XIMENA
Ella decidió bailar, recordando las palabras de su amiga Mia. Era verdad que existen tantos hombres; para la muestra estaba siendo rodeada por varios galanes que le enviaban cerveza y la invitaban a sus mesas; ella con una sonrisa se les negaba diciéndoles: —Soy una mujer casada, mi esposo no demora en llegar.
Un plan salió de la cabeza de un grupo de hombres que allí también ingerían alcohol; ellos querían aprovecharse de su ebriedad, llevándosela a la salida para violentarla hasta el cansancio y luego después venderla. De seguro que por esa hermosa chica, los de trata de blancas ofrecerían unos buenos dólares. Muy dispuestos a ejecutar el plan, animados por la sonrisa boba de Ximena, la rodearon llevándosela, haciéndose los amigos preocupados, claro que no contaron con la llamada de Luis, quien le envió mucho dinero al dueño del bar para protegerla y que este alcanzó a alertar a sus porteros para protegerla.
—Dejen en paz a la señorita, o si no.
—¿Si no qué? Ella es nuestra amiga y la vamos a llevar a casa.
—No mientan, babosos, la situación es fácil, ustedes la dejan en paz, se van andando completos o mañana saldrán picados en bolsas; salen ahora o mañana por los noticieros, ustedes escogen.
Los hombres se marcharon, prometiendo una venganza que nunca llegaría, pero sí los dejaba en aprietos por lenguas largas.
Ángelo llegó al bar, entrando con sus escoltas que cercaron su encuentro con Ximena.
—Hola, Ximena, nos vamos ya para su casa.
—Qué te sucede. Ángelo, tú no me mandas, vete, yo no te he llamado, eres un falso, un hermoso y bello falso—, y sacó la mano dándole una bofetada con todo su entrenamiento de jiujitsu.
Los escoltas no supieron qué hacer; solo contemplaron absortos el espectáculo, esperando una reacción de retaliación, y solo le dijo: —Cálmate, por favor.
Ximena se levantó mareada, rumbo a la salida, y Ángelo se interpuso en su camino, agarrándola diciéndole: —Te vas conmigo por las buenas o por las malas, tú escoges.
Su cara se palideció no por esa amenaza, sino porque sintió una fuerte presión en su estómago y unas náuseas insoportables; intentó correr, de taparse la boca, pero Ángelo le bloqueó los movimientos. Sin poder aguantar, sintió como el vómito le salió disparado por la garganta, rociando a Ángelo como un aspersor. De nuevo los guardaespaldas esperaron lo peor.
—Cosa más grande, caballero, recuerden que la última persona que le pego al patrón no ha vuelto a aparecer—. Susurró el principal guardaespaldas.
—Y ni aparecerá, quién sabe ahora qué le hará a esta linda muchacha después de esa abofeteada y la vomitada; debemos de alistar las palas—. Vociferó otro, tapándose la boca con el puño.
Ángelo se acercó, mirándolos mal, advirtiéndoles: —Ustedes, ojo con decirle a alguien lo que paso aquí, ya saben cómo son las cosas; quiero que unos me consigan unos hermosos vestidos, no sé cómo lo van a hacer a esta hora y tienen que ser nuevos, y rápido me los lleven a la suite de mi hotel cinco estrellas que está aquí a la vuelta; háganlo.
Ángelo alzó a Ximena, quien aún trataba de sacar algo de su estómago. No opuso resistencia, no se sentía con fuerza para oponerse, además que sus ojos se le cerraban sin que ella se pudiera resistir. Se sumergió en un dulce sueño como si volara en nubes de algodón de azúcar.
Los guardaespaldas recorrieron media ciudad, los sitios de las mejores boutiques, y todo estaba cerrado. Uno de ellos dijo:
—En la plaza puede que consigamos.
—No seas idiota, don Ángelo se molestaría por llevarle vestidos baratos.
—¿Entonces qué hacemos?
—Algo, no quiero que se desquite conmigo—, condujo a una cuadra, se bajó del vehículo y arrojó una piedra rompiendo unas ventanas de un local de ropa exclusiva en un sector muy elitista, emprendiendo una carrera contra las alarmas, empacó unos vestidos y dejó un fajo de billetes. Huyeron perseguidos por los celadores, quienes disparaban al aire, temiendo fuego cruzado.
…
A la mañana siguiente Ximena se despertó con un dolor de cabeza, y la habitación donde estaba le daba vueltas. Se levantó, viéndose vestida con unas ropas feas que le quedaban apretadas, y gruñó: —¿Qué me sucedió? ¿No recuerdo nada? ¿Dónde estoy?
Del baño salió Ángelo, quien había dormido en la bañera.
—al fin se despierta la bella durmiente.
Al mirarlo, se asustó pensando que la había secuestrado, preguntando: —¿Tú me secuestraste?, ¿te aprovechaste de mí? Porque no pudiste tenerme de buena manera, eres un vil canalla.
—mucho cuidado con lo que dices, no te acuerdas del ridículo que hiciste borracha de cómo me pegaste, mira, todavía tengo marcadas tus manos en mi cara.
—De seguro me hiciste algo, eres un loco aprovechado, de seguro también te aprovechaste de la profesora Natalia.
—Te equivocas y te lo puedo demostrar muy fácil, mira en el celular el video que te envié.
Saca su teléfono viendo como unas cien llamadas perdidas, mira su chat un video del número de Ángelo, es de una cámara de seguridad; allí se observa la cabalgata de Daniela desde otro ángulo donde se ve el rostro del semental. Abriendo los ojos, acercándose a la pantalla, detalló que se trataba del rector de la universidad; definitivamente, esa Daniela era tremenda bandida. Alzó la mirada observando que Ángelo tenía una risa picaresca.
—De todas formas eres un aprovechado, me cambiaste de ropa, eso quiere decir que me viste desnuda o lo que es peor, me abusaste, no puede ser, eso es lo que querías.
—Te equivocas, aunque si te cambie esa ropa vomitada que mande a quemar junto con la mía, no sabes lo complicado que fue conseguir prendas para cambiarnos a esa hora de la madrugada; yo no te hice nada, inclusive tampoco te cambié la ropa interior.
De pronto a ella le llegó a la cabeza un huracán de recuerdos, un collage de la noche anterior que terminaba cuando lo vomitaba.
—¡Qué vergüenza!, —se le escapó un susurro en voz alta.
—Sí, Ximena, te pasaste y como si fuera poco me calumnias.
—No son calumnias, es que ya lo sé todo, no deberías de hacerte el despistado; quién sabe qué planes malvados tienes para conmigo.
—No sé de qué hablas y menos con este dolor de cabeza por tu golpe, además de que no me puedo sacar este olor a cerveza y vomito.
—Tal vez he actuado mal, ¿podrías perdonarme? —Recordó lo planeado con Mia y decidió mejor seguir ese rumbo en lugar de confrontarlo.
— ¡HUY! Ximena, eso va a estar muy difícil.
—¿Qué tal si te compenso de alguna forma?, —se acarició el pecho sonriéndole.
—Ximena, pues se me ocurren sesenta y nueve maneras de compensarme—. Y Ángelo se le echó encima, tumbándola de nuevo a la cama, quedándose mirando a los ojos con sus bocas sedientas de besos.