XIMENA
A salvo en el yate, dejando en el recuerdo una mala aventura por culpa de las misteriosas corrientes marinas, después de ser consolada por mi amiga Mia, quien me limpió las heridas. Decidí ir a bañarme, para quitarme el sudor de miedo y tratar de enjuagar esos recuerdos amargos de la tragedia, mezclados con los de los dulces besos que elevaban mi deseo.
No entiendo por qué los humanos tuvieron que complicarlo todo, porque no podemos sucumbir a nuestras pasiones sin tener miedo al qué dirán o a dejar una mala impresión. Aún más complicado para las mujeres, si tomamos la iniciativa, peligramos pasar como fáciles y ningún chico se querrá casar con una vagabunda. O está el otro extremo que, si no hacemos nada, nuestro hombre se puede ir con otra que, si lo asegure, que le dé lo que quiera. Una anciana dijo que los hombres solo nos quieren para la cama; puede que sea de alguna manera cierto. Lo que sucede es que si la persona amada no provocara deseo o el deseo no fuese saciado, eso sería como una relación fraternal, pero no de pareja; otra cosa son los que solo son como un pájaro que come y vuela…
Entro en el baño, me quito ese incómodo traje de buceo que de seguro queda para botar a la basura, abro la ducha y el frío del agua hace que se me borre la imagen de Ángelo. Todo está muy bien hasta que la puerta se abre, porque se me olvidó trancarla. Es él, se hace el avergonzado, tapándose lentamente sus ojos, a la vez que me tapo mis zonas especiales, aunque de seguro me alcanzo a ver todo. Me bloqueo, mi mente se desconecta, mientras él se creyó de buenas y también entra sin ropa a bañarse conmigo diciéndome:
—Hace rato que necesito quien me talle la espalda, uno solo es muy difícil restregársela bien.
Me la quería restregar. Por un momento lo veo y me imagino dándole rienda suelta a mis deseos. Lo contemplé imaginando estar entre sus brazos, pero me gana la cobardía, no soy capaz, me da miedo, entonces mejor me salgo envuelta en la toalla, supongo que aún tengo jabón en el cuerpo. Él me susurra: —Espera, no te vayas, ven que yo te baño bien bañadita.
Me volteé rugiéndole: —No juzgues que soy una cualquiera, respétame, no puedes meterte en el baño de una chica sin su permiso, eso te convierte en un pervertido.
Corro hasta mi cuarto, al entrar me resbalo debido a que en la confusión no me puse chancletas. Me fui de cara, menos mal que Mia, que allí me estaba esperando sedienta de chisme, me alcanzó a atrapar, diciéndome: —¡Upa!, te dejaron débil y mareada.
Me reconforto abrazándola, contestándole: —No sucedió nada, es que me molesta mucho que él invadió mi intimidad.
—¿Pensé que su relación ya estaba rumbo a otro nivel?— Me pregunta con su curiosidad de amiga. Elijo mis palabras para contestarle:
—No considero que sea capaz, él me encanta, es solo que siento que tiene algo raro, es como si ya lo conociera y además tengo en la cabeza lo de mis empresas y esos atentados, siento que me voy a asfixiar. No tengo tiempo para estar de romances.
—No te creo, te conozco bien, te da miedo, temes enamorarte—, lo menciona dando en el clavo, me obliga a contestarle con franqueza:
—Si es verdad, tengo miedo no solo porque nunca he estado con un hombre de verdad, sino que además a la gente que amo le pasan cosas malas. Es que no merezco esto.
Ella me abraza, mi mejor amiga, casi mi hermana, fiel y correcta. Me besa en la frente, mencionándome: —Supéralo, deja el pasado atrás, quítate tus traumas, como un vestido viejo, tíralos bajo tus pies, písalos como cucarachas, vuélvelos polvo, a propósito, te traje un recuerdo que te puede ayudar—. Me entrega una misteriosa caja y se marcha sonriendo.
