32; LA VERDAD AL DESCUBIERTO

1124 Words
XIMENA Dejé a mi hermanita en su casa; sus padres adoptivos no parecían preocupados, como si fuera normal que llegara a la madrugada: —Al menos llego bien, —dice el padre, despreocupado. —¿Es normal que llegue a esta hora? —Le pregunté molesta. —Señorita Ximena, ella ya es mayor de edad, no le podemos decir nada, además nos amenaza con irse y la verdad nos haría falta—, esta vez me contesta la madre postiza. —¿Ella o el dinero que les doy para que la tengan bien?— Se me sale debido a que el licor me suelta la lengua. —Miré, Ximena nos insulta, nosotros queremos a Emily, la llevamos al médico, la cuidamos lo mejor posible, lo que pasa es que ella es complicada—, explica la madre torciendo los ojos. —¿A qué se refiere, señora? —Emily creció limitada por su enfermedad, viendo por las ventanas a los niños jugar. En la secundaria sufría de burlas porque no podía hacer educación física; la creían floja; a ella siempre le dio pena que supieran de su enfermedad. Esto hizo que desarrollara una personalidad introspectiva, y es bastante chantajista. La verdad, si se va, la pasará mal; será difícil que alguien la cuide como yo; por su plata no me importa. Si quiere, no nos vuelva a dar ni un peso para que no venga a humillarnos; por eso, señora Ximena, está haciendo frío, voy a cerrar la puerta, que le vaya muy bien—, me dice la doña, cerrándome la puerta en la cara y creo que escucho al padre regañándola: —Estás loca, ese dinero lo necesitamos para pagar las deudas. Me da pena volver a golpear para que me repitan eso, aunque muy seguro se negarían insinuando que eso no sucedió. Me voy rumbo a mi casa; ando, mirando las calles vacías; adelante vislumbro unas sirenas. Parqueó tratando de enfocar la vista, confirmando que es un retén de la policía. Si me detienen, se darán de cuenta que estoy borracha y eso me puede dar hasta cárcel. Por esto quitan la licencia; no veo ninguna cuadra por donde escapar; no puede ser. Un policía me hace la señal de parar; estoy perdida; alcanzo a escuchar: —¡Señorita, regálenos unos minutos! —Sí, señor agente, buenas noches—, les digo sonriendo, tratando de no botar el aliento lleno de licor. —Señorita, nos permite los documentos—, me dice el policía de tránsito, sacando el pecho, quizás tratándome de impresionar con las medallas, sin decirle nada. Se los alcanzo y me dice: —Ese carro es muy lujoso, señorita Ximena, supuse que era de su marido—, me parece que me coquetea, sonrió alejándome, haciéndome la avergonzada, volteó la cara y le habló tapándome la boca, pareciendo una mueca de vergüenza, pero es para taparme el tufo. —No, señor agente, estoy soltera, soy de malas para el amor y también para el juego—, él se ríe; parece funcionar mi estrategia de coquetearle para que me deje ir a cambio de mi número. En mi predicamento escucho un disparo; todos volteamos a ver en qué consiste; un policía, con el arma desenfundada, alega con un hombre vestido de traje que le reclama: —Usted no sabe quién soy yo, lo voy a hacer echar, usted no puede disparar sin provocación—. El policía se ve apenado, el que está conmigo le dice al otro: —A ese buey se le escapó otro disparo, como que esa arma está lisa—, ambos se van a mirar y se llevan mis papeles sin darme chance de marcharme. En medio de mis nervios recuerdo que en algún lado escuché a un hombre que toma orines para contrarrestar el alcohol del aliento, solo que es diferente: yo soy mujer, no puedo ir a una llanta. Así que entro al carro, me siento sin tocar la silla, me subo el vestido, me acomodo el panti, colocándome la mano, tratando de soltar solo unas gotas y no aguanto soltando un chorrito que me moja el asiento y la ropa. Con asco me tomo lo que alcanzo a recoger en la palma de la mano, me lo tomo intentando vomitar y resulta que no sabe a raro, es como cerveza. Hago buches y cuando trate de escupir me fijo que los policías volvían, así que solo me queda tragarme eso y rezar para que sirva. Se acerca agachándose y su rostro se arruga moviendo la nariz, ¿Quizás olió el licor?, me mira abajo diciendo: —Señorita, ¿no me diga que se orinó del susto?, solo fue un accidente y ese señor que es un grosero porque es primo de un político, tome, señorita, sus papeles, mejor márchese que es posible que esto se ponga feo. Le afirmó con la cabeza; sin mirarlo y sin decir nada, arrancó. A medida que me alejo, siento el refresco, el susto hizo que se me quitara cualquier rastro de borrachera, llego a mi casa a cambiarme y al bajarme del carro me fijo en que me moje el vestido, las piernas y el asiento. —Me toca mañana mandar lavar el carro, no qué pena, lo lavaré yo misma—, hablo en voz alta, buscando las llaves del garaje de la casa. Veo que en la entrada está uno de los empleados de Ángelo, me parece que se llama Luis y trae un poco de cajas. Lo saludo tratando de tapar mi vergüenza: —Hola, Luis, por favor, déjemelas en el garaje, gracias—, las descarga y se despide: —Hasta luego, señora Ximena, que la pase muy bien. Entro a la casa; reflexiono que mejor debo ducharme antes de ir a la cama, solo que al entrar lo encuentro en la sala. —Hola, Ximena, vine por la continuación—, declara Ángelo, levantando una sola ceja. —Huy, espera, voy al baño—, es todo lo que se me ocurre decirle. —Ah, vienes urgida—, él me dice una de sus idioteces; voy de prisa a mi cuarto, me ducho, me cambio sin saber qué colocarme, si el piyama o un vestido, opto por un conjunto sexi, y cuando estoy dispuesta a salir con solo eso, me devuelvo colocándome una sudadera encima. Bajo las escaleras y por poco me tropiezo. Noto a Ángelo que está mirando los cuadros de la casa, me mira con una extraña mueca y me dice algo que no entiendo. —¿Qué?, ¿qué me dijiste?— Pregunto para qué me lo repita. —¿Y hace cuánto tiempo lo sabes?—, me pregunta con una mirada fría.
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