AMARGA EQUIVOCACION

1697 Words
XIMENA Ángelo me saca alzada en su hombro como un costal de papas. Mientras pataleo y grito como loca, sin importar que muestro mis pequeños pantis, le grito a mis guardaespaldas que me auxilien, y al parecer están atorados con un pedazo de morcilla, pues se quedan inmóviles mirando al piso. —Suéltame Ángelo, no seas atrevido—, le exijo cuando me baja para tratar de subirme de un empujón a su carro. —Por favor, compórtate, ya me has avergonzado lo suficiente esta noche—; me murmura apretando sus puños y esto no me detiene para seguirle gritando: —pégame, eso es solo lo que te falta, guache inmundo, sabía que ocultabas tu verdadera personalidad—; su mirada se transformó como si estuviera poseído y me entra al auto de un agarrón por mi cintura. —Vamos a la casa—, le ordena a su chofer, mientras me agarraba las manos, evitando que le arañara esa bella cara. Ahora la poseída soy yo, quien lo ataco como una fiera utilizando mis garras y dientes. Lo muerdo considerando recibir un golpe para que lo suelte y solo recibo cosquillas que le funcionan, evitando que le arranque un pedazo. Me le tiro encima, tratando de asfixiarlo con mis senos y desisto al ver su carota de placer. Hago una acrobacia de jiujitsu buscando aplastarle su m*****o con uno de mis tacones de aguja. A último instante lo esquiva, asustado, me agarra de las muñecas, volteando la situación, colocándose encima de mí, donde puedo sentir su corazón acelerado y huelo su colonia mezclada con el sudor que me excita, provocando que me olvide de ese combate, queriendo entrar en otro más íntimo. Ahora comprendo por qué algunas parejas se terminan reconciliando cuando tienen problemas; el muy arrogante lo nota tratando de besarme. Yo casi caigo rendida a sus encantos, aunque al tocar sus labios decido atacarlo con un mordisco que lo marque de por vida. No me explico de qué forma lo elude. El chofer abre la puerta; me imagino que estamos en un paraje desolado, donde reina la oscuridad, que los guardaespaldas cavaron una tumba profunda donde seré enterrada viva mientras suplico perdones. Así que me opongo a salir, aunque de la misma forma en que me entra me saca de un solo envión y alcanzo a ver que estamos en la casa antes de caer al piso. Parece que estuviera borracha. Me levanto a correr, queriendo encerrarme en mi cuarto a empacar mi ropa para largarme de esta mansión. Como si fuera un caballo, solo voy fijo al horizonte, entro al cuarto, cerrando la puerta que no entiendo por qué no cierra; la reviso de rapidez y veo un zapato que evita que la ajuste. Luego, la puerta me devolvió la fuerza multiplicada a la que la sometí, lanzándome a la cama, y por ella entra Ángelo, quien la empuja, revelándome la verdadera razón que me impedía aislarme. Entonces le vuelvo a vociferar: —Déjame en paz, me voy a ir de aquí para siempre. Él me coge de nuevo de las muñecas, evitando que lo golpee, y con el ceño fruncido también me habla fuerte: —Tras el hecho, ahora soy yo el que te salgo a deber—, me suelto dando unos pasos atrás y también le arrugo la frente para no dejar intimidarme, rugiéndole: —No, pues sí, ahora me voltearas la torta. Parece que se fuera a reír, al no entender este colombianismo, aunque responde: —Es que acaso te parece normal que estés cenando con ese carrancudo—, me produce una risita, ya que Leonel posee una mandíbula prominente, sumado al reclamo celoso que me hace sentir importante. —Si ves, es que no confías en mí; ese diseñador resultó ser un talentoso para hacer joyas; fue el mejor de su instituto; la misma directora llamó para recomendarlo—; le informo tratando de ocultar las lágrimas que empiezan a escapárseme y escucho su susurro que parece que hablara con alguien aparte, ya que mira a la pared. —Oh, no, eso quiere decir que me deje llevar del momento y malinterprete la situación—, me busca tratando de agarrarme, lo esquivo saltando sobre la cama, sintiéndome poderosa, aunque él me mira con ternura. Le digo llorando: —Eso no me importa, yo me quiero separar, quiero el divorcio, me iré a Italia por esos papeles o haré aquí unos nuevos; como sea, conseguiré el divorcio, sin importar si me toca sobornar a medio sistema judicial. Siento su mano que trata de abrazarme diciéndome: —Linda, por favor, todo ha sido un malentendido, además que me deje llevar por los celos, por favor, Ximena, perdóname, yo te amo mucho—. Me abraza tratando de besarme la boca; yo siento que se me llena de saliva ansiando sentir sus labios y me resisto volteando la cara, aunque mi yo cachondo me agarra a golpes e insultos. —No, mejor me voy, yo no voy a ser