Uno, dos, tres… debía pensar en algo, encontrar alguna cosa que pudiera distraer mi mente, pero cuando cerraba los ojos casi podía sentir que entre mis manos aún se encontraban esos redondos y suaves…
¡Basta! ¡¿Q-qué demonios le estaba pasando a mi cabeza?! Maldita sea, solo quería darle una lección para que no anduviera por ahí desvistiéndose. Jamás creí que la camiseta se rasgaría en esa zona, y mucho menos que… Una vez más, su brasier y sus pechos reaparecieron como una tortura en mi mente.
—¡Sal de mi maldita mente! —gruñí, golpeando la pared—. No soy un hombre débil. Yo soy Valentino Salvatore. Soy un hombre inteligente, fuerte, audaz y…
La presión en mis pantalones decía lo contrario. El encierro y el haber estado concentrado en levantarme de la ruina habían provocado que descuidara cierta parte de mi anatomía.
—Mierd@... —murmuré, enfadado, al notar que esa zona de mi cuerpo no solo se había despertado, sino que lo había hecho sin aviso. Siempre he sido un hombre que sabe controlar sus impulsos y deseos. ¡Pero esto era ridículo! —. Esto no es por ella —negué en mi mente que Sofía hubiera provocado esta magnitud de excitación dentro de mis pantalones.
Así es, Sofía no tenía nada que ver con esta maldita erección. Solo era una respuesta fisiológica por el tiempo de abstinencia. Ninguna mujer me haría perder la cabeza, y mucho menos una Tinelli.
Pasaron quince minutos entre respiraciones profundas y tratando de pensar en otra cosa, cuando escuché unos golpes en la puerta. Levanté la mirada y me acerqué. Escuché la voz de Enzo y le respondí:
—¿Qué quieres?
—Supuse que necesitabas algo, así que, debido a tu demora, te traje esto.
Abrí la puerta y lo encontré sosteniendo un vaso con algún tipo de infusión relajante.
Lo miré con dudas, a lo que él respondió:
—Tu esposa está ocupada.
—¿Ocupada en qué? —pregunté mientras tomaba el vaso y bebía de su contenido.
—Está hablando con los empleados. Me comentó que, como iniciativa para darles confianza, pensó en dialogar con ellos, escucharlos y, a la vez, responder sus inquietudes.
—¿Cómo? —repliqué.
—Ay, ¿pero qué tiene de malo? Solo está preocupándose por los bienes de su empresa. Creo que lo mejor es que la dejes ser. De otro modo, levantarás más sospechas. En tu lugar, deberías ser más discreto y, sobre todo, si realmente no te interesa, evita reacciones como esas —respondió, señalando mis pantalones.
—Solo es una respuesta fisiológica. No es por ella.
—Lo que tú digas, señor carroñero —contestó soltando una carcajada.
…
Tras esperar a que el dichoso té que me trajo Enzo hiciera efecto, finalmente pude salir de la sala donde se había realizado la junta.
—Oh, aquí se encontraba el señor Salvatore.
Y, como si no tuviera suficiente, apenas había puesto un pie fuera de la sala, me encontré con la única persona tan insoportable como Hermes.
—Señora Dalila —dije, fingiendo cortesía, aunque en realidad su presencia me resultaba repugnante.
—¿Sabe? Ya empezábamos a preocuparnos por el hecho de que usted no apareciera, pero me alegra verlo. Creo que es una estupenda oportunidad para conocerlo. Mi marido me ha hablado mucho de usted y, ahora que lo conozco personalmente, debo admitir que he quedado maravillada.
Dalila sonrió de lado, trayéndome el recuerdo de que esa era su manera de coquetear. De hecho, fue así como se acercó a mí cuando nos conocimos, pero ahora, en lugar de causarme interés, me resultaba ridículo y patético.
—Agradezco su cumplido, señora, pero debo retirarme.
—Ay, ¿pero será tan pronto? ¿Por qué no se queda unos momentos más? Aprovechemos para conocernos. Tal vez tengamos muchas cosas en común.
—Eso lo dudo, señora.
—Ay, por favor, no me diga "señora". Me hace sentir vieja. Llámeme simplemente Dalila.
—No creo que eso sea correcto. Después de todo, usted es la esposa del hermano de mi mujer.
Dalila rió con incomodidad evidente.
—Ay, pero eso no quita que podamos ser amigos. Sirve para que yo le cuente algunas cosas que sé de Sofía. Yo la conozco desde hace muchos años, soy su principal confidente y, bueno, como usted me ha caído tan bien, le compartiré algunos secretos.
