Luego de curarse y limpiar todo Anna se dispuso a dormir un poco, mejor desconectaba su cerebro un rato o moriría aplastada por las miles de interrogantes imposibles de contestar. Al entrar en el vestidor se encontró con que había demasiada ropa dentro, parecía ser para ella y claramente había sido comprada hace poco. No podía creer lo que veía, jamás le había llamado la atención tener un armario lleno de prendas para vestirse, pero ahora que lo tenía frente a ella debía aceptar que le agradaba. Tomó un pijama que estaba allí para luego acostarse en el cómodo lecho que esperaba por ella.
Al despertar a la mañana siguiente tomó un jean, una remera blanca junto con una campera negra de cuero. Al mirar los calzados disponibles notó, de mala gana, que todos tenían tacos. Tomó unos borcegos negros con poco taco y bajó a desayunar. Su vendaje estaba limpio por lo que revisaría después de comer la herida.
Apenas puso un pie en la planta baja escuchó dos vocecitas que se superponían entre sí, por fin conocería a los niños que cuidaría. Caminó directo a la cocina y notó que Didier también estaba allí, quien apenas la vio entrar en el espacio dejó su taza y la estudió con la mirada, en una clara advertencia que mejor se comportaba tal como él esperaba. El rubio no pudo negar lo evidente, realmente aquel atuendo le quedaba muy bien a la morocha.
Los pequeños, que le daban la espalda a Anna, apenas notaron la actitud de su hermano se giraron para ver qué estaba observando. Cuando los ojos de Anna encontraron el rostro de la pequeña la reconoció al instante. La niña abrió sus ojos muy grandes y una enorme sonrisa se dibujó en sus labios.
— ¡Eres tú! — le gritó en un tierno francés mientras bajaba de su asiento. Charlotte no tenía más de 6 años, sus rizos rubios y los cachetes colorados causaban la impresión de ser la niña más adorable del mundo. Anna apenas notó cuando la pequeña la abrazó con fuerza.
— Hola pequeña — le respondió mientras se agachaba para quedar a su altura. — Me alegra saber que estás bien — dijo dedicándole una amplia y sincera sonrisa.
Didier contemplaba desde su sitio toda la situación, bueno, debía aceptar que se hallaba un poco confundido. Pierre, que estaba frente a él, parecía estar al tanto de todo.
— ¿Por qué se conocen? — le preguntó al pequeño niño de cabellos revueltos que no tenía más de diez años.
— Didier, es la mujer que la salvó del secuestro — le respondió con una sonrisa. Terminada la corta explicación bajó de su asiento para ir hasta donde se encontraba la mujer junto a su pequeña hermana —. Soy Pierre — le dijo a la morocha extendiéndole la mano.
— Un gusto Pierre — le respondió ella tomando la mano del pequeño —, soy Anna — Él asintió satisfecho por saber que lo tomaba en serio, nada odiaba más el pequeño que lo trataran como si un niño de la edad de su hermanita se tratara.
— Bueno — La voz de Didier cortó las presentaciones e hizo que Anna se pusiera de pie en el momento —, me alegra que se lleven bien con Anna — Los pequeños asintieron. — Nos casaremos en dos meses — agregó seriamente y Anna no pudo evitar abrir sus ojos muy grandes mientras los pequeños saltaban a su lado felices de aquella noticia —. Traten bien a su cuñada — les susurró a los niños mientras guiñaba su ojo.
— ¡Ella es como un superhéroe! — gritó la pequeña jalando de su brazo — ¡Y te casarás con ella! — exclamó desbordada de emoción y que hizo que Anna forzara una sonrisa. No esperaba eso, pensó que solo sería la niñera de los pequeños, pero ¿casarse? Realmente no esperaba ni por casualidad aquel desenlace.
Realmente no pudo analizar demasiado ya que los pequeños la invitaron a desayunar y, apenas terminaron, Didier le pidió que lo acompañara a su oficina. Ella asintió con la cabeza y lo siguió por la gigantesca casa aún aturdida.
— Me alegro que hayas podido llevarte bien con mis hermanos, a partir de ahora están a tu cuidado, serás completamente responsable si algo llegara a sucederles — explicó a la morocha que estaba de pie al otro lado del escritorio con sus manos entrelazadas por detrás y las piernas un poco separadas —. No sabía de la historia del rescate — dijo y el tono de voz cambió por uno apenas más cálido —, te lo agradezco de corazón — agregó y por primera vez la miraba con algo de emoción en sus ojos —. Puedes pedir lo que quieras a cambio — Bueno, la cabeza de Anna solo tenía un objetivo en mente pero no sabía si funcionaría, aunque nada perdía con intentarlo.
