MAURICIO Verla bailar. Verla reír. Verla divertirse conmigo, me había hecho el hombre más feliz del mundo. Lo más ardiente de la noche fue ese beso lleno de tequila, que no hizo más que juntar la brecha que habíamos hecho los dos días atrás. La deseaba más que nada en el mundo. La quería sentir y devorarla. La quería hacer mía y que ella fuera solo para mí, por lo menos esa noche. No quería pensar en el futuro ni en las consecuencias. Solo la quería a ella. La deseaba tanto, que me atreví a hacer lo que nunca me hubiera imaginado hacer en ningún momento de mi vida. Pedirle que fuera mía, rogar, suplicar de ser necesario. Esa mujer me tenía a sus pies esa noche. Había logrado lo que ninguna otra mujer había logrado hacer. Suplicar por ella. La había tenido toda la noche pegada a mi cue