Qué patético. No puedo creer que hubo un tiempo en que perdí la cabeza por ella. Seguramente me había golpeado la cabeza como para no darme cuenta del tipo de mujer que es.
Dalila se acercó, tocando mi hombro con su mano.
—Aquí entre nosotros, a Sofía, desde joven, le ha gustado mucho llevarse bien con los hombres. No es que quiera dejarla mal, pero siento que debo advertirle.
Ella seguía hablando, parecía que era lo único que sabía hacer.
—Y eso es solo un poco de todo lo que hizo Sofía. Pero claro, aún hay más; sin embargo, me temo que el tiempo no me alcanzará… ¡Oh, lo tengo! ¿Qué te parece si me invitas a tu casa y continuamos con esta conversación? Pero tiene que ser un día que no esté Sofía y de preferencia que tampoco estén los demás empleados. De este modo, nosotros dos podemos conversar a solas, compartir anécdotas, algunos detalles, y no sé, tal vez… descubras algunas cosas que te agraden de mí. —Prácticamente se había apropiado de mi brazo, enredando los suyos en el mío.
—Honestamente, no creo que usted sea la confidente de mi esposa.
—¿Perdón?
—Si realmente fuera la confidente de Sofía, no habría hablado tan mal de ella, excusándose en que solo lo hace porque la estima y se preocupa por mí.
—No es una excusa, es la verdad. Se ve que tú eres un hombre muy educado y caballero, y es por ello que te quería advertir.
—Se lo agradezco, señora, pero no necesito sus advertencias —le contesté, apartando mi brazo—. Y una cosa más: yo no le he dado la confianza para que me hable de esa manera tan familiar. Así que le voy a pedir que, cada vez que se dirija a mi persona, lo haga con formalidad.
El ambiente cerca de ella se sentía tóxico, asfixiante, por lo que no dudé un solo segundo en salir de ese lugar, dejándola atrás.
No tardé mucho en encontrar a Sofía. Tal y como me lo había dicho Enzo, ella se hallaba con todos los demás empleados compartiendo unas cajas de pizza que seguramente había mandado a pedir tras finalizar la conversación que tuvo con ellos.
—Es el señor Salvatore —escuché que dijo uno de los empleados, provocando al instante que todos los demás se quedaran paralizados y dejaran lo que estaban comiendo.
Sofía dio media vuelta, encontrándose conmigo, y, como si no me tuviera el mínimo temor, volvió a darme la espalda. Tomó un pedazo de pizza, el cual se llevó a la boca.
—¿Qué es esto, Sofía? —le pregunté.
—Un momento para compartir. Si gustas, puedes tomar un pedazo de pizza y unirte a nosotros, ¿verdad, muchachos? —levantó ayer la voz para dirigirse a los empleados que estaban presentes.
—Están en horario laboral —le respondí a Sofía.
—Lo sé, pero ahora es el refrigerio, y consideré pedir pizza para todos. Bueno… es por lo que la mayoría votó. La otra opción era lasaña. ¿Tal vez quieres lasaña? —me dijo con tanta calma que mordió otro pedazo de pizza, provocando que parte de la comisura de sus labios se manchara. Luego se relamió los labios, haciendo que mis ojos se quedaran fijos en ellos durante algunos segundos.
—Oh, qué bien que apareciste —Enzo hizo presencia, y al ver la pizza sonrió—. ¿Puedo? —le preguntó a Sofía, a lo que ella asintió.
—Todos ustedes hagan igual, por favor, no se detengan delante de mi esposo. Desde ahora estaré atenta a cada una de sus sugerencias, y ya lo saben: si tienen algún problema, pueden encontrarme en la oficina. Con gusto los atenderé personalmente.
Los empleados se miraron entre ellos, y, tras ver la sonrisa de Sofía, continuaron compartiendo.
—Cambia esa cara, señor Carroñas, y solo disfruta —Enzo tomó una rebanada más de pizza y la colocó en mi mano—. Después de todo, ella es tu esposa, y tú le diste la libertad de hacer lo que quiera.
Era verdad, yo había dicho eso, pero…
—Muchachos, si desean más pizza, solo díganmelo. Aquí mi esposo se encargará de pagarlo todo.
—¿Qué? —contesté sorprendido.
—Claro, después de todo eres uno de los accionistas mayoritarios.
Ella me guiñó el ojo y se alejó para acercarse a los demás empleados, demostrándonos la facilidad que tenía para desenvolverse.