—Primero debo aclarar que no lo hice solo para recibir algo a cambio — explicó ella con un tono serio y distante —, solo la salvé como lo habría hecho con cualquiera — Él asintió satisfecho —. Segundo, sí hay algo que me gustaría pedir — Didier se acomodó en su asiento, no esperaba que realmente le fuera a pedir algo.
—Dime y, si es algo razonable, considéralo hecho — Si algo debía aceptar el rubio es que no podría negarse a un pedido de la mujer que salvó a su pequeña hermana de pasar por una experiencia horrible, experiencia que marcaría a la dulce Charly por siempre.
— Tengo una hermana pequeña, Maggie — dijo Anna sorprendiendo al hombre que desconocía aquel dato. Bueno, sí lo había tomado desprevenido, pero no lo demostró.
— No puede venir aquí — afirmó tajantemente.
— No, no es eso. Solo quiero saber si es posible sacarla de la casa de Bill, llevarla a donde sea lejos de él — Didier estudiaba el pedido, eso no lo beneficiaría en nada pero era algo que esa mujer parecía desear —. Él la entrena igual que a mí, Maggie no lo soportaría sola — Y por primera vez un fugaz sentimiento de dolor se filtró por la mirada de la mujer —. Solo es llevarla a otro lugar.
— ¿Y cómo vivirá sola? — preguntó él bastante serio.
— Lo podrá hacer. Cualquier cosa es mejor a que se quede con Bill — Casi estaba por rogarle y eso el hombre lo sabía.
— ¿Por qué no quieres que viva con Bill?
— No es un buen sujeto, todos lo sabemos. Yo lo soportaba porque mi vida era cuidar a mi hermana, pero ella tiene sueños, quiere otras cosas, otra vida — explicó con un poco de desesperación colándose en el tono de voz. Anna aclaró su garganta y continuó —. Mi vida era esto, entrenar y mejorar, pero mi hermana desea estudiar música y dedicarse a ello, tiene sueños y sé que puede lograrlo — dijo. El rubio la estudiaba con frialdad, estaba seguro que esa mujer jamás se mostraría tan interesada en algo como lo estaba haciendo en ese preciso momento. No podía saber por qué, pero quería ver hasta dónde era capaz de llegar por el pedido que le estaba haciendo.
— No veo en qué puede beneficiarme — respondió con desinterés acomodándose mejor en su enorme silla.
— Entiendo — dijo ella volviendo a erguirse firme y tratando de contener las lágrimas de desesperación. Por más que sacaran a Maggie de allí cómo podría seguir viviendo, no tendría ni casa ni trabajo, no podría comer y tal vez la condenaría, pero confiaba en Maggie, fuera de la vigilancia de Bill era muy astuta, podría hacerlo sola. No por eso le dolía menos, ninguna parecía una buena opción, pero ella debía intentarlo, debía intentar liberar a su hermanita de las garras de aquel idiota.
— Si quieres otra cosa me avisas — sugirió él levantándose de su asiento al ver que la morocha dio por terminado su pedido —. Por cierto — dijo arrojándole una pequeña caja negra que Anna atrapó en el aire —, ese es nuestro anillo de compromiso. En cuatro horas viene una asesora a ayudarte con el vestido para la fiesta donde anunciaremos nuestro casamiento. Mientras tanto debes ir con Calvin que te explicará cómo funciona la seguridad en la casa y algunos detalles. Mis hermanos serán llevados a la escuela por el chofer, vuelven luego del almuerzo, espéralos con algo para la media tarde — Ni bien terminó la frase, cerró la puerta a su espalda saliendo de la oficina.
Otra vez en soledad Anna dejó escapar algunas lágrimas al saber que no tenía muchas opciones para ayudar a su hermana. Debió juntar todas sus fuerzas para abrir la pequeña cajita que mostraba un anillo cubierto de pequeñas piedras blancas. Sonrió al saber que Maggie se volvería loca al ver esa joya, le encantaban las historias de amor y siempre soñaba con casarse en una pequeña ceremonia al costado de la playa, aunque ellas jamás habían ido a una.
Tomó el anillo entre sus dedos y lo colocó en el dedo correspondiente. Con el objeto en su lugar giró sobre sus talones para buscar a Calvin y hablar de algunos temas que la ayudaran a dejar de pensar en sus horribles problemas.