propios hijos — agregó. Ella asintió un poco aliviada de saber algo de su finalidad en aquel lugar, aunque seguía con esa enorme espina clavada, completamente segura que le ocultaban algo mucho más grande de lo que podía llegar a dimensionar. Didier observaba fugazmente a la mujer a su lado. Ella seguía tan distante e impenetrable como siempre. Bill la había entrenado bien y eso ahora era un beneficio para Daract. — Estamos por llegar — le informó el rubio a Anna —. Mañana conocerás a Pierre y Charlotte — Y la morocha supuso que hablaba de los pequeños que debería cuidar —. Esta noche puedes descansar y acomodarte — Ella asintió y se dedicó a mirar por la ventana, estaba exhausta y triste, necesitaba soledad y era justamente lo que le iban a dar en unos momentos. Pudo notar que el auto disminuía su velocidad mientras se acercaba a un enorme portón n***o metálico al final de una calle cubierta de vegetación en sus costados. Al atravesar el portón pudo observar el hogar que tendría por vaya a saber cuánto tiempo. La casa era de dimensiones enormes, con un gran jardín rodeando todo el lugar. Apenas se atravesaba una muralla que rodeaba el perímetro, se divisaba el edificio color amarillo con estilo de construcción española, poseía grandes pilares que formaban una galería la cual rodeaba toda la estructura. Se podía apreciar grandes ventanales que dejaban ver un espacio muy amplio en la planta baja que se encontraba ocupado por varios juegos de sillones. Luego del área de los sillones habían dos pequeños escalones para acceder a la zona de la cocina, la cual era abierta con una isla de color gris en el medio. A la izquierda de la cocina estaban las escaleras que permitían el acceso al segundo piso. — Cecile — llamó Didier apenas ingresaron. Una mujer regordeta y bajita se acercó a donde ellos estaban. — Sí, señor — respondió rápidamente. — La señorita Adessina — explicó señalando a Anna — se quedará con nosotros a partir de hoy, por favor muéstrele su cuarto — La mujer asintió y con una seña guió a Anna por las escaleras al segundo piso. El silencio del lugar era absoluto por lo que Anna se preguntaba dónde estaban los pequeños que debería cuidar. La mujer regordeta se frenó delante de una puerta que luego abrió dejando ver su interior. Enfrente de la puerta se podía apreciar una ventana con un pequeño balcón, al lado de esta una enorme cama con acolchado blanco la invitaban a dormir, luego un vestidor y al lado la puerta del baño privado con el que contaba el lugar. Ni bien terminó Cecile de acomodar unas cosas sobre la pequeña mesa que estaba ubicada a la izquierda del ingreso, al lado de un pequeño sillón, salió sin despedirse, bueno, al parecer no le agradaba a aquella mujer. En el silencio de la habitación los pensamientos llegaron como una ráfaga a su cabeza, no sabía qué haría allí ni por cuánto tiempo. No sabía nada de Maggie y eso la estaba matando, sabía que, con ella lejos, Bill sería demasiado duro y podría llegar a lastimar a su pequeña hermana. Anna era consciente de que Maggie no tenía sus mismas capacidades y eso siempre hacía irritar al hombre. ¿Qué haría Maggie sin ella?¿Qué haría ella sin Maggie? Era la única persona en el mundo que realmente amaba, por la que daría todo y ahora se encontraba sola en las manos de aquel idiota que la vendería igual que lo hizo con ella. Maggie no lo soportaría, no podría pasar por lo que ella estaba viviendo. No, ella era demasiado sensible, demasiado tierna para verse vendida como un objeto, para ser desterrada de una forma tan cruel de todo lo que conocía. No, Maggie no podría con aquella situación. No supo en qué momento de su histérico paseo terminó frente al espejo del baño el cual no dudó en golpear con sus puños apenas vio su imagen y la impotencia que reflejaba su mirada. Uno, dos, tres golpes y los pequeños fragmentos de espejo se incrustaban más en su puño derecho. No sentía dolor, no le dolía eso, solo quería matar a Bill y poner a salvo a su pequeña hermana. No notó que una muchacha del servicio estaba apreciando toda aquella extraña escena, no lo supo hasta que un pequeño grito de terror escapó de los labios de la mujer espantada. — No pasa nada — dijo y al notar que no estaba hablando en francés volvió a intentarlo —. Estoy bien — dijo y ahora la muchacha lo entendió —. Solo necesito algo para curarme — le indicó en un tono de voz neutral, casi como si su mano completamente destrozada