SECUESTRO Y VENGANZA

1827 Words
ANGELO —Se me hace raro que no aparezca. Por favor, José Luis, averigua ¿dónde están? Mia tampoco me contesta, ni ninguno de los guardaespaldas gourmets. Debemos iniciar una búsqueda. —Don Ángelo, lo último que sabemos es que fueron a la mina de ella, luego a donde un narco que está recién salido de una cárcel en Estados Unidos; de allí se devolvieron otra vez a la mina a hablar con un señor que se apellida Molina. Ya me disponía a enviar hombres a buscarlo. —Mejor, yo mismo iré a buscarlos, no soporto la angustia que me devora, si estoy aquí solo esperando, vamos, alisten los helicópteros. —Jefe, la señora Ximena, se llevó los dos, alquilé otro, no demoran en llegar. —No me sirve solo uno, tengo que llevar a varios muchachos, esta operación puede ser muy peligrosa, ese Max se está acercando a ella y él, muy escurridizo, nada que se ha dejado matar. —Patrón, pues vámonos por tierra, seremos un pequeño ejército, vamos, salimos de una. De todas maneras, ese lugar está como a unas cuatro horas, incluso a esta hora de la noche la carretera debe de estar desocupada, nos rendirá mucho, la demora es salir de la ciudad. —Listo, Luis, vámonos, serán unas angustiosas horas, necesito que le den chancleta a ese acelerador, vámonos, le juro que mataré al que la tenga prisionera. —Don Ángelo, aún no sabemos qué le sucedió; puede que esté ocupada o de pronto se emborrachó con su amiga, esa Mia. Es terrible. —Tienes razón, debo de dejar la paranoia de que pasen tragedias, te aseguro que estoy pensando en retirarme para vivir tranquilo con mi esposa. —Ángelo, tú bien sabes que eso es difícil; se dice que la única forma de salir de este negocio es con los pies por delante; de resto, ni porque te extraditen, aunque hay muchos que hacen negocios desde esos lugares. —Algo me inventaré, tú sabes que yo no quise esta vida, me toco seguir los pasos de mi abuelo, me siento mal de todo lo que hacemos a diario, de envenenar a los jóvenes con esas sustancias que los vuelven zombis, de provocar tantas muertes, te aseguro que el dinero no lo vale. Prefiero ser un humilde profesor que tenga que pagar un viaje a crédito o angustiarme porque no me alcanza el mercado a seguir en este desvarío. De igual forma, tengo tanto dinero que no lo gastaré ni en mil generaciones, pero que no me alcanzará para comprar un boleto al cielo. Sin importar cuánto done a caridad, cuantos mercados regale en los barrios pobres, ya estoy condenado eternamente. Solo me queda tratar de disfrutar un poco de mi existencia al lado de Ximena, que es como mi paraíso. Seré feliz sufriendo en el infierno recordándola, sabiendo que ella estará en el cielo pensando en mí; a lo mejor nos podamos ver cuando purgue mis pecados, eso no lo sé. —Señor, vámonos, está todo listo. Nos fuimos, en diez camionetas blindadas, llenas a tope de guardaespaldas; a la única que dejó fue a Vivian con unos hombres para que la vigilen; ya no confió en ella; la enviaré a Italia cuando todo esto pase. Siento que es una víbora que me quiere enterrar sus colmillos en mis espaldas. La carretera estaba despejada; solo nos demoró los peajes y un retén militar, que nos dejó pasar a cambio de una suma de dinero y dos cajas de whisky. En unos minutos llegamos a la mina donde nos recibieron los centinelas con sus linternas amarradas a los fusiles, en guardia, dispuestos a entregar su vida para proteger los dominios de mi esposa. Cuánta devoción en esos nobles campesinos. Los saludo con las manos arriba, mostrando que estoy desarmado, confiándoles el motivo de mi visita: —Buenas noches, Disculpen que vengo a estas horas; me presento, soy Ángelo, el esposo de Ximena, la dueña de la mina. Es que ella no aparece por ninguna parte, lo último que supe es que se dirigía a este lugar a buscar a un tal Molina, por favor, si son tan amables de indicarme donde se encuentra este señor. —Sí, señor, don Molina, ya viene; fue una de las primeras cosas que hicimos cuando vimos que sus mercedes arribaron; mire, allí viene. Un individuo flaco, pero con un estómago que le contrastaba, llegó corriendo, con un paso estúpido que es posible que le rendiría más si caminara normal. Se nos acerca con un fusil lleno, calcomanías de mujeres desnudas y el olor a cerveza que sentimos a dos metros antes de saludarnos: —Buenas y santas nochecitas, mucho gusto, Molina para servirles a sus mercedes en lo que consideren. —Don Molina, soy el esposo de Ximena, es que ella no aparece. Molina da unos pasos hacia atrás, agarrándose la frente con ambas manos y exclama: —¡No puede ser la señora Ximena, se fue a buscar al doctor D; de seguro, ese mendigo asesino le hizo algo! No puede ser, juro que si eso, buscaré a esa piltrafa y lo picaré. —Don Molina, sé que no la tiene ese señor, debe ser otra cosa; por favor, recuerde algo más que ella le comentó. —Señor, pues me rasca la testa, me pareció que la amiga le dijo a un piloto que las llevará a donde ese general que sale cada rato por el televisor, el de apellido Suárez, deben de estar allí, vi como esa