XIMENA
—¿Saber qué?— Lo dilato, imaginándome lo peor, aunque con la esperanza de que sea otra cosa o una broma.
—Hablemos sin rodeos, por favor, Ximena—; Ángelo me dice levantando la voz. —Ya dejemos la bobada.
—Pues habla—, le digo secamente, acomodándome el liguero que me aprieta.
—¿Hace cuánto sabías que eras mi esposa ficticia?, mi esposa de mentiras—, siento estremecer el piso, es como si el estómago me lo arrancaran hacia las piernas y como si vomitara un golpe de dolor, incluso una jaqueca palpita en mi cabeza.
—En primer lugar, no soy tu esposa falsa, la boda se efectuó de manera legal; que no cumpliste con tu parte por algo que no comprendo, es otra cosa y además eres el que todo este tiempo ha estado jugando conmigo, tú sí lo sabías, tu abogado de pacotilla me mostró toda mi información.
—Huy, Ximena, la verdad yo nunca leí esa investigación; a ese imbécil lo repudia, no lo he despedido porque lleva trabajando para la familia mucho tiempo y sabe de todos nuestros asuntos, además ese asunto me revolvía el estómago—, me contesta sentándose, agarrándose la cabeza con las dos manos.
—Siempre sales con una excusa que te reivindica; la verdad es que no sé qué pensar; me da escalofrío pensar que todo esto ha sido una artimaña para torturarme, una especie de juego enfermizo. ¿Acaso el atentado del día en que nos conocimos tú lo planeaste? Es que, de todas las universidades del mundo, de todas las carreras, precisamente tenías que meterte por mis ojos a través de un admirado profesor—, le digo y las lágrimas se me escapan.
—La verdad, yo me acabo de enterar. No estuve pendiente de la boda. Estaba cegado por la soberbia; no puedo consentir un matrimonio por contrato; ya no estamos en la edad media. Eso me molesta mucho; ahora me doy cuenta de lo imbécil que fui; con tus empresas no necesitas embaucar a un heredero rico. Por el contrario, debes de cuidarte de algún aprovechado y no estoy ni jugando ni maquinando; lo del atentado fue cierto; si no hubiera sido por ti, ese día de seguro me hubiesen matado. Yo tampoco entiendo, ¿por qué no me reconociste? No soy un hombre fácil de olvidar, eso me dicen.
—Ángelo, eres muy arrogante, aunque puede que tengas razón, lo que pasa es que te vi solo un par de veces; el día del matrimonio, yo estaba muy nerviosa y el de la luna de miel estaba borracha. Yo tengo otra duda grande, ¿cómo es que un heredero multimillonario, que parece ser dueño de medio mundo, es profesor de psicología? No tienes la necesidad.
—Ximena, lo mismo te diría, eres millonaria y quieres ser psicóloga. En cuanto a mí, eso me gustaba, y debido a mi falta de compromiso al trato del matrimonio, mi abuelo Joseph se enfadó conmigo, quitándome el apoyo. Me tocó rebuscarme y en ese trajinar empecé a dar clases de eso que yo había estudiado, porque me llamaba la atención. Después, mi abuelo casi se muere y me manda a llamar para hacer las paces y me encargará de los negocios familiares. Aunque nunca me perdona lo que te hice, siempre que nos vemos me reprocha ese error; ahora me doy cuenta de que cada palabra que me dijo, cada regaño está justificado, también me sirvió su castigo, que me quitó un poco la mezquindad—, me dice y siento las lágrimas que se atoran en su garganta.
—Y lo peor de todo es que aún estamos casados, y…—, yo no soy capaz de decirle que lo amo.
—Tú me estabas malinterpretando, no te culpo, todo esto fueron raras coincidencias, al fin la verdad está al descubierto; lamento todo el daño que te hice—, se me acerca, tomándome las manos, besándomelas y colocándoselas en el pecho. —Siente mi corazón como late por ti, por favor, démonos otra oportunidad, si es preciso empecemos de nuevo, si quieres nos daremos solo besitos o abrazos como dos niños, solo te pido que dejemos los errores del pasado en el olvido donde deben de estar.
—Espera, Ángelo, no creo que me resista, no estar contigo íntimamente, tú me entiendes—. Me abro la chaqueta de la sudadera, enseñándole el sostén más sexi que tengo y el llanto de sus ojos se transforma en un brillo que me deslumbra.
—Ximena, siento lo del otro día que te obligue, es que no me aguantaba las ganas—, dice bajando la mirada y yo lo malinterpreto bajándome la sudadera, para que contemple mis ligueros de encaje.
—Tranquilo, fue algo excitante esa situación; lo que no me queda claro, es ¿tú y yo que venimos siendo?— Le digo mientras me quito por completo la sudadera y mirando su boca abierta al contemplar mi sexi lencería.
—Pero si me siento mal por esa situación, no me porte como un caballero, como te lo mereces; de ahora en adelante te prometo que solo te tocaré, si tú así lo deseas, tienes que tomar la iniciativa, no quiero lastimarte—. Se me acerca y me empieza a dar besitos cortos que me erizan la piel.
—Tampoco exageres, es bueno que la iniciativa la tomemos ambos—, le digo mientras le abrazo esa espalda deseando tener garras para romper esa camisa.
—Sí, no quiero hacer nada más que te lastime—, él me dice mientras sus manos me recorren el cuerpo.
—Lo que sí he estado pensando, es que no nos hemos cuidado, debemos de usar mínimo preservativo.
—Huy, no, a mí no me gusta usar condones y con mi mujer menos, que gracia—, por esto yo lo alejo para colocarle las cosas claras.
—No, Ángelo, yo no quiero traer niños no deseados a sufrir o a que terminen en un orfanato. Estas veces hemos sido muy irresponsables.
—bueno, está bien como quieras, solo prométeme que si algo falla y quedas embarazada, tendrías a nuestro hijo; me repugnan las mujeres que abortan—, fórmula mientras se acerca de manera sigilosa, agarrándome de la cintura, juntándome contra él, donde puedo sentir su dureza que me deja sin aliento.
—Por supuesto, te lo prometo, tendríamos unos niños muy lindos; también pensaba eso cuando nos casamos; sería mamá de niños Colombo-italianos—, la sonrisa se me escapa al imaginar unos niños hermosos parecidos a Ángelo.
—¿Te gustaría hablar de la boda? —dice mientras me besa el cuello.
—No hay mucho que decir, solo que me sentí en un eterno ridículo al no verte llegar. Me provocaba salir corriendo o casarme con cualquiera de los invitados, incluso con tu abuelo. El terror se apoderó de pensar que sería una novia plantada; fue un día de terror y una noche de decepción.
—deberíamos de repetirla para compensarte, hacer una boda de ensueño, claro que me gustaría conocer toda tu vida, quiero que, por favor, no vuelvan a existir secretos entre nosotros—, comenta de nuevo tomándome las manos, me mira hincando una pierna y me pregunta lo que más deseo: —¿Ximena me harías el hombre más feliz del mundo, al aceptar casarte conmigo de nuevo?, esta vez sin documentos ni tratos oscuros, esta vez con solo nuestro amor más puro—, se levanta en silencio esperando mi respuesta que se me congela en el pensamiento para salir como un suspiro: —Sí, sí, acepto, por supuesto que sí, —asiento con la cabeza. Nos besamos para sellar la unión, un beso largo y apasionado por el que una a una las prendas salieron volando, luego los cuerpos se juntaron haciendo magia, música y felicidad, expresando el amor con instinto, calmando el deseo llevándolo al límite, acariciando el tiempo y besando el espacio.