XIMENA
—Amor, rastreé el paradero de tus padres, por una cámara cerca del aeropuerto, vi que en el auto en que se dirigían, fue interceptado por la gente de Max. Pudimos seguir su destino buscando más grabaciones, pero perdimos el rastro en un pueblo llamado Biota, como a tres horas de Bogotá.
—Lista mi vida, vamos de inmediato.
—No, mi Ximena, será muy peligroso para ti, déjame; yo voy con todos mis hombres a averiguar lo que sucedió.
—Mi amor, son mi familia, debo ir, ya bastante mal, me siento por no haber estado pendiente de ellos; si no es por ese mequetrefe de White, no me hubiera enterado de su secuestro; eso ha sido duro para mí.
—Lo se bebe, no has parado de llorar, Ximena, por favor, confía en mí, yo los traeré sanos y salvos.
—Vamos los dos, yo conozco ese pueblo, es muy bonito, su clima es muy agradable, tiene una gran cantidad de biodiversidad hermosa.
—Y una cantidad de grupos armados ilegales debido a su accidentada topografía, según investigue, aunque consideró que será mejor ir los dos aparentando que vamos de paseo, llevaremos un carro feo y aparentaremos ser una pareja de clase media en vacaciones; qué gran idea tengo, es excelente.
La operación de búsqueda y rescate inició. En un pequeño carro se fueron Ximena y Ángelo; con Jean y tenis, camisetas desteñidas, se fueron rumbo a ese destino. Se detuvieron a ver el imponente salto del Tequendama, donde ella imaginó que purificaba esas aguas y construiría un puente de cristal, como vio en el gran cañón. Siguieron su destino; el clima subía a medida que la carretera bajaba. Pasamos por hermosas poblaciones turísticas como La Mesa, con un curioso nombre, Mesitas del colegio, también bonito. Ximena creía que Biota sería mejor; su padre la llevó cuando era pequeña y lo recordaba inmenso, lleno de edificios de colores vivos. Cuando llegaron dijo: —No puede ser Ángelo, este no es el pueblo.
—Si muñeca este es, mira ese aviso que dice bienvenidos a biota.
—Me acuerdo de que era más colorido, mejor que los pueblos anteriores.
—Lo que ocurrió fue que este pueblo se quedó congelado en el tiempo. Al igual que Cuba, no me gusta la política, pero mira estos resultados.
—¿A qué te refieres?
—Que por la falta de progreso, la cantidad de chicherías y burdeles, este pueblo está bajo poderes oscuros, con ideas gastadas de la vieja Europa, ideas que fracasaron hace siglos y que aquí están floreciendo, gracias a unos oportunistas que las revivieron. Hicieron un monstruo de pedazos de c*******s que ahora les sirve como motivador para reclutar esclavos en su lucha por enriquecerse al extremo.
—Mira, Ángelo, esa gorra que lleva ese muchacho es de mi padre, he, muchacho, venga, le digo—. Ximena llamó al muchacho y le preguntó por la gorra; este le contestó: —Señora, me la regalo un anciano que iba con don Max; el italiano come pasta.
—¿Hace cuánto? —lo interrogó Ángelo mostrándole un billete doblado en la palma de la mano.
—Hace unos días, estuvieron por aquí con la esposa. Dizque vinieron a hacer unos negocios; examinaron unas piedras y luego se volvieron a ir con dos Max, quien se ve que los quiere mucho porque los abrasaba a cada rato. Inclusive no se llevó las prostitutas como siempre lo hace; debe ser que también les tiene respeto—, el muchacho le respondió, agarrándole la mano, cogiendo el billete con disimulo.
—Por favor, no le comente esto a nadie—, le recomendó Ángelo, dándole otro billete.
—Deme la gorra, puede contener alguna pista—, el muchacho se la dio a Ximena como un regalo por su belleza o encima de la gratificación de Ángelo.
La lealtad del niño le duró unos minutos, hasta que uno de los hombres más peligrosos del pueblo, a quien todos temían y respetaban, le preguntó lo que querían esos forasteros. El muchacho, cuál Judas, comentó: —Sí, señor, don Pochalo, esos me preguntaron por el viejo que me dio la gorra, por el amigo de don Max.
Ángelo y Ximena se instalaron en un hotel. Casi no encontraban donde dejar el carro porque estaba lleno de flotas donde se transportaban unos vendedores que iban para una convención.
—Amor, qué alegría, por lo menos sé que mis padres están vivos; voy a llamar a contarle a mi hermanita y a Mia, deben de estar preocupadas.
—Sí, amor, tranquila, también voy a llamar a Luis para saber cómo van los negocios.
Cada uno se alejó, dándose privacidad; Ximena primero llamó a su hermana diciéndole: —Emily, mis padres aparecieron, supe que están en este pueblo y que están vivos; voy a llamar a las autoridades.
—Qué alegría, Ximena, aunque será complicado que la policía los encuentre en ese sector, hay mucha vegetación, montañas y cuevas; deberías mejor tratar de negociar con los secuestradores.