flaca busco la casa de ese señor con el celular. No entiendo como un hombre tan importante deja que lo localicen tan fácil. —Lo que sucede es que esa flaca tiene muchos contactos, uno de ellos debió de haberle conseguido la información de donde vive ese señor, por fortuna también los tengo, muchas gracias, don Molina, cuando vuelva le traigo unas cervezas para la sed, desde luego que siempre llevo conmigo unos whiskys, le dejaré una cajita. —No, don Ángelo, a mí no me gustan esos tragos que saben a perfume, que me empollan la lengua, yo lo único que tomo es cervecita o chicha, de resto nada más. —Listo, hombre, la próxima le traeré de eso, me recordó un chascarrillo, —Señor, cuéntelo, ayudará a des-estresarnos de esta situación. —Aunque te advierto que soy malo para contar chistes, Mire que un indígena le pregunta a un conquistador español de qué forma conseguían que se acostaran con sus novias. Este le reveló: «pues mira que un vinillo, un polvillo,» —el indígena le replicó: «señor, aquí es igual, nosotros le damos chicha y ellas nos dan chocha.» —Sí, caballero, se ve que usted es un criminal, pero para contar chistes, por favor, mejor dele vuelto a esas naves para que se vuelen como águilas a buscar a la niña Ximena; por favor, señor, se la encargo, protéjala mucho. —Bueno, patrón, hasta luego, nos vemos. Luis consiguió la dirección de ese general; ya lo conocía; a él le gustaba salir en televisión a lanzar amenazas contra los criminales, especialmente contra mí por matar a la mayoría de su familia y yo lo hice porque ese congresista era familiar suyo, el que quería matar a mi adorada Ximena. Llegamos a su mansión donde nos recibieron a plomo sin dejar que nos anunciáramos; nos tocó refugiarnos detrás de las camionetas. Luis activó un aparato que bloqueaba las llamadas dándonos tiempo para que no llegara la policía; por fortuna llevamos lanzamisiles con los que volamos esas rejas que nos separaban y rifles telescópicos con los que nuestros mejores francotiradores no abrían el paso optimizando balas. Entramos a la casa donde le disparó sin querer a una mucama que salió corriendo aterrorizada. —Qué embarrada, por favor, todos los empleados al piso; no los vamos a matar, solo queremos saber dónde está el General—, pienso en recompensar a la familia de esa inocente mujer cuyo único crimen fue servirle a este idiota que nos disparó sin preguntas; eso demuestra que tiene algún pecado encima; puede ser que tenga a mi Ximena. Una voz que sale de un armario murmura: —El general está en su despacho, arriba a la derecha, al fondo. Subimos las escaleras, buscamos ese cuarto de una patada, abro la puerta que se queda con la chapa pegada al marco, rompiéndose al ceder. Lo primero que vi fue su carita, que aunque estaba angustiada se veía tan hermosa. Luego su entorno se dibujó; el general se escudaba con ella, con una mano la sujetaba abrazándola y con la otra le apuntaba en la frente con una pistola engatillada, amenazándonos: —Quieto, un movimiento en falso y se muere. —General, ya se acabó todo, dígame ¿qué quiere? Es posible llegar a un acuerdo. —Señor, solo quiero vengarme por la muerte de mi hermano y de casi toda mi familia. —En ese caso, ella no tiene nada que ver; le propongo quedarme en su lugar, déjela ir, mire, lanzaré mi arma, vea que estoy desarmado—. Suelto mi pistola, levantando las manos para darle confianza; aparenta servir, pero el asqueroso ahora me apunta a mí; sin contemplaciones me dispara, inclusive me parece ver que la bala sale del cañon; es similar a un puño plateado que intento esquivar y es como si me detuvieran muchos brazos. Parece que me volviera piedra. Advierto un quemón en mi pecho, que me duele mucho; por fortuna mi ropa es a prueba de balas, fabricada con tela de araña en una empresa de Bucaramanga, la misma que viste a los reyes de Inglaterra y a presidentes. Él se sorprende al observar el hueco en mi pecho al no salir sangre, sube su pistola apuntándome a la frente y esta vez escucho un ruido diferente, es el sonido de un vidrio de una ventana que se rompe en mil pedazos, otro que es como cuando partes un coco y el del general al caer con su cabeza teñida de rojo. Ximena queda pálida, temblando, la agarro antes de que pierda el sentido, nos besamos y extiendo el pulgar al francotirador que me salvo; no lo veo, pero sé que está por ahí, que con su bala me salvo la vida. Ella me dice tartamudeando mientras la alzo como un bebe: —Amor, falta mi amiga Mia, no la he visto, ese cobarde la mato, no puede ser mi amiguita—, un grito contesta, su pregunta, es Mia, que fue liberada por unos hombres que se entregan junto a las joyas, de seguro lo hacen para que les perdone la vida, me gustaría, pero el protocolo me ha enseñado que no puedo dejar testigos que me puedan representar peligros para después. Intentaré no matar a ninguno de la servidumbre; por fortuna, mi hermosa mujer se desmaya para que no tenga que contemplar los horrores que tendré que hacer para no dejar rastros.
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