…
—¡Ay! Fue un largo día
Con los brazos estirados sobre su cabeza, Sofía ingresaba a casa siendo atendida de inmediato por Gema.
—Bienvenidos sean, señores. Dígame, señora, ¿desea que prepare su baño?
—Oh, Gema, no te preocupes —le sonríe—. De hecho, lo que se me antoja ahora es algo dulce —responde frotando su abdomen—. ¿Tú crees que…?
—De inmediato le prepararé algo delicioso, señora. Solo deme una hora y todo estará listo.
—Oh, te lo agradezco.
En tan solo un parpadeo, Gema se retira a la cocina.
—Parece que mis empleados te hacen más caso a ti que a mí —hago un comentario mientras levanto mi mano para quitarme la corbata.
—Solo es amable conmigo —me responde, y al ver cómo me quito la corbata, ella pasa saliva—. Bueno, mientras Gema va preparando lo que le pedí, iré a darme un baño para devolverte el abrigo que me prestaste —contesta apretando sus manos sobre su pecho—. No tardaré —agrega y se va con pasos apresurados hacia su habitación.
—Señor —de repente el mayordomo se percata de mi llegada y me pregunta si deseo alguna cosa.
—Creo que yo también me daré un baño —respondo con un suspiro, alejándome también hacia mi habitación.
No tardo mucho en quitarme el resto de la ropa. Empiezo por la camisa, luego el pantalón y la ropa interior, hasta quedar completamente desnudo.
—¡Mierd@! —digo en mi mente al ver que esa parte de mi anatomía nuevamente se había despertado—. ¿Qué demonios me pasa? ¿Acaso esto es una enfermedad o algo así?
Molesto conmigo mismo, ingresé al baño abriendo sin dudar la llave de la ducha. El agua fría golpeó mi piel, refrescando de este modo mis pensamientos.
—Fui un estúpido al pagar todo eso —me digo a mí mismo, abriendo los ojos—. Debí haberles descontado a todos por las pizzas que consumieron, pero… —la alegría de Sofía se atraviesa en mi cabeza—. Yo no soy un maldito debilucho, pero… ¿por qué cuando la veo bajo la defensa?
—Tienes que ser más fuerte, Salvatore. Recuerda cuál es tu objetivo, y esa mujer no es suficiente tentación como para hacerme cambiar de opinión. ¡Definitivamente no!
Mis pensamientos son interrumpidos cuando escucho los golpes en la puerta. ¿Quién demonios era? No lo sabía, pero tuve que parar la ducha. Tomé la toalla y la envolví en mi cintura, aún teniendo el cabello mojado y los pectorales con gotas resbalando sobre ellos.
Seguramente se trataba de alguno de los empleados que me preguntaría si se me ofrecía algo para cenar. Sin embargo, cuando abrí la puerta, mi expresión cambió.
—Sofía… —dije, encontrándola de pie con un vestido más ligero, pero con el cabello igual de mojado que el mío.
—Eh… Yo… yo… —su voz tropezaba con sus palabras; definitivamente no esperaba encontrarme así—. Yo… t-tu abrigo.
Miré mi abrigo en su mano y entendí a lo que se refería, pero también me percaté de que estaba descalza.
—¿Por qué estás así?
—Quise venir tan pronto como terminara de ducharme, pero creo que cometí un error. Debí haber esperado hasta después de la cena. Toma tu abrigo —me dijo, evitando mirarme. Entonces lanzó la prenda a mi pecho y, tratando de irse, se giró muy rápido sin medir las consecuencias de ello.
—¡Cuidado!
—¡Ah!
Apenas pude sostenerla antes de que cayera de espaldas. Este movimiento había hecho que mis brazos rodearan su cintura, provocando que aquella parte de mi cuerpo nuevamente se despertara al sentir su cuerpo pegado al mío.
—¿Q-qué es eso?
—N-no te muevas… —le dije en voz baja.
—¿T-tú estás… ? —tartamudea estando de espaldas a mí.
—Mierd@... —gruño con la voz ronca—. No puedo más… —girándola para tenerla frente a mí, observo sus mejillas rojas y pecho agitado—. Necesito esto.
—¡Uhm!
En un instante, me hallé en su boca, apretando su cuerpo cada vez más fuerte para pegarlo al mío. Besé sus labios con desespero, abriendo su boca para enredar mi lengua a la suya.
¡Dios! Esta mujer era muy suave, y lo había comprobado cuando le toqué los pechos, ¿qué me estaba pasando? ¿Acaso me he vuelto loco? La razón que fuera, pero no podía parar.