XIMENA
De tanto llorar me quedé dormida. Puede ser una reacción de mi cuerpo para evitar el dolor; al despertar lance mi brazo para palpar el pecho de mi esposo, y la mano solo agarra una almohada.
—¿Es posible que mi adorado esposo no durmiera junto a mí? ¿Será que durmió con esa bella zorra? —me pregunté, tragándome el llanto, alcanzando a escuchar el sonido de mi celular, donde vi la hora, que me enseña que no había pasado mucho tiempo… En realidad solo me quedé dormida unos minutos, a no ser que durara las veinticuatro horas dormida y me hubiese despertado al otro día. Me apresuré a contestar. Se trataba del diseñador de joyas, Leonel, quien exaltado me saludó: —¡Jefa, que bueno que me contesta!
—Hola, no escucho el teléfono, no me vas a decir que vas a renunciar—, menciono eso porque eso sería lo que me faltara para emparejar mi decepción.
—No, señora, al parecer nuestro almuerzo me inspiró; eso me hizo enfocarme, llegue directo al taller y diseñé unas bellas joyas inspiradas en usted; por favor, la invito a comer para mostrárselas, incluso me fui de atacado y ya reserve una mesa en un exclusivo restaurante en la noventa y tres.
—Está bien, ya voy para allá, por favor, envíame la ubicación.
Le cuelgo para limpiarme las lágrimas. Luego me maquillo de nuevo, salgo derecho sin ver a la sala para no llevarme una desilusión o pasar por celosa, y solo la culebra de Vivían me cierra el paso y se aparta debido a que la miro con odio, aunque alcanzo a ver en su cara un gesto como de satisfacción. Mis escoltas me abren la puerta del carro, de nuevo los miro comiendo algo en servilletas, por el olor infiero que son tripas de res, chunchullo con papas y ají picante. La boca se me hace agua, me da vergüenza pedirles, y aunque huele tan bien, eso me produce más ansiedad de que lleguemos rápido al restaurante. Sin embargo, sé que en ese lugar no voy a encontrar este manjar popular, a no ser que tenga un nombre en un idioma que no conozca como el francés, claro que yo solo sé a duras penas español y unas palabrotas en italiano. Me río sola, es inevitable, parezco una loca. Incluso un guardaespaldas me dice:
—Señora Ximena, el que se ríe solo de sus picardías, se acuerda.
—Pícaros ustedes que no comparten sus manjares—, le contesto robándole un pedacito de bofe ahumado que se me desase en la boca.
—Qué pena, patrona, no creíamos que alguien tan de la jai comiera estas fritangas; siempre vemos que comen pequeños platillos que parecen paisajes, con vinos que huelen a madera. Le juro que prefiero mil veces una cerveza; para esa gracia muerdo un pedazo de cedro.
—Eso es clasista, la comida no debería tenerla, solo se debería juzgar por su sabor, no por su origen—, les explicó levantando los puños como si fuera una líder social. Reímos hasta que el conductor anuncia nuestra llegada a ese parque rodeado por los mejores restaurantes, donde la mayoría de gente viene a saciar su hambre, pero de negocios, muchas veces dejando los caros platos intactos en las mesas. El lugar no es nada del otro mundo; las paredes adornadas con fotos de famosos en sus locaciones dan fe de lo exclusivo del sitio. Lo que en verdad lo hace son los precios, los cuales una persona que se gane un salario mínimo no sería prudente si se gastara aquí en una sopa, lo que se gana en una semana; por supuesto que no faltan los que lo hacen, eso sí, subiendo miles de fotos a sus r************* .
—Hola, jefa—, me saca de mis pensamientos. Leonel, mostrando la mesa, con caballerosidad me saca la silla para que me sienta.
—Hola, Leonel, está muy bonito el sitio, gracias por la invitación—, le contesto siendo condescendiente o tratando de que se sienta bien.
—Gracias a usted, jefe, que me honra al aceptar mi invitación.
Ordenamos platos de nombres extraños; al parecer uno aquí ordena un menú de degustación que trata de varios bocados de diferentes sabores. Se ofrece una experiencia culinaria. Espero que sea de ese modo por el costo; con esa cantidad llevo de comer a todos mis huérfanos.
—Señora Ximena, mire mis diseños inspirados en usted—, me muestra unas hermosas joyas que deja encima del comedor. Las observo una a una sin poder negar la belleza de esos ornamentos y le digo: —Están hermosos, ¿cómo es que los hiciste tan rápido?
—La verdad, ya los tenía hechos, no eran la gran cosa, pero llegue y los perfeccioné recordándote—, me dice mientras trata de tocarme las manos.
