Ya no te amo

2049 Words
Mi mente se nubla, era como si todo lo que estuviera alrededor desapareciera. Mi cuerpo únicamente podía sentir la manera en cómo apretaba mi piel y la invasión de su lengua en mi boca. No, definitivamente no esperaba este beso y mucho menos en una situación así. Dios, era como si estuviéramos haciendo el amor con nuestras bocas. Mis rodillas se sentían débiles, sentía que iba a perder el equilibrio en cualquier momento. Sin embargo, Salvatore me sostenía con firmeza; nuestros cuerpos estaban totalmente pegados, no había un solo centímetro que nos separara. Incluso podía sentir aún más cerca aquello que me había presionado en la espalda. —Sofía… —susurró con un toque ronco y desesperado, alejándose de mis labios para luego hundirse entre mis pechos. —Ah… —un gemido involuntario salió de mis labios. No tenía idea de que yo pudiera hacer ese tipo de sonidos y que, además, podía sentir tanto placer con solamente unos besos. Señor mío, esto definitivamente no era correcto, no estaba bien. Se supone que debo tener fuerza de voluntad y autocontrol, y, sin embargo, mis manos no ejercen presión en sus hombros. Solamente están ahí, sin hacer un solo movimiento, mientras todo mi cuerpo es recorrido por una electricidad que provoca que mi piel se erice. Él estaba haciendo lo mismo que Marco. No, no era lo mismo, pues en aquella ocasión Marco me apretó con tanta fuerza que creí que me lastimaría. Los besos que él me daba en el cuello me resultaban incómodos por la fuerza que ejercía y la rudeza que utilizaba para ello, tanto que no pude soportarlo y no pude continuar. Sin embargo, en estos momentos se sentía diferente. Si bien Salvatore apretaba mi cuerpo al suyo, no lo hacía con rudeza. Había presión, pero sin llegar al grado de lastimarme, y los besos que él me daba no me resultaban incómodos; por el contrario, me provocaban una ola de placer que llegaba hasta mi vientre. Pero no, no podía dejarme llevar por esto. No podía perder el control. Tenía que parar, ni siquiera sé por qué a mi cuerpo le agrada esto. Si yo no lo amo. —Espera… —dije en un sonido casi inaudible, por lo que Salvatore no me escuchó y sus labios continuaron haciendo un camino en mi cuello, donde succionó y mordió como si se tratara de un lobo hambriento—. ¡Basta! —Finalmente logré reunir presión en mis manos, y con un grito que salió de mis labios, él se detuvo. Abrió esos ojos color zafiro, encontrando mi cuello con la marca dejada por sus labios, pero no era solo eso. Una gota resbaló por mi cuello, y no se trataba de agua o sudor… —Dios… —dijo él, al darse cuenta de que la fuerza que había hecho en mi cuello al succionar había causado un ligero sangrado. —Señores, venía a decirles que la cena está… —Gema había subido para darnos aviso de que era el momento de bajar a cenar, y en tan solo un movimiento, Salvatore tomó el abrigo que estaba sosteniendo en su mano para colocarlo en mi cuello. Esta acción provocó que Gema se quedara sin palabras. Ella únicamente había subido para decirnos que bajáramos a la cena. Sin embargo, si hubiera subido solo unos segundos antes, nos habría encontrado en una situación bastante indecente. —Bajaremos en un momento —respondió él. —S-sí, señor —contestó, percibiendo el ambiente que se estaba creando en ese instante. Aunque, siendo honestos, no hacía falta indagar mucho, ya que, con solo ver nuestros rostros, estos hablaban por su cuenta. Mis mejillas rojas, mi respiración acelerada y el rostro ruborizado de Salvatore indicaban que ahí había ocurrido algo más que una conversación. Gema se fue en absoluto silencio y Salvatore por fin quitó el abrigo que estaba alrededor de mi cuello. —¿Por qué hiciste eso? —le