34; FIASCO

1331 Words
XIMENA Me despierto con los rayos de la claridad que se cuelan por las cortinas como reglas de luz; aunque tengo a mi sol acostado conmigo, su calor me quema tanto que apenas me acostumbro a él; ahora es una tibieza que me embriaga junto a su olor. Ese es mi macho, quien despierta porque lo estoy viendo, y bostezando me dice: —Buenos días, mi linda esposa. Es algo que desde pequeña me imaginé que me dirían; eso me llena de alegría, lo beso dándole los buenos días y eso nos lleva a otra cosa sin importar que estemos agotados y adoloridos. Pero el deseo de nuevo se enciende, conduciéndonos a la lucha por darnos placer, por amarnos mutuamente, que aparenta terminar con unos profundos gemidos suyos, aunque ambos sabemos que solo es un paréntesis en esta aventura que será el de tratar de fusionar nuestras almas. —Amor, vamos a comer algo—, Ángelo me dice con su sonrisa de niño. —Ya me comí lo que quería. —Vamos a bañarnos—, es una buena proposición que me llena de nervios; la verdad, nunca me he bañado acompañada, excepto la vez del chasco en ese hotel donde nos lavamos cuando se rompieron los tubos por culpa de mi capricho de querer escapar. —Por supuesto—, le contesto al tiempo que le veo el trasero como se le mueve cuando, sin pena, se levanta para dirigirse al baño. Desde luego, ¿por qué le daría vergüenza que lo vea? Después de todo, estuvimos contemplando nuestros cuerpos desnudos, ambos siendo la ropa del otro; de esa forma también me dirijo al baño, esperando que me vea, incluso camino, como una modelo para que se emocione. —Si sigues haciendo esas cosas, nunca saldremos de aquí—, me expone mirándome y la risa se me escapa cuando veo que mi estrategia surtió efecto, sin embargo, me aguanto las ganas y dándole paso al juego, me entro a la ducha, abriendo el agua que está tibia, me restregó el cabello sacudiéndolo, mientras miro de reojo que Ángelo está parado viéndome, —¡Pervertido!, —le indico, jalándolo hacia la ducha, a la vez que le abro la llave del agua fría. —¡Ay!, —grita y se sacude como si una culebra le cayera encima. —¡Qué mala eres, Ximena! —me exclama cerrando la ducha helada y me entra de los antebrazos, apretándome contra su pecho. Yo siento una presión contra mi ombligo que me hace suspirar, lo que Ángelo aprovecha para besarme y mis labios mecánicos le siguen la jugada. Aunque ya me duelen después de besarlo durante toda la noche, es como si los hubiera dejado pegados a su piel. Intenta de nuevo entrar en mí, haciendo acrobacias en la ducha; se demora un poco hasta que lo logra, a la vez que el agua nos refresca, jugando en nuestros cuerpos, tratándose de meter en nuestras bocas cuando surgen aberturas, por unos minutos. Nos restregamos sin jabón, terminando mojados y no solo de agua, con la felicidad a flor de piel. Luego nos bañamos en serio, restregando la espalda del otro, buscamos las toallas para secarnos lógicamente, y me visto mientras él, cómo un perrito faldero disfruta quieto, viéndome cómo me acomodo la ropa. —Por favor, vístete, no dirás que te irás en pelota, señor gran Italia—, lo afano porque de repente me da hambre y ganas de comer pizza. —Si vamos, conozco un excelente restaurante aquí en el centro, ¿o qué te gustaría comer? —Me gustaría comer pizza, tengo antojo, debo de tener unos minutos de embarazo—, mi comentario lo hace reír y se agacha, besando mi barriga. —A esta hora no consigues pizza, al menos fresca, ni siquiera en la plaza—. Me dice como si con la mente recorriera la ciudad buscando una pizzería abierta a esa hora de la mañana. —Ángelo, Van a ser las doce; es posible que alguna esté abierta, o si no vamos a comer unos tacos; conozco un lugar magnífico, además que está cerca de un lugar al que quiero llevarte. Entre besos salimos en su carro; miro el mío recordando que me toca lavarlo; ni siquiera veo el camino por estar con la mirada fija en él, como si fuese un imán, hasta que me propone: —Es ilógico que yo sepa a donde vamos si no me dices el paraje—, es cierto, no le he dicho, solo que me bloqueo. No recuerdo el nombre del restaurante ni del barrio. —Busca uno bueno cerca de aquí—, mejor dejo que él invite. Me lleva a uno que nos muestra el buscador. Siento que Ángelo se apena por esta elección de último momento; este restaurante de lujo es una aberración; los meseros casi no nos atienden; hasta que nos paramos para irnos, llega uno a atendernos. Parece que no tenían nada listo; otra demora para servir nuestro pedido. Si no es porque conversamos, nos habríamos ido de ese sitio. Sería bueno decir que valió la pena la espera, pero no; una comida insípida: El arroz, baboso, entre congelado y caliente, nos demuestra que es recalentado. Las papas, de igual forma, tienen su centro congelado. Por eso se nos quita el hambre, Ángelo paga descontento, ninguno decimos nada por respeto al otro, salimos de allí y el dueño nos dice: —Hasta luego que vuelvan pronto. Y una mesera murmura: —Chichipatos, se les olvidó la propina. Es la gota que derrama el vaso, es como si estallara Ángelo; su rostro se tornó rojizo y saca el mentón diciéndole: —Les daría un premio, pero el premio al peor restaurante del país, que del país, del mundo; deberían mejor dedicarse a otra cosa; ustedes son una vergüenza para el comercio. El dueño se le encara gruñendo: —Mugroso italiano, tras de que viene a este país a robarse nuestros recursos y a nuestras mujeres, resulta que ahora no les gusta nuestra comida… Yo me contraigo furiosa, queriendo estallarle la cara de una bofetada, y casi se la pongo de no ser porque mi marido me jala subiéndome al carro, el cual arranca acelerando, crujiendo las llantas. Volteó al local, y está el dueño sacando el pecho, sonriendo orgulloso con sus empleados detrás de él como si fuese su ídolo. —Pobre tipo piensa que con ese orgullo pagará sus deudas—, comenta Ángelo como si leyera mi pensamiento, —mejor olvidemos este episodio y te llevo a comer a otro lado. —No, amor, ya se me quitó el hambre—, es cierto, incluso se me hicieron nudos en el estómago. Me lleva a un sitio escondido detrás de dos avenidas. No veo ni un solo restaurante, solo un remolque adaptado. Nos bajamos y él saluda: —Hola, Freddy, ¿a cómo? —A mil, —le contesta un tipo con un bigote chistoso. Venden comida rápida, nunca me imaginé que un tipo tan elegante comiera en un lugar de estos que por comedor tiene unos troncos sin mesa. Pide dos hamburguesas especiales, las que también me sorprenden. Su tamaño es el triple de una de las de los restaurantes de marca, su valor es menos de la mitad y su sabor es como si un festival se celebrara en tu boca. Me hizo olvidar por completo el fiasco del restaurante de lujo. —Chao, Freddy, te juro que es la hamburguesa más deliciosa que me he comido en todo el mundo—, mientras me despido sin querer me chupo un dedo. —Muchas gracias, señora Ximena, me siento muy complacido que le gustara lo que les prepare con mucho cariño; tomen, les doy una salchicha-papa para que piquen por el camino—, nos da una bolsa brillante que huele delicioso. —Chao, Freddy—; Ángelo se despide dejándole unos billetes sin esperar el cambio.
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