XIMENA
—Ya dejé de chillar, señor White, que parece una niña. Le recuerdo que si no se va de bocón con la señora Ximena, nada le va a pasar. Ella va a ir a la mina; será mejor que se arregle y se dirija a ese sitio; cuidado con su lengua o terminará en un hueco más profundo que un socavón de su mina, ¿entendió?
El pobre aterrorizado solo mueve su cabeza en señal afirmativa y empieza a oler horrible.
—Bien los dejo, por favor, báñese porque huele mal; tampoco queremos que le dé una mala impresión al jefe.
José Luis le pega una cachetada suave y se van sin dejar rastro, casi que don White se cuestionó si solo se trató de una pesadilla, aunque sin dudarlo se levanta para ducharse, donde llora para que sus lágrimas se confundieran con los chorros de la columna de baño, que tenía boceles de oro y botones con esmeraldas.
—Qué innecesario; únicamente es lujo, algo para que la gente me admire o me tenga envidia. De seguro me odiarían, si tocara etiquetar en cada cosa el origen del dinero o qué se hizo para conseguirlo. Es claro que a muchos nos tocaría andar con la cabeza agachada y en este momento en el que me encuentro, el ocaso de mi vida, que me da la sabiduría para reflexionar, que me da el resultado de que no me puedo ver al espejo sin que me dé náuseas… Todos mis pecados, mis crímenes; por favorecerme un poco de riqueza que no me sirvió de mucho, lo único bueno que hice fueron mis tres hijos. El mayor que está en el extranjero se volvió gay y juré que nunca jamás lo llamaría. El segundo nos odia porque lo sacamos a la fuerza de esa calle de consumo de vicio y lo internamos en un centro de rehabilitación. Y mi hija menor debe de estar en el cielo, donde nunca la podré ver de nuevo. Es que aunque mi casa parezca hecha de mármol, en realidad la construí con mentiras, traiciones y por supuesto mucha sangre.
Don White se alista sin comer nada; le da un beso a su esposa diciéndole: —Amor, cuídate, no me demoro, te amo mucho, por favor, recuerda que si algo me pasa, los abogados te llevarán a ese hogar geriátrico que es un hotel de lujo con muchos doctores, ya está p**o por cincuenta años, dile a nuestros hijos que los amo mucho y que me perdonen por todo lo malo.
Ella se sacude como si necesitara botar algo del cabello, y mirando a la ventana divaga: —La niña sale del colegio, tienes que recogerla.
—No, amor, la niña se ahogó en la piscina, en la finca de un capo, por huir de uno de esos ampones que la quería violar.
Sale de la casa llorando, hasta que cierra su puerta. Es como si se transformara en otra persona; su rostro se torna inexpresivo y es recogido por sus escoltas a quienes nunca saluda; las únicas palabras que salen de su boca son para que aceleren la marcha. No quería llegar antes que la esposa del temible doctor D; no quería más problemas con narcos.
Llego a sus oficinas en la mina, sin saludar, mirando solo al frente… Parecía que no escuchara los saludos de los empleados de la mina; inclusive le dejó estirada la mano al señor Molina que esconde la cerveza para saludarlo. Solo una dulce voz le hizo recorrer una corriente helada que le erizó los pocos cabellos que le quedaban: —Buenos días, señor White, o debo decir buenas noches.
Se trataba de Ximena, quien al parecer le reclamaba por llegar tarde a la oficina. Esto le molestó; nunca antes le habían dicho algo; él podía llegar a la hora que se le daba la gana, inclusive pasaba semanas sin asistir porque se quedaba a cuidar a su esposa, por eso se le salieron estas palabras por la reacción: —Antes agradezca que vine.
—No, pues muchas gracias, tan amable, es que todo ese sueldo que gana no merece que venga temprano a darles buen ejemplo a los demás empleados—. Ximena se levantó furiosa pegándole al escritorio.
—Qué pena, señora Ximena, lo que pasa es que como gerente yo trabajo todo el tiempo, las veinticuatro horas al día, los siete días a la semana; soy responsable de la funcionalidad de la mina y en eso me ocupo en todo momento. Siempre pienso cómo hacer mejor las cosas; su papá me contrató porque sabía de mis cualidades—, se excusó mirándole los tacones; no era capaz de verle la cara, le avergonzaba y temía.
—Como me gustaría echarlo, lástima que la junta no me deje, aunque ya estoy reestructurando la empresa, además que ya recuperé las joyas que usted se dejó robar.
—Señorita Ximena, yo no tuve nada que ver, fue por esa falsa protesta.
—Usted tiene la culpa cuando prohibió botar el lodo a la quebrada donde esos huaqueros la lavan en costales para que ocasionalmente encuentren alguna esmeralda que se escapa de nuestros sistemas de recolección.
—Señora, es que de esa forma se produce más; ahora esa tierra la escogemos muy bien y la llevamos para hacer abono.
—Esa decisión fue muy estúpida; ahora el pueblo está casi desierto; eso me recuerda que me entere de que usted mandaba a romper botellas verdes y las enviaba en los escombros para ilusionar a esa pobre gente.
