4. AGRADECIMIENTOS

1233 Words
ÁNGELO — ¡Levántate!, ¡dame un asalto más! —A Ángelo le pareció escuchar a su entrenador de boxeo: — ¡Eres el mejor! No permitas una pelea de perros. Se reincorporó dando un salto, golpeando con un gancho a uno de los matones que le disparaban al carro de la mujer, y empujó a otro, corrió debajo del carro de la basura dando botes. Escuchó el ruido de la fricción de metal con metal y latas con cemento, miró cómo se tambaleó un poco el vehículo recolector, y salió de un pequeño espacio el auto de la mujer a toda velocidad, botando chispas. — ¡Por favor, ayúdame! Te daré lo que quieras —Ángelo suplicó, uno de los pocos ruegos de su vida. El auto se detuvo sacudiéndose: —Vamos rápido, corre—, susurró la mujer. Haciendo caso, corrió hasta el vehículo y sin preguntar ni pedir que le abriera una de las puertas, se metió por una ventana, rogando: —Por favor, arranca. El vehículo de nuevo chilló, el pedal del acelerador parecía que se fuera a zafar por tanta presión, los proyectiles rozaban las latas, elevando la tensión, dio vuelta en la primera esquina, luego en la otra, sin pensar el destino, el hombre le dijo: —por allí; —señalándole un cruce en contra vía, era perfecto para despistar y las calles estaban casi vacías. —¡Frena, apaga las luces! —dijo el hombre y ella parqueó el carro y se agachó detrás del volante. Unos autos pasaron de largo por al lado del carro, ellos ahí, escondidos, inmóviles, sus ojos se encontraron. — ¡Vaya, me ha salvado un ángel! —él dijo sonriéndole, y esa sonrisa cultivó el corazón de ella. —Me has salvado la vida, ten por seguro que te he de retribuir de la mejor manera que quieras, oro, diamantes, incluso a mí. —Es una buena oferta, —ella le contestó, mirándolo, aunque su rostro se encontraba sucio y lleno de sangre, sus ojos le fascinaban y tenía un no sé qué, no sé dónde, —pero calmado amigo, que hice lo que cualquier persona en mi lugar haría. —Sabes que no, por aquí la gente, si ven que van a acabar a alguien, corren a salvarse el pellejo, —contestó, mirándola fijamente, sin notar que se acercaban poco a poco. —No todos actuamos de esa manera. —le contestó mordiéndose el labio sin querer. —Deberías aceptarme todo mi agradecimiento y a mí como recompensa. —Su mirada ahora bailaba de sus ojos a su boca, no se aguantó y la agarró de la cintura, olvidando toda la frenética escena que acababa de vivir. Ella perdió su voluntad, se dejó llevar, lanzándose de cabeza al vacío. Sintió la respiración de él, haciéndole cosquillas en el paladar, derritiéndola, no razonaba que de acariciarse con un desconocido y quién sabe hasta qué punto llegarían en ese sitio oscuro y solitario. El tiempo pareció detenerse, las bocas dispuestas, las lenguas sedientas, los cuerpos llenos de pólvora a punto de explotar y todo se arruinó con el sonido del celular de ella. —Puede ser urgente, espera. Contesto… amiga… Sí, ya voy… tuve un accidente… si estoy bien… estoy cerca… creo que sí… chao… adiós. —Bueno, ¿en qué estábamos? —él manifestó acercándole la cara. —No, no es buena idea, eres un desconocido, al que de algún modo le salve la vida, —ella le expuso esquivando ese embiste. —Espera, nos podemos conocer. Me llamo Ángelo y ¿tú? —le extendió la mano sonriendo. Ese nombre le trajo amargos recuerdos, se llamaba igual que su exesposo, es una coincidencia que ese nombre fuera común en Sicilia, pero no aquí en Bogotá, eso podría ser una trampa de su familia, aunque muy elaborada, mejor decidió ser cauta dándole un nombre falso. —Me llamo María, —le agarro la mano y lo beso al lado de la boca —. ¿Adónde te llevo, señor Ángelo? —Por favor, déjame donde pueda coger un taxi, dame tu número, prometo darte otro auto, este ya quedó muy despedazado. —y ella le dio un número falso, pasó un taxi que se detuvo por el concierto de la bocina. —Chao, María, ojalá yo fuese tu José. —dijo despidiéndose e intentó hacerlo con un pico la boca, consiguiendo solo la mejilla. … XIMENA La fiesta de inauguración del nuevo bar de su amiga Mía, estaba en una zona muy exclusiva, en la 85. La zona T deslumbraba, llena de lujos, cantantes de moda y muchas hermosas mujeres engalanaban la noche. Su mejor amiga colocó este bar con el pretexto de estar con ella, ya que su padre era el jefe de la empresa petrolera de este país. Todos se quedaron perplejos al verla llegar; se silenció la música. — ¿Ximena, estás bien? —salió corriendo su amiga Mía para recibirla. —Sí, por supuesto, muy bien, si yo te contara. —Mírate, mira, —Mía le señaló su dañado auto; parecía un milagro que llegara hasta ahí y ella llena de mugre y polvo. —Yo, que pensaba que me estaban haciendo un buen recibimiento, me parece que escuché que era una fiesta de disfraces y vengo disfrazada de tragedia. —No manches, pero esa es tu normalidad, mejor vamos y te arreglo, traje un vestido de cambio para ti, te conozco y ya estoy preparada, además de que te tengo otra sorpresa. —Amiga, con tal de que no sea otro hombre, todo está bien. —le dijo Ximena, sacudiéndose del cabello pedacitos de vidrio. —Ya lo veremos, Ximena, no puedes estar sin novio por siempre. La fiesta estuvo maravillosa, los asistentes gozaban sin parar. Ximena decidió olvidar lo sucedido y bailó sola en el centro de la pista, con un vestido ajustado que le prestó Mía, que provocaba que se llevara todas las miradas. Ella, por un momento bajo el juego de luces, soñó que bailaba con el hombre que salvó; lo imaginó limpio y hermoso. —Amiguita, ven, mira, te presento a alguien. —Su amiga Mía trajo a un hombre de gancho. —Mía, ya te he dicho hasta el cansancio, soy una mujer casada, —declaró haciéndose la molesta. —Te estás separando, igual casada, pero no capada, —bromeó sonriendo, jalando a su amigo a la luz para que ella pudiese ver su rostro. —Hola, mucho gusto, me llamo Ximena, —le estiro la mano al verlo bien, le encantó ese porte extranjero, borrándole el esfuerzo de complacer a su amiga. —Me llamo, Ángelo, pero me dicen Dr. D., —expresó él al reconocerla, descubrió que se trataba de su salvadora, que ahora no sabía por qué se le presentaba con un nombre distinto. —Te diré D, si no te importa, tengo trauma con Ángelo, —explicó riéndose mucho. — Pensé que preguntarías en qué tengo doctorado. —Pues es que aquí en Colombia le dicen doctor a cualquiera. —A mí muchas personas me han dicho vecino, pero no doctor. — ¿Doctor, de qué? —preguntó Ximena viendo sus ojos. —En Psicología, además doy clases en la Universidad Javeriana. —Guau otra coincidencia en esa universidad, voy a entrar a estudiar y a esa carrera, —reflexionó en voz alta mordiéndose los labios.
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