BUSCANDO RAZONES

1230 Words
XIMENA Por unos momentos me siento en el cielo, solo que me acuerdo de que él estaba con esa rubia. Eso me da la fuerza para quitármelo y entregárselo, diciéndole: —No gracias, señor, mejor déselo a su amiguita, la accionista de agua oxigenada. —¿Qué has considerado? Ya transcurrió el mes que te di para pensarlo—, él me lo dice suponiéndose tan importante y viéndose tan imponente. —No tengo que considerar nada, soy una mujer casada y ya me voy de este lugar; me parece que bebí demasiado. —No, lo que ocurre es que te embriagas pasando por un viñedo. Vi que solo te tomaste dos cocteles—, Ángelo me dice, confirmando que me estaba vigilando. —De todas maneras, quiero tener nada contigo—, sin querer, le miro el cuerpo, mordiéndome los labios. —¿Eso es lo que reflexionaste en este tiempo?, Ximena de mi corazón. —Mi Angelito, lo que pasa es que ni me acordaba de ese trato, es la verdad. —No te lo creo—, me manifiesta arrugando la frente, mostrando algo de descontento. —La verdad, yo he estado muy ocupada, con mis empresas, mi matrimonio, es complicado, no me imagino cómo será cuando tenga mis diez hijos. —¿Quieres tener diez hijos? Con gusto te los haré, me sacrificaré; suena a mucho trabajo—. Ángelo, no debiste decir eso; mi imaginación voló con mil escenas de ambos sin ropa, compartiendo el mismo sudor. Me repongo diciéndole: —Señor Ángelo, pues la verdad con mi esposo hemos hablado de eso y solo tendremos tres; cuando mucho, los demás los adoptaremos del orfanato donde crecí. —No sabía que habías crecido en un orfanato—, Me dice mirándome de arriba abajo como si quisiera dibujarme. —Si es una historia larga, que tú la debes de conocer, si me has investigado varias veces—, de nuevo lo miro deseando que me abrase. —Te lo juro que fue por seguridad y no me dieron muchos detalles; se escudan con el cuento de que el mejor detective del país, un tal Das, te protege, que es tu bloqueador—, Me habla y yo quedo en shock mirando su lengua como se mueve, sintiéndola como si rozara la mía. —Sí, él me está ayudando con lo de la mina y lo de los atentados a mis padres—, no puedo dejar de mirarlo levantando mi pecho, tratando de que toque el suyo o que sus ojos se pierdan en mi escote. —A veces soy un poco tonto, recuerdo que me contaron que los fundadores de esta empresa murieron en un accidente vehicular; tú debes de ser la hija, supongo que por esa razón terminaste en un orfanato; de haberlo sabido yo te hubiera adoptado—, Debo de estar enamorada o borracha, ya que me causa gracia sus bobadas. —Ja, ja, ja. Ángelo, si los dos tenemos casi la misma edad y sería complejo tener un papá tan guapo, eso podría terminar en una parafernalia rara—, le hablo dándome cuenta de que necesito una ducha con agua bien fría, a punto de congelarse. Sería mejor irme a casa y llenar el jacuzzi con cubos de hielo, para que me baje la calentura que me provoca estar cerca de Ángelo, quien en lugar de transformarse en una fiera, besándome, rompiendo este pequeño vestido que me está sofocando, solo se queda quieto mirándome. —Hay algo que me intriga muchísimo, ¿cómo es que una mujer casada es virgen? Puede ser porque se hizo una operación de himenoplastia, o que su marido batee para el otro equipo, siendo tú la tapadera. O que estés casada por contrato para ganar o dar favores como el de acceder a la nacionalidad de algún país, eso lo he pensado mucho, y la más sencilla que te quieres hacer la difícil conmigo porque te molesta que te guste mucho. —Eso, señor Ángelo, demuestra lo engreído, dominante y coqueto que es—, aunque le digo eso, por lo menos tiene razón en dos opciones. —No sé la razón de que te quieras complicar; puedo leer hasta en tu cabello que me deseas y lo sé porque a mí me pasa lo mismo—, me dice acercándose como un gato en cacería y yo quedo inmóvil como su presa. —No te eleves, eres muy convencido—, parece que no me escuchó, ya que no se detuvo e intentó besarme; reuní mucha fuerza para esquivarlo, y continuo intentándolo varias veces. Me buscó la boca, encontrando solo mis cachetes. Sin dejar de abrasarme, me expuso: —Sé que tú quieres; entre más me rechaces, más lo intentaré; no te soltaré sin probar tus bellos labios. —Mejor ve y pídeselos a esa rubia con la que estabas tan junto. Pude ver cómo reían, ella te veía el paquete—; le mencioné lo primero que se me ocurrió para que me soltara. —Conque la señorita Ximena es celosa, que peligro, no haya nada más peligroso que una mujer celosa—, pude sentir sus palabras entrar por mi garganta, su olor impregnándome; su ser me hacía pasar como un flujo de una corriente suave por todo el cuerpo que me dejaba inmóvil. De nuevo intentó besarme, pero esta vez sin encontrar resistencia, me vi perdida en esos labios que ahora me hacían perder la razón y alterar los sentidos, deseando que la ropa explotara en pedacitos, quedando abrazados piel con piel. Entre besos entramos al baño; fue una locura, buscamos el cubículo más limpio y nuestra respiración agitada opacaba la de la ventilación. Pensaba en detenerme y todo mi cuerpo se oponía. Lo miraba sin parar de besarlo; mi pequeño vestido se quedó en el suelo; en cambio, él colocaba su ropa encima del tanque del sanitario. Se me escapó un gemido acompañado de: —No, no puedo, esto no está bien. —Vamos, no te cohíbas, los dos nos deseamos—, me dice besándome el cuello, provocando una explosión en mi vientre que acelera mis latidos, que congela mi reacción a su mano soltando mis calzones. Precisamente escogí tipo hilo para que no me marcaran el vestido, de esos de amarrar en los costados. Sin quererlo le facilité las cosas, ya que solo necesito desamarrarlos; luego el sujetador se cae como por arte de magia y cada célula de mi cuerpo grita de alegría al estar libre para mi amado. —¿Quién anda ahí? —una mujer entra al baño, una imprudente, que en lugar de marcharse quiere abogar por las buenas costumbres. —Llamaré a seguridad, este es un baño, no deben de hacer estas cochinadas. Me quedé inmóvil, controlando mi respiración mientras Ángelo se puso a mi espalda, parándose sobre el inodoro, vigilando a la intrusa, que deja de hablar aunque no escucho la puerta, quedando con la intriga si todavía está en el baño o se fue a traer los celadores… Siento un suave mordisco en mi oreja izquierda que hace que una ola de cosquillas me recorra desde allí hasta la punta de los pies. —Espera, Ángelo, esto está mal. —le digo sin estar convencida, queriendo que no me ponga cuidado y siga, que no se detenga ante mis bobadas.
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