1; Mi boda y luna amarga
XIMENA
—Una boda de ensueño, deseada por todas las mujeres, desde niñas, una iglesia blanca e iluminada, butacas llenas y cámaras de noticieros de televisión, yo era la novia, vestía un vestido blanco con pedrería, me parecía raro que no llegase mi novio, quizás debe ser una costumbre siciliana, ¿acaso serán mis pecas? No puede ser porque mis múltiples pretendientes me las han elogiado junto a mis ojos color miel, mi cabello castaño y mi cuerpo tonificado. Aunque no soy muy alta, tampoco soy pequeña. He llegado a la conclusión de que soy toda una hermosura colombiana, un bombón, eso quiere decir que no me plantaría por fea.
La orquesta del momento seguía tocando su repertorio, ya se sentían forzados, me calmé pensando que querían evitar su canción más exitosa, que habla de desamor. Sentí que el ramo se hacía más pesado y los tacones, esos tacones que elegí para tratar de sobrepasarlo, queriendo eclipsarlo de alguna manera, ahora le cobran renta a mis pies.
Miro a la puerta queriendo que un torbellino entre y me lleve a Oz o a algún lado, tal vez este cretino tuvo la misma idea como yo, salir corriendo antes de la boda y él sí la fue capaz de ejecutarla.
El cura me mira en silencio, como todos, aunque escucho murmullos. Solo veo caras largas y bocas cerradas, ya parece un funeral, no sé qué hacer, tal vez si bebo el vino para consagrar y empiezo a bailar en la fuente de agua bendita, dibujaré unas sonrisas en los invitados, eso sería mejor que dejar de aguantar el llanto que siento.
No puedo creer que de tanto mirar la puerta ya parece un cuadro de algún pintor surrealista; llega un coche elegante, andaba rápido y de repente frena. Espero que sea él, por Dios que sea él, no puedo enfocarlo bien, las lágrimas en mis ojos me distorsionan la vista, es un hombre vestido de n***o, siento que me estoy desmayando…
Al retomar la conciencia, veo que todos me rodean, busco al hombre que entró, preguntando:
— ¿Quién llegó?, ¿es Ángelo?
— Fui yo, señora Ximena, el abogado de don Ángelo, le traigo unos documentos. —saca de entre un maletín unos documentos diciéndole:
—Estos son los acuerdos prenupciales, lamento no cuadrar esto antes, también un acta de matrimonio debidamente diligenciada, además de que mi jefe le envía mil disculpas por no presentarse.
— ¡No, esto es injusto! ¡Qué falta de seriedad!, ¿Por qué me hace esto? — exploté furiosa lanzando los documentos.
Mis padres me abrasan tratando de minimizar mi llanto, mientras el abogado furioso grita:
— ¡Yo no tengo la culpa!, ¿quién sabe usted qué haría, usted debe de ser mala para…?
— ¡Cállate ese hocico! ¡Pedazo de basura, que la pobre chica tiene razón, ese Ángelo me va a escuchar! —Lo silenció don Joseph, el abuelo del novio, que todos respetaban a un punto de veneración, parecía tener poderes mágicos, porque el rostro del abogado de pacotilla pasó de estar rojo por la exaltación a blancuzco de miedo y contestó:
—Mil perdones, me dejé llevar, la verdad también estoy muy estresado con este asunto, no entiendo las razones de Ángelo para actuar de esta forma, les pido por favor, me disculpen, yo solo soy un servidor más, igual venía preparado para esto y traje más copias por si las moscas.
Me calmo, le quito las hojas que me muestra con sus manos temblorosas. El primer párrafo dice que, si él llegase a morir por causas no naturales, yo sería detenida mientras se dictaminen los culpables y, en caso de no aparecer, sería la principal sospechosa, además de no tener derecho a ninguno de los bienes, ni indemnización por parte de Ángelo o de alguien relacionado con él o su familia.
— ¡Qué grosero! —exclamé— ¡No soy una oportunista y menos una asesina!
—perdón, mi señora, le repito, soy solo un humilde servidor. —declara el fanfarrón, temblando.
El abuelo, don Joseph, me pide que se los deje leer, y exclama:
— ¿Qué significa esto?, me va a oír ese Ángelo, ¡cancelen todo!
Siento algo de satisfacción, todos lo juzgarán, fue quien me dejó plantada, ese poco hombre pongo mi cara en alto. Esta es una adversidad más y desde pequeña las he derrotado. Este no va a ser mi Waterloo, miro a todos, los rostros contraídos y miradas difusas enrarecen el ambiente. Cuando observo a mis padres, razonó que ellos no se merecen esto, tengo que darles el orgullo de casarme en este día como lo esperaban, además de todas las otras cosas en juego. A la final, lo que menos me interesa de ese señor es su cochino dinero, se lo puede tragar todo si quiere, tengo mejores metas, por eso en ese instante, ante un arrebato de locura o altivez, auspiciado de venganza y odio, accedo a firmar manifestando:
—No se altere, don Joseph, firmaré todas esas patrañas, que si hay boda, yo tengo palabra y honor, me disculpo con todos los presentes y me esmeraré en ser su mejor anfitriona, vamos, por favor, pasen esta página, ¡que venga la alegría, estamos es de fiesta! Los encargados del entretenimiento también comen y de seguro ya comprometieron lo que se ganarán sirviendo las mesas. Señores de la orquesta, por favor, toquen su canción que suena en todas las emisoras.
Firmé cada papel sin leerlo mucho, ya que cada frase que lograba captar la sentía como un golpe. Ese pelafustán me trataba peor que a Caín, cada cosa se la guardaré en un cofre con el que le partiré la madre cuando pueda, bueno, tendré cuidado de no eliminarle, no quiero tener que pasar unos años de mi vida encerrada en una cárcel por alguien que no vale la pena.
Cuando acabo de firmar los acuerdos, se me acerca don Joseph agarrándome los codos y muy cariñoso me comenta:
—Si así lo quieres, sabes que tienes mi bendición, ojalá yo fuera unos años más joven, no dudaría ni un segundo en tomar tu mano, por favor vamos a la celebración, me gustaría que me dejaras acompañar en el auto de los recién casados. No quiero que te veas rara sola, aunque tampoco deseo que la gente murmure que soy un viejo que asalta cunas o tú una joven saqueadora de tumbas, disculpa si te ofendo.
—Nada de eso, don Joseph, su presencia me honra, lástima que Ángelo no saca nada parecido a usted.
—Es posible que se cayera de la cuna o que le diesen un tetero descompuesto cuando era bebé—. Menciona el anciano esbozando una mueca de sonrisa.
Nos fuimos riendo sin parar, arrebatándole el espacio a la tristeza. Ese hombre maravilloso fue un oasis en mi desierto de amargura. Al llegar a la gran hacienda donde se efectuaría la fiesta, el comité de bienvenida quedó perplejo, no por mi belleza, sino porque sucedió lo que don Joseph predijo; supusieron que era mi sugar-daddy.
La fiesta corrió en relativa calma, yo pasé a ser el payaso, me tocó pintarme una sonrisa falsa durante toda la velada, por fortuna encontré una deliciosa bebida chilena, con el doble de mi edad, que me dio consuelo y en mi imaginación preparaba distintas reacciones para cuando Ángelo llegara.
Al final resultó que el vino se acabó o acabó conmigo, y lo siguiente que recuerdo es que me entraban cargando como un bebé a una hermosa suite de un hotel, que parecía tener barandales en oro.