La curiosidad me domina destapando ese regalo. Resulta que está llena de cosas raras, unas bolas unidas, un tubito que al cogerlo sin querer lo activó y se puso esa cosa a vibrar. Grité botándolo contra la pared, seguí viendo esa serie de tubos de colores, ropa interior que no tapa nada, antifaces, unas esposas, pienso que debe ser para secuestrarlo. ¡No puede ser, Mia, no necesito de eso! Veo un objeto grande, lo examino con ambas manos y deduzco que es como un falo hecho de una silicona. Huele bien, mi curiosidad me obliga a acercarlo a la nariz y preciso. Ángelo entra sin golpear, alertado por mi grito, quedando sorprendido por estos artefactos que torpemente trato de esconder debajo de las cobijas. Sintiendo arder mi cara de la vergüenza, me miro en el espejo del cuarto, viéndome roja como un tomate. ¿Qué creerá él, que soy una ninfómana que le finjo timidez, que soy la personificación de las solapadas? Agacho la mirada queriendo ocultar mi vergüenza y me veo a un látigo que está en el piso. Al tratar de patearlo bajo la cama, de nuevo me resbalo, enredándome en la toalla, cayendo esta vez a sus fuertes brazos y otra vez desnuda. Siento con mis pechos los vellos de sus pectorales. Ángelo también está envuelto en una pequeña toalla que solo le cubre la cadera, lo miro repasándolo como un flash, y veo como esa toalla amenaza con salir volando disparada. La vergüenza me gana, quise desmayarme, ojalá que el yate se abriera y de nuevo me tragara el mar. Me agacho tapándome, buscando torpemente la toalla, queriendo ocultar lo que él ya vio varias veces. La encuentro al fin, pero porque Ángelo me la alcanza, solo menciona: —Vamos a cenar, baja en cinco minutos.
Quise agarrarlo por un impulso de inconsciencia, y al dar unos pasos me resbalé con uno de esos juguetes. No puede ser, hoy tengo la torpeza rebotada, aunque esta vez el guiado por mis gritos se dio la vuelta mientras le caigo encima haciéndole perder el equilibrio y sin querer le arranco la toalla tratando de agarrarlo para no resbalar. Dando como resultado que ambos quedamos tumbados, desnudos, ¡qué horror, yo encima! Nos da risa, primero nerviosa y después de verdad. Su risa me encanta, siento su aliento y es como si me enviara rayos eléctricos que me encienden y magnéticos que me atraen sus labios. De manera descontrolada nos besamos. Nuestros labios de nuevo se acarician, tratando de fusionarse, de probarse, luchando a mordiscos, rogando por ser uno solo.
Desee que ese instante durara para siempre, no quiso dejar que las cosas subieran de nivel. Aunque Ángelo lo intentó varias veces, yo se lo impedí. Aún no me sentía capaz, necesitaba tiempo, no sé cuánto, quizás hasta que sea una anciana que para besarlo me tenga que quitar la caja de dientes, así evitando el problema de que sin querer lo muerda. Eso de seguro, Ángelo no tendría la paciencia de esperarlo, tal vez se acostaría con miles de mujeres al volver del paseo, desfogando sus ganas en otros cuerpos, quizás imaginando mi cara, recordando mis besos, buscaría una con un cuerpo parecido al mío, una con mi tez, después de todo volvería a Colombia, donde las mujeres hermosas abundan…
Seguía besándolo, tratando de controlarme para no sucumbir ante sus deseos. Recordé los consejos de Mia y en mi mente otra vez le volví a aceptar. Después de todo, ¿qué podía esperar, que un chico hermoso millonario esperara a tener sexo hasta después del matrimonio? Y ¿qué pensaría cuando se enterara de que por la que espero tanto tiempo estuvo casada y más encima no era virgen, porque según ella fue violada por su tío, que es un viejito con cara de bonachón? Opinará que es una mentira como las que dicen que perdieron la virginidad por una caída, o que quedaron embarazadas en una piscina o al sentarse en un baño público. El vestigio de mi asqueroso tío me frena las ganas. Mejor decidí parar, lo alejo viendo su cara de angustia, desespero y desconcierto, parece un niño pequeño a punto de hacer una pataleta. Me recita: —no seas mala, vamos, no te haré daño, no me dejes así.
Lo veo y se me llena la garganta de suspiros. Quizás debería de lanzarme de cabeza a su juego. Debe de ser como cuando voy a la odontología, cerrar los ojos esperando a que pase rápido, quedando con la satisfacción de que ya paso. Me siento, como en las caricaturas en esas partes, que al muñeco se le aparece sobre su hombro un pequeño ángel que lo exhorta a actuar bien y en el otro sale de una nube oscura, un diablillo que lo insta a cometer los pecados, pero qué pecado puede ser estar con ese hombre que tanto deseo. Tal vez solo me estaba reprimiendo guiada por costumbres arcaicas inventadas para evitar la proliferación de criaturas sin padres o de enfermedades, una ley religiosa que evitaba la entrega s****l prematrimonial, buscando no aislarme del diario, vivir a la iglesia. Estaba siendo filósofa; en lugar de sacar mi lado científico, mi lado salvaje y experimentar, entregarme por completo a él, en cuerpo y alma, más cuerpo que alma. Entonces mordí mis labios en un símbolo de romper mis limitaciones y me lance tirando por la borda mis traumas, lo bese llenándolo de asombro que se volvió placer. Noté que sus manos querían hacer un mapa en mi piel con un camino que iba hacia mi interior. Esta vez no lo frené, deje que hiciera conmigo lo que quisiera, en este momento sería su mujer y él mi macho.