—Emily, si ni siquiera han llamado a pedir rescate, toca esperar si los podemos encontrar.
—Ximena, ya voy para allá, por favor espérame.
—No, hermanita, es muy peligroso; observe un billar que parecía el salvaje oeste; estaba lleno de tipos con armas, a plena luz del día. Por favor, no vengas, es demasiado peligroso.
Una voz que la llamaba la interrumpió: —Señorita, venga, es urgente—, el muchacho que le dio la gorra corría para darle una información.
—Dime, muchacho, ¿qué acontece?
—Es que un amigo dice que el anciano que me dio esa gorra está en la nueva piscina del caserío de la vereda Liberia, que allá está bien instalado—, el muchacho hablaba muy rápido, que Ximena casi no le entendía; por fortuna, detrás estaba Ángelo escuchando y le preguntó: —¿Quién te dijo, muchacho?, me parece haberte dicho que no le comentaras eso a nadie,
—Sí, señor, lo que pasó es que un amigo me preguntó por la gorra y le conté la historia; el que vive por ese lado me contó que están por allá —gagueó el mocoso muy asustado.
—Bien, muchacho, toma otro billete, por favor, mantente callado.
—Ángelo, vamos, por favor, tengo que rescatar a mis padres adoptivos; ese gañán los debe de tener retenidos por mi culpa.
—Vamos, bebe. Oye, muchacho, ¿será que tu amigo nos guía?
—Sí, señor, él está en su moto, como que ya se iba a ir para la casa—, manifestó el joven rascándose la cabeza.
Se dirigieron a donde ese tipo, quien era el mismo Pochalo, que se había disfrazado de campesino, hasta se ensució con barro y aceptó llevarlos a cambio de unas monedas.
—Por supuesto, que sí, señor, ese viejito está en la nueva piscina que hicieron en el caserío; quedó hermosa, la supieron hacer; en lugar de romper las piedras como todos, ellos hicieron un quiosco y un jacuzzi encima de las más grandes. Quedó eso una nota—. Póchalo fingió muy bien el acento desleído de la región.
Subieron tres horas por una trocha que amenazaba con destruir al pobre carrito de Ángelo. En todo el camino se imaginó dejándolo tirado en el estadero; de seguro el arreglo sería mayor a lo que vale la carcacha.
El viaje les pareció eterno, pero al fin llegaron. Las construcciones encima de la roca, terminadas con unas tejas metálicas azules que simulaban ser chozas, las hacían parecer una villa romana. La imponente puerta de piedra se abrió ante sus ojos. Entraron al parqueadero contemplando la piscina que, aunque no era espectacular, ofrecía emoción al saltar de un trampolín que se encontraba incrustado en una piedra.
—Un momento, ya lo busco—, Les anunció. Póchalo, mientras Ximena estaba fascinada por el lugar lleno de árboles frutales, mangos, guanábana, cacao y carambolos, fue lo que alcanzó a divisar antes que entrara el anfitrión, a quien no podía creer, ya que se trataba de Leonel o, como le explicó Ángelo, que su verdadero nombre era Max, quien les declaró: —Bienvenidos a mi humilde villa, es un placer tenerlos de invitados.
—Asqueroso, te exijo que entregues a los padres de Ximena o sí, no.
—¿Si no qué? Estimado Ángelo, Observa a tu alrededor, no tiene cómo negociar; no sé cómo fuiste capaz de entrar solo a estos parajes, cómo pensaste que no te reconocería, yo crecí contigo, aún si te disfrazaras de payaso lo haría; eres un tonto, por eso este paraíso será tu tumba — Max le apuntó con una pistola de oro.
—El estúpido eres tú, parece que no me conocieras; siempre ando preparado y no dejo nada al azar—, al frente de la finca, los buses de los vendedores se detuvieron, saliendo de ahí los hombres de Ángelo disparando sus rifles de asalto y lanzamisiles que destruían la hermosa construcción. Ángelo desenfundó un arma y, al mejor estilo del oeste, le disparó en la pistola, provocando que la soltara. Después le disparó a unos cilindros de gas que estaban cerca de la cocina y aprovechó la explosión para alzar a Ximena en su hombro. Escapando de prisa, disparando sin ver, en segundos se subió en uno de los buses que arrancaron en una lluvia de plomo.
—Señor Ángelo, ¿cómo están? —se trataba de Luis, quien les revisaba si tenían algún impacto de bala.
—Estamos bien, Luis. Muchas gracias, que averiguaron, por favor, dígame, —Ángelo abrazó a Ximena para que se tranquilizara.
—Señor, al parecer a los padres de Ximena, los secuestraron para chantajear a su esposa, sin embargo, descubrieron que el señor era un experto en joyería y en química y lo están obligando a crear drogas.
—Debemos volver, Ángelo, mi amor.
—Lo vamos a hacer, pero con más hombres y mejores armas.
—Señor, ojalá de noche, a la madrugada, para que ni sepan que fue lo que les pasó, que se queden en sus pesadillas.
—Eso, por favor, Luis coordina todo desde ya, entre más nos demoremos, ese perro se preparará mejor.