ÁNGELO
—Don Ángelo, gusto de verlo.
—tranquila Vivían, solo estuve ausente dos días; no pude seguir encamado, aunque me sentía en el cielo. Me preocupa este asunto del gordinflón violador. Necesito averiguar si tiene algo que ver con Max.
—No, señor Ángelo, es el primo de su exnovia, Catherine, un borracho que es mantenido por ella, como que le tiene pesar o la tiene chantajeada por algo. Es un tipo que no tiene en donde caerse muerto, pero que la acompaña a todas partes. A ella no le gusta que la vean en sitios públicos; casi siempre lo presenta como un guardaespaldas; incluso le han colocado el apodo de gordo-espalda.
—Bien, Vivían, necesito entrenar boxeo; lo cogeré de pera un rato, luego lo enviaré a que viole tiburones al fondo del océano—, él manifestó mientras se colocaba los guantes para boxear.
—Jefe, usted es increíble, aún le quedan fuerzas después de esa faena de dos días.
—Vivianita, tú mejor que nadie sabes de lo que soy capaz—, y agarro al gordo a derechazos, izquierdazos y ganchos, hasta que la pobre masa de cebo parecía que se fuera a estallar, lo desato y el mismo lo cargo hasta la proa del barco, arrojándolo lejos. Unos turistas que estaban admirando las estrellas alcanzaron a ver caer el cuerpo y flotar durante un rato.
—¡Alguien se lanzó al océano!, ¡auxilio!, ¡salvavidas!, —gritaron unas señoras, cundiendo el pánico entre los ocupantes, produciendo un chisme que se propagó como los piojos en una guardería.
Para cuando llegaron todos los salvavidas, el cuerpo ya no se divisaba por ningún lado. Quizás se hundió o fue devorado por algún depredador marino.
—Vivían, encárgate de desmentir cualquier rumor que pueda dañar la reputación del crucero, de la agencia turística y del turismo mismo; a veces todo es como un camino de dominós; una cosa lleva a otra a propósito. ¿Dónde está Catherine?
—Angelo le estamos haciendo seguimiento, ella va a cenar al restaurante de lujo, supongo que va a esperar a su primo.
—Perfecto, iré a reemplazarlo, que pecado que la pobre cene solita.
—Me imagino, jefe, que hará uno de sus espectaculares encuentros de coincidencias. Quedaré sorprendida con lo que se le vaya a ocurrir.
—Vivían, me encanta tu ironía. Esa cualidad la anexaré en tu carta de despido.
—Huy, jefe, no se ponga pesado y ojalá me haya guardado un poquito de pasión para mí.
—Huy, Vivían, concibo que lo que sea que hubo entre los dos ya no va a tener un espacio.
—Jefe, entonces será mejor renunciar. Le aseguro que no podré verlo sin querer probarlo; estaré en un infierno; no me imagino tener que verlo todos los días con la misma mujer. Le juro que me sirvió algo de consuelo verlo, cambiar cada rato de conquista; eso me daba esperanza de que algún día se cansaría de ser una fiera salvaje y se quedaría conmigo domesticado. Dándose cuenta de que la mujer con la que ha estado siempre a su lado es la de su vida, que yo soy quien lo ha cuidado y amado incondicionalmente, sin quererlo atar, sin pedirle mucho, queriéndolo como es y no como suponía que lo podría convertir. Tuve fe de que de alguna manera estaríamos juntos.
—Vivían, lo siento mucho; me gustaría poder decirte que también lo creí, que fuiste más para mí de lo que yo fui para ti, pero no es así. Te convertiste en mi mejor compañía y, aunque me gustas, lo de nosotros solo fue eso, una oportunidad de saciar el gusto, un momento para elevar a caricias nuestra amistad, si te debo decir que fue maravilloso y especial.
—Jefe, pues entonces podríamos seguir como antes, darnos amor sin reproches ni exigencias.
—No, Vivían, todo ha cambiado; me encuentro más enamorado de Ximena. Nunca antes sentí algo como esto, tanto que no puedo dejar de pensarla y ya no concibo ni siquiera besar a otra mujer que no sea ella, me hechizo con sus pócimas de besos, me embrujo con sus conjuros de ternura, trate de quemarla y me quemo con su pasión. Siento que soy un hombre nuevo, hasta me siento mal por lo que le hice a ese gordinflón.
—Mi Ángelo, será como usted desee y recuerde que en este negocio no se puede ser blando. Usted tiene que tener un corazón de quitar y poner, tenerlo en su pecho para sus seres queridos y escondido con sus enemigos. De todas maneras, yo lo seguiré esperando entre las sombras; quizás algún día se me dé el milagro de que sea mío para siempre, sin importar si somos una pareja de viejos arrugados.
