XIMENA
Mientras tanto, en la habitación contigua, Ximena se despertaba, desorientada. Viendo ese cuarto extraño, poco a poco recordó todo lo que había sucedido.
—¡Oh, no puede ser!, —grito tumbándose de nuevo a la cama, tapándose la sonrisa de oreja a oreja, —ese no era el plan, pero fue hermoso e inolvidable, ¡uf!
Se levantó muy feliz. Reflexionó en bañarse y se arrepintió; no quería quitarse el olor a Ángelo de encima. Aunque se sentía pegachenta, sudada, relajada, feliz, quería sentir unos momentos los estragos de su amor. De nuevo, un peligro o desgracia se le convertía en un triunfo, en un premio. Buscó con qué vestirse y se colocó una camisa que estaba en la ropa sucia. Le encantó, debido a que olía todavía a él. Se deslizó por la habitación sin querer alterar algo, dejando un bulto falso en la cama para que cuando llegara se ilusionara creyendo que todavía estaba allí y luego se le acabaría la dicha al descubrir que eran solo las cobijas. “Qué buena broma”, ella pensó.
Salió del cuarto tratando de orientarse al camino del suyo. Llegó a la cubierta donde unas ancianas hablaban algo así: —Dizque era un gordito, que se arrojó al mar y se lo comieron los tiburones.
—Yo escuché que le pego a la esposa y el amante lo lanzo por la borda para limpiar la venganza.
La cabeza de Ximena maquino, ¿acaso sería posible que ese gordo que ahora debía ser parte del reino marino fue el mismo asqueroso que trato de matarla? ¿Tal vez Ángelo, su salvador, ejecutó a esa bestia? Lo más aterrador es que podría estar casada con un psicópata o un asesino en serie. Cada día descubría que Ángelo le ocultaba algo.
—Señorita, ¿qué le sucedió?—, una anciana le dijo señalando la camisa llena de sangre.
—Nada, señora, no me fije en esas manchas rojas, deben ser pintura, qué vergüenza—, otra razón para correr a cambiarse al cuarto. Corrió haciendo maromas, intentando ocultar las manchas de la camisa, pensando en la forma de reclamarle cada cosa a Ángelo y al llegar al cuarto, él estaba en la puerta esperándola con cara de preocupado.
—Hola, amor mío—, él le dijo estirándole los labios preparados para un beso.
—Señor don Ángelo, ¿cómo le va?— ella le dijo alzando el brazo, apartándole la cara, —¿no sé qué hace usted aquí?
—¿Qué te pasa? Después de todo lo que pasamos ayer, ¿acaso me usaste?
—No, pues, la víctima, la verdad no sé de qué me habla, me desperté en otro cuarto, con la cabeza dándome vueltas y casi ni recordaba cómo me llamaba; no me venga con cuentos de que usted y yo, eso es imposible, yo soy una mujer casada.
—Por supuesto, una mujer casada que está vestida tan solo con mi camisa.
—¿Es tu camisa? No lo sabía, ¿por qué tiene tanta sangre? Aparte de todo, como que eres un asesino despiadado.
—No, lo que pasa es que encontramos una rata en el barco y fue muy difícil matarla. Ya sabes cómo son de escurridizas.
—Sí, desde luego, Ángelo y después la arrojaste al mar.
—Si Ximena me tocaba, si la dejaba abordo, cogía mal olor; ahora debe ser problema de la Atlántida.
—Es raro que se encuentren ratas de cuatro patas en un crucero de estos.
—Por supuesto, si ese evento se supiera, clausurarían la agencia de turismo que es de un amigo.
—Ángelo, me encanta que tengas amigos muy poderosos que además hacen que sus empleados te digan patrón.
—Te juro que pensaba que era normal; en Colombia le dicen a alguien bien vestido doctor; supuse que lo de patrón le decían a los amigos de los jefes.
—No me creas la más ingenua, permiso, voy a ducharme y a quemar esta camisa para que esa alma descanse en paz.
—Ya descanso en pez, debido a que se la comieron los tiburones.
—Ángelo, de verdad que me está doliendo mucho la cabeza y no tengo tiempo para esos chistes, aunque estás mejorando.
—Sí, decidí tomar clases con chupetín.
—¿Ese es el payaso que se suicidó por depresión?
—Eso escuché; dicen que se tomó la comedia muy en serio, que su novia lo dejó porque su esposa le dijo que estaba engañada, que era bueno para la cama, pero porque dormía mucho.
—Chao, Ángelo, mejor me voy a bañar.
Ángelo no aguantó y se lanzó a besarla. Ella al principio lo esquivó girando leve la cara, él la giró buscando la boca, ella la ladeó al lado contrario, Ángelo le siguió los compases, hasta que los labios se encontraron recordando lo vivido y queriendo la segunda parte, hasta que Ximena alzó la rodilla pegándole en sus cositas. Lo empujó para entrar rápido al cuarto, donde se encerró trancando la puerta.