no le doliera como lo hacía. La pequeña mujer asintió y salió de allí a paso ligero. —------------------------------------------------- Didier se encontraba en su oficina leyendo algunos documentos. Extrañaba a Charlotte y Pierre, ellos siempre lograban distraerlo un poco, siempre le recordaban cuál era su objetivo final, para qué tanto esfuerzo, tantas horas de trabajo. Alguien golpeó suave la puerta y luego pudo ver a Cecile entrar lentamente. — Lo siento señor, pero la señorita Adessina se ha lastimado — dijo la mujer. Algo dentro del rubio se activó, tal vez había tratado de acabar con su vida al no poder llevar adelante aquella situación, tal vez buscaba escapar y, en el intento, se lastimó —. Anette la encontró en su cuarto. Ya se está curando, pensé que usted tal vez quería estar al tanto. — Gracias Cecile, ahora voy a su cuarto — respondió conteniendo el malestar, la furia, la ira que le devoraba sin piedad la cabeza. La mujer asintió y volvió a salir. Él no se quería mostrar demasiado interesado por lo que esperó algunos minutos y luego caminó hacia la puerta de Anna. Golpeó despacio y Anette atendió con su cara pálida, completamente aterrada por la situación, por su jefe y su mala cara, por esa mujer que se curaba a sí misma sin dejar que ella colaborara en absolutamente nada. — Señor Daract — susurró. — ¿Está dentro? — preguntó con su voz gruesa y distante. La pequeña mujer asintió con temor dándole paso a su jefe. Al ver en el interior la encontró sentada en el sillón, con una pequeña pinza en su mano izquierda y la mano derecha sobre una toalla que antes había sido blanca y ahora estaba llena de sangre. Podía ver con claridad cómo quitaba los trozos de espejo que se habían incrustado en su carne, cómo la sangre brotaba por las heridas, pero, sobre todo, cómo ella no emitía ni un solo sonido al arrancar aquellos fragmentos de su mano. Se paró delante de ella, analizando todo. Con un gesto le indicó a Anette que lo dejara solo con aquella extranjera. — Lo lamento, me haré cargo del pago del espejo — dijo ella aún concentrada en su labor. — ¿Qué sucedió? — preguntó sin una pizca de compasión. No esperaba que esa estúpida mujer fuese tan débil, tan frágil. No le serviría si ese fuese el caso y, no solo tendría que deshacerse de ella, sino que tendría que darse a la tarea de buscar una sustituta. Mierda, ya le dolía la cabeza solo de pensar en aquello. — Solo canalicé algunas cosas, no es nada grave. Yo pagaré los arreglos — dijo ella, ahora sí, mirándolo directo a sus ojos. Didier contemplaba los gestos de la mujer, no parecía enojada ni triste, solo lo miraba como quien observa una pared. Tampoco parecía dolerle el quitarse aquellos trozos de espejo, ni se mostraba especialmente afectada por la sangre que estaba perdiendo. — Quiero dejar en claro que pagué mucho por tí y no espero que estos comportamientos se repitan — dijo distante y serio. Anna asintió —. No te preocupes por el espejo, mañana tendrás uno nuevo — respondió sin ningún tono especial en su voz —. Déjame ayudarte con eso — ordenó y le señaló la mano. Había un trozo clavado muy profundo y Anna, al ser diestra, no podía quitarlo correctamente con su mano izquierda y la pinza. Ella asintió pasándole la pequeña pinza con la que trabajaba. Didier se arrodilló a su lado tomando la pinza con una mano y con la otra sujetando la mano derecha de la chica. Era realmente pequeña y fina, aún cubierta de sangre podía sentirla suave a su tacto, no tanto como las de las mujeres que estaba acostumbrado, pero sí lo bastante para ser una chica que peleaba utilizándolas. Con cuidado enterró la pinza por la abertura y luego, haciendo algo de fuerza, extrajo un pedazo bastante grande de espejo a la vez que la sangre brotaba con fuerza. Tomó un poco de agua oxigenada y una gasa para empezar a curar las heridas, pero en ese momento Anna lo detuvo. — Yo puedo con el resto — le dijo fingiendo una sonrisa. — Perfecto — respondió él colocándose de pie para dejarla sola en su habitación. Era claro que no iba a contarle qué la había llevado a actuar así y que tampoco lo dejaría ayudar mucho más. Bueno, mejor así, se dijo, pero la sensación que le cosquilleaba en la piel, esa que comenzaba en su mano, la misma que había sujetado la de la mujer, lo estaba poniendo inquieto. La abrió y cerró con fuerza para quitar esa sensación. Era una estupidez.
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