la esposa resignada que se aguanta que su marido le restriegue a su amante cuando se le dé la gana—, exijo dirigiéndome al guardarropa donde empiezo a llenar una maleta con mi ropa. Ángelo me la rapa vaciándola al piso, rogándome: —No te vas a ir, por favor, no es lo que supones, Natalia no es mi amante. Siento que mi cabeza es un volcán que entra en erupción al escuchar ese nombre con cariño, que provoca que de nuevo le quiera enterrar las uñas. Yo lo insulto diciéndole: —Si ves, se nota que quieres a esa perra, pues vete con ella. Se nota que se la llevan muy bien, por eso es que en la costa dicen que el primer amor nunca se olvida. Él me mira casi llorando. En sus labios se dibuja una palabra, pero como que se le ahogan en su garganta y sale del cuarto. Me quedo allí sola, como si yo fuera dos mujeres. Una rebelde ofendida que quiere aprovechar para largarse lejos de allí; sin importar llevarme algo, me iría con solo lo que llevo encima, dando de portazos mientras rompo todo lo que se me atraviesa; y la otra sumisa que quiere esperar a que las cosas mágicamente se solucionen para que terminemos haciendo el amor hasta el amanecer. Al parecer nos ganó una tercera; la mitológica llorona me invadió a pesar de no tener hijos perdidos, pero si tenía mi hombre ausente, como si me hubiera tele-transportado, aparecí tumbada en la cama, llorando sin consuelo. Me daba la impresión de que la vida se encargaba de atropellar mi felicidad, desde que los mafiosos asesinaron a mis padres en su auto, hasta ahora que otro carro trajo a esa sexi desvergonzada que roba maridos. Siento una suave caricia que me limpia las lágrimas; es Ángelo que lo hace con los labios, me siento tratando de alejarlo, queriendo apagar mi llanto para parecer fuerte, casi ni siquiera escucho lo que me dice, veo que tiene un papel en la mano que se lo rapo arrugándolo, lanzándolo al otro extremo de la habitación. —Espera, amor, por favor, mira—, Se levanta y lo coge estirándolo tratando de plancharlo. Me lo da de nuevo, me limpio los ojos para que las lágrimas no me nublen la vista; veo que es un hermoso dibujo de un vestido de novia que solo me queda preguntarle: —¿Qué es esto? Él me sonríe como un niño, volteando la cara, diciéndome: —Es tu vestido de novia. Mi cara de sorpresa parece estallarme con llamas en la cabeza. Trato de entender la situación con otra pregunta obvia: —¿Quién lo diseña? Se alza dando una vuelta, traqueando los dientes, como si apresara una respuesta que sabe que va a ser fatal para mí; cual torero esperando para dar la estocada final, llenando de suspenso al público. Hasta que abre la boca, dejando que las palabras se le escapen de la misma forma que salen volando unos canarios cuando se les deja abierta la jaula. —Lo está haciendo Natalia. Ella actualmente es la mejor diseñadora de vestidos de novia de este hemisferio. No puedo creerlo, agacho la cabeza debido al peso de la vergüenza; recuerdo el gusto que me dio en el momento que la sopa la coronó; ahora siento ese error fatal, incluso me acuerdo de que me reí a carcajadas por eso. Lo único que puedo decir es: —¡Qué vergüenza con esa señora! ¿Por qué no me lo dijiste? Él se rasca una oreja para contestarme: —Es que te quería dar la sorpresa, una de las tantas que te tengo preparadas; ahora veo que será mejor contártelas, ya no quiero más shows de celos enfermizos—, desliza la mano buscando las mías; esta vez no se las esquivo. —Amor, me tienes que ayudar a reivindicarme con esa señora; me deje llevar por los celos, aunque tú comenzaste pegándole a ese pobre muchacho—, le balbuceo mientras veo que se ríe y se acerca besándome. Al fin me siento solo una mujer, la que quiere sentir sus caricias. —Toca pensar qué hacemos, ese escándalo ya debe de estar en las noticias, quién sabe qué chismes inventarán, ya sabes cómo es la prensa amarillista; de pronto hasta le toque salir del closet, pobrecita, ojalá no le afecte su carrera. —No me imaginaría que esa mujer tan bonita fuese lesbiana. —Ya lo ves, a veces pasa como con los cantantes galanes que algún día salen a cantar a todo pulmón su homosexualidad. —De pronto, de tanto probar sin esfuerzo, se cansan de eso. Sería como cuando mi mamá me obligaba a comer sopa de calabaza; ahora ni la soporto, a la calabaza, no a mi madre. —Será por qué son acosados para fornicar que terminan detestándolo. —No sé si será eso, probémoslo, ven, te acoso, si de pronto me dejas por un tipo fornido—, y me le lanzo a sus brazos hundiéndome en el océano de sus músculos, queriendo beberme su piel y tragarme su aliento.
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