pregunto. Él guarda silencio unos segundos, pasa saliva inseguro, pero al final me responde: —Creo que será mejor que uses una bufanda para estar en público. —¿Qué? ¿Y eso por qué? —Solo… hazlo. Levanté mi mano para tocar mi cuello, precisamente esa zona donde sentía un ligero ardor. —¡Auch! —me quejé—. ¿Q-qué? ¡¿Qué me hiciste?! Rápidamente di media vuelta y entré a mi habitación. Sin dudar, me acerqué al espejo donde finalmente quité mi mano de mi cuello, observando el tamaño de la marca que estaba ahí. —¡Dios del cielo! —cubro mis labios con ambas manos—. E-ese tonto… Lo hizo a propósito —estaba más que segura de que esto solo había sido para avergonzarme. Sí, lo más probable era que esto era una venganza por haber hecho que pagara todas las pizzas que se habían consumido en la empresa. Pero esto no podía ser verdad. Dios santo, la marca era visible incluso a metros de distancia y estaba en una zona donde mis blusas no cubrían. —Estúpido Salvatore —dije con enojo. ————————— (POV Salvatore) "Es una Tinelli, es una Tinelli, es una Tinelli", repetía una y otra vez en mi cabeza tras entrar a mi habitación. Sin embargo, por más que lo intentaba, cada vez que cerraba los ojos volvía a ver a Sofía. Revivía la sensación de verla con esa marca en el cuello que había sido hecha por mí. Maldita sea, ¿en qué había estado pensando al hacer eso? Fue como si mi cuerpo hubiera perdido todo control sobre mí mismo. Actué como un hombre primitivo que solo se dejaba llevar por sus impulsos e instintos. Tanto que criticaba a ese tipo de hombres, y terminé comportándome como uno. Lo peor de todo era que, de no haberme dado cuenta de lo que hacía, seguramente hubiéramos terminado enredados en esta misma cama, entre las sábanas. —Mierd@... Es una Tinelli —me repetí una vez más, intentando encontrar calma. Date cuenta, Salvatore, ella es una Tinelli. No debes verla como mujer. Definitivamente tenía que hacer algo al respecto. Era claro que ese beso había despertado algo en mí, algo que necesitaba liberar. Años de abstinencia finalmente estaban pasando factura. Siempre creí tener control sobre mí mismo, pero ya veo que no. Y eso me enfurecía, porque significaba que, si no lograba controlar esa parte de mí, me volvería vulnerable. Y yo jamás permitiría eso. Ninguna mujer iba a convertirme en un hombre vulnerable. Ninguna. Y menos una Tinelli. Ese apellido había sido el causante de la mayor de mis tragedias. Me aseguraría de no volver a amar a ninguna mujer. .... Al día siguiente en la oficina. —Vaya, parece que no dormiste bien. —Tuve insomnio —respondí, mientras caminaba hacia mi oficina tras encontrarme con Enzo. —Insomnio… Bastante curioso. Según lo que sé, eso ocurre cuando hay algo que te mantiene pensativo. —Olvida eso y dime de una vez cómo va lo que te encargué. —Parece que no solo tuviste insomnio, también amaneciste de mal humor. En fin, no te cuestionaré más sobre eso —hizo una pausa, sacando un documento de su portafolio y colocándolo sobre mi escritorio mientras tomaba asiento frente a mí—. Fíjate en esto. Solo tuve que hacer un par de llamadas para averiguar la situación de las tierras en esa zona. Mandé a unos especialistas, y, tal como te lo había comentado, tu esposa tenía razón. A pesar de lo descuidados que puedan verse esos viñedos, aún tienen solución. Eso incrementaría su valor de venta. Maldición. Por un instante creí que solo estaba intentando intimidarme con sus advertencias, pero ya veo que no. —Pero espera un momento. Aparte de investigar los viñedos, también he descubierto irregularidades legales. —¿De qué estás hablando? —pregunté, confundido. —¿Recuerdas aquello de lo que se te culpó? —Enzo sacó otro documento, y de inmediato