ALINA Pasaron tres días desde la llamada de Mauricio y nada había sido igual. Esa mañana llegue a mi oficina, como todos los días. Imelda había estado trabajando en encontrar a un asistente que me pudiera ayudar con todas las carga de trabajo que tenía acumulada. — Buenos días Lina. —Me saludó uniéndose a mí. Nos habíamos juntado en el elevador. Me ofreció un vaso de café, traía dos en la mano. Lo acepté de buena gana. No había podido dormir muy bien en un par de noches gracias a Mauricio y sus evasiones a responder mis llamadas y mis mensajes. — Buenos días amiga. —Le di un sorbo a mi café, agradecida de que tener un poco de cafeína en mi cuerpo. Las puertas del elevador se cerraron junto con un grupo de trabajadores que me saludaron de manera educada al ver mi presencia. Llegamo