—Señora, eso era una bromita—, el maldito se ríe, provocando que con cada carcajada a Ximena le aumente su enfado.
—Bueno, imbécil, ¿qué era lo que me iba a decir? ¿Qué es eso tan importante? No le entendí nada de ese mensaje; lo único fue algo de un doctor.
—Sí, es que tengo que ir al doctor, me he sentido enfermo, considero que necesito vacaciones.
—Debe ser que te hace daño estar tanto tiempo acostado, es el colmo del descaro; de verdad que lo voy a despedir, no me importa si le tengo que comprar la parte a los demás accionistas.
—Espere, señora, usted no me puede echar, según mi contrato; si lo hace tendría que indemnizarme de por vida; vamos, hágalo y verás.
—Lo sé muy bien, leí su contrato con mi abogado; sé que no lo puedo despedir fácilmente; hay una forma que es que si usted renuncia no tendré que darle nada.
—Señorita, no voy a renunciar, si quiere, écheme adelante.
—No, señor White, le prometo que usted va a renunciar; según su contrato le puedo cambiar sus funciones; lo haré desde este momento. Ahora será el gerente del trapero y escoba de los baños.
—¿Qué es lo que dice? Señora Ximena, no puede hacer eso.
—Sí, señor, de ahora en adelante usted será el encargado de lavar baños; si no le gusta, pues ya sabe qué hacer.
—Por supuesto, señorita, en ese caso seré el limpiador de baños mejor pagado.
—Esa es la aptitud, es bueno que sepa que no le puedo bajar el sueldo, pero lo que me interesa saber es ¿qué era esa cosa que tenía que decirme?
—Sí, señora, lo que sucede es que lo del accidente de la mina, yo lo provoqué; me pagaron por eso, de la misma forma que le pagaron al hombre de gris por descomponerle los frenos a sus padres que la recogieron y ahora esa persona también los tiene retenidos.
—¿Qué dice? No puede ser, mis padres están en un viaje, ¿cómo así?—; Ximena les marcó sin recibir contestación. Llamo a la finca donde se hospedarían, allí le dijeron que nunca se habían presentado; se comunicó con la aerolínea donde tampoco abordaron sus vuelos y nadie sabía nada de ellos. Por último le telefoneó a Ángelo, para pedirle ayuda.
Después de un rato se desquitó con White, gritándolo:—Usted es un miserable, canalla infeliz, cómo fue posible que atente con lo que le da de comer; le exijo que me diga quién le ordenó eso.
—No le puedo decir, me matarán, son gente muy peligrosa, aunque usted sabe de eso; está casada con el diablo en persona.
—¿A qué se refiere pedazo de porquería?
—No nada, prefiero ir a la peor cárcel que caer en sus garras.
—Eso va a ser de esa forma, ya llamé a la policía; viene entrando a las oficinas.
—Señora Ximena, eso son pavadas, en unas horas saldré libre, la gente rica con influencias no va a prisión, usted no tiene pruebas.
—Por supuesto que sí—. Ximena de su falda sacó una grabadora con la que repitió su confesión.
Los policías entraron, tratando de arrastrarlo. White se liberó arreglándose el traje y salió con la frente en alto sin despedirse ni mirar a nadie, seguido de los policías.
Ángelo en ese momento entró cerrándole el paso, lo miró y por poco White se desploma. Lo palmeó diciéndole: —Señor White, tranquilícese, le presentaré unos amigos en la prisión que lo tratarán como a un rey.
Siguió al despacho de Ximena, donde la saludó con un beso, diciéndole: —Ya bebe, ya lo solucionamos.
—No ha pasado, Ángelo, mis padres no aparecen y, en serio, necesito saber quién eres realmente, te lo digo por enésima vez—; Ximena seguía agitada, lo que le podía hacer daño al bebe.
—Amor, ya sabes, estoy encargado de las empresas de mi abuelo, además de dar clases en la universidad y ser un boxeador ocasional.
—Es que el abombado de White dijo que yo estaba casada con el diablo; vi como casi se desmaya al verte; dime la verdad, también me he dado cuenta de otras cosas.
—Amor, está bien, te prometí que no te diría mentiras, lo que pasa es que también soy un mercenario internacional, no te lo quería decir, pues planeo dejarlo ahora que nos casemos, es una actividad muy peligrosa, no me acuerdo cómo resulte en eso, al principio me sentía como un superhéroe, ahora me siento sucio, es una vaina muy dificil y peligrosa,
—Amor, pues en este momento crítico no tengo otra opción sino creerte, por favor, no me vuelvas a mentir y por favor, retirate de eso.
—Mi Ximena, no te mentí, solo omití información. Se me olvidó contarte ese pequeño detalle.
—Quién sabe que más se le ha olvidado, tranquilo que algún día lo descubriré.
—No, amor, seguro que era solo esa cosita insignificante. Aunque esta noche tengo que ir a una operación de rescate de un secuestrado.
—¡No puede ser! ¿Con qué clase de rufian me casé? No puedo con esto.