me trajo viejos recuerdos—. Al parecer, tu cuñado está cometiendo evasión tributaria. Y no solo eso: para evitar una inspección en la fábrica donde se produce el vino, aparentemente sobornó al inspector. —¿Y cómo estás tan seguro de eso? —Sabes que no hablo sin pruebas; mi profesión no me lo permite. Tengo contactos por todos lados. Solo hice unas llamadas, y no me costó mucho enterarme de la verdad. —Eso quiere decir... —Quiere decir que lo tenemos atrapado. —Si esto sale a la luz… —Enzo señaló el documento—, Hermes Tinelli pisará la cárcel. El mal humor que había cargado toda la mañana desapareció al instante con esas palabras. ¿Esto significaba que finalmente iba a hacer pagar a ese maldito que me arruinó la vida? Estaba a un paso de enterrarlo. Pero debía guardar calma. Necesitaba más pruebas, algo que lo destruyera por completo. Quería que lo perdiera todo: su casa, sus propiedades, su orgullo. Ese miserable merecía quedarse sin nada. Mientras pensaba sobre mi siguiente paso, un alboroto llamó mi atención desde fuera de la oficina. De inmediato, uno de los empleados tocó la puerta y entró. —Perdone que entre así, señor, pero se trata de su esposa… ———————— POV Sofía —Vete de aquí, Marco. Sabes muy bien que no eres bienvenido. —Por favor, Sofía, solo dame unos minutos y te juro que te haré cambiar de opinión. —Tú y yo no tenemos nada de qué hablar. ¿No fue suficiente con la última vez? —Te lo ruego, Sofía, no puedes permitir que ocurra esto. —¿De qué hablas? —No entendía a lo que se refería. —Mis padres... —añadió—. Mis padres se han enterado de todo y ahora quieren que me case con ella. Sinceramente, no esperaba que me dijera aquello. —Bueno, eso me suena a problema tuyo. Yo no tengo nada que ver contigo. Además, si tus padres quieren que te cases con ella, imagino que sus razones tendrán. Después de todo, no son tan diferentes. —No, tú no lo entiendes. A quien amo es a ti. Yo no quiero casarme con ella solo porque está esperando un hijo mío. Al darse cuenta de lo que había dicho, trató de cubrir su boca, pero fue tarde. Su desesperación había hecho que finalmente confesara la verdad. —Así que van a tener un hijo... —Hice una pausa y pasé saliva—. Pues felicidades. Eso quiere decir que debes hacerte responsable. —¡Por amor al cielo, Sofía! Ella ya no es una mujer digna para ser mi esposa. ¿Cómo ves? Solo es alguien a quien se puede usar para un rato. —Al no saber qué hacer, sujetó mis manos. —¡Qué vergüenza! ¿No te das cuenta de que estás hablando de la madre de tu hijo? ¿Cómo puedes referirte a ella de esta forma? —Es una pésima mujer, una mala amiga. No le importó que tú fueras su amiga cuando se me ofreció. No merece respeto. —¿Cómo puedes ser tan maldito? —Pídeme lo que quieras y te lo daré. Soy capaz de humillarme a nivel nacional, pero vuelve conmigo. Sofía, sé que me amas como yo a ti. —Corrección: te amé, pero tú destruiste eso. Si alguna vez amé a este hombre, hoy lo miraba con horror al darme cuenta de que nunca lo terminé de conocer, y que el haberme casado con él hubiera sido condenarme a una vida de infelicidad. —Asume las consecuencias de tus actos, Marco. Ahora vete y no vuelvas a buscarme más. Di media vuelta para dirigirme a mi oficina. Todos los empleados habían sido testigos, pero eso pareció no importarle a Marco, quien me siguió y, estirando el brazo, alcanzó mi bufanda, la cual se quedó en su mano, revelando mi cuello y la gran marca que tenía en mi piel. —¿Qué haces tú aquí? —Salvatore hizo presencia y, parándose a mi lado, miró con desagrado a Marco—. Te hice una advertencia la última vez. ¿Con qué derecho vienes a hacerle reclamos a mi esposa?
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