—Te quedaron magníficas…, no puede ser —de repente las sueltó, debido a que en una mesa de uno de los rincones observó a Ángelo cenando con la hermosa y sexi perra de la Natalia. No puede ser, siento que me derrumbo; es como si me acercara a donde ellos y la imagen temblara.
—¿No puede ser qué?¿Qué ocurre, jefe, ¿por qué está pálida?
—No, tranquilo, Leonel, es que esta joya me recordó algo—, balbuceó tratando de no ver para esa condenada mesa y los siguientes minutos me la pasé en eso. Ni siquiera le coloco cuidado a lo que me dice, solo me rio cuando veo que también lo hace, hasta que me grita, sacudiéndome un poco del hombro izquierdo: —¿Jefe está bien?
—¿Qué?, —apenas artículo saliendo un poco de mi mente, donde no he parado de imaginarme ahorcando a Natalia y tirándole la comida por la cara al imbécil de Ángelo, otra vez los miro de reojo, veo que ella me observa sorprendida, y de pronto la voz de Leonel la alerta.
—¡Voy a llamar a un médico! —exclama Leonel mientras me rasco el cabello tratando de ocultar mi cara, aunque puedo ver que ella le alerta a mi esposo de mi presencia y justo voltea a vernos. Mientras actuó por reflejo, tratando de agacharme, chocó contra un postre que parece la torre inclinada de pizza, que me llena de crema la cara.
Cierro los ojos deseando que al abrirlos me despierte en el cuarto, agradecida porque todo fue un sueño. Hay algo que me limpia la cara; es Leonel que me frota la cara con una servilleta, lo veo al abrir los ojos, que con una sonrisa coqueta me quita la crema. Quizás se imagina otra cosa. Hasta que la mesa se sacude y el rostro le cambia al recibir un puñetazo que parece que viniera del infinito; luego detallo y es Ángelo que parece muy furioso y me agarra fuerte levantándome del brazo.
—Ay, pasito—, me quejo, aun sin entender la situación. No me imagino ese nivel de celos de mi esposo; me asusta, aunque en el fondo me gusta, me hace sentir que me ama, puede ser que se le despierte el instinto cavernícola y quiera que me arrastre del cabello a su cueva para que me haga suya dándome con su garrote y le escucho rugir: —¡Aléjate de ella, maldito!, —no entendí que le contestó Leonel, no sé si el golpe le daño la voz o se me subió la presión afectándome el oído, inclusive me parece haber tenido lapsos de inconsciencia. Lo siguiente que recuerdo es la cara de felicidad de Lionel que me mira al marcharnos. Aunque parece otro, el dolor del brazo me hace reaccionar y lo muerdo para liberarme, para gritarle:
—Espera, salvaje, solo estoy haciendo negocios, qué vergüenza con ese diseñador—, a la vez miro a Leonel, quien ahora parece un asustado niño de diez años.
—Sí, como no, no sabía que tu trabajo era coquetear con otros hombres para darme celos—; se le ve algo ridículo, sacudiendo las manos sin sentido, para terminar señalando a Leonel, diciéndole: —No quiero que te vuelvas a acercar a mi esposa o lo lamentarás, —a lo que Leonel, muy asustado, responde: —Ángelo, cálmese, solo estábamos haciendo negocios, después de todo, todo son negocios.
—Sí, Ángelo, cálmate, ese muchacho no tiene nada conmigo, solo me está diseñando unas joyas—, le explico mientras me agarra otra vez del brazo. Una voz femenina nos insta a calmarnos, es Natalia que interfiere:
—Por favor, no hagan una escena, qué vergüenza; este sitio es muy exclusivo.
—Eso lo debiste de haber pensado antes de intentar quitarme a mi esposo, *#*¿?#$* zorra—, la insulto descargando mi ira, casi puedo sentir un puñal que sale de mi garganta para atravesarle el corazón.
—Lo siento, Ximena, estás muy equivocada con tu esposo, solo somos amigos, nada más, si fuimos novios de niños, aunque cada uno cogió su camino y hasta ahora es que nos volvimos a encontrar—, me cuenta la zorra, con una mano estirada sacudiendo el dedo índice como si necesitara cuerda para hablar.
—Desde luego, y en un pequeño descuido mío, se vienen a comer a escondidas, —tiemblo con rabia, logrando zafarme de Ángelo, quien me habla duro:
—Te equivocas, cuando fui a invitarte te encontré dormida, preferí no molestarte, sé que te toca muy pesado.
—No, pues, tan considerado el señor, ahora resulta que consigues moza para que yo descanse—, furiosa le pego a una mesa que no estaba fija y la tabla se apalanca, provocando que un plato de sopa vuele por los aires, quedándole como sombrero a Natalia, vaciándole el contenido, llenando su escote con comida y como si fuera poco, las luces de los celulares, tomando fotos o grabando, la iluminan.