—Ayayay, me golpeas, así es como pagas haberte salvado la vida—. Ximena alcanzó a escuchar por detrás de la puerta.
—Vete, eres un aprovechado—, ella le contestó gritando para que su voz traspasara la puerta del cuarto.
—Aprovecha a Catherine y su primo, de los que te salve.
—¿Y ahora me echas eso en cara? Mejor no hubieras hecho nada. De seguro te sentirías bien que le hicieran daño a una mujer indefensa.
—Sobre todo lo duro que pegas, deberías de entrenar tu ingenuidad, por eso te ocurrió eso.
—Seguro, tú me enseñarías “don perfecto”—. Ximena dijo, abriendo la puerta, colocándosele cara a cara, pegándole con el pecho a manera de luchador de sumo.
—Pues ya te he enseñado bastantes cositas—, Ángelo dijo sonriendo pícaramente.
—Normal, son cosas que pasan y se olvidan—, se ruborizó Ximena golpeándolo con débiles puños en el pecho.
—Tranquila, sé que nunca olvidarás lo que pasamos; pues yo nunca lo haré, ya que todo fue muy especial.
—Eres un salvaje, te aprovechaste de mí y luego finges que no te acuerdas de nada; apuesto que recuerdas hasta la última caricia.
—Espera, yo nunca he fingido amnesia y sé que tú sí, es imposible que una mujer me olvide.
—Eres muy arrogante, te consideras mucho y mejores se me han caído de la cama.
—Vaya, entonces eres una mujer aventurera como tu amiga Mia.
—No te equivocas, es mejor así disfrutar de un hombre, hacer que gaste mucho dinero y luego dejarlo a que llore en una cantina.
—O sea que según tú me utilizaste, eso me destroza, me derrumbo en pedazos de sarcasmo; yo daría todo lo que no tengo por estar contigo.
—¡Basta ya! Ángelo Déjame en paz. ¿Cómo te atreves a jugar con mi corazón?
—Sería incapaz de eso; por el contrario, me gustaría cuidarlo mejor que el mío.
—Eres un infeliz, por favor, déjame en paz y no me busques de nuevo.
—Espera, me prometiste que saldrías conmigo.
—Y ya estuve cenando contigo, cuando llegó esa Catherine.
—Eso no vale, te fuiste sin comer nada, te dejaste llevar por los engaños de esa arpía, mira quien habla de ingenuos.
—Si claro lo dice quien afirma que supuestamente yo le debo algo, ¡muéstrame donde te firme mi deuda!, ¡muéstrame el documento!
—Eso es injusto, Ximena; deberías tener palabra de mujer.
—Por supuesto que la tengo, pero es que no se me da fácil recordarla con todo este asunto. Si quieres te p**o en dinero; de paso te doy algo de más por tus favores recibidos; aparte podríamos pactar una tarifa para futuros encuentros.
—¡Te equivocas, Ximena!—, Ángelo le gritó, golpeando fuerte la pared, tanto que su mano empezó a sangrar.
—¡Ángel, cálmate!, ¿ahora me vas a pegar? O también me matarás y me tirarás por la borda como a esa rata gordinflona.
—No, es que Ximena me duele mucho, que no confíes en mí y que me trates como un objeto s****l o peor como un aprovechado, te aseguro que te equivocas, realmente no me conoces.
—Eso lo tengo muy claro, señor Ángelo; realmente no sé quién es usted y menos lo que realmente quiere.
—Ahora me tratas de indeciso, si tú eres la que está jugando al gato y al ratón conmigo, primero me ilusionas y luego me desprecias, no sé por qué supones que esa técnica absurda va a servir para enamorarme, mira quién es la ilusa.
—Pues esa soy yo y no puedo hacer nada, al menos me conoces bien, sería mejor que tú deberías de dejar de fingir que no.
—Está bien, Ximena. No quiero seguir discutiendo. Mejor te dejaré un mes libre para que organices tus ideas y luego hablamos a ver que hacemos, si seguimos o nos dejamos.
—Pues lo lógico es que no nos volvamos a ver, tengo que respetar a mi marido.
—Deja ese cuento; pude comprobar que ningún hombre te había hecho lo que yo sí te hice. Yo profané ese dulce templo virginal.
—¿Y eso qué? Ahora iras por el mundo vanagloriándote de descorchador, Ángelo, el maestro viril—, ella le declaró sacudiendo las manos como un temblor.
—Yo soy un caballero y los caballeros no tenemos memoria, aunque nunca olvidaré lo que vivimos, sin importar lo que suceda en este mes, esos momentos nunca los podré sacar de mi alma y mi corazón —, él susurró en voz baja con el llanto amarrado en la garganta, dando media vuelta, marchándose al horizonte.
—Pues vete, huye, eso es lo que sabes hacer, el señor temor al compromiso; cuanto te odio y te desprecio, ojalá nunca nos volvamos a encontrar—. Ximena entró de nuevo al cuarto, donde llorando a moco tendido se decía a sí misma: —Lo odio, pero lo amo.