—Vivian, de pronto sucederá de esa manera, solo que yo ahora creo ver mi futuro envejeciendo junto a Ximena, lo cual es una quimera, pues los mafiosos no llegamos a viejos.
—Se equivoca, jefe, don Joseph, lo hizo y muchos más, algunos con astucia o fingiendo su propia muerte.
—Yo no soy ni la mitad de mi abuelo; sé que soy una vergüenza para él; siempre me esforcé en hacerlo sentir orgulloso, quería cumplir con sus altos estándares y en mi juventud descubrí que nunca sería lo suficiente.
—Ángelo, no te des tan duro, tu abuelo te ama mucho.
—Vivían, sé que me ama; nunca dije que no; me ama tanto como para perdonarme todas las veces en que lo he decepcionado. Chao, mejor me voy a agarrar a esa Catherine; supongo que va a ser fácil si me toca desmembrarla debido a que ya conozco su cuerpo de pies a cabeza debido a que me sumergí y lo recorrí incontables veces.
—Sí, señor, lo sé y también mi hígado, el aguardiente, me ayuda a sobrellevar mis penas.
Ángelo se marchó, dejando a la pobre Vivian ahogada en un llanto interno. Al llegar al restaurante de paredes con boceles de oro y cuadros al óleo, estaba allí en una mesa, Catherine, con un pequeño vestido que parecía más un bañador. —Debió ser que la tela se le encogió por la brisa marina, —Ángelo susurró.
—¡hola! Catherine, qué agradable sorpresa, ¿me puedo sentar? ¿O estás esperando a alguien?
—No, fresco, esperaba a uno de mis guardaespaldas, pero está demorado; me va a tocar despedirlo.
—Eso es Catherine, liquídalo, un guardaespaldas que no te cubre, no sirve, es el colmo, su trabajo es protegerte. Se asimila a un condón roto.
—Si Ángelo eres muy chistoso, pero mejor, no hay mal que por bien no venga, cenemos los dos, pidamos lo que quieras, y si quieres pide el cocido boyacense que tanto te gusta, sé que aquí lo preparan.
—Me conoces bien, Catherine, aunque recuerdo que no te gustaba ni el olor, mejor comamos lo que te gusta, langosta con un excelente vino, sin quedar muy llenos ni muy ebrios para seguir festejando toda la noche.
—Por supuesto, Ángelo, podemos ir a un lugar más íntimo, donde te puedo mostrar unos trucos que aprendí en mi reciente viaje a la India.
—Huy, me malinterpretas, solo me gustaría hablar y ya veremos que sucede, además no soy un hombre que lo da fácil y menos en la primera cita.
Rieron y comieron, dejando media langosta y la botella de vino vacía, con la promesa de desocupar otra en el cuarto de Ángelo, donde Catherine se imaginó que haría acrobacias sin ropa, le haría gritar de placer y lo acabaría de conquistar con las delicias de su cuerpo, lo que ningún hombre se había resistido hasta ahora.
—Sigue, Catherine, esta es mi suite.
—Qué rico, al fin vamos a estar solos…—, ella quedó fría al ver el cuarto lleno de hombres corpulentos. —¿Qué significa esto?, Ángelo, has que se vayan, no me gustan las orgías, ni cosas tan bizarras.
—La verdad, Catherine, es que desearas que esto fuera una orgía,
—Aguarda, Ángelo, ¿Qué sucede?, No te entiendo, mejor me voy.
—No, Catherine, lo que pasa es que sé lo de tu jugarreta con tu primo bofetón,
—Ángelo, la verdad es que no te entiendo, ¿qué ocurrió con mi primo?
—tranquila, debes de preocuparte por ti; ahora quiero que me digas por las buenas, ¿qué se traen con Ximena?
—Es eso, pues es que ella no te conviene, es una zorra.
—No, finjas, tu primo confesó todo.
—Está bien, todo lo que le hice es porque quería eliminar a la competencia, te quiero de vuelta y solo para mí.
—¿Y qué tienes que ver con Max?
—No sé de qué hablas, no conozco a nadie con ese nombre.
—Está bien. Me encanta cómo colaboras de fácil; debe ser porque eso es lo que eres, una fácil. Mira, conseguimos una muestra de ese afrodisiaco tuyo, te lo inyectaremos y ya contactamos un prostíbulo en el próximo puerto a donde te venderemos. Consideré enviarte con tu primo, pero esto será una justicia más poética; además ganaré unos dólares y tú también podrás ganar tus buenos centavos.
—Espera, Ángelo, ten piedad, solo era una broma, si es por dinero yo tengo suficiente.
—Tranquila que te tendré la misma piedad que le tuviste a Ximena.